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16.11.08

La guerra en Eslovenia, la guerra en Croacia, la situación en Bosnia y Herzegovina y la vida en la retaguardia de la catástrofe yugoslava

Eslovenia declaró su independencia de Yugoslavia el 25 de junio de 1991, basada en los resultados del referéndum celebrado el 23 de diciembre de 1990, y entró en una guerra de ocho días con el ejército federal yugoslavo (JNA). Éste, sin medir las consecuencias, mandó a la defensa de las fronteras yugoslavas internacionales a jóvenes de apenas dieciocho años y sin municiones, en contra de una policía preparada y armada que apareció de la noche a la mañana, quedándose la república septentrional finalmente con su autonomía.

Josep Palau [Pa96] comenta que las autoridades eslovenas, tras proclamar la independencia el 25 de junio, expulsaron a los funcionarios federales de los puestos fronterizos y tomaron unilateralmente el control de éstos. Las unidades del ejército que acudieron inmediatamente en respuesta fueron enviadas por el gobierno federal presidido por el croata Ante Marković, quién advirtió al gobierno de Ljubljana que era ilegal su apropiación de unas fronteras que lo eran de toda la federación yugoslava con Austria, Italia y Hungría. Marković advirtió también del caos incontrolable que se avecinaba si se admitían cambios violentos de fronteras internacionales.

Las unidades del JNA, escasas y mal pertrechadas, opina Palau [Pa96], se dirigieron directamente a las fronteras por rutas comunicadas al gobierno de Ljubljana. Nunca se dirigieron a la capital; no hicieron gesto alguno de interferir en las decisiones internas de la república, ni de cuestionar a las autoridades republicanas nada que no sea el control de las fronteras. A los dos mil integrantes de esa fuerza (JNA), en su mayoría reclutas sin preparación, el 27 de junio hicieron frente unos cuarenta mil miembros de la Defensa Territorial Eslovena, organización militar [Pa96, p. 76] que se había transmutado ilegalmente en un organismo obediente a las autoridades republicanas rompiendo la unidad de las fuerzas armadas yugoslavas.

Lo anterior nunca se tomó con demasiada seriedad por casi nadie de nuestro círculo de amistades, sobre todo en Belgrado. En aquel entonces, yo mismo no podía creer lo que estaba ocurriendo. Muchos de mis amigos comentarían tiempo después que si el gobierno federal hubiera actuado enérgicamente ante tales irregularidades, hubiera podido conservar cierta presencia política en los acontecimientos que ocurrirían en los próximos años. Ello no sucedió.

Recuerdo que fue la administración estadounidense, a través del todavía secretario de estado, James Baker, quien tuvo algún momento de lucidez intentando a la desesperada transmitir un mensaje contrario a cualquier reconocimiento unilateral de los por volverse antiguos países miembros de la desquebrajada federación yugoslava. Esa, sin embargo, no era la opinión que prevalecía al interior de la recién transformada Comunidad Europea (CE). Me parecía que la responsabilidad sobre las guerras posteriores al desmembramiento de Yugoslavia en el mero corazón de Europa, era compartida por demasiados actores políticos mundiales.

Palau [Pa96] sigue comentando que no era justo considerar a Eslovenia como un territorio y una nación sometidos a un dictado o a una forma de neocolonialismo por su inclusión en Yugoslavia, lo que en su momento obedeció a un acto plenamente voluntario. Las razones de la decisión eslovena para romper con Yugoslavia en 1991, prosigue el autor, no hay que buscarlas en determinismos históricos que más bien podrían llegar a sugerir lo contrario. La estructura de poder económico y social y las incertidumbres en la forma de resolver los litigios entre las élites detentadoras de ese poder, generaron una dinámica centrífuga que a la postre resultó ser imparable. Eslovenia era un paradigma de tendencias egocéntricas [Pa96]. Mientras el diferencial en el producto interno bruto (PIB) entre Eslovenia y la media Serbia-Bosnia-Herzegovina-Macedonia era de 2.5 a 1 en los años 50, llegó a ser de 5 a 1 en 1980 [Pa96]. Es decir, Eslovenia se había convertido en beneficiaria de los desequilibrios yugoslavos, que incluían relaciones de intercambio típicas de los modelos norte-sur.

En el fondo, la élite político-cultural eslovena, comenta Palau [Pa96], había ya concluido hacia 1986 que le interesaba menos la cohesión de Yugoslavia y más su aproximación exclusiva a los vecinos ricos del entorno. Hacia esa fecha empezaba a madurar el entendimiento entre los comunistas eslovenos y su tradicional oposición nacionalista de raíz democristiana, en la misma medida que se iba debilitando su disciplina en la Liga Comunista Yugoslava. También de esa fecha datan sus relaciones internacionales autónomas en el marco de la llamada Cooperación Alpe-Adria, en la que se fraguan percepciones antiyugoslavas [Pa96]. Los dirigentes y la sociedad eslovenas maduraron la conclusión de que la continuación natural de un proceso de veinticinco años de acumulación de poder republicano parejo al aumento de su nivel de vida en detrimento de la media yugoslava, consistía ahora en la desvinculación completa de Yugoslavia.

Así, concluye Palau [Pa96], no es correcta la apreciación de que el independentismo esloveno es sólo una reacción a su pesar ante la presión serbia. Preexiste a ésta. Se desarrolla en paralelo aunque alentada por ella, y se consuma con su pretexto. El 21 de junio de 1996, en un programa de la televisión de Ljubljana, dedicado especialmente al quinto aniversario de la independencia, el entonces presidente de la República Eslovenia, Milan Kučan, advirtió que ”Eslovenia ya se armaba desde antes de 1990, previendo una guerra” [Pa96]. La revelación de la verdad empieza a prevalecer sobre la propaganda, también cuando el presidente esloveno añade en la misma entrevista que ”La Unión Europea jugó un gran papel a la hora de hacer posible la ruptura de Yugoslavia" [Pa96].

Croacia quiso seguir los pasos de Eslovenia, anhelando lograr la independencia sin mayor problema. Se basaba en los resultados del referéndum celebrado el 19 de mayo de 1991. En este momento se inmiscuyeron todos los capitales e intereses políticos del mundo en el ya existente conflicto: en Europa se vio seriamente afectado el proyecto de la Unión Europea por la diferencia de percepciones que rondaban la manera en la que había que enfrentar el creciente "problema yugoslavo", cuestión sobremanera bien recibida por los EUA quienes se regocijaban de su sorprendente salida de la enorme crisis económica iniciada en el gobierno de Ronald Raegan (y sus famosas Raeganomics).

La guerra de la región de Krajina se extendió por todo el territorio croata. Lo que quedaba del ya raquítico ejército federal, reducido étnicamente a personal proveniente de Serbia, de Montenegro y de los serbios de Bosnia y Herzegovina por la masiva deserción de cadros de otras nacionalidades, se les había unido ya a las fuerzas armadas de los serbios de Croacia, aunque no de jura, al menos sí de facto. El cambio perpetuado a la constitución croata para afirmar que el nuevo estado era croata, y no, como lo había sido, el estado de los croatas, que incluía al pueblo serbio en Croacia y a otros, convirtió a los serbios de la noche a la mañana en una minoría en el país en el que habían vivido sus antepasados por lo menos cuatro siglos, o mucho más.

El problema del surgimiento de los ejércitos esloveno y croata se podía haber evitado. Palau [Pa96] escribe que la guerra del Golfo (Pérsico) había permitido disimular una masiva importación ilegal de armas a Croacia y Eslovenia, que llegaron a través de Hungría procedentes básicamente de la antigua RDA, desechadas por el ejército de la Alemania unificada. Visto ahora con perspectiva, resulta sorprendente que no se dieran verdaderas voces de alarma en Occidente a un tráfico que, rompiendo el principio de monopolio de la violencia por parte de los ejércitos establecidos, prefiguraba el desastre posterior.

Muchos de mis conocidos hablaban sobre el fenómeno que se estaba suscitando. Mucha gente iba a pelear solidariamente con sus "hermanos serbios" en Krajina durante los fines de semana, de manera entusiasta. Regresaban los lunes al trabajo como si nada hubiera sucedido. El armamento venía de todos lados; de singular prestigio se hacían las ametralladoras rusas de nombre Kalashnikov (AK-47) en el frente, por ser las más comunes.

Palau [Pa96] continúa comentando que el ”ahora o nunca” requería imponer el control croata sobre los territorios de mayoría serbia tanto en las Krajinas como en Slavonija, que ya se habían dotado de instituciones propias y fuerzas policiales armadas para defenderlos. Así empezó la guerra en toda la extensión de la palabra.

A partir de agosto de 1991 se disparaba una sucesión de incidentes; una formidable escalada que culminó a finales de noviembre con la destrucción de la ciudad de Vukovar.

Uno de los efectos colaterales de este armarse de la población fue el incremento de asaltos y demás delitos perseguidos también en Belgrado; el problema era que se cometían con armamento de alto calibre traído del frente, de la guerra.

La siguiente anégdota retumba en mi memoria de una manera confusa; tan confusa que ya no sé si realmente sucedió así como la recuerdo o si la he ido transformando a lo largo de los años (como muchos de mis recuerdos). De cualquier manera, la historia es como sigue. Una tarde salí a tomar una copa o un café con una amiga a un restaurantito de uno de los entonces nuevos centros comerciales, recién construido, a un lado del Teatro Popular en el centro de Belgrado. En la mesa de al lado se encontraban cuatro jóvenes que jugaban con un peculiar artefacto.

Después de cómo media hora de no poner atención a lo que decían, me dí cuenta que en realidad jugaban con una ¡bomba de mano!. Le sacaban el seguro y se lo volvían a meter. No le prestamos demasiada atención al asunto.

Tras una charla placentera, decidí acompañar a mi amiga a su casa. Llegando a casa, me enteré en el noticiero de una explosión terrible ocurrida en ese preciso centro comercial. El daño material había sido enorme. Un jóven perdió la vida y tres más estaban en el hospital. Sentí un sudor frío brotar en la frente.

El que la explosión es real, se puede verificar en los periódicos de aquel verano de 1991. El que yo me encontrara allí en un sinnúmero de ocasiones, es también cierto, sobre todo porque por aquella época andaba mucho en patineta y en ese preciso centro comercial habían abierto, junto con una tienda de computadoras de la IBM, igualmente una tienda que vendía patinetas y demás indumentaria ad hoc. Lo que no me queda tan claro era si la explosión de aquella tarde realmente fue provocada por los jóvenes de la mesa de al lado o si se trata de dos acontecimientos separados. De cualquier manera, este pequeño incidente ilustra de manera perfecta en qué se convertía la vida en aquellos eños en las calles de Belgrado.

El ejército yugoslavo reclutaba a diestra y siniestra. Muchos sentían que aquello no era "su" guerra. Casi nadie quería ir al frente a pelear. ¿Contra quién?, ¿contra mi abuelo, mi primo o mi mejor amigo? Nadie, o casi nadie (que no es lo mismo) entendía aquel caos en el que estábamos sumidos. Muchos empezaban, sin embargo, a ganar mucho dinero aprovechando la oportunidad: contrabando de armas o de cigarros, robos en el frente o en la ciudad, corrupción, delincuencia de todo tipo...

Muchas eran las historias del frente. Escuché por aquellas fechas de un vecino de nuestro edificio de Nuevo Belgrado que un amigo suyo había sido reclutado a la fuerza. Llegaron por él tres soldados del ejército yugoslavo a las tres de la mañana y se lo llevaron. Era pacifista. Después de dos meses regresó a su casa. Se había vuelto loco.

Nadie dormía ya en casa. No había ni un alma (fuera de los orgullosos fighters de Belgrado, hinchas del Estrella Roja o el Partizan, delincuentes de todo tipo y otros amables representantes de la vida belgradense y serbia en general, quiénes por fin decubrieron la manera de hacerse de "fama" y de una maravillosa oportunidad para robar y matar) dispuesta a morir en tales circunstancias. Era aquella una guerra impopular, al menos en Belgrado.

Huía al extranjero cada quién como podía. La mayoría, de manera ilegal. Para poder salir, era necesario pedir por escrito permiso al ejército. Todo podía ocurrir: el permiso otorgado o el reclutamiento inmediato.

Se organizaba ya un movimiento de las madres de hijos caídos en el frente. Había cadáveres sobre el Danubio; a treinta kilómetros de Belgrado había ya ciudades destruidas y ruido de cañones.

Todo aquello me tenía confundido. Por un lado oía los discursos incendiarios de un nacionalismo serbio en aumento y por el otro detectaba el mismo fenómeno de parte de todas las otras naciones. Recordaba claramente mis últimas vacaciones en la costa dálmata de aquel verano de 1990. Recordaba un partido de futbol del equipo local, de la cuarta liga croata. Las canciones y las porras. Recordaba haber escuchado por primera vez el que se volvería muy pronto el himno oficial croata: Lijepa naša domovino. Recordaba las banderas (aún prohibidas) con el escudo nacionalista croata de la segunda guerra mundial. Los comentarios racistas, nacionalistas. Recordaba la canción del grupo croata Crvena Jabuka, "Ružo", que el cantante le había compuesto a su madre fallecida, pero que enviaba mensajes claros de nacionalismo croata. Recordaba las modificaciones que les hacían al idioma croata y las cuatro "nuevas" palabras croatizadas por día que todo el mundo "descubría" al final del noticiero en horario estelar en la televisión. Descubría que "ellos" no eran "nosotros" y que todo el mundo se empeñaba en convencerme que la brecha entre unos y otros era infranqueable.

¿Quién estaba más manipulado y engañado?, ¿"ellos" o "nosotros"?, a esa pregunta es a la que no he encontrado una respuesta objetiva hasta el día de hoy.

Josep Palau [Pa96] escribe sobre lo sorprendente que resulta el que sea tan poco conocido el hecho de que el acto de reconocimiento de Eslovenia, Croacia y Macedonia como estados independientes, efectuado por la Comunidad Europea, contravino abiertamente la recomendación explícita del Secretario General de la ONU, Javier Pérez de Cuellar, que remitió el 10 de diciembre de 1991 una carta al en ese entonces ministro alemán de asuntos exteriores, Hans Dietrich Genscher, en la que advertía "contra la posibilidad de reconocimiento prematuro de la independencia de algunas de las repúblicas yugoslavas (...) por los efectos que ello pueda tener en el resto (...) y por las consecuencias explosivas de una potencial bomba de relojería (...) creo que los Doce tenían razón cuando reiteraron que el reconocimiento sólo puede vislumbrarse en el marco de un arreglo global" [Pa96, pp. 92-93].

Genscher replicó tres días más tarde en alemán, actitud sin precedentes en un buen conocedor de la lengua inglesa, que la usaba siempre en los organismos internacionales: "(...) Después del acta final de Helsinki (...) las fronteras son inviolables y no pueden ser cambiadas por la fuerza, por lo que la CE pide respeto a las fronteras externas e internas de Yugoslavia"[Pa96, p. 93].

Todavía Pérez de Cuellar intentó, sólo horas más tarde, persuadir a Genscher en una contrarréplica al filo de la propia cumbre comunitaria: "la preocupación que sigo teniendo se refiere a la perspectiva de reconocimiento temprano, selectivo y descoordinado que (...) (según Lord Carrington) (...) conduciría sin duda a la ruptura de la Conferencia Internacional de Paz y podría dar lugar a la profundización del conflicto en esas áreas delicadas", [Pa96, p. 93].

Como el maestro de la investigación para la paz, Johan Galtung, ha observado [Pa96, p. 93], Genscher escondió los dos textos del secretario general al referirse a su propia carta de réplica en su larga entrevista en Der Spiegel (No. 36-1995 y Nr. 37, 1995).

Serbia y Montenegro, las únicas repúblicas que permanecieron dentro de la antigua Yugoslavia, anunciaron el 27 de abril de 1992 la formación de la República Federal de Yugoslavia. El 22 de septiembre, casi cuatro meses después de la imposición de amplias sanciones contra Serbia y Montenegro, la Asamblea General de Naciones Unidas (ONU) votó por 127 frente a 6 -con 26 abstenciones [Pa96]- que su autoproclamada federación no podía, automáticamente, asumir el lugar de la antigua República Federal Socialista de Yugoslavia y quedó excluida de la Asamblea General.

Sin embargo, se dio la opción de presentar una nueva solicitud para incorporarse por derecho propio: tras el fracaso del entonces primer ministro federal Milan Panić, se han realizado más intentos para conseguir el reconocimiento formal de la ONU, lo que sucedió en 1996, tras la conclusión de la guerra. La comunidad internacional ha seguido el mandato de la ONU de forma abrumadora; la principal excepción ha sido China, aunque Rusia ha mantenido vínculos estrechos con la nueva entidad y le dio un considerable reconocimiento de hecho.

Josep Palau [Pa96] sigue escribiendo que a la decisión de la Comunidad Europea en relación a Croacia y Eslovenia el 6 de enero siguió la expectativa de su confirmación mediante la aceptación de esos dos estados en la ONU en mayo. Ello motivó la prisa nerviosa del presidente Alija Izetbegović por incluir a Bosnia-Herzegovina en ese paquete en Nueva York. De nuevo aparecía el ”ahora o nunca”.

Alija Izetbegović era presidente accidental por rotación de una presidencia constituida por supuesto consenso étnico; hacia finales de 1992 debía ceder su presidencia.

Al respecto de este personaje y las relaciones de esta república con el mundo islámico, Josep Palau [Pa96] comenta que las conexiones entre el islamismo internacional y el bosníaco se fraguaron en el contexto del movimiento de los no alineados.

La cooperación política entre Yugoslavia y una serie de estados arabo-islámicos incluía sustanciosos contratos comerciales en los que solía haber cláusulas de compensación en materia cultural, que dieron lugar a contingentes de estudiantes bosnios en universidades islámicas. De estos ambientes, surge el islamismo militante en Sarajevo, que cuenta entre sus ardientes defensores en los años 70 a un Alija Izetbegović que es encarcelado por ello y que redacta una declaración islámica dedicada a condenar la laicidad de Turquía. En la fase abierta de la guerra, esas conexiones sirvieron para que los voluntarios mudjahidines sean rápidamente movilizados por centenares a través de Pakistán y con financiación saudí, en una operación que en realidad consistió en trasladar a Bosnia-Herzegovina las unidades en su momento reclutadas para Afganistán. Esas unidades constituían un problema, pues nadie las quería, ni en los países de origen ni en los de acogida para su entrenamiento. Se había prestado poca atención a la flagrante contradicción de que mientras Izetbegović se dirigía sistemáticamente a Occidente en nombre de la ”Bosnia multiétnica”, hablaba a los países de la Conferencia Islámica de la ”Bosnia musulmana”, [Pa96, p. 98].

La oportunidad era ciertamente irrepetible para fraguar un proyecto de Bosnia-Herzegovina estratégicamente dominada por los musulmanes. Izetbegović desestimó el proceso de Lisboa. Con el pleno apoyo de unos croatas deseosos de cualquier alianza antiserbia, se convocó el 29 de febrero de 1992 el referéndum para la independencia de la República de Bosnia y Herzegovina [Pa96]. La comunidad serbia no participó, ateniéndose a su propio plebiscito, celebrado el 10 de noviembre, en el que habían ”decidido” permanecer en Yugoslavia. Pocos días más tarde, el SDS -Partido Demócrata Serbio- abandonó la Asamblea de Bosnia y Herzegovina [Pa96]. A pesar de los intentos de retomar las negociaciones de Lisboa todavía efectuados por Lord Carrington y Cutileiro el 17 de marzo, de nuevo prevaleció la soberanía e independencia de Bosnia y Herzegovina. Los Estados Unidos lo hicieron el 7 de Abril. El mismo día se proclamó en Banja Luka la República Srpska –serbia-. Se habían roto todos los puentes. La guerra estaba servida.

El 30 de mayo de 1992, a causa del apoyo continuo de Serbia a los serbobosnios dirigidos por Radovan Karadžić, se impusieron sanciones económicas por parte de la ONU sobre la Federación.
Unos pocos días antes, el 27 de mayo de 1992, los dirigentes nacionalistas albaneses de Kosovo organizaron unas elecciones para una asamblea local. La Alianza Democrática de Kosovo triunfó y la nueva asamblea inmediatamente declaró la fundación de la República de Kosovo, con Ibrahim Rugova, poeta albanés nacido en Kosovo, como presidente. Sin embargo, los enfrentamientos entre los nacionalistas albaneses permitieron que Serbia pudiera mantener el control sobre la provincia sin el estallido de una guerra abierta.

Serbia permanecía bajo un severo bloqueo económico, político y hasta deportivo que duró oficialmente alrededor de cinco años, aunque en la práctica cumplió el decenio completo. La guerra se ganaba en el campo del monopolio de la información y con toda clase de propaganda. En este conflicto de medios de comunicación, Serbia era la que salía perdiendo, mientras los magnates de la información mundial favorecían a los "croatas" y a los "musulmanes".

La nueva República Federal Yugoslavia brindaba apoyo a los serbios combatientes, aportando sobretodo voluntarios y apoyo logístico al frente. Esta cuestión desencadenó una diversidad de grupos militares en los campos de batalla que no necesariamente luchaban por la misma causa e intensificó los crímenes de guerra cometidos sobre la población civil; de parte de todos los bandos.

El 11 de diciembre de 1992, una propuesta de las Naciones Unidas para establecer la paz en Yugoslavia fue publicada como el apéndice III al reporte emitido por el Secretario General de la organización (Javier Pérez de Cuellar). El plan fue redactado por Cyrus Vance, el enviado personal del secretario General de la ONU a Yugoslavia y Mark Goulding, el Secretario General Asistente de la ONU para cuestiones políticas. Su propuesta fue dada a conocer publicamente como el "plan Vance". Todas las partes del conflicto aceptaron el plan tal y como fue propuesto.

Las operaciones de establecimiento de la paz en Yugoslavia fueron intencionadas como un arreglo interno con el objetivo de crear las condiciones esenciales de paz y seguridad para poder posteriormente llevar a cabo una discusión acerca de la solución definitiva de la crisis. Fue estipulado que la operación de la ONU no prejuiciará de ninguna manera el resultado de tales discusiones posteriores. Una condición para el establecimiento de las operaciones de la ONU era que "todas las partes en el conflicto se adhieran de manera estricta a los acuerdos, especialmente al acuerdo sobre el cese al fuego incondicional alcanzado en Ginebra, el 23 de noviembre de 1991" [fuente aqui]. Las fuerzas militares aportadas por los gobiernos de los estados miembros de las Naciones Unidas tenían que ser absolutamente imparciales y se les permitiría utilizar sus armas unicamente para autodefensa.

De acuerdo al plan básico, las fuerzas de paz de la ONU consistían de tropas y de observadores policíacos (UNPROFOR) que estarían estacionadas en partes de Croacia designadas como "áreas de protección de la ONU" (UNPA, por sus siglas en inglés). Estas áreas estarían demilitarizadas, todas las fuerzas armadas ajenas a UNPROFOR serían apartadas o demobilizadas, y las fuerzas de la ONU garantizarían la implementación y mantenimiento de esta demilitarización. Los observadores policíacos tendrían el trabajo de supervisar el trabajo de las fuerzas de la policía local, para prevenir discriminaciones en contra de individuos de cualquier nacionalidad y para asegurar el respeto a los derechos humanos. El ejército yugoslavo (JNA) se retiraría de todo el territorio de Croacia. UNPROFOR, en colaboración con las organizaciones humanitarias de la ONU aseguraría el retorno seguro y pacífico de las personas desplazadas a las "áreas de seguridad".

Estas áreas eran las que, a juicio del Secretario General de la ONU, requerían de medidas especiales para el período de transición, antes de que se pudiera contar con un acuerdo político aceptado por todas las partes involucradas en el conflicto, y donde se tenía que imponer un alto al fuego duradero. Se especificó de manera específica que existían en Croacia áreas en donde los serbios constituían la mayoría o una minoría numerosa y donde se percibía que una "tensión entre las comunidades étnicas llevó a conflictos" [fuente aqui]. Estas áreas se localizaban en Slavonia oriental y occidental, en Banija, Kordun, Lika y Dalmacia del norte. Fue la designación precisa de estas áreas lo que decidió, en colaboración con las autoridades locales, los lugares donde fueron estacionadas las guardias de avanzada de la UNPROFOR.

Tomando en cuenta la situación anterior a la llegada de las fuerzas de la ONU, las áreas protegidas estaban mayoritariamente bajo el control de serbios, aunque ciertas áreas estaban todavía controladas por el recién organizado ejército croata.

Según Josep Palau [Pa96], El Plan Vance era deliberadamente ambiguo en lo relativo al destino final del territorio y su titularidad, aunque insinuaba levemente su pertenencia a Croacia. Consistía en establecer una fuerza de interposición –así nació UNPROFOR- que desactivara la violencia produciendo la distensión necesaria para encontrar una solución política con base en una lenta negociación, en otra situación. Fue aceptado por parte serbia ya que configuraba una situación de hecho que les favorecía. No obstante, la mencionada referencia indirecta a la titularidad croata costó la destitución del equipo dirigente serbio de Krajina que quiso oponerse a la misma. En cuanto a los croatas, el Plan Vance fue aceptado con percepciones más tácticas; para ganar tiempo, ante la incapacidad de derrotar al enemigo a muy corto plazo y temiendo mayores reveses si proseguía la escalada.

Por otra parte, sigue Josep Palau [Pa96], el objetivo básico del reconocimiento internacional estaba a punto de obtenerse y había que demostrar talante cooperación. Ahora bien, los acontecimientos posteriores en la primera fase de la guerra de Bosnia y Herzegovina probarían que el clima dominante en Croacia, y del que sus dirigentes no se sustraían, era revanchista y empujaba a proseguir la guerra antiserbia en las circunstancias y en el marco que fuese.

Como condición para conseguir la retirada del ejército yugoslavo de Croacia, incluida Krajina, y el desarme de las milicias serbias en esa región, la ONU garantizó que sus fuerzas no se retirarían durante su primer año de mandato, aún cuando se lo solicitara el gobierno del suelo en el que estaban acontonadas. Una garantía más convincente para las zonas protegidas por la Naciones Unidas era que cualquier ataque de importancia contra ellas implicaría casi con certeza la reanudación de la guerra con el ejército yugoslavo.

Lo anterior acarreó una serie de problemas y entre ellos no es el menor la incapacidad de la ONU para poner en práctica las otras disposiciones del plan Vance. Si este plan no funcionó en Croacia, donde enfrentó una serie de problemas mucho más simples, al igual que Josep Palau, me preguntaba ¿cómo se podía esperar que éste o alguna variación del mismo funcionara en la situación mucho más compleja de Bosnia y Herzegovina?

Para ese entonces, ya habían sido dañadas o parcialmente destruidas ciudades de incomparable belleza, como Vukovar o la periferia de la ciudad de Dubrovnik, acarreando en este hecho un rencor nacionalista incontrolable.
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