Reflexiones iniciales cortas sobre una historia larga
"Lucien Febvre, durante los últimos diez años de su vida, ha repetido: «historia, ciencia del pasado, ciencia del presente». La historia, dialéctica de la duración, ¿no es acaso, a su manera, explicación de lo social en toda su realidad y, por tanto, también de lo actual? Su lección vale en este aspecto como puesta en guardia contra el acontecimiento: no pensar tan sólo en el tiempo corto, no creer que sólo los sectores que meten ruido son los más auténticos; también los hay silenciosos. Pero, ¿vale la pena recordarlo?"
(BRAUDEL, F., La historia y las ciencias sociales, Alianza Editorial. 10ª reimpresión. Madrid, 1999)
Desde luego que vale la pena. Los trágicos acontecimientos que tomaron lugar en los Balcanes en la década de 1990 tienen sus raíces profundas en el pasado de esta región; mismo que no pocas veces abarca hechos que Braudel clasifica como de muy larga duración.
En el presente análisis se tomará como imprescindible la necesidad de definir procesos que iniciaron hace largo tiempo y que siguen desarrollándose bajo esquemas muy similares teniendo la misma causa a lo largo de su progreso. Estos procesos se denominarán de larga duración. Desde luego, tal y como se verá en el análisis llevado a cabo, existen sucesiones de misma causa que acompañan a un pueblo o una extensión geográfica concreta casi desde su surgimiento mismo. Éstos se denominarán de muy larga duración. También existen procesos que completan su ciclo a lo largo de media centuria aproximadamente, denominados de duración media. Posteriormente, existe el requerimiento de referirse a ciertos acontecimientos que marcan simbólicamente una época o el fin de un ciclo y el inicio de otro: éstos se denominarán como coyunturales. Finalmente, existen acontecimientos históricos que se pueden analizar, por decisión, como hechos aislados o igual dentro de un contexto completo, aunque al margen de un análisis que los absorbería en algún desarrollo de duración larga o muy larga; estos seguirán siendo simplemente acontecimientos históricos como tales.
Como primer ejemplo de lo anterior se puede tomar la ubicación geográfica de los países sudeslavos. Desde las primeras concepciones del mundo como tal, esta región ha representado un lugar estratégicamente importante. Se encuentra justo en medio del torbellino que representa el cruce de los caminos comerciales y físicos que unen el continente euroasiático y, por medio de la salida al mar Mediterráneo a través del mar Adriático, es una de las rutas que se podían tomar hacia el continente africano. La opulencia y el poder alcanzados por la pequeña República de Venecia en la Edad Media se debió justamente a este factor geográfico. En otras palabras, si revisamos las trayectorias expansionistas de todos los grandes conquistadores desde Europa hacia Asia o viceversa, veremos que coinciden con el supuesto anterior y que se veían éstos obligados a considerar los territorios mencionados como trascendentales en el afán de lograr sus objetivos.
Por otro lado, al estar situados en sudeuropa, los habitantes balcánicos se volvían una y otra vez la pieza fundamental para la integración de territorios de todos los imperios europeos, desde siempre. Su importancia geográfica, por ende, no se podría despreciar en ningún momento del pasado europeo y el de sus relaciones con Asia o África. Este factor de suprema importancia es ya parte integral de los habitantes de esta zona. Las invasiones a estos territorios y guerras llevadas a cabo por su dominación se habían vuelto una cotidianidad desde antes de la famosa Guerra de Troya, cuyo escenario desde luego fue justo una gran parte de ésta región.
En resumen, se puede afirmar que la situación geográfica de las tierras balcánicas es un factor trascendental que ha provocado un proceso de muy larga duración –más de veinte siglos- que combinado con situaciones diversas y cambiantes a lo largo de la historia ha desencadenado las invasiones tan lejanas en el tiempo entre ellas, como lo podrían ser la de los celtas sobre los singes, de los romanos sobre los celtas, de eslavos contra romanos –con diversos reveses-, del Bizancio contra el incipiente catolicismo del Imperio Romano Occidental, de los húngaros sobre los croatas, de búlgaros sobre todas las tierras sureslavas, de los turcos sobre los serbios, macedonios, monteneegrinos y gran parte de Bosnia –con diversos pormenores que se discutirán en breve-, de los búlgaros sobre los serbios liberados del yugo otomán, del Imperio Austrohúngaro contra los serbios en la Primera Guerra Mundial (como claro pretexto de inico de una guerra inminente en Europa, que duraría hasta 1945), de las fuerzas del centro en la Segunda Guerra Mundial, de los capitales alemanes y austríacos al inicio de la década de los 1990´s y el aniquilamiento masivo del estado yugoslavo a manos de la OTAN en 1999.
Siguiendo con el presente análisis, una vez establecidos e identificados los primeros Estados serbio y montenegrino y los sentimientos de nacionalidad particular de casi todos los pueblos sudeslavos, se subraya el segundo proceso de muy larga duración cuyas consecuencias resultan más actuales que nunca en el umbral del siglo XXI. Éste radica en la determinación cultural y religiosa de los diferentes pueblos que conformarían la Yugoslavia de Tito (1941-1990); determinados éstos por los diferentes imperios que dominaron los territorios de cada uno de estos pueblos por más de cinco siglos –desde el siglo XIV hasta los inicios del siglo XX-.
Durante toda esta época, los diferentes pueblos eslavos de estos territorios se encontraban en medio de una pugna trascendental entre las Iglesias Católica y Ortodoxa o Bizantina en un principio y el islam y todas las demás, después de la conquista de Serbia, Montenegro, Macedonia, gran parte de Bosnia y algunas partes de Croacia a manos del Imperio otomano. De ahí surgieron los sonados musulmanes de la actualidad que no son más que croatas y serbios convertidos al islam tras cinco siglos de persecución religiosa. La formación cultural adquirida por los croatas y eslovenos bajo el dominio occidental, austrohúngaro y de la Iglesia Católica resultaron por demás diferentes a los que se podían percibir entre los pueblos sudeslavos que se libraban del dominio otomán hacia finales del siglo XIX. Estas diferencias culturales se hicieron patentes y resultaron ser un factor trascendental una vez establecido el primer Estado yugoslavo después de la I Guerra Mundial. Incluso, hoy en día es posible ver en las calles de Sarajevo o Skopie mujeres vestidas a toda la usanza de países islámicos, herencia directa de la dominación otomanaa de estos territorios.
Los mencionados desencuentros culturales siguen provocando odios y menosprecio entre los habitantes balcánicos, además de haberse transformado paulatinamente en un colectivo reconocimiento de la existencia de una especie de títulos históricos autodefinidos, por medio de los cuales se construyó toda una teoría de superioridad nacional asumida por todas las partes involucradas y que, según los experimentados esquemas de un norte industrializado y un sur subdesarrollado, se deteriora cada vez más al irse alejando de Austria y acercándose a Albania.
Otro hecho interesante es que, siendo una frontera natural entre todas las potencias que a lo largo de la historia conquistaban una u otra parte de Europa o Asia, los pueblos sudeslavos –y sobre todo los serbios- han sido utilizados siempre y sin excepción, como ejército defensor de imperios, civilizaciones o iglesias. Incluso, parte del orgullo nacional serbio por ejemplo, reside precisamente en el hecho de sentirse los últimos defensores de la Europa cristiana en contra de la invasión musulmana; en caso de los croatas, el orgullo nacional radica en sentirse los últimos católicos civilizados frente a la Iglesia Bizantina y un poco más lejos, al Islam.
Tomando en cuenta lo anterior, es claro que se trata de pueblos que han considerado la guerra una parte fundamental de su existencia. El renombre conquistado de feroces guerreros, sobre todo en la población serbia, no se ha extinguido en el subconsciente colectivo de estos pueblos hasta el día de hoy. Desde luego, no se puede desdeñar el hecho estudiado en diferentes culturas, de las relaciones internas por demás pacíficas y amorosas, en el caso de sociedades bélicas y sumamente violentas hacia el exterior, compartido por el pueblo serbio. La cultura de guerra contribuyó de manera eficaz al inicio de los conflictos bélicos en la Krajina croata (antes Krajina serbia) en 1991.
Es interesante, sin embargo, que a la par de estos sentimientos y una cultura de guerra, se cultivaba en la época de la Yugoslavia titísta en la mayor parte de la población una esperanza hacia una paz duradera sustentada en la ideología política socialista, la desaparición forzosa de los odios anteriores a este nuevo estado y el surgimiento, probablemente artificial en un inicio, de una idea yugoslavista de hermandad de todos los eslavos del sur.
Aunque la historia a lo largo de los siglos parecía empeñarse en provocar la ruptura entre las identidades sudeslavas de estos pueblos, su fisionomía y la lengua que comparten parecían desafiar la lógica histórica que se les imponía. Aunque Mira Milosevich en su libro De los tristes y los héroes sugiere que Yugoslavia era una ilusión inventada por los primeros lingüístas del serbio-croata, la unificación de los pueblos sudeslavos en el siglo XX fue posible no por razones puramente lingüísticas, sino por los intereses políticos y socioeconómicos que no le dejaban otra alternativa a estos pueblos en plena época de la Guerra Total en el siglo XX.
La lucha por probar que existía un único idioma –ilirio-, base común del serbio y del croata, que tomó cuerpo en el movimiento conocido como ilirismo, fue el origen del proyecto de la nación yugoslava.
El ideal de un estado yugoslavo cuyos ciudadanos hablasen un idioma ilirio se debe a un alemán. Ljudevit Gaj, hijo de emigrantes alemanes, aceptó las ideas del croata Kopitar y del serbio Karadžić -el segundo alumno del primero- y las del ilirismo. Fue él mismo quién fundó en 1836 la Asociación de los amigos del pueblo ilirio, en Croacia, con la idea de crear una base política para la unión de todos los eslavos del sur –serbios y croatas como núcleo de la nación, y eslovenos y búlgaros como sus miembros constituyentes-. Fue, sin embargo, Ilija Garašanin, el ministro de Interior del rey serbio, Aleksandar Karadjordjević, quién escribió el primer programa nacional serbio en 1844, Načertanija (Principios), que fue la causa principal de la desaparición de los ilirios. La obra principal de Garašanin tomó las sugerencias amplias del patriota y jefe del Estado polaco, el conde Čartoriski. La idea fundamental era volver a Serbia el punto central de atracción para los eslavos del sur que se encontraban en los Balcanes. Lo anterior tomando en cuenta que Serbia se había vuelto el estado cristiano más significativo en esos momentos en estos territorios. Cuando en 1986, la Academia Serbia de las Ciencias y las Artes (SANU) escribía un Memorando con el fin de realizar un minucioso análisis de la situación de los serbios en ese momento (mismo que fue publicado sin la autorización de la institución), muchos dijeron que ese era el plan nacionalista serbio, inspirado completamente en el legado de Garašanin. Un gran número de intelectuales hasta el día de hoy le han atribuido a esos sueños de la llamada Gran Serbia el fracaso de la cristalización del proyecto ilirio y, a su vez, la desaparición del Estado yugoslavo a finales del siglo XX. Sin embargo, los momentos históricos y el orden mundial existente a mediados del siglo XIX eran muy diferentes a la realidad mundial de la década de 1990. El maniqueísmo político alcanzado por algunos, que insiste en atribuirle la misma causa de desaparición a ambos proyectos, culpando de ello únicamente las políticas expansionistas serbias, despreciando en todo momento el exorbitante nacionalismo alcanzado en los círculos políticos e intelectuales croatas (presente sobre todo a partir de la década de 1960 y que buscaba una emancipación propia anhelada por más de cinco siglos), es sin embargo el que ha permeado en los medios de comunicación internacionales.
Habiendo definido hasta este momento los dos procesos de muy larga duración y el de larga duración concerniente a la creación del proyecto yugoslavo, trascendentales para la comprensión de los acontecimientos en los Balcanes de finales del siglo XX, es necesario mencionar dos hechos coyunturales y uno de duración media más.
Estos serían, la realización del sueño ilírico intelectual, de un país único de todos los eslavos del sur, en plena época de lo que Eric Hobsbawm en su Historia del siglo XX llamó ”la época de la Guerra Total”, el mismo logro que como ya se dijo, lejos de cumplir con un sueño cultural, más bien obedecía una realidad sociopolítica y económica impuesta a estos pueblos. Este hecho propició en su mero inicio una serie de odios interétnicos y la frustración de todos los nacionalistas croatas y eslovenos que soñaban con una emancipación propia; sobre todo en los círculos intelectuales.
Fue en la mesa de los vencedores de la primera posguerra, al ir redactando el Tratado de Versalles que el Reino Serbio marcó el precedente de la repulsión nacionalista croata hacia los serbios, que determinaría los acontecimientos políticos de una gran parte del siglo XX yugoslavo y que desencadenaría los conflictos bélicos de los 1990's. En lugar de tomar una decisión más realista y expandir los territorios de su propio reino, preparando de esta manera el terreno hacia una futura confederación de los países sudeslavos, se prefirió crear el Reino Unido de Serbios, Croatas y Eslovenos, bajo la Corona serbia. De esta manera se frustraban los anhelos de la gran parte de la intelectualidad croata y eslovena quienes sentían a partir de entonces que los serbios se habían vuelto ”el puñal clavado en las gargantas” croata y eslovena, respectivamente.
Siguiendo la lógica de mencionadas frustraciones nacionalistas y como consecuencia directa de estos acontecimientos, Croacia se volvía al inicio de la II Guerra Mundial un Estado títere, creado por Hitler y supeditado a los lineamientos establecidos por la Alemania nazi. La adopción de la ideología fascista y los odios acarreados de veinte años antes provocaron el más terrible genocidio por parte del gobierno del Estado Independiente de Croacia en contra de la población serbia que habitaba desde siempre los territorios de este nuevo estado. El número de víctimas globales yugoslavas en la II Guerra Mundial que cuatriplicaba las de Francia o Italia, era cinco veces mayor a las de Austria o equivalía a las de Hungría, Rumanía, Bulgaria, Grecia y Checoslovaquia juntas (ver imagen), muestra claramente el alcance de las guerras de limpieza étnica ocurridas a la par de las invasiones de las fuerzas del eje y evidencían el impacto que tuvo esta época en el subconsciente colectivo de estos pueblos años después. Las consecuencias de tales odios nacionalistas se convirtieron en una bomba de tiempo que finalmente explotaba en la última década del siglo veinte.
Mapa comparativo de número de víctimas sufridas en la segunda guerra mundial por país europeo, despreciando las 5,000,000 de víctimas del holocausto.
(Historical Maps on File, USA, Ed. Facts on File, Martin Greenwald Associates, 1989)
El proceso histórico de duración media importante para la comprensión de las tres guerras y el aniquilamiento masivo de finales del siglo XX, es el iniciado a partir de la década de 1960. La lucha política al interior de la Liga de Comunistas de Yugoslavia encabezada por los llamados comunistas reformistas, provenientes principalmente de Eslovenia, Croacia y Macedonia y más tarde de Serbia, que iba dirigida hacia una mayor democratización del sistema político yugoslavo y planteaba cambios tan radicales como la constitución de un sistema pluripartidario e invocaba incluso nociones acerca de una diversificación económica (idea que definitivamente le funcionó a China al inicio del nuevo milenio), se volvió sin embargo, un refugio perfecto para muchos nacionalistas, sobre todo croatas, y hasta demócratas cristianos que disfrutaban de un claro apoyo por parte de la Iglesia Católica. Aunque el movimiento fue acabado por Josip Broz Tito en las llamadas primaveras croata, eslovena y serbia, respectivamente, y se terminaba así con una generación excepcional de políticos progresistas que habían desarrollado una relación de trabajo entre las repúblicas jamás igualada, los legados referentes a una mayor autonomía de cada república en cuanto a las decisiones y la imposibilidad de veto se vieron reflejados en la Constitución yugoslava de 1974. La división de Serbia en tres partes a través de la creación de dos provincias autónomas en su territorio –Kosovo y Vojvodina-, la negación de la implementación de la misma medida con la Krajina serbia en Croacia, la enorme autonomía que se dio a cada una de las repúblicas, misma que aniquiló cualquier autoridad federal, fueron todos ingredientes precisos que aceleraron la desaparición de Yugoslavia en 1990, en medio de la crisis terrible de la década de 1980, una de cuyas consecuencias fue incluso el inicio del proceso coyuntural iniciado en 1989 con la desaparición de la URSS y el bloque comunista de Europa del Este.
Aquí ya se toca inminentemente el inicio del proceso iniciado con el derrumbe del bloque socialista europeo y, desde lugo, el sistema socialista yugoslavo a partir del año de 1989. Este proceso acarreó en un inicio un desbalance geopolítico mundial que daba paso al intento de implementación del llamado Nuevo Orden Mundial con EUA como la única potencia relevante. Hoy en día se puede afirmar que ese plan resultaba por demás irreal, al contemplar la naciente organización multipolar del mundo con la Unión Europea, Estados Unidos, Rusia, China, Japón y una incipiente alianza sudamericana encabezada por Brasil como los polos económicos visibles. Sin embargo, los equilibrios geopolíticos y socioeconómicos desaparecidos no arrojaban un sistema mundial claro al inicio del nuevo milenio, por lo que es necesario aguardar algunos años más para poder juzgar claramente en qué evolucionaba el de antaño mundo bipolar. Como ya se mencionó anteriormente, la imposibilidad que representó el tránsito de un sistema monopartidista y una economía cerrada hacia la "democratización" del régimen político y la diversificación del mercado, aunados a la impresionante crisis económica de los finales de los ochenta y los mencionados conflictos nacionalistas resurgidos, provocaron uno de los conflictos más temidos desde la creación de la República Socialista Federativa de Yugoslavia (SFRJ), en 1941. Todo ello provocó un redescubrimiento de los dos procesos de muy larga duración descritos. Por otro lado, los intereses acumulados sobre esta región y la complicidad total de la Unión Europea en la provocación de las tres guerras devastadoras en Eslovenia, Croacia y Bosnia y Herzegovina, son tan solo una lección para los demás países multiculturales y multiétnicos que podrían sufrir un futuro parecido o lo están sufriendo diariamente.
En este momento queda clara una hipótesis: los conflictos de la ex Yugoslavia, mismo país apoyado por el Occidente durante toda la segunda mitad del siglo XX ya que se guardaba la esperanza de utilizarlo como punta de lanza hacia la democratización de la Europa del Este, y también por la URSS, debido a su organización socialista, y a la vez en conflicto con ambas potencias en diferentes décadas a raíz de la política autogestiva traducida en el impulso del movimiento de los No alineados, la entidad más desarrollada industrial y económicamente de todo el bloque socialista -misma que tenía la capacidad de producir tecnología propia y que competía con sus productos en los mercados internacionales-, fueron acelerados y apoyados por el Occidente, el Vaticano, los países islámicos y cualquiera que veía alguna posibilidad de sacar ganancias suculentas de la situación, únicamente cuando el conflicto se veía ya inminente, a raíz de los procesos históricos y pugnas internas insalvables a partir de la segunda mitad de la década de 1980.
La situación geográfica y la complejidad cultural de estos pueblos fueron factores determinantes de sus suertes. Sin embargo, en el siglo XXI incipiente se puede hablar de una pequeña diversificación de estos fenómenos. El posicionamiento militar parecía haberse cambiado por una influencia económica que controlaba todos los poderes del Estado al que se quería dominar, como una nueva forma de hacer política dentro del capitalismo mundial de la segunda mitad del siglo XX, salvo sus excepciones. Sin embargo, a finales de ese siglo, se volvió un factor importante el control físico de recursos naturales, la biodiversidad y el petróleo. La conciencia ecológica crecía paulatinamente en los países desarrollados. Ello tenía una consecuencia inmediata –la necesidad de las grandes compañías transnacionales por salir en búsqueda de la materia prima en otros lados. Las consecuencias claras se pueden observar en las diversas selvas en América Latina, Asia o África. Surgió de nuevo la necesidad de invasiones militares para la conservación de intereses económicos de la ahora potencia al borde de una catástrofe económica y social, Estados Unidos.
Aunado a lo anterior, otro paradigma del final del siglo veinte ha sido en definitiva la transformación de los medios de comunicación. Tomando en cuenta que a partir de 1989 -justo ese año en definitiva coyuntural- surge el uso masivo de la Internet. Se suponía que la información llegaría a raíz de este hecho más fácil hacia cualquiera que la solicite. Sin embargo, para el 1999, ya había tanta información en esta especie de universo paralelo, que se volvía a menudo imposible leerla toda o incluso, poder distinguir entre la veraz y la que no lo era. Para que este problema pareciera poco, al mismo tiempo se desarrolló un nuevo concepto del oficio de la comunicación. Uno en el que los grandes capitales y los poderes económicos mundiales estribaban en el control de los medios de comunicación. Incluso, el público en general ya no sería tratado más que como cliente. A menudo, un cliente a quien se consideraba menor de edad. En palabras de Ignacio Ramonet, las grandes empresas de comunicación se encontraron en posición de aumentar su rentabilidad, en nombre de ganar un público cada vez mayor y tener evidentemente, más consumidores. Por lo anterior, el periodismo y la comunicación en general alrededor del mundo integraron en sus discursos tres características fundamentales: 1) el discurso, el mensaje a comunicar, se volvió cada vez más sencillo; elaborado con muy pocas palabras, con la idea de expresarse de manera poco complicada. Todo lo que es racionamiento complicado o raciocinio de demostración se abandonó a la prensa especializada, a los libros o a las universidades. Surgió una especie de voluntad de simplificación y ésta desembocaba seguido en una concepción maniquea de las cosas. Cualquier problema se transformaría en un conflicto simple entre el bien y el mal. 2) La segunda característica sería la rapidez: surgió la necesidad de una información que podría ser consumida rápidamente, es decir, sea cual sea el valor de la información se trataría de dar en un espacio muy corto. 3) En tercer lugar, estaría el aspecto en el que la información, expresada, por consiguiente, con palabras muy sencillas, dicha muy rápidamente debería despertar una respuesta emocional en el que la recibe.
En el caso de las guerras en los territorios de la ex Yugoslavia, este nuevo concepto de comunicación volvió a pasar su, en esta ocasión ya segunda prueba de fuego (la primera había sido la cobertura de la guerra, Episodio I, del Golfo Pérsico). Mucho antes de poder ubicar geográficamente en un mapa la antigua Yugoslavia, el público alrededor del mundo ya tenía muy presente que los serbios eran los malos y los croatas y eslovenos los buenos del cuento. O cuando menos, que todos estos pueblos eran unos salvajes inconscientes y que la vergüenza mayor radicaba en el hecho que habitaran uno zona céntrica de Europa. Esta era una percepción emocional y por ende, demasiado fuerte de combatir. Poco pudieron hacer la televisoras independientes o los escritos en Internet por revelar las implicaciones externas de organizaciones como la Unión Europea o la ONU en el conflicto. Incluso, a través de los medios de comunicación se pudo enfocar una razón clara para seguir destruyendo la infraestructura civil serbia durante 78 días en 1999, cuando las televisoras internacionales hablaban todo el tiempo de una ofensiva en contra del poderío militar serbio. La excusa era el rostro de Slobodan Milošević; explotada hasta un extremo ya ridículo para inicios del año 2000.
La insaciable sed por el poder de Milošević, su equivocación en el cálculo de las condiciones políticas para 1993, la pérdida de la Krajina croata (antes serbia) en medio de lo que Mira Milosevic [Mil00] denominó trueque político con el entonces presidente croata Franjo Tudjman a cambio de la República Srpska en Bosnia y la pérdida final de Kosovo a finales de 1999, hacían que su gobierno se sostuviera únicamente por el apoyo externo, la manipulación de información de consumo interno y la monopolización de los medios de comunicación. El presidente serbio se mantuvo en el poder por largos once años y fue derrocado a través de un proceso democrático (financiado por Washington, en tal vez la mayor equivocación del gobierno de Clinton) y votación libre y secreta, solamente en el momento en el que así le convino al Occidente. Tristemente, la suerte de los países sudeslavos sigue supeditada a los humores e intereses de ese mismo bloque dominado por Estados Unidos y la Unión Europea.
Años más tarde se repetiría la misma estrategia para destrozar y apoderarse militarmente de Afganistán e Iraq, con un alto riesgo que lo mismo les ocurra a Irán, Corea del Norte, Lybia, Venezuela, Cuba y los demás miembros del llamado Eje del Mar, término acuñado por el gobierno de George W. Bush.
Poco a poco, con la debida calma, se intentarán ir planteando y discutiendo las razones probables de las tres guerras y el aniquilamiento masivo llevados a cabo en las tierras de la ex Yugoslavia, en la década de 1990. Aquí se hará una breve referencia inicial a éstas, enumerándolas sin pretender mostrar una mayor importancia de alguna sobre las demás:
- Los nacionalismos extremos generados como un móvil de masas tras el derrumbe del sistema socialista igualmente autoritario e intransigente, entrado en una crisis económica sin precedentes en la década de los ochenta, acaecido a la muerte de Josip Broz Tito. Emanados estos nacionalismos de un pasado complejo de los pueblos sudeslavos, lleno de heridas y pretensiones frustradas de todos y cada uno de los actores de este controversial escenario. Ello de la mano de una lucha llevada a cabo por parte de supuestos sectores progresistas que luchaban por ganar mayores libertades, despreciando los únicos logros positivos del sistema socialista vulgar del que intentaban escapar, relacionados con conceptos de los mínimos aceptables en cuestiones de justicia social e igualdad material; además de despreciar de manera terrible los efectos nocivos de las privatizaciones y la globalización de capitales. Temas que, al parecer, nunca le importaron mucho a los nuevos gobiernos balcánicos.
- Las pretensiones económicas de la Unión Europea por un lado, Estados Unidos por el otro, y Rusia por uno tercero sobre los mercados y territorios de las relativamente pequeñas repúblicas de Eslovenia y Croacia, en un inicio, y todas las demás después.
El establecimiento de los Estados Unidos como la potencia indiscutible en los 1990's, veía sus orígenes más claros desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. El renombrado Plan Marshall que rescató a una Europa totalmente devastada al final de la década de los cuarenta y la creación del Estado judío en el Medio Oriente, convirtieron a los países europeos e Israel, entre muchos otros, en países clientelares de EUA. Ello desde luego, cosechó frutos y se hizo por demás evidente con la desaparición del bloque socialista y la URSS. A partir de 1989, el mundo entró en una especie de remolino histórico, marcado por el intento de restablecimiento de este país como el Imperio dominante de un mundo carente de alguna otra potencia económica que pudiera garantizar un equilibrio parecido al experimentado durante la Guerra Fría. Un mundo marcado por el renovado resurgimiento del liberalismo económico decimonónico en una variante fría y despiadada. Una realidad que destruye de manera absoluta a cualquier país que intente establecer algún sistema diferente al imperante. Ello es la razón por la cual fue posible que Yugoslavia fuera bombardeada por la OTAN, al igual que Afganistán e Iraq en el ya desenfrenado intento por remediar las crisis venideras por parte del unilateralismo Bushiano, en aquel entonces con una Europa gobernada mayoritariamente por partidos denominados como de centro izquierda –o de tercer vía-.
En las calles de la mayoría de los países del mundo se veían manifestaciones en contra de los bombardeos. El refrán que apelaba a la terrible realidad que ser yugoslavo no era una nacionalidad, sino un diagnóstico, se veía traducido en carteles que rezaban ”Todos somos yugoslavos”.
La República Serbia-Montenegro de hoy amenaza en convertirse muy pronto en solamente Serbia. Es posible que Montenegro decida separarse por la opresión económica que el gobierno serbio ha ejercido sobre su hasta el momento único aliado. Eso dejaría a Serbia como el gran perdedor, ya que se ha quedado desde 1995 sin la Krajina serbia en Croacia, sin Kosovo a partir de 1999 y se podría quedar sin la única salida al mar que le significa Montenegro en cualquier momento posterior al año 2000.
Para el año 2002, Slobodan Milošević enfrentaba ya su juicio en el Tribunal para Crímenes de Guerra en Bosnia y Herzegovina, y posteriormente, a partir de 2004, también por los crímenes de lesa humanidad en Kosovo, en La Haya, ante el juez designado Karla Del Ponte, en condición de su propio defensor en un inicio y representado jurídicamente a partir del año pasado, y los Balcanes han dejado ya de ser una noticia importante para la impresionante industria de medios de comunicación internacionales. Eslovenia entraba a la Unión Europea en mayo de 2004, y las demás repúblicas sudeslavas luchan por incorporarse a este organismo o a la OTAN, sentenciadas para entregar a todos los perseguidos por el tribunal de La Haya, tema muy caliente al interior de cada una, ya que muchos de los supuestos criminales de guerra han ganado incluso estatus de héroes nacionales, tanto en Croacia como en Serbia. En abril del 2005, la comisión especial de la UE ha sentenciado como viable la anexión de las repúblicas Serbia y Croacia.
Es claro que los dos procesos de muy larga duración y el contexto geográfico y geopolítico balcánico no han terminado y que los pueblos sudeslavos enfrentan un enorme reto de convivencia pacífica y una inminente colaboración económica y en otros rubros, que es necesaria entre cualesquiera países vecinos.
Podría ser interesante especular acerca del futuro de esta región, aunque el año 2000 y el final de los cuatro conflictos bélicos que tomaron lugar en los quince años anteriores en estas tierras, definitivamente han marcado otro hecho coyuntural más, en la extensa historia de la península balcánica.
El 10 de Febrero del año 2003 oficialmente desaparecía el nombre de Yugoslavia en los anales de la historia mundial. En el mismo momento, nacía la República Federativa Serbia-Montenegro.
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