La autogestión, la cotidianidad y la vida en la Yugoslavia socialista en plena guerra fría
Fue esta década de mi nacimiento una década de música disco (al igual que en todo el mundo), de pantalones acampanados de mezclilla y discos de rock provenientes del Occidente todo lo cual se podía conseguir únicamente en el mercado negro (el mercado de pulgas o el buvljak de Belgrado, por ejemplo); interminables filas en las tiendas de autoservicio en las cuales se compraba con bonos contados, y las mismas colas y los mismos bonos en las estaciones de gasolina. La cantidad de bonos por familia del empleado lo fijaba la empresa en la cual trabajaba.
Una familia promedio viviendo en la capital contaba normalmente con un departamento -muy pequeño en la mayoría de los casos, desde 19 m2 y hasta unos 200m2 si se era alguien "importante" en el partido o algún sindicato, propiedad del estado o propio si se era muy afortunado. El conseguir o no un departamento, lo decidía la empresa en la cual se trabajaba, con su consejo autogestivo, según el desempeño de los empleados.
Esta familia promedio contaba también normalmente con un coche, frecuentemente de manufactura nacional de la fábrica Crvena Zastava, que construía modelos de la Fiat italiana (el mismo caso se dio en Polonia con la conocida fábrica Polski Fiat); finalmente con un televisor, cocina equipada y demás artefactos de un hogar jamás demasiado lujoso. Lo importante para el desarrollo del país en esos momentos era que Yugoslavia se volvía cada vez más industrialmente autónoma. Todos los artefactos de uso doméstico eran de fabricación nacional (de la Gorenje eslovena o la Elektronska Industrija Niš (EI Niš) de Serbia), los vehículos, accesorios deportivos, las construcciones, las carreteras, los hoteles... todo era de manufactura yugoslava.
La propiedad social era considerada por la constitución primordialmente como una relación socioeconómica, mientras que eran las leyes las que definían concretamente el derecho de los usuarios individuales de utilizar estos medios. Aparte de la propiedad social, existía el derecho de propiedad de los ciudadanos, de las organizaciones sociales y otras asociaciones de ciudadanos sobre ciertos medios. Este derecho de propiedad era determinado igualmente por la ley en dependencia de la naturaleza y carácter de los medios en cuestión [ABC].
De acuerdo con la constitución, los agricultores tenían garantizado el derecho de poseer un máximo de diez hectáreas por cada familia campesina. Los ciudadanos tenían derecho de poseer casas y departamentos. Una ley federal fijaba los límites de esta posesión.
En la esfera de la producción agrícola, de artesanías, de servicios y otras actividades similares, el uso de trabajo suplementario de otras personas se permitía en casos excepcionales y en condiciones prescritas por la ley [ABC].
Los inmuebles en posesión de los ciudadanos, de las organizaciones sociopolíticas y de las asociaciones de ciudadanos podían expropiarse previa indemnización. En caso de que lo requiriera el interés común, el derecho de propiedad podía limitarse [ABC]. Todo ello conllevaba una serie de acciones intransigentes por parte del estado, este nuevo opio de los pueblos yugoslavos.
Todos los matrimonios tenían, en promedio, dos hijos -aunque muchos se quedaban solamente con uno-, los divorcios cada día iban en aumento; todos gozaban de una educación totalmente gratuita, al igual que de servicios médicos, en la mayoría de los casos un empleo y con ello, una jubilación asegurada que alcanzarían a sus 65 año, además de la certidumbre que vivían en el mejor país del mundo. Por supuesto, las personas desterradas o desempleadas, que cada vez eran más, no compartían por obvias razones esta visión. Todo parecía un espejismo colectivo.
Recuerdo que infinidad de veces mi madre volvía del trabajo quejándose amargamente como los empleados de intendencia se sentían con mayores derechos que los mismos médicos en los centros de salud y que aún no entendía cómo era posible que en numerosas ocasiones se les tomara más en cuenta por parte del sindicato y que no dudaba que inclusive ganaran más que ella y todos los demás médicos del lugar. Ello era uno de los aspectos naturales de la autogestión, ya que en armonía con el principio de la soberanía del pueblo, la constitución fijaba como base común y más significativa del sistema sociopolítico el principio de que ”el pueblo trabajador es el único depositario del poder y de la administración de los asuntos sociales” [Jov69]. Ésta era también la base de su derecho a la autogestión.
De conformidad con el estatuto y posición de las organizaciones laborales, los trabajadores disfrutaban de iguales derechos básicos en la autogestión. Cada organización de trabajo era gestionada por sus integrantes directamente o a través de los cuerpos gestores elegidos por los mismos, llamados consejos obreros.
En sus sesiones, los consejos obreros adoptaban todas las decisiones de importancia para la marcha de la empresa y para la existencia de su respectivo colectivo de trabajo: plan de producción, balance anual, ordenanzas estatutarias acerca de los derechos y obligaciones básicas de sus trabajadores, reglamentos para el reparto de los ingresos -ingresos individuales y fondos de la empresa-, la contratación y el despido de los trabajadores, el trabajo interno, la protección higienicotécnica, etc. Con base en lo anterior se garantizaba la casi mínima variación entre los sueldos de los trabajadores siguiendo la denominada jerarquía académica y de igual manera, la ínfima posibilidad de despido que se tenía. En aquellos años mucha gente decía: ”Nadie me puede pagar tan poco por lo poco que yo puedo trabajar.”
Las tareas corrientes eran entregadas normalmente al comité de gestión, órgano ejecutivo elegido de las filas del propio consejo. La marcha operativa se hallaba encabezada por un director elegido por una comisión integrada a partes iguales por miembros del consejo obrero y por diputados de la asamblea comunal respectivo [Jov69]. Correspondía al director organizar la producción, aplicando las decisiones de los órganos de autogestión, ante los cuales era responsable de su labor.
Por otra parte, y como lo comenta Mira Milosevich [Mil00], si hay un mito de origen de la Yugoslavia comunista, éste es el de la autogestión. En los años setenta Yugoslavia fue el lugar que visitaban los científicos sociales de prestigio mundial para ver con sus propios ojos lo que estaban haciendo los yugoslavos.
La autogestión presentada como el propio camino hacia el comunismo –propio camino por diferenciarse de la Unión Soviética- daba a los yugoslavos, ante todo, la sensación –falsa, por supuesto, según la escritora [Mil00]- de que ellos mismos participaban activamente en la vida política y económica yugoslava. La autogestión era el camino que llevaba hacia el paraíso prometido del comunismo. Como cualquier ideología colectivista, el comunismo también prometía a sus creyentes que les salvaría de este mundo y les llevaría al ideal de una sociedad perfecta [Mil00].
Me parecen las metáforas un tanto exageradas, aunque la idea que las subyace la sigo compartiendo, con todo y los comentarios permanentes de mi papá, quién no se ha cansado de decir que la organización sociopolítica existente en la Yugoslavia socialísta fue algo que la gente en México (el escoger a México como ejemplo no tiene mayores razones que la de su residencia en este país desde 1992) solamente podría soñar.
El partido era el poder supremo encabezado por el secretario general –Tito-, el todopoderoso. En realidad, la autogestión bloqueó toda la dinámica social y subrayó los privilegios políticos.
Volviendo la vista hacia un escenario más amplio, Hobsbawm [Hob01] comenta que los efectos de la guerra fría sobre la política internacional europea fueron más notables que sobre la política interna continental: la guerra fría creó la Comunidad Europea con todos sus problemas; una forma de organización política sin ningún precedente, a saber, un organismo permanente (o al menos de larga duración) para integrar las economías y, en cierta medida, los sistemas legales de una serie de estados-nación independientes. Formada al principio (1957), prosigue Hobsbawm [Hob01], por seis estados -Francia, República Federal de Alemania, Italia, Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo- a finales del siglo XX corto, cuando el sistema empezó a tambalerase al igual que todos los productos de la guerra fría, se le habían unido seis más: Gran Bretaña, Irlanda, España, Portugal, Dinamarca, Grecia, y se había comprometido en principio a alcanzar un mayor grado de integración tanto política como económica, que llevara a una unión política permanente, federal o confederal, de ”Europa”.
Hobsbawm [Hob01] prosigue explicando que la Comunidad fue creada, como otras muchas cosas en la Europa después de 1945, tanto por los Estados Unidos como en contra de ellos, e ilustra tanto el poder como la ambigüedad de este país y sus limitaciones; pero también ilustra la fuerza del miedo que mantenía unida a la alianza antisoviética, miedo no sólo a la URSS: para Francia, Alemania seguía siendo el peligro principal, y el temor a una gran potencia renacida en la Europa central lo compartían, en menor grado, los demás países ex contendientes u ocupados de Europa, todos los cuales se veían ahora unidos en la OTAN tanto con los Estados Unidos como con una Alemania resucitada en lo económico y rearmada, aunque afortunadamente, mutilada.
El historiador británico [Hob01] prosigue explicando lo que a mí me parece un hecho trascendental hoy en día y no lo parecía tanto en su momento. Hobsbawm afirma que por suerte para los norteamericanos, la situación de la Europa occidental en 1946-1947 parecía tan tensa que Washington creyó que el desarrollo de una economía europea fuerte, y algo mas tarde de una economía japonesa fuerte, era la prioridad más urgente y, en consecuencia, los Estados Unidos lanzaron en junio de 1947 el plan Marshall, un proyecto colosal para la recuperación de Europa. A diferencia de las ayudas anteriores, prosigue Hobsbawm [Hob01], que formaban parte de una diplomacia económica agresiva, el plan Marshall adoptó la forma de transferencia a fondo perdido, más que de créditos. Una vez más, fue una suerte para los aliados que los planes norteamericanos para una economía mundial de libre comercio, libre convertibilidad de las monedas y mercados libres en una posguerra dominada por ellos, carecieran totalmente de realismo, aunque sólo fuese por que las tremendas dificultades de pago de Europa y Japón, sedientos de los tan escasos dólares, significaban que no había perspectivas inmediatas de liberalización del comercio y de los pagos.
Tampoco estaban, prosigue Hobsbawm [Hob01], los Estados Unidos en situación de imponer a los estados europeos su ideal de un plan europeo único, que condujera, a ser posible, hacia una Europa unida según el modelo estadounidense en su estructura política, así como en una floreciente economía de libre empresa. Ni a los británicos, que todavía se consideraban una potencia mundial, ni a los franceses que soñaban con una Francia fuerte y una Alemania dividida, les gustaba. No obstante, para los norteamericanos, una Europa reconstruida eficazmente y parte de la alianza antisoviética que era el lógico complemento del plan Marshall –la Organización del Atlántico Norte (OTAN) de 1949- tenía que basarse, siendo realistas en la fortaleza económica ratificada con el rearme de Alemania. Para finalizar su análisis, el historiador finalmente comenta que lo mejor que pudieron hacer los franceses era vincular los asuntos de Alemania occidenatal y de Francia tan estrechamente que resultara imposible un conflicto entre estos dos antiguos adversarios. Así pues, los franceses propusieron su propia versión de una unión europea, la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (1951), que luego se transformó en la Comunidad Económica Europea o Mercado Común Europeo (1957), más adelante simplemente en la Comunidad Europea y, a partir de 1993, en la Unión Europea. Tenía su sede en Bruselas, pero la alianza franco-alemana era su núcleo.
La Comunidad Europea se creó pues, como alternativa a los planes de integración europea de los Estados Unidos. Una vez más, en opinión del británico, el fin de la guerra fría socavó las bases sobre las que se asentaban la Comunidad Europea y la alianza franco-alemana, en buena medida por los desequilibrios provocados por la reunificación alemana de 1990 y los problemas económicos imprevistos que acarreó.
No obstante, aunque los Estados Unidos fueron incapaces de imponer a los europeos sus planes económico-políticos en todos sus detalles, eran lo bastantes fuertes como para controlar su posición internacional. En esta afirmación se basa la teoría acerca de la creación de una serie de estados clientelares fieles a las políticas de EUA a través del plan Marshall y la reconstrucción de Europa y posteriormente el apoyo firme a la creación del estado judío en el Medio Oriente y la ayuda brindada a Japón.
A partir de la década de 1990, esta circunstancia jugará un papel preponderante para el establecimiento de la hegemonía estadounidense. En mi opinión, este análisis clarifica un tanto más la situación mundial post 1989 y el establecimiento del entonces no tan nuevo orden mundial. Sin embargo, coincido con Hobsbawm en el punto que la visión de una única superpotencia que quedara después del fin de la guerra fría y que fuera más fuerte que nunca, resultó ser del todo irreal. No podría volverse al mundo de antes de la guerra fría porque sería demasiado todo lo que habría cambiado y demasiado lo que habría desaparecido: todos los indicadores habrían caído, habría que modificar todos los mapas. El resultado de suprimir al término de la guerra fría los puntales que habían sostenido la estructura internacional y las estructuras de sistemas mundiales de política interna fue un mundo de confusión y parcialmente en ruinas, porque no habría nada que los reemplazara.
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«« Hacia La época en la que me tocó nacer y un poco de historia personal
Una familia promedio viviendo en la capital contaba normalmente con un departamento -muy pequeño en la mayoría de los casos, desde 19 m2 y hasta unos 200m2 si se era alguien "importante" en el partido o algún sindicato, propiedad del estado o propio si se era muy afortunado. El conseguir o no un departamento, lo decidía la empresa en la cual se trabajaba, con su consejo autogestivo, según el desempeño de los empleados.
Esta familia promedio contaba también normalmente con un coche, frecuentemente de manufactura nacional de la fábrica Crvena Zastava, que construía modelos de la Fiat italiana (el mismo caso se dio en Polonia con la conocida fábrica Polski Fiat); finalmente con un televisor, cocina equipada y demás artefactos de un hogar jamás demasiado lujoso. Lo importante para el desarrollo del país en esos momentos era que Yugoslavia se volvía cada vez más industrialmente autónoma. Todos los artefactos de uso doméstico eran de fabricación nacional (de la Gorenje eslovena o la Elektronska Industrija Niš (EI Niš) de Serbia), los vehículos, accesorios deportivos, las construcciones, las carreteras, los hoteles... todo era de manufactura yugoslava.
La propiedad social era considerada por la constitución primordialmente como una relación socioeconómica, mientras que eran las leyes las que definían concretamente el derecho de los usuarios individuales de utilizar estos medios. Aparte de la propiedad social, existía el derecho de propiedad de los ciudadanos, de las organizaciones sociales y otras asociaciones de ciudadanos sobre ciertos medios. Este derecho de propiedad era determinado igualmente por la ley en dependencia de la naturaleza y carácter de los medios en cuestión [ABC].
De acuerdo con la constitución, los agricultores tenían garantizado el derecho de poseer un máximo de diez hectáreas por cada familia campesina. Los ciudadanos tenían derecho de poseer casas y departamentos. Una ley federal fijaba los límites de esta posesión.
En la esfera de la producción agrícola, de artesanías, de servicios y otras actividades similares, el uso de trabajo suplementario de otras personas se permitía en casos excepcionales y en condiciones prescritas por la ley [ABC].
Los inmuebles en posesión de los ciudadanos, de las organizaciones sociopolíticas y de las asociaciones de ciudadanos podían expropiarse previa indemnización. En caso de que lo requiriera el interés común, el derecho de propiedad podía limitarse [ABC]. Todo ello conllevaba una serie de acciones intransigentes por parte del estado, este nuevo opio de los pueblos yugoslavos.
Todos los matrimonios tenían, en promedio, dos hijos -aunque muchos se quedaban solamente con uno-, los divorcios cada día iban en aumento; todos gozaban de una educación totalmente gratuita, al igual que de servicios médicos, en la mayoría de los casos un empleo y con ello, una jubilación asegurada que alcanzarían a sus 65 año, además de la certidumbre que vivían en el mejor país del mundo. Por supuesto, las personas desterradas o desempleadas, que cada vez eran más, no compartían por obvias razones esta visión. Todo parecía un espejismo colectivo.
Recuerdo que infinidad de veces mi madre volvía del trabajo quejándose amargamente como los empleados de intendencia se sentían con mayores derechos que los mismos médicos en los centros de salud y que aún no entendía cómo era posible que en numerosas ocasiones se les tomara más en cuenta por parte del sindicato y que no dudaba que inclusive ganaran más que ella y todos los demás médicos del lugar. Ello era uno de los aspectos naturales de la autogestión, ya que en armonía con el principio de la soberanía del pueblo, la constitución fijaba como base común y más significativa del sistema sociopolítico el principio de que ”el pueblo trabajador es el único depositario del poder y de la administración de los asuntos sociales” [Jov69]. Ésta era también la base de su derecho a la autogestión.
De conformidad con el estatuto y posición de las organizaciones laborales, los trabajadores disfrutaban de iguales derechos básicos en la autogestión. Cada organización de trabajo era gestionada por sus integrantes directamente o a través de los cuerpos gestores elegidos por los mismos, llamados consejos obreros.
En sus sesiones, los consejos obreros adoptaban todas las decisiones de importancia para la marcha de la empresa y para la existencia de su respectivo colectivo de trabajo: plan de producción, balance anual, ordenanzas estatutarias acerca de los derechos y obligaciones básicas de sus trabajadores, reglamentos para el reparto de los ingresos -ingresos individuales y fondos de la empresa-, la contratación y el despido de los trabajadores, el trabajo interno, la protección higienicotécnica, etc. Con base en lo anterior se garantizaba la casi mínima variación entre los sueldos de los trabajadores siguiendo la denominada jerarquía académica y de igual manera, la ínfima posibilidad de despido que se tenía. En aquellos años mucha gente decía: ”Nadie me puede pagar tan poco por lo poco que yo puedo trabajar.”
Las tareas corrientes eran entregadas normalmente al comité de gestión, órgano ejecutivo elegido de las filas del propio consejo. La marcha operativa se hallaba encabezada por un director elegido por una comisión integrada a partes iguales por miembros del consejo obrero y por diputados de la asamblea comunal respectivo [Jov69]. Correspondía al director organizar la producción, aplicando las decisiones de los órganos de autogestión, ante los cuales era responsable de su labor.
Por otra parte, y como lo comenta Mira Milosevich [Mil00], si hay un mito de origen de la Yugoslavia comunista, éste es el de la autogestión. En los años setenta Yugoslavia fue el lugar que visitaban los científicos sociales de prestigio mundial para ver con sus propios ojos lo que estaban haciendo los yugoslavos.
La autogestión presentada como el propio camino hacia el comunismo –propio camino por diferenciarse de la Unión Soviética- daba a los yugoslavos, ante todo, la sensación –falsa, por supuesto, según la escritora [Mil00]- de que ellos mismos participaban activamente en la vida política y económica yugoslava. La autogestión era el camino que llevaba hacia el paraíso prometido del comunismo. Como cualquier ideología colectivista, el comunismo también prometía a sus creyentes que les salvaría de este mundo y les llevaría al ideal de una sociedad perfecta [Mil00].
Me parecen las metáforas un tanto exageradas, aunque la idea que las subyace la sigo compartiendo, con todo y los comentarios permanentes de mi papá, quién no se ha cansado de decir que la organización sociopolítica existente en la Yugoslavia socialísta fue algo que la gente en México (el escoger a México como ejemplo no tiene mayores razones que la de su residencia en este país desde 1992) solamente podría soñar.
El partido era el poder supremo encabezado por el secretario general –Tito-, el todopoderoso. En realidad, la autogestión bloqueó toda la dinámica social y subrayó los privilegios políticos.
Volviendo la vista hacia un escenario más amplio, Hobsbawm [Hob01] comenta que los efectos de la guerra fría sobre la política internacional europea fueron más notables que sobre la política interna continental: la guerra fría creó la Comunidad Europea con todos sus problemas; una forma de organización política sin ningún precedente, a saber, un organismo permanente (o al menos de larga duración) para integrar las economías y, en cierta medida, los sistemas legales de una serie de estados-nación independientes. Formada al principio (1957), prosigue Hobsbawm [Hob01], por seis estados -Francia, República Federal de Alemania, Italia, Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo- a finales del siglo XX corto, cuando el sistema empezó a tambalerase al igual que todos los productos de la guerra fría, se le habían unido seis más: Gran Bretaña, Irlanda, España, Portugal, Dinamarca, Grecia, y se había comprometido en principio a alcanzar un mayor grado de integración tanto política como económica, que llevara a una unión política permanente, federal o confederal, de ”Europa”.
Hobsbawm [Hob01] prosigue explicando que la Comunidad fue creada, como otras muchas cosas en la Europa después de 1945, tanto por los Estados Unidos como en contra de ellos, e ilustra tanto el poder como la ambigüedad de este país y sus limitaciones; pero también ilustra la fuerza del miedo que mantenía unida a la alianza antisoviética, miedo no sólo a la URSS: para Francia, Alemania seguía siendo el peligro principal, y el temor a una gran potencia renacida en la Europa central lo compartían, en menor grado, los demás países ex contendientes u ocupados de Europa, todos los cuales se veían ahora unidos en la OTAN tanto con los Estados Unidos como con una Alemania resucitada en lo económico y rearmada, aunque afortunadamente, mutilada.
El historiador británico [Hob01] prosigue explicando lo que a mí me parece un hecho trascendental hoy en día y no lo parecía tanto en su momento. Hobsbawm afirma que por suerte para los norteamericanos, la situación de la Europa occidental en 1946-1947 parecía tan tensa que Washington creyó que el desarrollo de una economía europea fuerte, y algo mas tarde de una economía japonesa fuerte, era la prioridad más urgente y, en consecuencia, los Estados Unidos lanzaron en junio de 1947 el plan Marshall, un proyecto colosal para la recuperación de Europa. A diferencia de las ayudas anteriores, prosigue Hobsbawm [Hob01], que formaban parte de una diplomacia económica agresiva, el plan Marshall adoptó la forma de transferencia a fondo perdido, más que de créditos. Una vez más, fue una suerte para los aliados que los planes norteamericanos para una economía mundial de libre comercio, libre convertibilidad de las monedas y mercados libres en una posguerra dominada por ellos, carecieran totalmente de realismo, aunque sólo fuese por que las tremendas dificultades de pago de Europa y Japón, sedientos de los tan escasos dólares, significaban que no había perspectivas inmediatas de liberalización del comercio y de los pagos.
Tampoco estaban, prosigue Hobsbawm [Hob01], los Estados Unidos en situación de imponer a los estados europeos su ideal de un plan europeo único, que condujera, a ser posible, hacia una Europa unida según el modelo estadounidense en su estructura política, así como en una floreciente economía de libre empresa. Ni a los británicos, que todavía se consideraban una potencia mundial, ni a los franceses que soñaban con una Francia fuerte y una Alemania dividida, les gustaba. No obstante, para los norteamericanos, una Europa reconstruida eficazmente y parte de la alianza antisoviética que era el lógico complemento del plan Marshall –la Organización del Atlántico Norte (OTAN) de 1949- tenía que basarse, siendo realistas en la fortaleza económica ratificada con el rearme de Alemania. Para finalizar su análisis, el historiador finalmente comenta que lo mejor que pudieron hacer los franceses era vincular los asuntos de Alemania occidenatal y de Francia tan estrechamente que resultara imposible un conflicto entre estos dos antiguos adversarios. Así pues, los franceses propusieron su propia versión de una unión europea, la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (1951), que luego se transformó en la Comunidad Económica Europea o Mercado Común Europeo (1957), más adelante simplemente en la Comunidad Europea y, a partir de 1993, en la Unión Europea. Tenía su sede en Bruselas, pero la alianza franco-alemana era su núcleo.
La Comunidad Europea se creó pues, como alternativa a los planes de integración europea de los Estados Unidos. Una vez más, en opinión del británico, el fin de la guerra fría socavó las bases sobre las que se asentaban la Comunidad Europea y la alianza franco-alemana, en buena medida por los desequilibrios provocados por la reunificación alemana de 1990 y los problemas económicos imprevistos que acarreó.
No obstante, aunque los Estados Unidos fueron incapaces de imponer a los europeos sus planes económico-políticos en todos sus detalles, eran lo bastantes fuertes como para controlar su posición internacional. En esta afirmación se basa la teoría acerca de la creación de una serie de estados clientelares fieles a las políticas de EUA a través del plan Marshall y la reconstrucción de Europa y posteriormente el apoyo firme a la creación del estado judío en el Medio Oriente y la ayuda brindada a Japón.
A partir de la década de 1990, esta circunstancia jugará un papel preponderante para el establecimiento de la hegemonía estadounidense. En mi opinión, este análisis clarifica un tanto más la situación mundial post 1989 y el establecimiento del entonces no tan nuevo orden mundial. Sin embargo, coincido con Hobsbawm en el punto que la visión de una única superpotencia que quedara después del fin de la guerra fría y que fuera más fuerte que nunca, resultó ser del todo irreal. No podría volverse al mundo de antes de la guerra fría porque sería demasiado todo lo que habría cambiado y demasiado lo que habría desaparecido: todos los indicadores habrían caído, habría que modificar todos los mapas. El resultado de suprimir al término de la guerra fría los puntales que habían sostenido la estructura internacional y las estructuras de sistemas mundiales de política interna fue un mundo de confusión y parcialmente en ruinas, porque no habría nada que los reemplazara.
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Etiquetas: autogestión, cotidianidad, guerra fría, Yugoslavia socialista
1 Comments:
Ahora que leo on más atención esto de la Autogestión, quiero releer el libro sobre el tema que compraste. Creo que en algún punto se toca con el Rätekommunismus, o consejo comunista, o sindicalismo, pero no entiendo aún dónde están las diferencias.
Te beso mucho
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