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29.7.08

La posguerra en la Yugoslavia socialista (en construcción)

Tras la capitulación de Alemania y al acabar la guerra, muchos cambios tomaron lugar en el mapa del ”viejo continente”. Los aliados se discutían cada metro cuadrado ganado o perdido en batalla. Yugoslavia perdió en esa segunda mitad de la década de los cuarenta un pedazo de Dalmacia incluyendo a Trieste aunque ganando algunos otros en regiones diversas.

Stalin, con su Ejército Rojo, avanzaba decididamente sobre toda la Europa oriental en una especie de ”reconquista” de territorios iniciada en la época de entreguerras. Los comunistas en Bucarest, Varsovia, Sofía y Budapest no entendían lo que les estaba sucediendo; eran víctimas forzadas de una política expansionista de Moscú poco diferente a las causas que originaron los dos conflictos bélicos más devastadores del siglo XX. Las paredes de todos los edificios de las grandes urbes que posteriormente fuesen obligadas a firmar el Pacto de Varsovia aparecían una vez mas con letreros como ”Padre Lenin, tus hijos se han vuelto locos”, ”No a la invasión”...

En el momento de sentir, en 1948, la amenaza de la invasión a la Yugoslavia socialista por parte de la URSS, Tito mandó a Koča Popović, el entonces jefe de la comandancia del ejército popular yugoslavo, a establecer contactos con EUA. Se le preguntó al gobierno de Truman cuál sería la reacción de los norteamericanos en caso de una invasión soviética a Yugoslavia. La respuesta no satisfizo a Tito; consistía únicamente en una enérgica oposición diplomática a tal acción sin intervención militar alguna. Acto seguido, Popović solicitó de Norteamérica ayuda en logística, misma que significaría armamento, ayuda económica, apoyo militar, etc. Tomando estas negociaciones como su antecedente directo, ese mismo año se firmó un tratado de apoyo logístico y militar entre Yugoslavia, Turquía y Grecia, conocido como el Pacto de los Balcanes; mismo que fungiría bajo el padrinazgo de la OTAN y no sería muy diferente a contar con un ala meridional de miembros del tratado del atlántico norte (OTAN). Este acuerdo, sin embargo, era redactado de tal manera que en ningún momento se veía amenazada la soberanía del territorio yugoslavo.

En caso de una invasión por parte de los soviéticos, toda la planeación de la defensa militar correría a cargo del gobierno titísta; ni las tropas estadounidenses ni ningunas otras, jamás tocarían suelo yugoslavo. Todo ello se debía a las extraordinarias dotes diplomáticas del mismo Tito; mismas que protegieron al país de intromisiones extranjeras en los operativos de liberación de Belgrado en conjunto con el Ejército Rojo en octubre de 1944, mismo que entró y salió de Yugoslavia sin permanecer allí por demasiado tiempo.

A partir de esos momentos inició la ayuda militar al ejército yugoslavo por parte de EUA. Fueron donados sobre todo aviones –por ejemplo, los famosos thunderbirds- y artillería pesada. Por otro lado, iniciaron también las estancias de oficiales de ejército yugoslavos en las academias militares de países de la OTAN. Desde esta época y hasta la desaparición de la Yugoslavia socialísta, se obtuvo en curso actual de divisas un poco más de 22,000 mdd en armamento, alimentos y otros tipos de ayuda, dentro de lo que fue una especie de tratado de libre comercio especial entre EUA y Yugoslavia.

La pregunta que saltaba naturalmente a la vista era ¿qué fue lo que le parecía tan atractivo en todo esto a Truman? Ello tenía que ver con políticas a largo plazo de los Estados Unidos. Yugoslavia era considerada la punta de lanza hacia la democratización de toda la Europa del este y de su desarrollo económico y político dependería el desenlace de la guerra fría en boga desde el mero comienzo de la segunda guerra mundial.

Todos estos acontecimientos intimidaron a Stalin y sus intenciones de anexión de Yugoslavia al bloque europeo bajo la influencia sovietica. Comprendió que no podía jugar con Yugoslavia sin enfrentarse a los EUA y al Occidente europeo. El tratado de los Balcanes no era una simple especulación política sino una realidad tajante. Josip Broz - Tito se volvía a salir con la suya en ese 1949.

En la URSS tuvo lugar una sangrienta persecución política en las época de los veintes y los treintas al igual que bajo todo el mandato de Stalin, un calvario en el cual perdieron la cabeza altos funcionarios, todos acusados de enemigos de estado. La presidencia en Belgrado tomó las mismas medidas para eliminar de raíz toda simpatía con las llamadas doctrinas ”estalinistas”. Años de establecimiento de poder. Momentos para definir el curso de las recién ganadas revoluciones; días de ”trabajo sucio” para gobiernos autoritarios.

Mira Milosevich [Mil00] comenta al respecto que después de la segunda guerra mundial, los comunistas se disfrazaban de chetniks para despertar el odio hacia el enemigo ideológico. Sin embargo, sigue la autora, a partir de 1948 el enemigo ideológico fueron los estalinistas. Con ellos no se podía jugar el juego de los disfraces, por una simple razón: hasta ayer todos los comunistas yugoslavos habían creído en Stalin y en la lucha revolucionaria rusa. Los que fueron enviados a desaparecer en Goli Otok, isla del archipiélago yugoslavo que fungía como cárcel natural para presos políticos del régimen de Tito, eran enemigos más personales que ideológicos de Tito y los titístas. Para la socióloga, Danilo Kiš, uno de los grandes intelectuales yugoslavos, acreedor a un gran número de premios nacionales e internacionales, opositor y crítico del sistema titísta, fue uno de los primeros en la Yugoslavia comunista que dijo públicamente "que los campos de concentración, sean fascistas o comunistas, son la misma cosa, y que dejasen de intentar convencernos de que lo nuestro, lo de izquierdas, era mejor porque era históricamente necesario (Marx) para llegar al paraíso donde no habrá ya clases ni lucha de clases. Que nosostros –los de izquierdas-, aunque queremos el exterminio de todos los que no piensan como nosotros, somos éticamente puros porque lo nuestro no es otra cosa que el camino histórico hacia un futuro mejor, porque a nosotros no nos importan ni las naciones ni las razas, y casi no nos importa ni la lucha de clases, sino una única clase: el proletariado, la clase que debe llegar al poder total. Matar en nombre del proletariado no es lo mismo que matar en nombre de la superioridad de una raza. Pero, para Kiš, es lo mismo. Se trata en ambos casos de matar en aras de una ideología totalitaria" [Mil00, p. 164].

Las condiciones económicas en Yugoslavia después de la guerra fueron complejas, sobre todo si se toma en cuenta el hecho que durante la segunda guerra mundial perdieron la vida alrededor de 1,750,000 yugoslavos [Jov69]. La industria, ya de por sí poco desarrollada, fue destruida durante la guerra, la agricultura fue fragmentada, las carreteras y vías férreas destruidas. Por una parte, era necesario reparar las consecuencias acarreadas por las devastaciones bélicas y renovar el país, y por otra parte debieron crearse las condiciones pertinentes para satisfacer las necesidades sociales de los pueblos yugoslavos, que además de luchar por su independencia nacional fueron protagonistas en la lucha de "liberación" popular, una guerra civil sangrieta de la cual salieron vencedores los comunistas en detrimento de todos los demás grupos políticos forzados al sometimiento, la encarcelación a al exilio (el voluntario y el no tanto). Cabe mencionar que en las primeras decadas de la reconstrucción del país participó en ésta la gran mayoría de la población, voluntariamente; reconstruía ciudades, trabajaba el campo hombro a hombro, unida por canciones "partisanas" de la guerra, la famosa Internacional y consignas similares.

Sin embargo, como siempre ocurre en cambios sociales tan radicales como el que se llevaba a cabo, existía una sombra de injusticia, de asesinatos, de nacionalizaciones que abarcaban el desalojo y le dejaban a las familias burguesas (y, por ende enemigas) mucho menos de lo que prescribía la ley. Se respiraba pues, en el aire, una guerra de resentimiento social muy peculiar aunque disfrazada por una maquinaria impresionante de propaganda hacia fuera, hacia el mundo. El estado se justificaba declarando que ello se debió a la naturaleza misma de las tareas que se tuvieron que resolver: en primer lugar a la necesidad de una intervención estatal vigorosa para superar los vestigios políticos y económicos del antiguo sistema capitalista y crear sólidas bases para un rápido desarrollo socialista.

El fin de esta etapa y el comienzo de las etapas siguientes de desarrollo de Yugoslavia fue marcado por la adopción de la Ley sobre la entrega de las empresas económicas a la gestión de las colectividades de trabajo (1950), y por la aprobación de la Ley Constitucional acerca de la Organización Social y Política de la República Socialista Federativa de Yugoslavia (1953).

Fue en 1953 cuando Josip Broz Tito fue elegido presidente de Yugoslavia, para asumir este cargo en condición de vitalicio a partir de 1974.

A la mitad de la época de los cincuenta, ya muerto Stalin y con Nikita Krushov como el nuevo líder, Rusia decidió finalmente limar sus asperezas con su ”hijo rebelde” y empezar a jugar con las nuevas regls del juego internacional. Todos esos años, Yugoslavia vivía severos bloqueos económicos intermitentes, primero por parte de la URSS y el Pacto de Varsovia y posteriormente por parte de los EUA y la OTAN, aunque a menor escala. No alinearse en esos momentos era un insulto sin precedentes hacia ambos polos de aquella realidad política.

Para Eric Hobsbawm [Hob01], en la práctica la situación mundial se hizo razonablemente estable poco después de la guerra y siguió siéndolo hasta mediados de los setenta, cuando el sistema internacional y sus componentes entraron en otro prolongado período de crisis política y económica. Hasta entonces ambas superpotencias habían aceptado el reparto desigual del mundo, habían hecho los máximos esfuerzos por resolver disputas sobre sus zonas de influencia sin llegar a un choque abierto de sus fuerzas armadas que pudiese llevarlas a la guerra y, en contra de la ideología y de la retórica de guerra fría, habían actuado partiendo de la premisa de que la coexistencia pacífica entre ambas era posible.

El historiador prosigue afirmando que este acuerdo tácito de tratar la guerra fría como una ”paz fría” se mantuvo hasta los años setenta. La URSS supo, o mejor dicho, aprendió en 1953 que los llamamientos de los Estados Unidos para ”hacer retroceder” el comunismo era simple propaganda radiofónica, porque los norteamericanos ni pestañearon cuando los tanques soviéticos restablecieron el control comunista durante un importante levantamiento obrero en Alemania del Este. A partir de entonces, tal como confirmó la revolución húngara de 1956, en opinión de Hobsbawm [Hob01], "Occidente no se entrometió en la esfera de control soviético.
Es probable, continúa el analista, que el período más explosivo de la guerra fría fuera el que medió entre la proclamación formal de la doctrina Truman (que expresaba que la política de Estados Unidos tenía que ser apoyar a los pueblos libres que se resisten a ser subyugados por minorías armadas o por presiones exteriores) en marzo de 1947 y abril de 1951, cuando el mismo presidente de los Estados Unidos destituyó al general MacArthur, comandante en jefe de las fuerzas de los Estados Unidos en la guerra de Corea (1950-1953), que llevó demasiado lejos sus ambiciones militares. Durante esta época el temor de los norteamericanos a la desintegración social o a la revolución en países no soviéticos de Eurasia no era simple fantasía: al fin y al cabo, en 1949 los comunistas se hicieron con el poder de China.

Por su parte, la URSS se vio enfrentada con unos Estados Unidos que disfrutaban del monopolio del armamento atómico y que multiplicaban las declaraciones de anticomunismo militante y amenazador, mientras la solidez del bloque soviético empezaba a resquebrajarse con la ruptura de la Yugoslavia de Tito (1948). Además, a partir de 1949, el gobierno chino no sólo se involucró en una guerra de gran calibre en Corea sin pensárselo dos veces, sino que, a diferencia de otros gobiernos, estaba dispuesto a afrontar la posibilidad real de luchar y sobrevivir un holocausto nuclear" [Hob01, p. 232-233]. Todo podía suceder, escribe Hobsbawm.

La pésima cosecha de 1946, seguida por el terrible invierno 1946-47, puso aún más nerviosos tanto a los políticos europeos como a los asesores presidenciales norteamericanos, comenta el historiador. En esas circunstancias no es sorprendente que la alianza que habían mantenido durante la guerra las principales potencias capitalista y socialista, ésta ahora a la cabeza de su propia esfera de influencia, se rompiera, como tan a menudo sucede con coaliciones aún menos heterogéneas al acabar una guerra. Sin embargo, ello no basta para explicar porqué la política de los Estados Unidos tenía que basarse, por lo menos en sus manifestaciones públicas, en presentar el escenario de pesadilla de una superpotencia moscovita lanzada a la inmediata conquista del planeta, al frente de una ”conspiración comunista mundial” y atea siempre dispuesta a derrocar los dominios de la libertad. Y es que ahora resulta evidente, y era tal vez razonable incluso en 1945-1947, escribe Hobsbawm, que la URSS ni era expansionista –menos aún agresiva- ni contaba con extender el avance del comunismo más allá de lo que se supone se había acordado en las cumbres 1943-1945. De hecho, allí en donde la URSS controlaba regímenes y movimientos comunistas satélites, éstos tenían el compromiso específico de no construír estados según el modelo de la URSS, sino economías mixtas con democracias parlamentarias pluripartidistas, muy diferentes de la ”dictadura del proletariado” y ”más aún” de la de un partido único, descritas en documentos internos del partido comunista como ”ni útiles ni necesarias” [Hob01, apud. Spriano, P., I comunisti europei e Stalin, Turín, 1983, p. 265] . Los únicos regímenes comunistas que se negaron a esta línea fueron aquellos cuyas revoluciones que Stalin desalentó firmemente, escaparon al control de Moscú, como Yugoslavia.

Desde cualquier punto de vista racional, la URSS no representaba entonces ninguna amenaza inmediata para quienes se encontrasen fuera del ámbito de ocupación de las fuerzas del Ejército Rojo. Después de la guerra, se encontraba en ruinas, desangrada y exhausta, sigue Hobsbawm, con una economía civil hecha trizas y un gobierno que desconfiaba de una población, gran parte de la cual, fuera de Rusia, había mostrado una clara y comprensible falta de adhesión al régimen. En sus confines occidentales, la URSS continuó teniendo dificultades con las guerrillas ucranianas y de otras nacionalidades durante años. La URSS necesitaba toda la ayuda económica posible y, por lo tanto, no tenía ningún interés, a corto plazo, en enemistarse con la única potencia que podía proporcionársela, los Estados Unidos. No cabe duda, afirma Hobsbawm en la única aseveración que, según tu opinión justificaría todo lo anterior, que Stalin, en tanto que comunista, creía en la inevitable sustitución del capitalismo por el comunismo, y, en ese sentido, que la coexistencia de ambos sistemas no sería permanente.

Sin embargo, responde el historiador a sus propios cuestionamientos, la política de enfrentamiento entre ambos bandos surgió de su propia situación. La URSS, consciente de lo precario e inseguro de su posición, se enfrentaba a la potencia mundial de los Estados Unidos, conscientes de lo precario e inseguro de la situación en Europa central y occidental, y del incierto futuro de gran parte de Asia. El enfrentamiento es probable que se hubiese producido aun sin la ideología de por medio.

Nadie sabía mejor que Stalin, sigue el británico, lo malas que eran sus cartas. No cabía negociar las posiciones que le habían ofrecido Roosvelt y Churchill cuando la intervención soviética era esencial para derrotar a Hitler y todavía se creía que sería esencial para derrotar a Japón. La URSS podía estar dispuesta a retirarse de las zonas donde no estaba amparada por los acuerdos de las cumbres de 1943-1945, y sobre todo de Yalta, pero todo intento de revisión de Yalta sólo podía acogerse con una rotunda negativa, y de hecho, el ”no” del ministro de asuntos exteriores de Stalin, Molotov, en todas las reuniones internacionales posteriores a Yalta se hizo famoso. Los norteamericanos tenían la fuerza de su lado. La URSS, no.

En resumen, termina Hobsbawm su explicación, mientras que a los Estados Unidos les preocupaba el peligro de una hipotética supremacía mundial de la URSS en el futuro, a Moscú le preocupaba la hegemonía real de los Estados Unidos en el presente sobre todas las partes del mundo no ocupadas por el Ejército Rojo. No hubiera sido muy difícil convertir a una URSS agotada y empobrecida en otro satélite de la economía estadounidense, más poderosa por aquel entonces que todas las demás economías mundiales juntas. La intransigencia era la táctica lógica [Hob01, p. 235-238]. El mundo se encontraba en plena guerra fría.

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