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28.6.05

La primera guerra mundial y la creación de la primera Yugoslavia

Tres imperios en decadencia, Austria-Hungría (1) y Rusia (1) por un lado y Turquía en medio de una crisis política propia por el otro (1), se debatían entre la revolución (la rusa de 1905 (1, 2, 3) y la turca de 1908 (1, 2), antecedente de la posterior, encabezada por Ataturk en 1919 (1)) y el desmembramiento; necesitaban conquistas territoriales y prestigio militar para enmascarar las crisis internas [1]. Por otra parte, la Europa de fines del siglo XIX e inicios del siglo XX era testigo del ascenso de un nuevo poder que se hacia más importante, Alemania (1).

La actitud traidora de los dirigentes de la II Internacional (1, 2, 3) a su propia ideología internacionalista, que, violando los principios marxistas, apoyaron a sus diferentes burguesías, contrasta con la actitud internacionalista de la mayoría de los socialistas balcánicos que denunciaban la guerra imperialista y a la burguesía de sus propios países como primer enemigo (1, 2, 3). El auténtico espíritu comunista, quedó reflejado en el valiente acto de los diputados socialistas serbios, de votar en contra del Gobierno cuando pedía el apoyo de todos los partidos para detener la agresión austro-húngara [1]. Estos actos en aquel entonces, al igual que hoy en día eran sentidos como alta traición a la patria.

Para que no sea una excepción, tras declararle la guerra a Serbia (1) por haberse negado que la policía austrohúngara realizara la investigación del atentado al Archiduque Francisco Fernando (Franz Ferdinand) (1, 2) en suelo serbio y castigara a los que encontrara culpables (todo lo cual se exigía en el famoso Ultimatum del 19 de julio y que fue rspondido por parte del gobierno serbio en esta respuesta), el Imperio Austrohúngaro bombardeó Belgrado tras declararle la guerra a Serbia. En tan sólo trece días que duró la primera ocupación, la ciudad fue incendiada, saqueada y su población maltratada. En Kalemegdan yacían los cuerpos colgados de los opositores a la agresión y miembros del ejército serbio.

Viendo la amenaza austrohúngara y la baja moral de su ejército, ya muy enfermo y pronto a morir, el aún rey Petar I se levantó de su lecho y sostuvo un discurso histórico ante sus tropas, mismo que, según se dice en la leyenda, les llenó de una fuerza renovada. En las próximas batallas lograron repeler las fuerzas austríacas de sus territorios. En esa ofensiva se lograron capturar más de 600 soldados austrohúngaros y alcanzar una temporal liberación y paz que duró del 15 de diciembre de 1914 al 6 de octubre de 1915. Viendo su derrota, Austria decidió regresar al frente serbio, sólo que esta vez con tropas de su aliado: Alemania, comandadas por el general August von Mackensen.

Belgrado caía en manos de los agresores con un costo de más de 5,000 soldados serbios muertos en los nueve días que duró la batalla [Lek95]. En los anales históricos se menciona ésta como una de las batallas más difíciles que sostuvieron los agresores en su guerra contra Serbia. Belgrado era una vez más incendiada, saqueada y su población aniquilada a manos del enemigo o por el hambre.

Una gran parte de la población decidió unirse a la retirada del ejército serbio, abandonando su reino, en dirección de Albania, en medio de un invierno terrible (1, 2, 3, 4). En las costas del Adriático tuvieron que esperar a sus aliados durante mucho tiempo para finalmente ser trasladados a las islas de Korfú y Vido. Muchos fueron trasladados a Francia donde recibieron ayuda. Según John Reed [1 apud J. Reed, La guerra en Europa Oriental, Ediciones Curso, p. 109], el periodista comunista americano (que fue corresponsal en la zona), sólo en la primavera de 1916 murieron de tifus 300,000 serbios.

Sumergido en su totalidad en el terror, todo el ejército serbio fue desterrado por las fuerzas agresoras, para continuar su lucha en un nuevo frente abierto en Salónica el año de 1916 (1, 2). Los soldados tuvieron que marchar sobre casi un cuarto del territorio de Europa para volver a sus hogares, dejando más de 95,000 en este camino del infierno la vida, sobre todo en las islas del archipiélago griego. Es herencia de aquellos acontecimientos la canción de Tamo daleko (Allá lejos, en traducción al español) que es hasta el día de hoy aún una especie de himno popular (aunque no oficial) serbio que sobrevivió incluso la censura política impuesta por parte del gobierno socialista en la época de Tito.

En otoño de 1916, el ejército serbio inició junto con los francéses los preparativos para la gran batalla con la que finalmente decidirían el resultado de la I guerra mindial y regresarían a casa. El 15 de septiembre de 1918, los soldados lograron finalmente romper el llamado frente de Salónica. 45 días después, ya habían llegado a Belgrado, liberado el día primero de noviembre de 1918 (1, 2, 3).

A finales de enero de 1921, el comandante de la parte oriental del frente de Salónica, el mariscal francés Franchet d’Esperey, le entregó a Belgrado la distinción de la Cruz de Caballeros de la Legión de Honor (1, 2). Después de Paris y Liege, Belgrado resultó ser la tercera ciudad proclamada heróica en la primera guerra mundial.

Es éste, desde luego, el segundo de los tres mitos glorificados y repetidos hasta la exageración por los nacionalistas serbios de los inicios de la década de 1990 y hasta el día de hoy.

Uniéndose a los esfuerzos de Serbia y de Montenegro, la parte más progresista de los pueblos sudeslavos que continuaban en el marco del Imperio Austrohúngaro o bajo otras dominaciones se incorporaron a la guerra a través de brigadas voluntarias o bien mediante su actividad revolucionaria contra la monarquía de los Habsburgo.

Sin embargo, no está demás recordar las demostraciones de muchos croatas y bosnios en las calles de las principales ciudades de esa región de los Balcanes que seguía bajo el dominio de los Habsburgo, en contra de los serbios y todo lo que con ellos y la unificación de los eslavos del sur tuviera que ver. Aún no había ningún antecedente de enemistad alguna entre los serbios y los croatas, mismos que se sentían muy cercanos en esta coyuntura imperialista. Incluso, muchos serbios austrohúngaros pelearon lado a lado con los otros sudeslavos movilizados por el ejército imperialista, aunque según muchos testimonios, se hallaban en sería desventaja y bajo constante sospecha de traición, al combatir a su mismo pueblo del otro lado de las trincheras. Una gran parte de croatas, musulmanes bosniacos, eslovenos, checos y hasta serbios velaban por sus intereses y sus obligaciones de súbditos de la monarquía austro-húngara. Queriendo quedar bien a los ojos de sus amos, se volvían los más feroces guerreros en las batallas principalmente en contra de los serbios. Muchos recibieron altas condecoraciones militares por parte de Austria y Alemania (1, 2, 3). Era ésta una muestra más de la terrible influencia de los imperios en los pueblos nativos de sus fronteras. Los serbios, croatas, eslovenos, montenegrinos y macedonios se enfrentaban de nuevo vestidos, a excepción de los serbios y los montenegrinos, en uniformes de otros y bajo otras banderas, al igual como lo hicieron para el Bizancio, los turcos, los austríacos o alemanes en el pasado.

Interesantes líneas acerca del ambiente en las calles de Zagreb en el verano de 1914, con demostraciones de solidaridad con la familia imperial de Viena y búsqueda de venganza por parte de los croatasy musulmanes bosníacos leales en contra de los asesinos de Franz y de Sofía al otro lado del río Drina, al igual que el pensamiento transcrito de las memorias de Josip Horvat, croata, en sus memorias (Zapisci iz nepovrata. Kronika okradene mladosti 1900-1919), que dice: "(...) todo pasa en una especie de borrachera festiva, irresponsable, nadie ve (...) que los que tendrán que intercambiar los primeros disparos en el gran conflicto son precisamente los croatas y los serbios (...)", escribe Filologanoga en su blog.

Por su parte, los sudeslavos que pugnaban por la unificación y se hallaban lejos de su territorio (principalmente croatas y eslovenos) promovieron una agitación en todo el mundo, a favor de su unidad e independencia, fundando un Comité Yugoslavo (1, 2, 3) que colaboró con el gobierno serbio. Fruto de esta colaboración, y del patrocinio de EUA y Gran Bretaña interesados en crear un estado fuerte que frenara a Austria en un principio y a Alemania y la recién formada URSS después, por ese sudeste europeo, fue la firma de dos declaraciones: la primera, en Viena, el 30 de mayo de 1917 –La Declaración de Mayo- (1, 2, 3), implicaba que los serbios, croatas y eslovenos formarían un estado: Yugoslavia, dentro del Imperio austrohúngaro y bajo la corona de los Habsburgo; la segunda, fue la Declaración de Corfú, del 20 de julio de 1917 (1, 2, 3), que previó la creación de un estado de serbios, croatas y eslovenos en forma de monarquía constitucional, parlamentaria y democrática con la dinastía Karadjordjević (serbia) en el trono. Esta declaración la firmarían Nikola Pasić, presidente del gobierno serbio, y el doctor Ante Trumbić, representante de los croatas [Mil00]. A la firma del acuerdo se unen por un lado, Montenegro que enfrenta una revuelta política interna en esta epoca (1, 2), los habitantes de Bosnia y Herzegovina y los macedonios (1). No está demás mencionar que la Junta Nacional Croata, dirigída por Antun Korosec toma el poder en Zagreb y logra finalmente proclamar la unión de los serbios, croatas y eslovenos (1, 2, 3).

De tal modo, el anhelo de una parte de los intelectuales y las clases pudientes de los pueblos sudeslavos se vio coronado con la proclamación de la unidad, el 1° de diciembre de 1918, iniciándose un proceso histórico de mediana duración, de 63 años, que fue lo que duró el sueño yugoslavo.

La actitud internacionalista de los socialistas balcánicos (en directa oposición a la guerra) se concreta en 1915 con la creación de la Federación Socialdemócrata Balcánica (1, 2, 3), que une a los partidos de Romanía, Grecia, Bulgaria y serbia y que tendría continuidad a principios de los 1920's con la Federación Comunista Balcánica, el primer paso práctico y decisivo dado en pro de la unificación de los pueblos balcánicos [1].

Palau [Pa96] comenta que en ese momento Serbia resultó ser la potencia regional triunfadora en la I Guerra Mundial, aliada de quienes iban a dictar el orden del siglo XX. Su autoridad moral en 1918 era enorme en el mundo eslavo meridional, ya que había sufrido pérdidas y sacrificios inmensos. Así, la idea yugoslava se impuso con facilidad en Croacia, en donde los oponentes a ésta no encontraban un clima fácil para expresarse. Sin embargo, sigue el autor, en realidad seguían siendo mayoría aquellos croatas que se identificaban con un proyecto nacional propio y a quienes les disgustaba la subordinación a un pueblo "menos desarrollado". Así pues, la constitución de la primera Yugoslavia que duró entre los años 1918 y 1941, creó de nuevo una gran frustración entre los croatas, ésta ya segunda, sorda pero profunda [Pa96].

Algunas de las figuras políticas de Serbia alzaron igualmente su voz contra el proyecto yugoslavo en 1918. Como lo relata Palau [Pa96], éstas advirtieron que era demasiado ambicioso y, en todo caso, prematuro porque no se veía acompañado de la maduración necesaria. Sugirieron que la oportunidad de sentarse en la mesa de los vencedores en Versalles (1, 2, el tratado completo se puede encontrar aquí) se aprovechara para conseguir objetivos más modestos pero más sólidos e irreversibles, como la extensión de las fronteras de Serbia hacia el Adriático, Bosnia y Herzegovina y Slavonia, de manera que el estado serbio integrara a la mayor parte de los serbios de Austrohungría, pero dejando a croatas y eslovenos la formación de sus propios estados diferenciados en el resto de los territorios del Imperio destruido. Quizás, especula Palau [Pa96], esas observaciones fueron acertadas y proféticas. La Serbia triunfante de 1918 podía, efectivamente, haber establecido sus fronteras donde le hubiera complacido. Sin embargo, el sentimiento paneslavo, la ambición de la monarquía por gobernar un reino mayor y los intereses internacionales terminaron por imponer el proyecto yugoslavo.

Al amanecer del periodo entre las dos guerras mundiales el mundo fue testigo del nacimiento del primer antecedente de lo que llegaría a ser Yugoslavia: el Reino Unido de Serbios, Croatas y Eslovenos, nombrado a partir de 1929 Reino de Yugoslavia (1, 2, 3, 4), cuyo territorio constituido se puede observar en el siguiente mapa en el que se muestra igualmente el resquebrajado Imperio Austrohúngaro una vez terminada la I Guerra Mundial:



Ruptura del Imperio Austrohúngaro una vez terminada la Primera Guerra Mundial.
(Historical Maps on File, USA, Ed. Facts on File, Martin Greenwald Associates, 1989)




Mapa de Europa entre la I y la II Guerras Mundiales, en época de la llamada Guerra Total (1914-1945).
(Historical Maps on File, USA, Ed. Facts on File, Martin Greenwald Associates, 1989)


Para Eric Hobsbawm, uno de los historiadores británicos más importantes del siglo XX (normalmente ubicado con el grupo de los socialistas británicos), en [Hob01], al término de la primera guerra mundial las potencias vencedoras trataron de conseguir una paz que hiciera imposible una nueva guerra como la que acababa de devastar el mundo y cuyas consecuencias estaban sufriendo.

Salvar al mundo del bolchevismo y reestructurar el mapa de Europa eran dos proyectos que se superponían, pues la maniobra inmediata de enfrentar a la Rusia revolucionaria en caso de que sobreviviera –lo cual no podía en modo alguno darse por sentado en 1919- era aislarla tras un cordon sanitaire, como se decía en el lenguaje diplomático de la época, de estados anticomunistas [Hob01]. Dado que éstos habían sido constituidos totalmente o en gran parte con territorios de la antigua Rusia, su hostilidad hacia Moscú estaba garantizada. De norte a sur, dichos estados eran los siguientes: Finlandia, una región autónoma cuya secesión había sido permitida por Lenin; tres nuevas pequeñas repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania), respecto de las cuales no existía precedente histórico; Polonia, que recuperaba su condición de estado independiente después de 120 años, y Rumanía, cuya extensión se había duplicado con la anexión de algunos territorios húngaros y austriacos del imperio de los Habsbugo y de Besarabia, que antes pertenecía a Rusia. De hecho, prosigue Hobsbawm [Hob01], Alemania había arrebatado la mayor parte de esos territorios a Rusia, que de no haber estallado la revolución bolchevique los habría recuperado. El intento de prolongar ese aislameinto hacia el Cáucaso fracasó, principalmente porque la Rusia revolucionaria llegó a un acuerdo con Turquía (no comunista, pero también revolucionaria), que odiaba los imperialismos británico y francés. En resumen, en el este los aliados aceptaron las fronteras impuestas por Alemania a la Rusia revolucionaria, siempre y cuando no existieran fuerzas más allá de su control que las hicieran inoperantes [Hob01].

El historiador prosigue indicando que no es necesario realizar la crónica detallada de la historia del período de entreguerras para comprender que el tratado de Versalles no podía ser la base de una paz estable. Estaba condenado al fracaso desde el principio y, por lo tanto, el estallido de una nueva guerra era prácticamente seguro. Los Estados Unidos optaron casi inmediatamente por no firmar los tratados y en un mundo que ya no era eurocéntrico y eurodeterminado, no podía ser viable ningún tratado que no contara con el apoyo de ese país, que se había convertido en una de las primeras potencias mundiales [Hob01]. Dos grandes potencias europeas, y mundiales, Alemania y la Unión Soviética, fueron eliminadas temporalmente del escenario internacional y además se les negó su existencia como protagonistas independientes. En cuanto uno de estos países volviera a aperecer en escena, quedaría en precario un tratado de paz que sólo tenía el apoyo de Gran Bretaña y Francia, pues Italia se sentía descontenta. Y, antes o después, Alemania, Rusia, o ambas recuperarían su protagonismo. Las pocas posibilidades de paz que se tenían fueron torpedeadas por la negativa de las potencias vencedoras a permitir la rehabilitación de los vencidos [Hob01]. El tratado de Versalles sólo establecía la paz con Alemania. Diversos parques y castillos de la monarquía situados en las proximidades de París dieron nombre a los otros tratados: Saint Germain con Austria; Trianon con Hungría; Sèvres con Turquía, y Neuilly con Bulgaria.

El Tratado de Trianon, según Josep Palau [Pa96], que estableció en 1919 la frontera entre Hungría y el emergente Reino de los serbios, croatas y eslovenos -frontera hasta hoy respetada-, adjudicó a Hungría una pequeña parte de Vojvodina, y medió en una disputa serbo-húngara a propósito de Baranja, resolviéndola a favor de los serbios. Por el contrario, la delimitación política entre Serbia y Croacia dentro de Yugoslavia fue siempre imprecisa y sometida a diversos avatares. En el período comprendido entre las dos guerras, hubo hasta tres divisiones administrativas distintas en Yugoslavia. En 1919 se organizaron 33 distritos. En 1929 se formaron 9 provincias (banovinas), con un estatuto especial para la ciudad de Belgrado. En 1939 fue ampliado considerablemente el territorio de la banovina de Croacia para incorporarle la costa adriática desde Zadar a Dubrovnik, así como parte de las actuales Vojvodina y Bosnia y Herzegovina [Pa96].

Por el otro lado, en 1918 se estableció el Comité de Kosovo (1, 2, 3, 4, 5), cuya política fue directamente contra el Reino Unido de Serbios, Croatas y Eslovenos en un principio, y el de Yugoslavia después, tomando como base las bandas terroristas conocidas como kačaks (1, 2, 3) que tuvieron actividad en Kosovo entre 1919 y 1924.

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23.6.05

De las dos guerras balcánicas y las circunstancias políticas en los Balcanes al inicio del siglo XX

En este momento, y no sin mencionar el problema que comparten algunos intelectuales sudeslavos de la actualidad y que radica en pensar y analizar la región como aislada de Europa y el mundo, casi nunca contextualizándola con procesos histórico-políticos presentes alrededor de los Balcanes, y la escasa probabilidad que la unificación de los eslavos del sur fuera únicamente estimulada por un movimiento cultural-intelectual, comentaré aquí algunas reflexiones sobre las relaciones entre los grandes poderes occidentales en la segunda mitad del siglo XIX e inicios del siglo XX y su relación con la idea de la unificación de los eslavos del sur.

"(...) La acción y unión de los países balcánicos tenía cierto peligro para las grandes potencias. Gran Bretaña, era aliada del Imperio Turco. En cuanto a austro-húngaros y rusos, "en el fondo, los dos rivales tradicionales eran partidarios de mantener la paz: Rusia no tenía ningún deseo de ver entrar triunfante en Constantinopla al zar de Bulgaria o al rey de Grecia, y los austro-húngaros pensaban que, si se erigían en defensores de la nacionalidad olvidada, Albania, podían conseguir una victoria diplomática e impedir que Serbia se estableciese en las costas del Adriático" (apud Alan Palmer, "Guerras en los Balcanes", artículo en Historia mundial del siglo XX, tomo I, Ed. Vergara, pp. 345-353). Rusia, supuesta valedora de los países ortodoxos, necesitaba evitar, para mantener e incrementar su control sobre la zona, que ningún estado se hiciera excesivamente poderoso; mucho menos podía permitir una unión de todos los países balcánicos, una Federación Balcánica." [Marxismo Hoy] (1, 2, 3,4, 5, 6)

Los comienzos del siglo XX marcaron en la historia de los pueblos sudeslavos un nuevo y significativo impulso a favor de los anhelos libertarios y de unificación estatal de algunos pensadores que aparentaban ser una mayoría, para decir lo menos: discutible. El acercamiento entre los partidos burgueses de tendencia sudeslavista y el vuelo del movimiento socialista y juvenil, dentro de los cuales predominaban las exigencias de libertad y de unidad, hicieron que las ideas de autonomía y unificación lograran el que las clases burguesas y los intelectuales progresistas sudeslavos se sintieran más cerca y definidos (1, 2, 3, 4).

El auge económico, político y cultural que Serbia empezó a experimentar desde el año 1903 como monarquía parlamentaria y democrática le dio fuerza para que, en alianza con Montenegro, Bulgaria y Grecia, expulsara definitivamente a los turcos luego de la última Guerra Balcánica que duró de 1912 a 1913 (1, 2, 3, 4).

Las potencias europeas se reunieron en Londres en diciembre de 1912 con los países en guerra, para intentar parar un conflicto que veían peligroso e imponer sus intereses (1). Sin embargo, no lo consiguieron y la guerra duró cinco meses más, hasta conseguir arrinconar al Imperio turco a una parte de la Tracia, la actual Turquía europea. Albania, que al calor de la guerra se había rebelado contra los otomanos, surgió como país apoyada por Austria-Hungría e Italia (1, 2).

Esta guerra puso sobre la mesa la posibilidad de una Federación Balcánica, que habría supuesto un enorme paso adelante para el desarrollo del capitalismo en la zona y para la solución de los problemas nacionales. Sin embargo, esta salida estaba prácticamente descartada, en el marco de una feroz crisis del capitalismo internacional, que llevaba a cada potencia imperialista a defender con uñas y dientes sus mercados y zonas de influencia y a luchar por arrebatar los ajenos (y que, un año después, desembocaría en la I Guerra Mundial). El derecho al desarrollo nacional y a la independencia nacional no existe en la etapa imperialista del capitalismo, salvo para los países capitalistas avanzados [Marxismo Hoy].

Por otra parte, el protagonismo en la guerra de las reaccionarias castas monárquicas y de la burguesía constituía un peligro, el de que se impusiera la lucha por los intereses chovinistas de cada monarquía frente a la lucha social. Tal y como explicaba Lenin, "los obreros conscientes de los países balcánicos fueron los primeros que lanzaron la consigna de solución democrática consecuente del problema nacional en los Balcanes. Esa consigna es: República Federativa Balcánica. La debilidad de las clases democráticas en los actuales estados balcánicos (el proletariado es poco numeroso, los campesinos están oprimidos y fraccionados y son analfabetos) ha conducido a que la alianza, imprescindible económica y políticamente, se haya convertido en una alianza de las monarquías balcánicas" (apud V. I. Lenin, "Un nuevo capítulo de la historia universal", Pravda del 21 de octubre de 1912), y "la liberación completa respecto de los terratenientes y del absolutismo tendría como resultado inevitable la liberación nacional y la plena libertad de autodeterminación de los pueblos. Por el contrario, si pervive el yugo de los terratenientes y de las monarquías balcánicas sobre los pueblos, seguirá existiendo, también inexcusablemente, en mayor o menor grado, la opresión nacional" (apud V. I. Lenin, "La significación social de las victorias serbo-búlgaras", Pravda, p. 75). Como efectivamente ocurrió. [Marxismo Hoy]

Y no sólo eso. Las ambiciones de las clases reaccionarias en Macedonia motivaron la Segunda Guerra Balcánica (de junio a julio de 1913) (1, 2, 3, 4, 5). Sólo un mes después de firmar la paz con los turcos las tropas serbias y griegas (junto a las rumanas) se enfrentaron a las búlgaras, con las que acababan de compartir trincheras.

Austria por otra parte, no se resignaba a detener su expansión a costa de los territorios sudeslavos. Los Habsburgo parecían ser incontenibles. Ya gobernaban sobre Eslovenia, Croacia, Vojvodina, Bosnia y Herzegovina... seguía el debilitado (tras las dos guerras balcánicas mencionadas) reino serbio.

La primera manifestación enérgica y trascendente de los planes de la unificación y liberación de dominaciones extranjeras de los pueblos sudeslavos (al menos en las mentes de sus intelectuales ideológos) fue llevada a cabo en Sarajevo, Bosnia -en el imperio Austro-Húngaro- el 28 de junio de 1914, en medio del inicio de un proceso coyuntural mundial que no cesará sino hasta 1945. Fue justo en este día cuando durante su visita a esta ciudad, era asesinado a manos de Gavrilo Princip, miembro de una organización juvenil intelectual de los serbios austrohúngaros llamada Mlada Bosna (La Bosnia Joven), el príncipe heredero del trono austrohúngaro, el archiduque Francisco Ferdinando (Franz Ferdinand). Este hecho fue utilizado por Austrohungría para lanzar un ultimátum y luego desencadenar la guerra contra Serbia (1, 2, 3, 4, 5).

Escenario perfecto, pretexto indiscutible. A los anales de la historia mundial, la causa del presente atentado entró íntimamente ligada a una idea de unificación de pueblos sudeslavos.

Sin embargo, para entender con mayor profundidad lo complejo de las definiciones nacionales balcánicas, Josep Palau [Pa96] escribe que una segunda idea nacional croata –la yugoslava- se desarrolló paralelamente a la anterior (la de emancipación individual) durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. Esa corriente veía la liberación respecto del Imperio y el fin del sometimiento a Alemanes y Húngaros como parte de una emancipación de los pueblos eslavos. Los serbios de Croacia eran vistos como aliados, incluso como hermanos. Los varios pasos de Serbia hacia la independencia respecto a los turcos eran vistos con admiración y simpatía. Así, la idea yugoslava se desarrolló antes y con más fuerza en Croacia que en Serbia, donde veían su emancipación nacional satisfecha al erigirse en estado desgajado de Estambul y reconocido como plenamente independiente en 1878. Ciertamente, la mayoría de los croatas, y desde luego las corrientes políticas nacional-católicas, partían de la consideración de que su mayor desarrollo cultural y civil y su vinculación a los centros más avanzados de Europa les convertían en los líderes naturales de la emancipación eslava en el Imperio Austro-Húngaro.

Los éxitos de Serbia y Montenegro, prosigue Palau, en la obtención de la independencia después de sus triunfos en las dos guerras balcánicas, de 1912 y 1913 y, en general, el ascenso del prestigio de los serbios, eran vistos como una rivalidad que ponía en peligro el proyecto nacional croata, ya que dificultaba su genuina reafirmación. De esta manera, el sentimiento croata, tan bien preservado durante 800 años, derivó en frustración nacional. Algo así como: ”¿Cómo es posible que, tras tanto esperar, y ahora que ha llegado la hora de los estados nacionales, se nos anticipen con mayor fortuna quienes son inferiores a nosotros?” [Pa96].

Esa frustración recelosa hacia Serbia que describe Palau [Pa96] se convirtió en irritación frente a los propios serbios en Croacia, a los que se vio como un factor perturbador, anómalo, que impedía madurar el logro final de un estado soberano croata al estropearlo con las visiones yugoslavas, percibidas como humillantes. Dada su predominancia rural, los serbios actuarían también de freno, siempre según ese pensamiento, a la expansión del industrialismo y del consiguiente desarrollo social y económico de Croacia. Se llegó a decir que los serbios son un puñal en la garganta de Croacia [Pa96].

Es desde luego, imprescindible ir ligando todos estos procesos histórico-psicológicos del problema interétnico croata serbio con la diversidad de las teorías acerca del origen de los eslavos y las cuatro guerras que tomaron lugar a todo lo largo de la década de los noventa, en los preámbulos del siglo XXI.

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19.6.05

La realidad albanesa bajo el imperio otomano y su suerte en el siglo XIX e inicios del XX

Siguiendo con la reseña en español de los artículos publicados por el Dr. Sam Vaknin para el Central Europe Review entre octubre y noviembre de 1999, que ya se han comentado aquí y aquí en este blog, habría que señalar que la interrupción de la prosperidad cultural albanesa ocasionada por la invasión otomana y su división entre las religiones cristiana y musulmana que ello tuvo como una consecuencia directa, repercutieron en la creación del albanismo, una religión políticamente reunificadora y sustituta de las otras dos, que los líderes políticos albaneses promovían durante el siglo XVIII. Lo anterior iba ligado, desde luego, al inminente peligro de desnacionalización que la existencia de dos religiones, una ligada al occidente y la otra al oriente, pudieran provocar.

Todo este malestar y el gran potencial de revuelta que se había acumulado en la población aalbanesa a lo largo de la dominación turca encontraban su expresión en la creaación de la llamada Liga de Prizren (1), fundada en Kosovo en 1878. El hecho de considerar Kosovo parte de la nación albanesa era herencia de las fronteras administrativas impuestas por el Imperio Otomán, que carecían de cuaalquier otro fundamento histórico o etnico. Un grupo diminuto de albaneses de la parte norte de la provincia, con intereses políticos localistas en un principio adoptó rápidamente una agenda expansiva, buscando unificar en una sola unidad política las cuatro partes supuestamente constitutivas de Albania: Kosovo, Shkoder, Monastir y Jamina, separadas en cuatro vilayets (areas administrativas del Imperio turco). Sin embargo, en opinión de Vaknin, no sería correcto atribuír el delirio de la llamada Gran Albania que ha sido el motivo principal de todos los nacionalistas albaneses a lo largo de todo el siglo XX y hasta la fecha, a este movimiento.

La Liga de Prizren buscaba una solución administrativa, no política. Lo que querían era crear una zona albanesa dentro del mismo Imperio otomán. Estaban más enfocados a cuestiones más benignas, prosigue Vaknin, y menos amenazantes tales como la cultura, el arte, la literatura y la educación. En poco tiempo se convertía la Liga de Prizren en un movimiento cultural con asspiraciones administrativas, no lo que, según Vaknin, hoy en día de ellos han hecho los historiadores (las curivas son mias) albaneses nacionalistas.

La insistencia en el idioma albanés y la fuerte oposición a su uso por parte de los turcos transformaban la Liga de Prizren en un movimiento nacionalista a la par con los lineamientos alemanes e italianos de esa segunda mitad del siglo XIX. Fue en Monastir (hoy la ciudad de Bitola en Macedonia) que el alfabeto latinizado fue adoptado como oficial, en 1908.

Finalmente, cuando la última esperanza de una pronta autonomía y democratización en los territorios albaneses fue sellada por las incumplidas promesas de los Jóvenes Turcos de Ataturk, los albaneses se rebelaron y forzaron al "hombre enfermo" de Europa (el Imperio Otomán) de cumplirles estos deseos en 1912.

Sin embargo, al término de la Primera Guerra Balcánica, los ejércitos griego, serbio y montenegrino conquistaron las tierras albanesas y las dividieron entre ellos.

El trauma de la división que comparten con casi todos los pueblos balcánicos, es recurrente en la psique albanesa. Expuestos a la desaparición de Albania tan poco tiempo después de su nacimiento, los líderes albaneses organizaron una asamblea en laa ciudad de Vlore, el 28 de Noviembre de 1912 y declararon su independencia. Esta asamblea fue presidida por Imail Kemak, de raíces albanesas, anteriormente un alto oficial del ejército otomán.

En diciembre de 1912, las grandes potencias -Gran Bretaña, Alemania, Austro-Hungría, Italia y Francia- decidieron en Londres dividirse los territorios albaneses "independientes" en vista de estos acontecimientos inesperados. La conferencia de Londres le entregó los territorios del estado independiente de Albania a Austro-Hungría e Italia, recortándole los territorios de Kosovo que por sensibilidad histórica y la situación geopolítica de la región entre las Guerras Balcánicas le fueron cedidos a Serbia, y de Canenia, coptados por Grecia. Ello significaba que los territorios más ricos y más de la mitad de la población albanesa fueron apartados del proyecto administrativo inicial.

Dos procesos históricos de larga duración más aparecieron ese día en los Balcanes: el resentimiento terrible con potencial bélico entre los albaneses y el reino serbio y todos sus sucesores hasta el día de hoy, y la negación mutua griego-albanesa.

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De la creación de la identidad albanesa antes y durante la llegada del imperio otomán

He aquí una reseña en español de los artículos publicados por el Dr. Sam Vaknin para el Central Europe Review entre octubre y noviembre de 1999.

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Los albaneses de la actualidad se hacen descender de los antiguos ilirios, de los que ya se había escrito aquí, aunque una minoría intelectual aún insiste que sus ascendentes directos son los tracios que se han mencionado en diferentes ocasiones ya en este blog. El idioma albanés es, sin embargo, una invención mucho menos antigua (inventado hace unos 1500 años), aunque posee elementos de los antiguos idiomas ilirio y tracio.

Existían en los primeros tiempos de su aparición en la península balcánica, sin embargo, grandes diferencias entre los diversos grupos de los ilirios. Según las investigaciones del Dr. Vaknin, los habitantes de las zonas montañosas (actual Albania), se encontraban aislados del resto y retrasados en comparación con los de las planicies, dedicándose los segundos a extraer fierro, cobre, oro y plata de las minas que administraban y al comercio maritimo utilizando sus liburnae, una especie de galeones muy rápidos y delgados. Los romanos retomaron de ellos el diseño de las embarcaciones, llamándolas por su parte liburnian. Los ilirios creían en la vida después de la muerte y de acuerdo con esta idea y la de las consecuencias de sus actos, enterraban a sus muertos.

Las ciudades importantes de Durres y Vlore fueron fundadas realmente por los griegos hace aproximadamente 2500 años. La primera se hacía llamar Epidamnus y la segunda, a unos cuantos kilómetros de distancia, Apolonia. No es coincidencia, al igual que pasaba en otras regiones de la influencia helénica, que los griegos adoptaran a cambio de su superioridad cultural las mayores aptitudes administrativas y económicas de sus súbditos, en este caso las ilirias, que permanecieron en competencia con la influencia griega. Lo que iniciaba como una alianza de defensa, terminó en la creación de reinos ilirios (de Enkalaya, Taulante, Epiroteo y Ardianés). El enemigo principal de los reinos ilirios, desde aquel entonces, fueron los macedonios bajo el reino de Felipe II y su hijo Alejandro el Magno.

En el año 229 a.C., como ya se comentó aquí, las tribus ilirias (o reinos) fueron conquistados por los romanos, quiénes borraron a las tropas comandadas por la Reina Teuta en su avance hacia el mar Adriático. En el año 289 a.C, ya no existía tal cosa como los reinos de Iliria. Roma gobernaba estas tierras bajo el nombre de Illyricum.

Bajo los 600 años de la dominación romana, el arte, la cultura, la filosofía e incluso la lengua ilirias florecieron bajo una dominación muy comprensiva y benigna. Durante este período, los habitantes de Illyricum podían cultivarse e incluso adoptar los diferentes cultos orientales, tales como el cristianismo o el culto a Mithra (el Dios persa de la luz).

La religión iliria (pagana) competía con el cristianismo, aunque privilegiada por los principios del helenismo de la epoca, que se veían ahorcados por el culto cada vez más oscuro y dogmático que impregnaba a Bizancio, al menos hasta la Controversia Iconoclástica de 732, después de la cual la Iglesia Albanesa (iliria) era apartada de la autoridad del Papa romano y supeditada a la mucho más humana Patriarquía de Constantinopla, por decisión del Emperador Leo III. Cuando se dividió finalmente la Iglesia cristiana en la del Poniente y la del Occidente en 1054, las relaciones espirituales y económicas de una Albania dividida entre el norte pro-romano y el sur pro-Constantinopla, permanecieron intactas.

No es muy conocido que los ilirios efectivamente gobernaran el Imperio Romano en sus últimas decadas, bajo los emperadores Gaio Decio, Claudio Gótico, Aureliano, Probio, Diocleciano, e incluso Constantino el Grande. En 395 d.C., tras la separación del imperio del Oriente (más tarde, Bizantino) y el del Occidente, Albania se veía final y firmemente parte del Imperio Oriental. Como resultado de la influncia ilirica en la política del Imperio Bizantino bajo Anastasio I, Justino I y Justiniano I, Ilria se volvía el objetivo favorito de las tribus bárbaras: los visigotos, hunos y los ostrogotos.

La interacción entre los ilirios y los eslavos que aparecían en los balcanes, era una relación de amor y odio. Muchos grupos ilirios asimilaron la cultura de los invasores, fundiéndose con ellos, como ya se había comentado aquí. En los 300 años, entre los siglos VI y el VIII, del proceso de asimilación, los ilirios desaparecieron como tales para que aparecieran los eslavos, o mejor dicho los eslavos del sur. Sin embargo, los ilirios asentados en el sur, en lo que es hoy Albania y partes de la Macedonia occidental, resistieron este proceso de fusión y preservaron su identidad y su cultura. Para distingirse de los "asimilados", inventaron Albania.

El nombre en sí mismo es, sin embargo, mucho más antiguo. Ptolemio de Alejandría lo menciona unos 600 años antes de que algunos ilirios lo utilizaran para nombrar sus nuevos territorios. Se necesitaron otros 300 años, hasta bien entrado el siglo XI, para que los ilirios pudieran aceptar completamente su reinvención como albaneses -los sucesores de la tribu Albanoi que ocupaba anteriormente la parte central de Albania de hoy (llamada Arberi). Cinco siglos después, los albaneses por sí mismos cambiaron el nombre de su territorio, y lo empezaron a nombrar
Shqiperia. Nadie sabe a ciencia cierta el por qué de este cambio, ni siquiera los estudiosos albaneses, aunque ellos prefieren atribuirlo, sobre bases etimológicas, a shquipe, la palabra albanesa para águila.

Es una ironía de la historia el que el oscurantismo medieval fuera el mejor período jamás alcanzado en la historia de Albania. Durante este tiempo se fundaron ciudades poderosas, habitadas por la nueva clase de burgueses involucrados en el comercio. Las casas de comercio albanesas se establecieron por todo el Mediterráneo, desde Venecia hasta Tesalónica. Los albaneses eran la epítome de la educación y cultivaron las artes; conversaban únicamente en latín y griego, dejando morir su idioma antiguo.

Sin embargo, Albania jamás fue un territorio pacífico. Fue conquistada por los búlgaros, normanos, italianos, venecianos, y luego por los serbios en 1347, bajo el gobierno de la dinastía de los Nemanjic. Muchos albaneses emigraron al ingreso de los serbios hacia Grecia o a las islas del mar Egeo. No fue sino hasta 1388 cuando los otomanos invadieron Albania.

Los albaneses, sin embargo, lograban su independencia nuevamente en 1443, por lo que le tienen que agradecer a Skanderbeg (cuyo nombre verdadero era Gjergj Kastrioti), quién usando su genialidad militar expulsó a los otomanos en una serie de derrotas humillantes adiministradas por parte de la coalición de los príncipes albaneses. Desde su refugio en las montañas en Kruje, él frustraba todos los esfuerzos de los otomanos por retomar Albania, que querían utilizar como base para intentar invadir Italia y de allí toda Europa occidental.

La independencia representó un logro individual, sin embargo y al igual que todos los grandes líderes de la historia, el error de Skanderbeg fue no haber preparado a un sucesor. Después de su muerte en 1506, los turcos retomaron Albania. El papel de Skanderbeg resulta, sin embargo, primordial en la creación de una nación albanesa allí donde no había tal anteriormente y el entorpecimiento del paso de los turcos hacia Europa occidental.

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9.6.05

De los orígenes de la idea de la unificación de los eslavos del sur

Escribiendo acerca de la idea de Yugoslavia como una ilusión, Mira Milosevich [Mil00 apud. Olivera Milosavljevic, Jugoslavija kao zabluda. Srpska strana rata, editor Nebojsa Popov, Republika, Belgrado, 1996, p. 41] por su parte sugiere que Yugoslavia era una ilusión en la medida en que fue inventada por los primeros lingüistas del serbocroata. La idea de que el idioma es la base de la nación venía del romanticismo herderiano a través del esloveno Jernej Kopitar (1780-1847) y de su alumno Vuk Stefanović Karadžić. El segundo nació en la Serbia rural y, como tantos otros compatriotas, marchó a estudiar a Viena. Allí conoció al esloveno Kopitar y se convirtió en su alumno y su aliado para construir un idioma común de los eslavos del sur. Karadžić, basándose en el dialecto štokavski de los campesinos serbios de Herzegovina, donde él mismo había nacido, creó el ya mencionado alfabeto serbio. Karadžić sacaba la conclusión, según este criterio, de que todos los que hablaban en el dialecto štokavski eran serbios. Pero no era esta idea muy original. Antes que él, dos lingüistas, el checo Jozef Dobrovsky (1753-1826) y el eslovaco Pavel Safarik (1795-1861), identificaron el dialecto štokavski con los serbios [Mil00 apud. Anzulovic, B. Heavenly Serbia. From Myth to Genocide, Hurst & Company, Londres, 1999, p. 76].

Safarik, en 1826 y en Budapest, había publicado el libro La historia del idioma eslavo y la literatura eslava, identificando a los serbios con los eslavos del sur, y dándoles un nombre común –ilirios-. Safarik partía de la idea de que hay que separar el concepto de la nación y el de la religión, fundando la idea de la nación en la comunidad lingüística. Mientras los ciudadanos hablen el mismo idioma, pertenecen a la misma nación. La lucha por probar que existía un único idioma –ilirio-, base común del serbio y del croata, que tomó cuerpo en el movimiento conocido como ilirismo fue, según Mira Milosevich [Mil00], el origen de la invención de la nación yugoslava.

Sobre los ilirios, Ilyricum y temas afínes ya se ha escrito en este blog, aquí y aquí.

Sin embargo, no era la idea de la unificación de los eslavos del sur únicamente ligada a ideas lingüísticas y culturales. Una gran parte de intelectuales que apoyaron este movimiento desde un inicio y finalmente llevaron a cabo su consumación en la primera mitad del siglo XX, clamaban que este proyecto era la precondición para romper el lastre feudal, crear un sentimiento nacional unitario e independiente de los imperios que lo dominaban y desarrollar las fuerzas productivas propias que los mantuvieran a flote y autónomos en el ámbito internacional. Tampoco hay que olvidar que es precisamente el siglo XIX el tiempo de las unificaciones alemana e italiana, al menos, y que la intelectualidad progresista y liberal de los pueblos sudeslavos tenía un gran contacto con estos pensamientos europeos y vivía bajo su gran influencia. Por otro lado, es la misma época de la cristalización de la severa crítica al capitalismo encabezada por Karl Marx y Friedrich Engels y de la llamada Primera Internacional Socialista. Esta idea de una emancipación acompañada se fue convirtiendo en un objetivo de las masas de croatas, eslovenos y los demás pueblos balcánicos sometidos a los Habsburgo y en proceso de independencia de Turquía.

Según el poeta y diplomático serbio Jovan Dučić, el término ilirismo de los lingüistas eslavos procede del nombre Iliria, que dio Napoleón a los territorios conquistados en Dalmacia, Croacia y Eslovenia con la intención de formar un nuevo reino en los Balcanes [Mil00 apud. Dučić, J., Verujem u Boga i u srpstvo, Ars libri, Belgrado, 1942, p. 14], temas que aunque brevemente, menciono aquí. Pero hay otras posibilidades: Ilyricum fue el nombre romano para las provincias del imperio en territorio balcánico. Los primeros pobladores de los Balcanes, como ya se ha mencionado, se llamaban de igual manera ilirios, cuya herencia étnica reclaman los nacionalistas albaneses para fundamentar unos supuestos derechos históricos que están en la base misma del proyecto de la Gran Albania en los Balcanes y que comento un poco más en detalle aquí.

El ideal de un estado yugoslavo cuyos ciudadanos hablasen un idioma ilirio se debe a un alemán. Ljudevit Gaj, hijo de emigrantes alemanes, aceptó las ideas de Kopitar y Karadžić y las del ilirismo. Imitando a Karadžić y su alfabeto, el cirílico azbuka, Gaj, basándose en el latín, creó la gajevica, es decir el alfabeto croata. Fue él mismo quién fundó en 1836 la Asociación de los amigos del pueblo ilirio en Croacia, con la idea de crear una base política para la unión de todos los eslavos del sur –serbios y croatas como núcleo de la nación, y eslovenos y búlgaros como miembros constituyentes-. La ilusión se desvaneció, como suele ocurrir, cuando empezaron a chocar entre sí los programas de los políticos y los de los lingüistas.

El ilirismo fue un movimiento cultural, sin un claro concepto político sobre el posible estado común. Gaj decía en 1841, siete años antes de la desparición del movimiento ilírico, ”que Dios se ocupe de la Constitución húngara, el reino croata y la nación iliria”. El miembro del gobierno serbio o mejor dicho, el primer ministro de Serbia entre 1842 y 1843, Avram Petronijević (1791-1852) (1) advertía a los serbios de que no se fiaran de los ilirios que decían luchar por el común idioma eslavo mientras en su propia casa hablaban alemán [Mil00 apud. AAVV, Istorija Jugoslavije. Prosveta, Belgrado, 1973, p. 242]. Pero fue Ilija Garašanin, el ministro de Interior del rey Aleksandar Karadjordjević, quién escribió el primer programa nacional serbio en 1844, Načertanija –Directrices-, que fue la causa principal de la desaparición de los ilirios (1, 2, 3).

La obra principal de Garašanin tomó las sugerencias amplias del patriota y jefe del estado polaco, el conde Čartoriski. La idea fundamental era volver a Serbia el punto central de atracción para los eslavos del sur que se encontraban en los Balcanes. Lo anterior tomando en cuenta que Serbia se había vuelto el estado cristiano más significativo en esos momentos en estos territorios. Para ello y buscando una mayor emancipación del estado serbio y su mayor autonomía en cuanto a influencias turca, rusa y austrohúngara, Garašanin cultivaba las relaciones con el occidente y gozaba de peculiar prestigio en Paris, ya que su principal objetivo para crear una alianza era precisamente Francia. Su política basada en estas ideas tuvo gran auge en el año de 1852, mientras fungía como ministro del interior. Sin embargo, todo ello causaba grandes protestas por parte del Reino Ruso, razón principal de su abandono de la escena política en 1853 [Sv].

Fue en esta época y sobre todo en 1856 que se volvía el principal opositor del rey Aleksandar y su política que en opinión de Garašanin se había vuelto demasiado austrofílica. Sin embargo, el rey lo nombró a pesar de todo ministro del interior en 1858; este hecho no disminuyó su actividad en la oposición - más bien, aumentó su influencia. Incluso, aportó acciones que finalmente desembocaron en la caída del rey en la Asamblea de San Andrés –Svetoandrijska Skupstina- en 1859. Volvió a trabajar en su programa nacional con logros certeros bajo el rey Mihailo, cuya política nacional se veía impregnada de ideas de Garašanin [Sv].

La sociedad clandestina El Círculo Secreto de Paneslavismo de Belgrado fue la organización que unió a los activistas políticos inspirados en el programa de Garašanin. El objetivo principal de este programa, y de todos los futuros programas políticos serbios, era crear una nación sudeslava que tendría como base el estado serbio. A pesar de que en Viena, en 1850, los intelectuales croatas y serbios -entre ellos, Vuk Karadžić- firmaron un Acuerdo literario, los acuerdos políticos no desaparecieron. Los croatas imaginaban el futuro estado en los territorios desde Eslovenia hacia el oeste, a través de Belgrado y hasta Bulgaria, con la capital en Zagreb. Los serbios añadían a todos estos territorios Bosnia y Herzegovina y el norte de Albania, con la capital del estado en Belgrado y con la monarquía de la dinastía serbia al frente.

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De la suerte de montenegrinos, croatas, eslovenos, bosnios y macedonios en el siglo XIX

Montenegro (1, 2) alcanzó su independencia y unidad en el curso de todo el siglo XVIII y parte del XIX, en medio de una lucha ininterrumpida con los turcos (1, 2, 3). Ya en un convenio de paz del año 1842, Montenegro se hizo llamar ”provincia autónoma”; y en 1851 se transformó en Principado (1). Por decisión del Congreso de Berlín de 1878 adquirió la categoría de estado independiente y en 1910 pasó a tomar el nombre de Reino de Montenegro (1).

Gracias a los esfuerzos del vladika Petar I Petrović se dictó en 1798 su primer código, que fue complementado en 1803. Esta labor fue proseguida por Petar II Petrović Njegoš (1, 2) quien, además de gobernante y jefe espiritual de su pueblo, ha sido uno de los más gloriosos poetas sudeslavos de todos los tiempos. A él corresponde la creación del primer Senado montenegrino, en 1831, la institución de órganos del poder según las diversas tribus y la formación de una guardia personal dotada de facultades ejecutivas. Además, en 1833 introdujo un adecuado sistema de impuestos y al año siguiente fundó en Cetinje la primera imprenta. Escribió el libro ”Gorski vijenac” (Versos o Corona de la Sierra), que funge como una de las más gloriosas obras de arte montenegrinas hasta nuestros tiempos.

La historia de los pueblos croata y esloveno experimentó un significativo cambio a la creación de la provincia de Iliria (1, 2, 3), fundada en sus territorios a iniciativa de Napoleón Bonaparte. La liquidación de las viejas relaciones de propiedad de la tierra y el uso de los idiomas populares fueron las conquistas más importantes logradas en la evolución política y en el despertar nacional de estos pueblos. Esto último quedó demostrado luego de la disolución de la provincia napoleónica y la restauración del poder austriaco, en 1815. A pesar del absolutismo de la corte vienesa, la conciencia nacional prendió en capas más amplias de la población y alcanzó un programa más concreto. En Croacia, este sentimiento fue especialmente estimulado por la forzada hegemonía política y cultural húngara, a partir del año 1825. La restauración del absolutismo y la reforma constitucional de la monarquía de los Habsburgo, después de lo cual Croacia firmó un compromiso con Hungría el año de 1868, no detuvieron empero el resurgimiento nacional en Croacia, cuyos líderes Josip Štrosmajer y Franjo Rački continuaron uniéndolo a la idea de unificación cultural y política de todos los sudeslavos (1, 2, 3, 4).

En este momento sería importante mencionar que otra parte importante de la intelectualidad croata veía la unificación de los mencionados pueblos simplemente como un paso hacia una posterior emancipación propia.

Josep Palau [Pa96], en su libro El espejismo yugoslavo (1), escribe que en el siglo XIX, la dinastía de los Habsburgo, especialmente con María Teresa y José II, dedicó grandes esfuerzos al intento de convertir el mosaico imperial multiétnico y multilingüe en una nación en la que todos hablarían alemán, y que sería lógicamente dirigida por las élites alemanas. Las presiones consiguientes para la germanización cultural y política encontraron inmediata resistencia en los pueblos no teutones del Imperio, especialmente en el caso de los húngaros, mejor organizados y con una conciencia nacional superior. La mejor manera que los magiares encontraron para resistir la germanización fue la creación de un gran estado húngaro, étnicamente homogéneo. Para ello había que magiarizar los territorios bajo su control, de los Cárpatos al Adriático (1). Como tercera pieza de esa cadena de dominó, los croatas se opusieron fieramente a la adopción de la lengua y la cultura húngaras. Para dar más fuerza a su lucha, iniciaron los intentos de croatizar a los serbios.

Las élites aristócratas croatas, siempre apoyadas por la Iglesia católica, hicieron un gran esfuerzo por mantener su identidad política y los símbolos de continuidad del estado bajo-medieval que habían perdido por conquista húngara en el siglo XI. Ese esfuerzo duró mil años y es muy respetable, pues consiguió transmitirse hasta nuestros días sin apoyarse apenas en un poder político efectivo. Josep Palau [Pa96] comenta que ello, sin embargo ”contiene un perfil confesional y etnocéntrico de la idea nacional croata: lo croata es lo secularmente católico, entrando en contradicción con la realidad social que los siglos habían visto evolucionar hacia una sociedad más plural y multiétnica. Esa concepción tradicional condujo a identificar la recuperación plena de la identidad de Croacia con la exclusión de los serbios, a los que no se ve como parte natural del mismo país, sino como extraños intrusos que mancillan la pureza de la identidad propia." (1, o el punto de vista de la diáspora croata en América Latina: 2).

De las tierras sudeslavas que en el curso del siglo XIX permanecieron bajo poder turco, Bosnia y Herzegovina se transformaba más de una vez en problema central de la diplomacia europea. Mientras Turquía aniquilaba sangrientamente la vieja nobleza bosnia, los cristianos oprimidos se alzaban contra las relaciones feudales y a favor de la independencia nacional, en 1852, 1861 y 1875 (1, 2, 3). Con el fin de solucionar el problema de Bosnia y Herzegovina eludiendo la satisfacción de los ideales nacionalistas de sus pobladores, el Congreso de Berlín (1, 2) en el año de 1878 confirió a Austrohungría el mandato de ocupar estas regiones.

En cuanto a Macedonia en el siglo XIX, la revista Marxismo Hoy escribe: "Si los Balcanes es el polvorín de Europa, Macedonia es el polvorín de los Balcanes. Esta región es mucho más amplia que el actual país con ese nombre. Es la enorme franja que va desde casi toda la frontera oriental de Albania hasta el mar Egeo, limitando al Este con Tracia y al sur con la Tesalia griega. Su composición étnica era (y es) compleja, no sólo porque hubiera casi "de todo" (búlgaros –que eran mayoría–, griegos, eslavos, rumanos, turcos, judíos, albaneses), sino también porque, en el campo, el contacto entre estos pueblos era prácticamente inexistente: vivían de espaldas en aldeas vecinas, cada una con su lengua y su cultura. (...)

Grecia, Serbia, Bulgaria, e incluso Albania, ambicionan Macedonia, o parte de ella. Esto lleva a las tres primeras, las potencias de la zona, a una cruel lucha, primero en el terreno cultural (una carrera por la creación de escuelas para enseñar cada lengua y de templos de cada una de las tres Iglesias ortodoxas, desde finales del XIX), y luego directamente terrorista (especialmente, de 1904 a 1908). Los comitayis (miembros de bandas), sirviendo los intereses de alguno de los tres reinos, presionan a los campesinos a declararse de una determinada nacionalidad y religión, quemando aldeas y asesinando u obligando a huir a miles de macedonios (...) En 1893 se crea la VMRO (Organización Revolucionaria Interior Macedonia). En un principio, la VMRO "defendía la autonomía de Macedonia con respecto al Imperio Turco, y a la vez un programa social dirigido a los campesinos: reducción de impuestos, reforma agraria, abolición de la usura. Desconfiaban del expansionismo búlgaro y ruso, buscando el apoyo de los políticos británicos y franceses. En sus filas había socialistas y anarquistas" (apud. V. I. Lenin, "La significación social de las victorias serbo-búlgaras", Pravda, del 7 de noviembre de 1912). La VMRO, donde participaban los socialistas macedonios, organizó un levantamiento en 1903, proclamándose la república (presidida por un socialista), pero fue derrotado tres meses después. A raíz de ello, la Organización se dividió; el sector más derechista se impuso y se convirtió en el brazo armado del chovinismo búlgaro en Macedonia, reprimiendo salvajemente, sobre todo, a la población griega."

Por otra parte, en esta misma epoca (la segunda mitad del siglo XIX) se iniciaba uno más de los procesos de larga duración intimamente relacionado con el sentimiento nacionalista de los diversos pueblos balcánicos.

Tres decenios más tarde y a fin de detener las ideas de independencia, por una parte, y las exigencias de los ”jóvenes turcos” encabezados por Kemal Ataturk (1, 2, 3), por otra, Austrohungría decretó la anexión de Bosnia y Herzegovina en 1908, significando así el inicio de un proceso de mediana duración que habría de estallar luego en una crisis de dimensiones mundiales.

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6.6.05

La liberación de los turcos y la lucha por el poder en Serbia en el siglo XIX

La revolución nacional de los pueblos balcánicos se inició en 1804 con el primer levantamiento serbio contra los turcos, bajo la dirección de Djordje Petrović - Karadjordje (apodado así por los otomanos, significando su nombre ”Jorge, el negro”) y con Kosovo como el objetivo del movimiento (1, 2, 3). Ello se vio acelerado por la acción de los gobiernos locales de janičari de los que ya se había escrito aquí, quienes en ese año llevaron a cabo la aniquilación masiva de líderes serbios en la acción bélica conocida en la historia como la tala de príncipes (seča knezova).

Gracias a una serie de importantes victorias conseguidas por los sublevados, se logró liberar en estos inicios del siglo XIX una parte del territorio de Serbia, con Belgrado como capital, liberada finalmente el día 7 de marzo de 1807. En el Belgrado liberado se inauguró la primer fábrica de cañones del ejército serbio. Todavía durante el levantamiento, el 31 de marzo de 1807, fue proclamada la independencia de Serbia y establecidos los primeros cimientos de su constitución. Karadjordje fue proclamado el comandante general del ejército y rey hereditario de Serbia.

Al ver la liberación de Belgrado, muchos serbios de gran riqueza y algunos de destacada educación empezaron a regresar a la ciudad desde los territorios de la actual Vojvodina, al norte de Belgrado.

Belgrado en esos días contaba con apenas 30,000 habitantes. Todos estos ”inmigrantes” contribuyeron en gran medida a la construcción del nuevo gobierno y el régimen político y militar serbios. El serbio más famoso de aquella época era sin duda Dositej Obradović (nacido en el pueblo de Čakovo, Serbia, en 1739, fue el primer escritor serbio de la modernidad. El abogado típico de la filosofía racionalista de la iluminación y el primer representante del sentimentalismo europeo. Fue el creador del nuevo programa y los primeros ejemplos de la cultura vernácula y popular. Murió en la ciudad de Belgrado en 1811), mismo que le puso la primera piedra a la cultura serbia de esta época el año de 1807. El año siguiente, fundó el Gran Colegio de Belgrado –antecesor de la actual Universidad de Belgrado-. En el primer gobierno serbio, constituido el año de 1811, fue nombrado ministro de la educación. Trajo su biblioteca particular, misma que pronto se convirtió en la primer Biblioteca de la Serbia de Karadjordje.

El proceso de creación del nuevo estado sobre bases democráticas y de renovación cultural contribuyó a despertar la conciencia nacional en todos los Balcanes siguiendo las corrientes modernas que imperaban en la Europa del siglo XVIII. Por tales razones y si bien el levantamiento fue aplastado en 1813, el que le siguió diez años mas tarde se vio rápidamente coronado por el éxito, gracias a las adquisiciones logradas por el primero.

Todo lo anterior va desde luego, aunado a las tendencias europeas emanadas de las ideas de la Revolución Francesa, la gran revolución de la burguesía europea, que pugnaba por una libertad frente al monarca (y el concepto de estado como propiedad de éste), los señores feudales y la explotación. Los campesinos balcánicos, sometidos al dominio extranjero durante cinco siglos orientaban sus políticas de emancipación en este sentido.

El mapa europeo trazado después del Congreso de Viena (que reorganizó Europa tras la derrota de Napoleón I, según los principios del derecho monárquico y del equilibrio europeo defendidos por los cuatro vencedores y sus representantes: Austria (Mettermich), Rusia (Nesselrode), Gran Bretaña (Castlereagh) y Prusia (Hardenberg)) en 1815 (1), en el que se puede observar de nuevo la clara división de las tierras sudeslavas, se muestra en la siguiente imagen:


Europa después del Congreso de Viena, en 1815.
(Historical Maps on File, USA, Ed. Facts on File, Martin Greenwald Associates, 1989)


La Segunda Insurrección Serbia (1) fue encabezada por el príncipe Miloš Obrenović en una Serbia septentrional que permaneció nominalmente sometida a la autoridad del sultán. Años más tarde, de acuerdo a dos decretos dictados por el sultán, en 1830 y 1833, Serbia se transformó en principado hereditario autónomo ampliando su territorio.

Si bien, al nombre de Miloš Obrenović se halla ligada la emancipación política y el progreso económico y cultural de Serbia, por el hecho de oponerse a la reforma constitucional debió abdicar al trono en el año de 1839 a favor de su hijo Mihailo (1).

Todos los esfuerzos del rey Miloš, el padre de Mihailo, para la final emancipación de los turcos, no dieron frutos principalmente porque Serbia en aquella época no contaba con una fuerza militar permanente.

El rey Mihailo realizó numerosos cambios en la organización estatal, siempre con el propósito de finalmente liberar su país del yugo otomán. Creó para el año de 1861, un ejército notable de aproximadamente 50,000 guerreros. Lo armó con armamento moderno y convirtió a Serbia en la mayor fuerza militar de esa época en los Balcanes. Por razones obvias, los turcos no veían con buenos ojos el fortalecimiento militar de Serbia. Bajaban seguido de la fortaleza, que era ya el único lugar dónde podían permanecer, a la ciudad la cuál permanecía bajo el resguardo del ejército serbio y ocasionaban frecuentes peleas e incidentes.

En una ocasión, un niño serbio de nombre Sava Petrović se dirigía a una fuente cercana a su casa para traer agua. No se había percatado que a sus espaldas tenía a tres soldados turcos. Uno de ellos le arrebató el recipiente para el agua. El niño intentó defenderse, pero los soldados se enojaron y con el mismo recipiente mataron al niño. Una patrulla serbia, que en esos momentos pasaba por el lugar, comandada por Sima Nešić, un oficial serbio de alta educación, arrestó a los turcos. En venganza, los turcos asesinaron al comandante, hecho que desencadenó una respuesta rápida que se vio traducida en el asesinato de otro oficial, esta vez turco (Como testimonio de este incidente, se reveló en el lugar de los hechos en Belgrado, el monumento Čukur-česma, "La fuente profunda", a cargo del escultor Simeun Roksandić el año de 1931. Al soldado serbio Sima Nešić, se le homenajeó poniéndole su nombre a una calle cercana al lugar de los hechos). Después de este incidente, los turcos bombardearon la ciudad desde la fortaleza. Sin embargo, al poco tiempo se dieron cuenta que Serbia se había vuelto el líder de aliados balcánicos en su lucha por la liberación del yugo otomán. Es por ello que optaron en ese momento por una salida pacífica.

En las negociaciones con los Turcos, el rey Mihailo se vio bastante hábil. Finalmente logró el anhelo de su padre de liberar a Belgrado de los turcos. La entrega simbólica de las llaves de la ciudad se realizó en Kalemegdan, el 6 de abril de 1867, de una manera solemne. Es por ello que ese año sea de un significado profundo para Belgrado y para Serbia.

El príncipe Mihailo dirigió la política exterior de Serbia hacia la liberación de todos los pueblos balcánicos, consiguiendo que el año 1867 Turquía retirara sus guarniciones de las ciudades serbias. Al mismo tiempo, entre 1866 y 1868 nació la primera confederación balcánica con el fin de coordinar las acciones a favor de la independencia. Después de largas vacilaciones entre la posición nacional–revolucionaria y la razón de estado, Serbia entró a la guerra contra Turquía el año 1876, lo que le valió la ampliación de sus territorios y su reconocimiento como estado independiente de acuerdo con el Congreso de Berlín de 1878 (1, 2).

El rey Mihailo tuvo muchos enemigos en el parlamento serbio, sobre todo por parte de los seguidores de la dinastía de los Karadjordjević. Murió, víctima de un atentado en Belgrado, el año de 1868 (1).

La ascensión al trono serbio de Aleksandar Karadjordjević (1842 – 1858), hijo de Karadjordje y consejero del desaparecido Rey Mihailo, significó la victoria de los liberales constitucionalistas, bajo cuyas manos Serbia se transformó en un estado moderno en el que empezaba a destacarse una nueva clase burguesa.

Aquí vale la pena intentar visualizar la situación que imperaba en toda Europa. Por un lado y a pesar de su liberación del yugo otomán, en los nuevos estados balcánicos aún se mantenían en gran parte las relaciones semifeudales en el campo, aunque ya se notaban algunos esfuerzos por concentrar las pequeñas propiedades agrarias. Para el campesino promedio, se podría afirmar que nada cambiaba aún, al menos nada en su entorno inmediato.

Las luchas por la independencia de todos los pueblos balcánicos son muy indicativos del papel de las potencias europeas en esta área, geopolíticamente muy importante. Tal como se puede leer en el artículo "Historia de los Balcanes", de la revista Marxismo Hoy No.6, de Septiembre de 1999, "históricamente, las tres grandes potencias interesadas en los Balcanes han sido Austria, Rusia y el Imperio Otomano. Hasta la construcción del canal de Suez, la península era el puente natural entre Europa Occidental y Central y Asia; las rutas comerciales pasaban, bien por Tracia (región dividida actualmente entre Turquía y Grecia), bien por el Mediterráneo Oriental. Al zarismo le interesaba el control de los estrechos del Bósforo y de Dardanelos, con el que se podía enseñorear de todo el mar Negro y llegar hasta el Mediterráneo. En cuanto a austríacos y húngaros, la península balcánica (de la que ya dominaba el noroeste) era su zona de expansión natural. Los dos Estados balcánicos surgidos en 1878 (Serbia y Bulgaria) oscilaron entre la influencia rusa y la austro-húngara, si bien Austria-Hungría casi siempre vio como una amenaza la existencia de un estado eslavo independiente en los Balcanes, como Serbia, que podía ser un atractivo para los croatas y eslovenos, sometidos a los Habsburgo."

A pesar de la tendencia de los gobernantes a crear regímenes personales, la vida política se desarrollaba sobre bases de liberalismo constitucionalista, en el sentido hacia la creación de un radicalismo que abarcó las más amplias capas campesinas y en la temprana aparición de las ideas y del movimiento socialista encabezado por Svetozar Marković, uno de los grandes intelectuales y escritores serbios.

De hecho, en todos los estados balcánicos independientes (Grecia, Bulgaria, Serbia y Montenegro) el movimiento obrero va adquiriendo fuerza en esta segunda parte del siglo XIX.

"El primer país balcánico con un partido obrero es Bulgaria: el Partido Obrero Social Demócrata Búlgaro (POSDB) se crea en 1894. Un año después se forma el croata, mientras el serbio no se funda hasta 1903. Ese año registró la división de los socialdemócratas búlgaros, similar a la de los rusos (entre bolcheviques y mencheviques). Los socialistas anchos, minoritarios, teorizan sobre la "causa común" con la burguesía, mientras los socialistas estrechos explican cómo las diferentes burguesías balcánicas, atrasadas y reaccionarias, no juegan ningún papel progresista, que son incapaces de llevar a cabo las tareas democrático-nacionales, y que sólo los campesinos y trabajadores pueden llevarlas a cabo. Es precisamente por eso que la mayoría de los socialistas balcánicos recogen la bandera de las tareas democráticas y nacionales y la unen a la roja bandera de las reivindicaciones obreras; la única forma de desarrollar las fuerzas productivas es mediante una república federal balcánica, que rompa con terratenientes y monarcas, se libere de las presiones imperialistas, realice la reforma agraria y fortalezca al movimiento obrero. Con este programa pretenden ganarse el apoyo de las masas campesinas y de las diferentes minorías nacionales y demostrarles el carácter reaccionario de la burguesía.", "Historia de los Balcanes", de la revista Marxismo Hoy No.6, de Septiembre de 1999.

Fue en este marco de discusiones que era creado también el Partido Demócrata Serbio, el año de 1885, y la vida política era fuertemente dominada por la lucha entre los diversos partidos políticos que ganaban una fuerza insospechada gracias a la relativa pasividad del Rey.

Finalmente, Aleksandar Karadjordjevic era separado de su cargo en la Convención de San Adrián (Svetoandrijska Skupština) (1, 2) en la que Miloš Obrenovic (1) volvía a ser proclamado Rey.

Los herederos del rey Mihailo, Milan (1) y Aleksandar Obrenović (1), tenían igualmente enfrentamientos seguidos con los líderes de opinión de aquel entonces, a quienes no les parecían sus comportamientos, que eran tachados de libertinaje y egoísmo.

Los opositores del rey Aleksandar y los partidarios de la dinastía de los Karadjordjević, organizaron un atentado al rey en mayo del año 1903 (1). Ello provocó un cambio de dinastía en el trono de Serbia.

De Suecia fue traído el nuevo rey, Petar I Karadjordjević (1844-1921) (1, 2), que hasta ese momento vivía desterrado del país. Petar había estudiado en las grandes universidades de los centros de Europa. Participó en el gran levantamiento en Bosnia y Herzegovina en 1875 (1, 2, 3), bajo el nombre de Petar Mrkonjić, como comandante de los agrupamientos especiales. En señal de gratitud y respeto por estos hechos, el pueblo nombró una ciudad en Bosnia con el nombre de Mrkonjić grad, -la Ciudad de Mrkonjić-.

El regreso de este hombre a su patria después de 45 años era significativo para la corona serbia. Como rey, se coronaba un hombre educado, con estudios en Francia, con ideas progresistas, republicanas, y además libertador y nacionalista. Todo indicaba que se alcanzaría una mejoría importante.

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Durante tres décadas, después del Congreso de Berlín (1878-1912), los serbios fueron marcados por persecuciones planeadas, destrucciones físicas, desplazamientos y exilios forzados por parte de los turcos. Aproximadamente 400 mil serbios dejaron Kosovo, lo cuál provocó el más terrible cambio étnico en la región, dando paso a la mayoría albanesa e iniciando otro proceso de larga duración, de perfil étnico que tendrá manifestaciones explosivas a lo largo de todo el siglo XX y aún no termina en los primeros años del XXI.

En medio de tales problemas y solamente después de unos cuantos años en el poder, el rey Petar I de Serbia, en alianza con Bulgaria, Rumania y Grecia, inició la guerra de liberación, llamada la I Guerra Balcánica, en 1912. En esta guerra Turquía era finalmente expulsada no solamente de Serbia sino de toda la península balcánica.

Sin embargo, Bulgaria no estaba satisfecha con los resultados de esta guerra, a pesar de haber sido liberada del yugo otomán, de manera que atacó a Serbia con toda su fuerza en 1913. Esta segunda, conocida como la II Guerra Balcánica, fue ganada por la corona serbia con ayuda militar abierta por parte de la corona Británica y de Francia. El mapa plítico de la época se puede observar en la imagen:


Los estados balcánicos después de la II Guerra Balcánica, en 1913.
(Historical Maps on File, USA, Ed. Facts on File, Martin Greenwald Associates, 1989)

Con estos acontecimientos el rey, Petar I, ganaba su sobrenombre de Libertador.

Ambos hijos del rey participaron en las guerras balcánicas. Desde su más temprana juventud, el príncipe Aleksandar mostraba gran interés hacia la vida política y las ciencias navales. Como comandante del Primer Ejército Serbio, adquirió gran renombre. Todo ello le significó gran apoyo en el momento de recibir la corona serbia tras la muerte de su padre, el 12 de junio de 1914.

En ese espíritu guerrero que los había caracterizado desde siempre, los pueblos sudeslavos llegaron poco a poco a los principios del siglo veinte y los preámbulos de la Primera Guerra Mundial.

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