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15.5.05

Del significado de Kosovo como mito cultural de la identidad serbia

Al preguntarle a cualquier serbio cuál es la cuna de toda su cultura, al menos desde la época medieval, la respuesta sería indudablemente: Kosovo. La anterior tesis encuentra su respaldo en la relevancia de este territorio en numerosos acontecimientos de suprema importancia para el pueblo serbio y el hecho que, desde que se había establecido el reino de Ras en el siglo IX, un gran número de centros religiosos y culturales siempre había estado precisamente allí. Ello se debe a que los Nemanjić utilizaron la Iglesia ortodoxa serbia para reforzar su poder.

Según Mira Milosevich [Mil00], tomando en cuenta que en "el territorio del estado serbio no existió una preevangelización, fueron ellos los que abordaron la cristianización de los Balcanes de un modo autoritario y sistemático". No se hacían descender de ningún personaje del Antiguo Testamento, algo bastante usual entre los reyes de su época, pero su ambición no era por ello menor que la de éstos. Los Nemanjić pretendían convertirse en santos, en los santos mayores de su Iglesia. A lo largo de su vida, todo descendiente de esta dinastía reconocía su deber de convertirse en santo. Construía un monasterio al que se retiraría para esperar la muerte y se convertía allí en un monje más. Recibía las órdenes sagradas y le daban nombre de un santo. Después de su muerte, el rey se convertía, mediante directa intervención de sus descendientes, en santo de la Iglesia ortodoxa serbia. Para que ello fuera posible, cada Nemanjić tenía su propio cronista o biógrafo cuya función era escribir la vida de su señor, registrando todos los hechos por los que se hacía acreedor a la santidad. Al canonizarlo, la Iglesia ortodoxa confirmaba el poder temporal de la dinastía: la canonización de un Nemanjić otorgaba santidad al estado mismo [Mil00]. De ahí tantos monasterios en el territorio del antiguo reino de Ras, hoy la parte norte del protectorado de las fuerzas de la OTAN: Kosovo.

Otro evento que vino a reforzar esta cuestión -y que en la actualidad forma el segundo de los grandes mitos culturales más defendidos de la gloria serbia- era que para el año de 1389, al suscitarse el gran intento de la conquista de Europa a manos del Imperio otomán, el primer pueblo cristiano que encontraron a su paso, entrando por el sudeste de Europa, fue precisamente el reino serbio dividido por pugnas internas entre señores feudales de aquel entonces, acaecidos a la muerte del emperador Dušan (1, 2, 3).

Retomando el libro de Mira Milosevich [Mil00], se encuentra que "según Anthony D. Smith, el más conspicuo defensor de las tesis primordialistas acerca del nacionalismo -según esta autora-,
para comprender el carácter de las identidades étnicas, no hay que atender tanto a su organización social o a sus relaciones políticas y militares con otras etnias como a lo que él llama complejo mítico-simbólico, es decir, a las formas y contenidos de los mitos y símbolos, de las memorias históricas y de los modelos culturales. El complejo mítico-simbólico, o mitomotor, constituye el factor más importante entre lo que determina un carácter étnico y su estabilidad histórica"[Mil00, p. 66, apud. Anthony D. Smith. The Ethnic Origins of Nations, Blackwell, Oxford, 1986; ”Ethnic myths and ethnic revivals”, revista Archives Européennes de Sociologie, XXV, p. 283-305].

La autora prosigue con la afirmación que comparto totalmente: "el centro del complejo mítico-simbólico aparece ocupado de ordinario por los mitos de orígen, relatos sobre el pasado remoto de la comunidad étnica. En el mitomotor serbio, la centralidad corresponde, como es sabido, al ciclo de Kosovo, que refleja la evolución de una consciencia colectiva, sus transformaciones y sus distintas funciones políticas a lo largo de la historia" [Mil00, p. 66].

***
Al sentir la amenaza, el soberano serbio Lazar, que gobernaba con su esposa Milica, su pequeño dominio, mandó una convocatoria a todos los serbios que así se sintiesen presentarse en la planicie de Kosovo polje (Campo de mirlos, en traducción del serbio) para emprender la batalla decisiva en contra del invasor y olvidar sus peleas; si hicieran lo contrario, el rey rezaba la mas fuerte de las maldiciones en su contra.

El poema La maldición del príncipe (Lazar) (Kneževa kletva, es el título original), de origen vernáculo y cantado por los trovadores serbios desde la Edad Media y hasta llegar al siglo XIX (1), cuando fue recopilado por Vuk Stefanović Karadžić (se hablará de él más adelante en este mismo post y más profundamente en un futuro), reza:


El que es serbio y de origen serbio,
y de la sangre serbia y ascendencia,
y no llega a la batalla a Kosovo,
que de su mano nada se de:
¡ni el vino amarillento, ni el trigo blanco!
¡Que no obtenga frutos del campo,
ni en su hogar del corazón descendencia!
¡Que lidie con el mal hasta el último de su linaje!
[Dju61, p.66]

Lo anterior teniendo como precedente la gran derrota sufrida a manos del imperio turco en la batalla del río Marica, el año de 1371.

Esta es la versión más socorrida. Sin embargo, me parece interesante tomar en cuenta la opinión e investigaciones de varios historiadores como Tihany, Jelavić y otros, recopiladas por Bogdan Denitch [Den95, p. 124-125, apud. Tihany, Leslie C., A history of Midddle Europe, New Brusnwick, N.J., Rutgers Universoty Press, 1976, et Jelavić, B., History of the Balcans, 2 Vol., Cambridge, Cambridge University Press, 1983] que sostienen que el rey Lazar no era, en el sentido literal de la palabra, el rey de Serbia, aunque gobernó casi todos sus territorios. Competían por este título por lo menos dos figuras más: el rey Tvrtko I, de Bosnia, que fue coronado con los títulos tradicionales del reinado serbio, y el rey Marko que era, según ciertas fuentes, un vasallo turco y murió al servicio de los turcos. Por desgracia para la verdad histórica, afirma Denitch [Den95], las leyendas y las canciones épicas fueron muy importantes en una tierra donde la tradición oral era fuerte. Estas leyendas y canciones épicas hicieron del rey Marko el héroe de muchas historias heroicas, mientras apenas se menciona al rey Tvrtko. La razón probable para este autor [Den95], es que fue la Iglesia ortodoxa serbia la que forjó los mitos, sobre todo en la segunda mitad del siglo XVI, ya que se reestableció como tal tras la conquista a manos de los turcos apenas en el año de 1555, y Bosnia siempre fue un lugar sospechoso atestado de católicos y de herejes cátaros -Bogumilos-. El rey Marko era por lo menos con seguridad, ortodoxo serbio, especula Denitch [Den95].

En oposición a estas especulaciones, para la mayoría de historiadores no existe tal confusión. Lazar Hrebeljanović, como era su apellido, era conde y no rey; emparentado con los Nemanjić a través de su mujer, Milica. Al igual que el sultán turco, murió en la batalla de Kosovo. Mira Milosevich [Mil00] escribe que ”los relatos que se compusieron en su honor después de la batalla, constituyen una exaltación del conde como defensor de la fe cristiana. En 1391, sus restos fueron exhumados en Kosovo y trasladados al monasterio Ravanica, que había hecho levantar él mismo. Desde entonces, el 28 de junio de cada año, se celebra una liturgia especial en su recuerdo: El culto al Conde Lazar.”

Al respecto de la peculiaridad de las hazañas supuestamente heroicas de un personaje aparentemente insignificante como lo es el rey Marko, también escribe Vojislav Djurić, en su libro La antología de la épica vernácula [Dju61]. Este autor señala que el rey Marko gobernó de 1371 a 1395 y que la sede de su gobierno se encontraba en la ciudad de Prilep. Durante todo el tiempo de su gobierno, reconocía el gobierno supremo del Imperio otomán. Después de la batalla en Kosovo, durante el gobierno del rey Bayazit, tuvo que participar también en las acciones militares turcas. En una de estas acciones murió el año de 1395, en la batalla en Rovine en contra del duque de los vlasis, Mirča. Según Konstantin Filozof, el biógrafo del que hablaré más adelante, Marko dijo en su lecho de muerte: ”Digo y le ruego al Señor que ayude a los cristianos, y yo que sea el primero entre los muertos en esta guerra” [Dju61, p.49].

Todo lo que la historia sabe acerca de Marko, escribe Djurić, se resume en que era un gobernante insignificante. Sin embargo, en las canciones y los cuentos él es el más grande de entre los héroes. Porqué sucede esto, no se puede decir con mucha veracidad. Puede ser que durante su gobierno el pueblo haya sido protegido de todo tipo de desgracias ocasionadas por los turcos y que posteriormente, bajo el peso del régimen otomán, el recuerdo de esos tiempos haya tenido un significado trascendente para la creación del personaje heroico del rey Marko.
Acerca de estos acontecimientos y la relevancia de la derrota -finalmente celebrada, como lo comenta atinadamente Mira Milosevich [Mil00], volviéndose por ello un fenómeno de gran complejidad-, en el subconsciente colectivo serbio existe un sinnúmero de versiones.

Mira Milosevich [Mil00, p. 35], señala que en estos acontecimientos "radica la peculiaridad del nacionalismo serbio ”leído en clave de melancolía: la causa de la melancolía no es una pérdida falsa. Es la pérdida real de una batalla, que no se llora, que no pasa por la fase de luto, sino que se asume paradójicamente con entusiasmo y con orgullo.” La autora prosigue explicando que a los serbios, la pérdida de la batalla de Kosovo les costó cinco siglos de dominación otomana. Desde entonces, sólo cuando pierden se sienten solos y ensimismados -y, por lo tanto, hacen todo lo posible para perder-. La perdida batalla de Kosovo y la lucha a lo largo de cinco siglos para formar el estado nacional independiente se ha convertido, según esta autora, en el modelo y en el modus vivendi para cualquier nacionalista serbio. A raíz de éste y de los hechos que más adelante iré describiendo, la autora concluye que el nacionalismo serbio de los años ochenta nació del rencor por las antiguas humillaciones y del temor de las futuras.

A mí me parce que la explicación es mucho más compleja que lo que Mira Milosevich pretende. No habría que olvidar el enorme sentido de pertenencia desarrollado en el pueblo, una vez que ya le era permitido hablar de su propia nacionalidad y ya no únicamente de la nacionalidad yugoslava que solía ser la"políticamente correcta" en los años del gobierno titísta. Las políticos sececionistas de los albaneses asentados en Kosovo que vivían un nuevo brote a partir de 1981, el exacerbado nacionalismo croata que arremetió con toda su fuerza en contra de casi una cuarta parte de su población de orígen serbio ya para 1991, la propaganda de todos los líderes corruptos y ambiciosos de los nuevos países balcánicos y las políticas fallidas de los organismos internacionale, como la ONU o la UE, tuvieron muco que ver en ello, también.
Mira Milosevich [Mil00, p. 68], prosigue señalando que: "entre los serbios existe la arraigada creencia de que tras esta derrota (la de Kosovo polje) se desvaneció la independencia del estado serbio y de la Iglesia ortodoxa autocéfala. Pero, si no se puede probar que en el siglo XIV existiera algo parecido a una nación serbia, mucho menos cabe hablar de un estado serbio. ¿Y de una etnia serbia? Al menos, existía un grupo definido por rasgos idiomáticos y religiosos, pero nada más. No, en absoluto, una comunidad con clara consciencia de poseer una identidad política.

La identidad, o mejor dicho, la consciencia identitaria surgió para la autora, precisamente de la derrota militar. Lo que se perdió en la batalla de Kosovo fue la inocencia, la inmediatez de una experiencia no reflexiva de pertenecer a una sociedad regida por los valores culturales y religiosos propios de una civilización agraria. Con el desastre de Kosovo nació la consciencia de una discontinuidad, de una ruptura. ¿Se perdió un estado serbio? No. Tal supuesta pérdida es una fantasía que traduce un deseo. Para que el estado serbio fuera posible, había que perderlo previamente. Había que perder lo que nunca se había poseído."
Me parece esta postura crítica, diametralmente opuesta a la de una gran mayoría de intelectuales, periodistas o simplemente ciudadanos serbios que conozco. Indistintamente de la ideología que se siguiera, lo que sí me parece indiscutible es el hecho que los acontecimientos mencionados hayan marcado la identidad de los serbios para siempre y que sus consecuencias, desde cualquier punto de vista, claramente repercuten en su actualidad. Reconozco en estos pasajes la continuación del primer proceso trascendente de larga duración para la historia de los pueblos balcánicos referente a la diversidad de influencias culturales que había iniciado varios siglos atrás y de cuyo inicio ya se escribió aquí.


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3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

¿Es cierto que en la primera batalla de Kosovo Polje dos huestes albaneses, una católica y otra ortodoxa, lucharon en el bando serbio? Si es así, ¿por qué no se menciona nunca?

¿Por qué los serbios no hablan nunca de la segunda batalla de Kosovo, en la que lucharon en el bando turco (¿musulmán?) conta los húngaros?

Y yendo aún más atrás: cuando los eslavos llegaron al Kosovo, ¿no estaba poblado?

martes, febrero 19, 2008 2:15:00 p.m.  
Anonymous Anónimo said...

Entre todos los pueblos de la Tierra ni uno solo hay que se parezca tanto al castellano/español como el serbio. Ambos en los confines de la cristiandad debieron defender sus fronteras frente al Islam, con diferente suerte.

La reciente historia de los balcanes se hubiera repetido en la península Ibérica de no haber expulsado a los musulmanes hace 500 años.

¿Cómo no ver con simpatía a los serbios desde la vieja Castilla?

Salud a los serbios.

jueves, febrero 21, 2008 3:20:00 p.m.  
Blogger Makoki13 said...

Esta referencia es repugnante. La Corona de Aragón también luchó con el Islam en la Península, y en Cataluña, Baleares... no se llegan a estas conclusiones. En el putsch de Munich quizá sí, pero esta es otra historia.

lunes, octubre 11, 2010 2:25:00 a.m.  

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