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17.10.08

El derrumbe del concepto de federación yugoslava, el renacimiento de nacionalismos extremos y el inicio del fin del sueño yugoslavo

La caída y el derrumbe catastróficos de lo que fue una economía yugoslava relativamente próspera y el final de uno de los programas de reforma económica más fructíferos en Europa del este -lo que colocaba a la nación como uno de los candidatos más probables del sudoriente europeo para ingresar a la Unión Europea-, fue uno de los golpes mortales a la coexistencia de las repúblicas y al sistema de mercado llamado ”socialismo de mercado autogestionado”.

A medida que el sistema se iba deteriorando, los líderes de las repúblicas empezaron a preocuparse cada vez más por los intereses de sus bases de poder: a representar a sus propias repúblicas contra el centro de la federación [Den95]. No se tuvo que dar un gran paso para llegar de esa simbiosis informal entre políticos comunistas locales e intereses de la localidad a un llamamiento abierto de esos mismos dirigentes comunistas al nacionalismo.

Esta convocatoria se basaba en la pretensión de que ellos, los comunistas, representaban eficazmente los intereses y las demandas nacionales, sobre todo contra las demandas nacionales rivales y contra el centro federal [Den95]. La versión popular y demagógica de esa política se podía reconocer en los actos de Slobodan Milošević. Los acontecimientos de Kosovo, de los que ya se había hablado en este blog aquí, pusieron a la dirigencia serbia en colisión inmediata, primero con Eslovenia y después con Croacia y los yugoslavos musulmanes. Poco a poco y utilizando el poder de la política de corte nacionalista, Slobodan Milošević sustituyó a los antiguos dirigentes de Kosovo, Vojvodina y Montenegro por aliados obedientes.

Esto cambió radicalmente el frágil equilibrio de poder dentro de la federación [Den95]. Serbia tenía entonces por primera vez desde la constitución yugoslava de 1974, cuatro de los ocho votos de la presidencia colectiva. Anteriormente, tanto Kosovo como Vojvodina votaban normalmente en contra de los intereses de la república socialista federativa de Serbia. En la práctica, la nueva correlación de fuerzas al interior de la presidencia colectiva se volvía intolerable para Eslovenia, Croacia y Macedonia, principalmente, porque también le dio a Serbia el veto sobre todas las decisiones federales.

Aquí me paree de primordial importancia lo que describe Josep Palau [Pa96], en el sentido de que las ideas y movimientos políticos dominantes en Serbia y entre las comunidades serbias de otras repúblicas, a finales de los años 80, contribuyeron a debilitar a Yugoslavia en la medida en que no pusieron el acento en la preservación a toda costa del estado federal yugoslavo como interés mayor del pueblo serbio. En el fondo, esa responsabilidad se puede definir como la ausencia de una estrategia: las élites serbias no sabían lo que querían a finales de los años 80. Por el contrario, en el caso de los eslovenos, croatas y albaneses -y sólo más tarde, musulmanes-, se habían perfilado y consolidado estrategias rupturistas muy sólidas, meditadas, consensuadas, consultadas en el exterior, con apoyos y garantías internacionales.

Se ha atribuido al nacionalismo serbio de finales de los 80, sigue Palau [Pa96], una vocación expansionista y dominadora. Se le ha proclamado ante el mundo entero como un nuevo fascismo, desestabilizador por esencia de los consensos pacíficos. Esta satanización ha sido una formidable operación de propaganda cuyo objetivo ha sido cubrir, exculpándolas, las operaciones secesionistas de sus oponentes. El nacionalismo serbio contemporáneo ha expresado un profundo malestar. Sintiéndose discriminado, su motivación básica no era el sometimiento de los otros, sino el aumento de sus cuotas de poder ante lo que consideraba una injusta distribución, ordenada por Tito a sus expensas. El malestar serbio cuajó a partir de la última constitución yugoslava, la de 1974, que debilitó extremadamente los poderes federales e introdujo, sin reconocerlo, rasgos de tipo confederal. Mientras se vacía el estado central, se acentúa, en aparente paradoja, el poder centralista en cada república, excepto precisamente en la de Serbia, la única que reconoce autonomías en las regiones de Kosovo y Metojia y Vojvodina [Pa96].

Eslovenia llevaba, al igual que Croacia, ya varios años clamando la injusticia del hecho que como repúblicas más desarrolladas e industrialmente más fructíferas tuvieran que soportar el lastre de la falta de desarrollo de las repúblicas del sur, sobretodo de Macedonia y Kosovo. Ello se veía venir desde la constitución de 1974 e iba aumentando con el tiempo.

Bogdan Denitch [Den95] escribe que no obstante, en Yugoslavia, la desafección nacionalista interna tuvo bastante ayuda del exterior. La amarga ironía es que Alemania y Austria fueron los principales promotores de la destrucción formal de las dos Yugoslavias. Hubiera sido de esperarse que un mínimo de memoria histórica por la responsabilidad alemana en los horrores genocidas de la Segunda Guerra Mundial, hubieran vuelto a los estados alemanes ahora democráticos extraprecavidos en la injerencia en los asuntos yugoslavos. Lamentablemente, la defunción rápida de la segunda Yugoslavia fue posible por la insistencia implacable y sin precedentes de Alemania y Austria, en contra del consejo de gran parte de la Comunidad Europea y de Estados Unidos, en el reconocimiento incondicional y acelerado de los estados secesionistas de Croacia y Eslovenia; acompañado por asesorías minuciosas a los gobiernos de estas dos repúblicas en el campo de la economía que daban instrucción acerca de la inviabilidad de su sobrevivencia económica como parte de la federación [Den95, p. 60-61].

Acerca del tema comenta en el mismo sentido Josep Palau [Pa96], diciendo que tan alta contribución -del mundo occidental, vencedor de la Guerra Fría- a la catástrofe yugoslava tardará décadas en ser establecida como verdad histórica. No puede aceptarse hoy porque dice demasiado poco a favor de quienes son responsables de ello, política o intelectualmente, ya que siguen en posiciones de poder -especialmente los forjadores de opinión, que duran más en los puestos de mando que los cargo políticos públicos-. En su lugar, el histrionismo antiserbio y la deformación de los hechos prevalecerá todavía algún tiempo por que son chivos expiatorios necesarios para cubrir esa terrible verdad de una Europa y un Occidente que traicionaron todos sus valores precipitando una guerra que podían haber evitado [Pa96, p. 52-53].

En contraposición de la visión de Palau [Pa96] y, en este caso de Bogdan Denitch [Den95], sobre la crisis yugoslava como un hecho provocado por intereses geopolíticos de las grandes potencias occidentales –y las otras en igual o menor escala-, Mira Milosevich [Mil00] expone una teoría basada en el nacionalismo serbio y el plan nacional elaborado por las élites intelectuales de aquella república y retomado por el mismo Slobodan Milošević. Según la socióloga, la frase, hecha realidad en poco tiempo, pronunciada por Slobodan Milošević en una reunión con el general Veljko Kadijević, comandante en jefe del Ejército yugoslavo, en ese 1990, ”habrá guerra, ¡naturalmente!”, conllevaba en sí misma varias razones a primer vista ocultas.

Primero, explica Mira Milosevich [Mil00], porque tanta insistencia en la necesidad de una integridad cultural y espiritual de la nación serbia no llevaba a otra parte que a una guerra de conquista del territorio de la ex Yugoslavia.

Segundo, porque se sabía que la solución de la cuestión nacional serbia exigía el desmantelamiento de Yugoslavia [Mil00]. En mi opinión, esta razón es cuestionable, ya que la cuestión nacional serbia se veía resuelta en sí bajo la figura de la federación yugoslava. Sin embargo, las aspiraciones expansionistas croatas en ese momento sí contemplaban con mayor fuerza la mencionada desintegración.

Tercero, porque si los serbios estaban tan amenazados como se les presentaba de ordinario, no tenían otro remedio que defenderse. Slobodan Milošević iba a aumentar su poder fuera de Serbia. Iba a conquistar Yugoslavia. Ya había intentado realizar la ”revolución antiburocrática” entre los serbios de Croacia y Bosnia y Herzegovina, pero sin mucho éxito. Necesitaba un apoyo más firme: el del Ejército y el del presidente croata Franjo Tudjman [Mil00].

Cuarto, porque contaba (Slobodan Milošević) con el apoyo del Ejército yugoslavo, con su compromiso de defender a los serbios fuera de Serbia y, a cambio, él les garantizaba la conservación del comunismo, y sólo el comunismo podría avalar que los miembros del Ejército siguiesen disfrutando de los privilegios adquiridos durante la época de Tito [Mil00].

Quinto, porque Milošević ya había pactado con su homólogo croata Franjo Tudjman dos puntos clave: la división de Bosnia y Herzegovina y servirse mutuamente como coartada. Tudjman iba a realizar el antiguo sueño croata, creando un estado independiente sobre los territorios de una Gran Croacia, y apoyándose en un nacionalismo que se presentaba como respuesta necesaria a su antagonista, el nacionalismo serbio. La creación de la Gran Croacia, separada de Yugoslavia, serviría a su vez a Milošević como justificación de la conquista del territorio que quedara del antiguo estado federal. En 1996, en una entrevista concedida a Radio Europa Libre, Kiro Gligorov [Mil00], presidente de la República de Macedonia en la época de la desintegración de Yugoslavia, respondió a una pregunta sobre aquel momento de la crisis yugoslava, que todos los miembros del gobierno federal habían estado dispuestos a aceptar cualquier fórmula, la federación simétrica o asimétrica, una mezcla de federación y confederación o sólo la confederación. Los únicos que habían rechazado todas las propuestas fueron Milošević y Tudjman [Mil00, p. 243, apud. Drinka Gojković, ”Para comenzar un borrador: olvidar en Serbia”, Bitarte, No. 16, San Sebastián, 1999, p. 36].

Sexto, concluye Mira Milosevich [Mil00], porque Slobodan Milošević y Tudjman compartían el mismo sueño: crear unos estados nacionales étnicamente puros sobre las ruinas de la Yugoslavia comunista. Después de una serie de reuniones en Karadjordjevo, en el antiguo chalet de caza de Tito, Milošević y Tudjman llegaron a un acuerdo secreto para repartirse Bosnia y Herzegovina, de modo que los serbios se quedaran con el 66% del territorio –aunque eran solo el 31% de la población-, a cambio de que la Krajina, el territorio croata con centro en Knin, que albergaba una población serbia en su 99%, quedara dentro de una Croacia independiente [Mil00, p. 244, la autora explica que sobre este acuerdo entre Milošević y Tudjman primero escribió el embajador de los Estados Unidos en Yugoslavia, Woren Zimmermann. Florence Hartmann también lo menciona en su libro].

Mira Milosevich continúa refiriéndose a lo que dijo Slobodan Milošević en cierta ocasión para distinguir su proyecto de integridad territorial serbia del ideal granserbio de los nacionalistas: ”jamás he dicho, y mucho menos pensado, que allí donde esté un serbio sea Serbia” [Mil00, p. 245, apud. Hartmann, op. cit., p. 225]. Estaba dispuesto a conceder toda la Krajina a Croacia porque era imposible establecer una continuidad geográfica entre aquel territorio y el de la República de Serbia. Exigía, sin embargo, más de la mitad de Bosnia y Herzegovina como compensación.

Sin embargo, Slobodan Milošević tenía que cumplir con su parte del compromiso. Tenía, por lo tanto, que provocar a los serbios de Croacia para que se lanzaran a una rebelión anticroata que diera a Tudjman el pretexto necesario para crear una defensa nacional. No porque Milošević fuera un caballero, sigue Mira Milosevich [Mil00], sino porque esa era una condición necesaria para mantener su propio poder. Como siempre, obtuvo el apoyo de la Iglesia y los intelectuales [Mil00, pp. 244-145].

Desde mi punto de vista, estas teorías no se encuentran demasiado alejadas una de la otra. El mundo –y más específicamente el Occidente- tenía otros planes, al menos antes de 1989: unos que contemplaban a la Yugoslavia unida. Sin embargo, fueron los actores internos los que crearon el escenario ideal para la intromisión de las potencias internacionales, surgiendo estas intenciones desde antes de la Constitución del ‘74.

Si no podían conservar la federación, para poder seguir usándola como punta de lanza hacia la democratización de la Europa del Este –y tomando en cuenta que ello ya no era necesario debido al desmoronamiento del sistema socialista a partir de 1989- las potencias decidirían explotar al máximo cada una de sus subunidades para finalmente apoderarse de ellas para fines de conveniencias geopolíticas propias. Ello sería fácil en el caso de repúblicas sin demasiados recursos naturales ni habitantes. Si por alguna razón Serbia, que era la única en posición de poderse oponer a tales políticas internacionales, se rehusara, lo preciso sería aniquilarla económicamente hasta el grado de inanición; de manera que una vez destruida su economía, los ciudadanos vieran la intromisión de las grandes transnacionales como un factor de salvación al antiquísimo estilo de sitio de ciudades fortaleza en la Edad media –primero se llevaría la población al punto de muerte por hambre para posteriormente bombardearlas con comida y esperar su entrega incondicional-.

En este caso, ello alcanzó rasgos extremos cuyos vestigios se podían ver claramente ya para 1995. Sin embargo, para llevar a cabo los planes expuestos en todo momento era necesario contar con un pretexto, con el ”malo de la historia”, con un rostro que serviría para tapar las acciones realmente importantes de las potencias mundiales... un Slobodan Milošević que en sus últimos años de gobierno, arrinconado y destruido, no era más que un títere explotado por los medios de comunicación con uno u otro objetivo según los intereses en turno de Estados Unidos.

¿Y el pueblo (o los pueblos sudeslavos)? Acaso a nadie le había preocupado lo que tenía que decir... ¿de sus derechos, de su futuro, de su existencia?

Tomando todo lo anterior en cuenta, me quedan muy claros los orígenes del fracaso del plan de rescate económico del en ese entonces primer ministro de la federación, Ante Marković. Este plan tenía muchas probabilidades de éxito. Estaba basado en las dos corrientes económicas fundamentales: primero se controlaría y dosificaría la inflación de manera que se ayudara al desarrollo económico interno y con ello se lograría una moneda firme, que ahora sí se hubiera podido mantener de esa manera en un futuro. Marković y su política económica hubieran alcanzado su meta, sólo si el éxito que anhelaban las dirigencias de las repúblicas hubiera sido el rescate económico de la República Socialista Federativa de Yugoslavia y no otro.

Por su parte, Josep Palau [Pa95] prosigue diciendo que en Alemania, la secesión de Eslovenia y Croacia fue presentada como una liberación de pueblos hermanos que debía seguir de manera natural a la desaparición de la RDA y a la reunificación alemana. Ésta fue la manifestación de un cierto complejo de culpa de los círculos de poder alemanes que se habían avergonzado por la llamada realpolitik de los años anteriores y que se consideraba había ayudado a mantener artificialmente las estructuras ya podridas del sistema comunista de la RDA.

En la opinión alemana cobra cuerpo la idea de que, como compensación a aquél exceso de realpolitik, había que ayudar ahora a Eslovenia y a Croacia. Esa tesis, explica Palau [Pa95], se impuso aplastantemente en la prensa germana, que la transmitió con demasiada facilidad a la prensa europea, difundiendo masivamente conceptos como los de ”artificialidad de Yugoslavia” o, más perversamente ”Yugoslavia, cárcel de pueblos”. Así, en nombre de la ”autodeterminación”, sigue Palau [Pa95], se abrió camino al apoyo de rupturas etnófobas, a una maligna hostilidad hacia Yugoslavia, contraria al espíritu europeísta. La autodeterminación del pueblo alemán era democrática porque terminaba con barreras artificiales y unificaba a un pueblo sin perjudicar a nadie. No era el caso de las secesiones de Eslovenia y de Croacia, que no eran pueblos oprimidos, explica el autor, pues disponían de altísimos niveles de autogobierno en Yugoslavia; su separatismo buscaba levantar nuevas barreras entre pueblos europeos hermanos. No querían la emancipación, sino el privilegio a expensas de otros; y la consumación de sus fines era intrínsecamente atentatoria contra el derecho esencial de otros pueblos a mantenerse unificados como estaban. Al apoyar esa falsa ”autodeterminación” eslovena y croata, Alemania devolvió con mezquindad la generosidad de todo un continente que había apoyado sin reservas su unificación [Pa95].

En breve se había convocado a la decimocuarta asamblea extraordinaria urgente de la Liga Comunista de Yugoslavia (SKJ), que se llevó a cabo el día 20 de enero de 1990. Fue aquí en donde se hizo patente la agonía de aquél país.

Después de que los delegados eslovenos empezaron a sentir un rechazo rotundo a todas sus propuestas que iban en el sentido de una mayor flexibilización de la federación de manera que ninguna república pudiera perder votación de alguna de sus propuestas por causa de la combinación de otras y a favor de una mayor autonomía económica; además de que se limitó el derecho de una elección libre de la mesa directiva, para la cuál Slobodan Milošević quería imponer a Dušan Čkrebić, la delegación de Eslovenia decidió abandonar la asamblea. Pocos minutos después los siguió la delegación croata.

El mundo entero era testigo de un desmoronamiento inminente de la federación yugoslava.
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