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1.9.08

Del cuarto de primaria y del temible V-5

En cuarto de primaria me nombraron presidente del grupo, el IV-2. Un muy buen amigo mío, Marko, me platicaba durante una visita suya a Puebla, en el 2002, que él estaba seguro de que ganaría aquella elección. Sin embargo, justo ese verano, mis padres nos habían llevado a mí y a mi hermana a México de vacaciones y regresamos del viaje unas dos semanas después de que las clases hubieran iniciado - el día de las elecciones. Toda esta circunstancia, me platicaba Marko, subió mis puntos en contra de los de él: el chavo que viaja al extranjero y regresa con juguetes nuevos, únicos, coloridos, nunca antes vistos, que cuenta historias maravillosas, fantasiosas, de otros mundos... era difícil combatir ese impacto. Marko se volvía el secretario de la mesa directiva. Al parecer, para el 2006, ya había logrado perdonarme ésta, su primera, derrota política.

Junto con estos cargos, todos los años se votaba para tesorero y dos vocales. La principal función de este pequeño órgano era presidir las reuniones del grupo que se llevaban a cabo una vez por semana, mayoritariamente los miércoles, en las que se trataban todos los asuntos de interés para la comunidad de uno de los cuatro grupos que existían en mi año. Era una simulación maravillosa de las asambleas de los consejos de obreros.

Ya anteriormente había yo formado parte de la mesa directiva del salón: una vez había sido tesorero y otra vocal. Estaba feliz y para mí este hecho no significaba más que la prueba de que al menos era aceptado por la mayoría de mis amigos.

Al poco tiempo y tomando en cuenta la cantidad de alumnos existentes por salón (y en mi grupo eramos exactamente 41), los departamentos de psicología y pedagogía de nuestra primaria decidieron hacer un recorte. Se aceptarían como máximo treinta estudiantes por grupo, lo cual significaba la necesidad de creación de un quinto grupo por año.

Aquí cabe aclarar que la unión era grande al interior de nuestro salón y es que había una regla clara: en toda actividad, curricular o no, debían participar todos y cada uno de los alumnos del salón. Todo ello desembocaba en que para cada cumpleaños de cada uno de nosotros era imperativo invitar a todos los 40 compañeros. Ahora, habría que imaginarse nada más qué significaba meter a !41 chamacos en nuestro enorme departamento de 45 metros cuadrados!

Los preparativos empezaban desde un día antes con la movida de muebles. La cama de mis papás se tenía que levantar y colocar paralela a la pared, camuflageada por un librero de la sala, y todas las mesas y sillas que sobraran debían ser propiamente apartadas del espacio. Luego, mi mamá preparaba emparedados para todos, unas enormes porciones de ensalada rusa y claro está, un pastel hecho por sus propias manos. Me acuerdo mucho de algunos cumpleaños míos en los que hubo piñata: un detalle que, junto con el nombre completo de mi madre que casi todos se aprendieron de memoria y se lo recitaron a Lizette sin error alguno en el 2005, parece ser algo que nadie de ellos (yo incluído) jamás olvidaremos.

Y el problema no eramos, al parecer los 41 niñas y niños colgados de las lamparas y corriendo por doquier en todo el diminuto departamento, sino los papás de los compañeritos, quienes, casi sin excepción, aceptaban prestos la invitación de mis papás a quedarse a tomar una copita. Y es que no había mucho extranjeros en Belgrado en los setenta y ochenta y México era especialmente querido en Yugoslavia. De hecho, cuentan muchos que en la época de los sesenta, hubo unos años en los que el gobierno prohibió la venta y reproducción de música estadounidense y la gente descubrió la música mexicana, que junto con varias películas de la llamada época de oro del cine mexicano habían marcado toda una generación de yugoslavos.

Algo muy similar (al menos en cuanto a lo del número de invitados se refiere), ocurría en todos los demás cuarenta departamentos.

Por todo ello, a mí y a mis compañeros el oír semejante noticia de tener que despedirnos de diez u once de nosotros nos suscitó reacciones diversas, todas malas. El shock causado era evidente. Recuerdo que varios de mis compañeros no paraban de llorar en días. El ambiente se volvió desolador, sobre todo un mes después de la primera noticia.

Se trataba de una encuesta que efectuó la psicóloga. Ésta consistía en apuntar en un papel cuatro de los mejores amigos o amigas que tenía cada uno de nosotros. A todos los del grupo nos quedaba muy claro que los menos mencionados pasarían a constituir la temible ”decena” que formaría parte del ”siniestro” quinto – cinco.

El desgarrador día de la lectura de nombres finalmente arribó al igual que todo lo inminente a pasar en la vida. Ingresó al salón la psicóloga. Llegó la lista... nosotros ya estábamos allí. Se le pidió a la maestra encargada del salón, la maestra Slavica a la cual jamás olvidará ninguno de nosotros, salir del salón. La psicóloga sacó de su bolso una carpeta, la abrió y aguardó en silencio unos cuantos segundos. Los niños intentabamos ahogar nuestras lágrimas y nuestro llanto.

Finalmente, inició la lectura.

No lo podía creer: uno de mis grandes amigos, Vlada, ya había sido designado. Cada nuevo nombre me ponía más y más los pelos de punta.

La lista finalmente terminó. Sepulcral silencio invadía el salón. La psicóloga empezó a acercarse a cada uno de los niños elegidos y preguntarles si estaban de acuerdo con esta decisión. ¿Qué le podían responder? Pues, ya qué.

Se le acercó al último niño. Se llama Djordje y sigo teniendo noticias suyas de vez en cuando.

Nunca llegó la respuesta a la abominable interrogante. Todo el mundo oyó el sonido que produjo al caerse de la silla en llanto sin igual. ”Está muy mal”, clamaba Tijana del asiento detrás de mi.

La psicóloga se agachó e intentó incorporarlo y calmarlo. Todo era inútil.

”¿Alguien que quisiera reemplazarlo voluntariamente?”

Miradas. Asombro.

”No te preocupes, al fin que solamente estarás en el salón de al lado. No es el fin del mundo. De todos modos, de lo único de lo que yo me acuerdo de la primaria es de mi maestra encargada del grupo. Y la que les tocó es tan buena persona.” Escuchaba a la psicóloga sin comprender muy bien qué era exactamente lo que acababa de hacer.

Al ver a todo mi salón llorar, también rompí en llanto.

¿Sería posible que haya aceptado tal cuestión voluntariamente?
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1 Comments:

Blogger Benito García Pedraza said...

No me he enterado muy bien de qué iba esta prueba pero, en cualquier caso, si aceptaste con tan poca edad sustituir a un compañero tuyo en esta prueba, es que tienes madera de héroe.

martes, enero 12, 2010 1:12:00 a.m.  

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