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9.6.05

De la suerte de montenegrinos, croatas, eslovenos, bosnios y macedonios en el siglo XIX

Montenegro (1, 2) alcanzó su independencia y unidad en el curso de todo el siglo XVIII y parte del XIX, en medio de una lucha ininterrumpida con los turcos (1, 2, 3). Ya en un convenio de paz del año 1842, Montenegro se hizo llamar ”provincia autónoma”; y en 1851 se transformó en Principado (1). Por decisión del Congreso de Berlín de 1878 adquirió la categoría de estado independiente y en 1910 pasó a tomar el nombre de Reino de Montenegro (1).

Gracias a los esfuerzos del vladika Petar I Petrović se dictó en 1798 su primer código, que fue complementado en 1803. Esta labor fue proseguida por Petar II Petrović Njegoš (1, 2) quien, además de gobernante y jefe espiritual de su pueblo, ha sido uno de los más gloriosos poetas sudeslavos de todos los tiempos. A él corresponde la creación del primer Senado montenegrino, en 1831, la institución de órganos del poder según las diversas tribus y la formación de una guardia personal dotada de facultades ejecutivas. Además, en 1833 introdujo un adecuado sistema de impuestos y al año siguiente fundó en Cetinje la primera imprenta. Escribió el libro ”Gorski vijenac” (Versos o Corona de la Sierra), que funge como una de las más gloriosas obras de arte montenegrinas hasta nuestros tiempos.

La historia de los pueblos croata y esloveno experimentó un significativo cambio a la creación de la provincia de Iliria (1, 2, 3), fundada en sus territorios a iniciativa de Napoleón Bonaparte. La liquidación de las viejas relaciones de propiedad de la tierra y el uso de los idiomas populares fueron las conquistas más importantes logradas en la evolución política y en el despertar nacional de estos pueblos. Esto último quedó demostrado luego de la disolución de la provincia napoleónica y la restauración del poder austriaco, en 1815. A pesar del absolutismo de la corte vienesa, la conciencia nacional prendió en capas más amplias de la población y alcanzó un programa más concreto. En Croacia, este sentimiento fue especialmente estimulado por la forzada hegemonía política y cultural húngara, a partir del año 1825. La restauración del absolutismo y la reforma constitucional de la monarquía de los Habsburgo, después de lo cual Croacia firmó un compromiso con Hungría el año de 1868, no detuvieron empero el resurgimiento nacional en Croacia, cuyos líderes Josip Štrosmajer y Franjo Rački continuaron uniéndolo a la idea de unificación cultural y política de todos los sudeslavos (1, 2, 3, 4).

En este momento sería importante mencionar que otra parte importante de la intelectualidad croata veía la unificación de los mencionados pueblos simplemente como un paso hacia una posterior emancipación propia.

Josep Palau [Pa96], en su libro El espejismo yugoslavo (1), escribe que en el siglo XIX, la dinastía de los Habsburgo, especialmente con María Teresa y José II, dedicó grandes esfuerzos al intento de convertir el mosaico imperial multiétnico y multilingüe en una nación en la que todos hablarían alemán, y que sería lógicamente dirigida por las élites alemanas. Las presiones consiguientes para la germanización cultural y política encontraron inmediata resistencia en los pueblos no teutones del Imperio, especialmente en el caso de los húngaros, mejor organizados y con una conciencia nacional superior. La mejor manera que los magiares encontraron para resistir la germanización fue la creación de un gran estado húngaro, étnicamente homogéneo. Para ello había que magiarizar los territorios bajo su control, de los Cárpatos al Adriático (1). Como tercera pieza de esa cadena de dominó, los croatas se opusieron fieramente a la adopción de la lengua y la cultura húngaras. Para dar más fuerza a su lucha, iniciaron los intentos de croatizar a los serbios.

Las élites aristócratas croatas, siempre apoyadas por la Iglesia católica, hicieron un gran esfuerzo por mantener su identidad política y los símbolos de continuidad del estado bajo-medieval que habían perdido por conquista húngara en el siglo XI. Ese esfuerzo duró mil años y es muy respetable, pues consiguió transmitirse hasta nuestros días sin apoyarse apenas en un poder político efectivo. Josep Palau [Pa96] comenta que ello, sin embargo ”contiene un perfil confesional y etnocéntrico de la idea nacional croata: lo croata es lo secularmente católico, entrando en contradicción con la realidad social que los siglos habían visto evolucionar hacia una sociedad más plural y multiétnica. Esa concepción tradicional condujo a identificar la recuperación plena de la identidad de Croacia con la exclusión de los serbios, a los que no se ve como parte natural del mismo país, sino como extraños intrusos que mancillan la pureza de la identidad propia." (1, o el punto de vista de la diáspora croata en América Latina: 2).

De las tierras sudeslavas que en el curso del siglo XIX permanecieron bajo poder turco, Bosnia y Herzegovina se transformaba más de una vez en problema central de la diplomacia europea. Mientras Turquía aniquilaba sangrientamente la vieja nobleza bosnia, los cristianos oprimidos se alzaban contra las relaciones feudales y a favor de la independencia nacional, en 1852, 1861 y 1875 (1, 2, 3). Con el fin de solucionar el problema de Bosnia y Herzegovina eludiendo la satisfacción de los ideales nacionalistas de sus pobladores, el Congreso de Berlín (1, 2) en el año de 1878 confirió a Austrohungría el mandato de ocupar estas regiones.

En cuanto a Macedonia en el siglo XIX, la revista Marxismo Hoy escribe: "Si los Balcanes es el polvorín de Europa, Macedonia es el polvorín de los Balcanes. Esta región es mucho más amplia que el actual país con ese nombre. Es la enorme franja que va desde casi toda la frontera oriental de Albania hasta el mar Egeo, limitando al Este con Tracia y al sur con la Tesalia griega. Su composición étnica era (y es) compleja, no sólo porque hubiera casi "de todo" (búlgaros –que eran mayoría–, griegos, eslavos, rumanos, turcos, judíos, albaneses), sino también porque, en el campo, el contacto entre estos pueblos era prácticamente inexistente: vivían de espaldas en aldeas vecinas, cada una con su lengua y su cultura. (...)

Grecia, Serbia, Bulgaria, e incluso Albania, ambicionan Macedonia, o parte de ella. Esto lleva a las tres primeras, las potencias de la zona, a una cruel lucha, primero en el terreno cultural (una carrera por la creación de escuelas para enseñar cada lengua y de templos de cada una de las tres Iglesias ortodoxas, desde finales del XIX), y luego directamente terrorista (especialmente, de 1904 a 1908). Los comitayis (miembros de bandas), sirviendo los intereses de alguno de los tres reinos, presionan a los campesinos a declararse de una determinada nacionalidad y religión, quemando aldeas y asesinando u obligando a huir a miles de macedonios (...) En 1893 se crea la VMRO (Organización Revolucionaria Interior Macedonia). En un principio, la VMRO "defendía la autonomía de Macedonia con respecto al Imperio Turco, y a la vez un programa social dirigido a los campesinos: reducción de impuestos, reforma agraria, abolición de la usura. Desconfiaban del expansionismo búlgaro y ruso, buscando el apoyo de los políticos británicos y franceses. En sus filas había socialistas y anarquistas" (apud. V. I. Lenin, "La significación social de las victorias serbo-búlgaras", Pravda, del 7 de noviembre de 1912). La VMRO, donde participaban los socialistas macedonios, organizó un levantamiento en 1903, proclamándose la república (presidida por un socialista), pero fue derrotado tres meses después. A raíz de ello, la Organización se dividió; el sector más derechista se impuso y se convirtió en el brazo armado del chovinismo búlgaro en Macedonia, reprimiendo salvajemente, sobre todo, a la población griega."

Por otra parte, en esta misma epoca (la segunda mitad del siglo XIX) se iniciaba uno más de los procesos de larga duración intimamente relacionado con el sentimiento nacionalista de los diversos pueblos balcánicos.

Tres decenios más tarde y a fin de detener las ideas de independencia, por una parte, y las exigencias de los ”jóvenes turcos” encabezados por Kemal Ataturk (1, 2, 3), por otra, Austrohungría decretó la anexión de Bosnia y Herzegovina en 1908, significando así el inicio de un proceso de mediana duración que habría de estallar luego en una crisis de dimensiones mundiales.

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