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19.10.08

Los resultados de las trágicas elecciones en Eslovenia y Croacia y las políticas nacionalistas en el territorio de la recién desaparecida Yugoslavia

Al poco tiempo del debacle político federal ocurrido en la XIV asamblea extraordinaria de la Liga de Comunistas de Yugoslavia (SKJ, por sus siglas en serbio/croata) del 20 de enero de 1990, desapareció el sistema socialista como unipartidario y totalitarista, arrastrado por la inercia indescriptible de la URSS y el bloque entero de la Europa del este. En todas las repúblicas se empezaba a rumorar sobre la necesidad de un proceso de democratización que iniciaría con unas elecciones libres. Retomando a Mira Milosevich [Mil00, p. 236], "era fácil vender cualquier cosa por democracia a un pueblo que nunca había vivido en un régimen democrático".

El nacionalismo corría por las venas de todas las políticas seguidas en aquel momento en los Balcanes, un nacionalismo apoyado por el "redescubrir" de las religiones, las culturas y la historia desenterradas de los archivos de la preguerra. Diferencias religiosas, culturales -no son los mismos los legados de una dominación austrohúngara que de una otomana-, étnicas y lingüísticas, en combinación con la pérdida del poder por parte del comunismo (más no de los "comunistas", ahora disfrazados de cualquier otra cosa que abarcaba desde la social democracia hasta el nacionalismo más extremo (y religioso, como en el caso de Franjo Tudjman o Alija Izetbegovic)), después de casi cincuenta años y el abandono de los ideales sociales no eran un buen augurio. Los viejos odios salían a la superficie y con ellos los temores, las migraciones, los refugiados...

Josep Palau [Pa95] explica que la cultura nacionalista sucede más fácilmente a la cultura comunista porque ambas tienen una raíz totalitaria, ambas hacen suya la preponderancia antidemocrática de un estado paternal sobre unos ciudadanos entre los que se fomenta la pasividad. La democracia hay que aprenderla porque implica una participación responsable de los individuos soberanos, ciudadanos que han de querer asumir la parte de compromiso que les corresponde. Todo ello requiere tiempo y una lenta maduración, no surge de la noche a la mañana ni se establece por decreto. No hubo opción a que pudieran madurar los valores y comportamientos democráticos en la sociedad yugoslava, escrible Palau [Pa95, p. 46], porque las dinámicas nacionalistas prevalecieron muy pronto, con demasiada fuerza y con una rara capacidad absorbente en su lógica maniquea y confrontadora.

En la primavera de 1990 empezaron las primeras contiendas multipartidistas en Eslovenia y Croacia. A fines de ese mismo año, éstas se organizaron en el resto del país. Ocurrieron muchos incidentes por todos lados. A todo el país lo confundían escenas de los noticieros en las que se mostraban demostraciones cada vez más violentas en contra del sistema comunista, primero en Ljubljana, luego en Split, Zagreb... El gobierno mandaba a jóvenes de 18 años como parte del ejército federal a combatir las manifestaciones; con balas de hule en contra de su propio pueblo.

Nunca olvidaré la escena de dos hombres estrangulando a un soldado con cara de espanto arriba de un tanque en las manifestaciones de la capital dálmata, Split. Nadie quería creer esta nueva realidad que sólo iría empeorando.

En Eslovenia, Milan Kučan, dirigente del nuevo partido de comunistas reformistas ganó con más del 58% [Den95] de votos a su favor, convirtiéndose en el primer jefe de estado comunista reformista multipartidario libremente elegido de Europa del "Este". Al mismo tiempo, se llevó a cabo una especie de referéndum en el que resultó un alto grado de consenso a favor de la independencia de Eslovenia del resto de Yugoslavia. En éste, único caso de la federación yugoslava, sí se podía hablar de una separación, incluso étnica, ya que los dos millones de eslovenos con una natalidad ínfimamente baja eran por mucho una mayoría contundente en su territorio.

Siguiendo el ejemplo esloveno, los dirigentes croatas se animaron a realizar un proceso propio parecido. Sin embargo, Croacia no fue tan afortunada [Den95]. Lanzar un sistema electoral que elevaba la posibilidad de polarización fue otro de los múltiples errores estratégicos cometidos por los reformadores comunistas croatas: quisieron monopolizar el espacio político de la izquierda, retardaron la legalización de partidos alternativos hasta el último momento, y entraron en las elecciones con la carga del antiguo e impopular sistema a sus espaldas. De tal suerte, que se llevaron a cabo las elecciones en las que resultó imposible votar por la izquierda sin votar por los antiguos comunistas [Den95].

El terreno político se había preparado muy bien durante dos años de un incesante ascenso de los temas nacionalistas y de intimidaciones por parte de la dirigencia serbia, sobre todo en lo referente a Kosovo.

El 22 de abril de 1990, en Croacia se llevaron a cabo unas elecciones, en opinión de muchos, demasiado precipitadas. Bogdan Denitch [Den95] comenta que el partido de los populistas nacionalistas de la derecha croata, la HDZ -Unión Democrática Croata-, dirigida por el antiguo general del Ejército Popular de Yugoslavia (JNA, por sus siglas en serbio/croata) Franjo Tudjman, recibió aproximadamente el 42% de los votos. La ley electoral le dio al partido dos tercios del parlamento. La mayoría legislativa nacionalista arrasó con un sistema presidencial que redujo al parlamento a la impotencia, cambió la constitución por mayoría simple de un modo que contribuyó a provocar la rebelión de la minoría serbia, y procedió a purgar a los funcionarios, al poder judicial y a la policía. Bajo pretexto de preparar la economía para la privatización, narra Denitch [Den95], el nuevo gobierno nacionalista croata también depuró a los empresarios serbios y comunistas y tomó el control directo de la radio, la televisión y la prensa principal.

Josep Palau [Pa96] escribe por su parte que el HDZ alcanzó el 41.5% de los votos, aunque obtuvo 193 de los 365 escaños de la Cámara -llamada Sabor-. El Partido del Cambio Democrático -antigua Liga Comunista- obtuvo 81, y 91 los restantes. La campaña electoral se había centrado en una encendida polémica con la comunidad serbia del país. Dos meses antes, en el congreso del partido que lo eligió candidato a presidente, Tudjman había provocado el escándalo al declarar que "el Estado Independiente de Croacia (fundado en 1941) no fue sólo un simple estado colaboracionista y criminal, sino también la expresión de las aspiraciones históricas del pueblo croata" [Pa96, p. 82]. Pocos días más tarde, una masiva concentración de miles de serbios exigía en Kordun la integridad territorial de Yugoslavia y proclamaba su rechazo terminante al neofascismo y a Franjo Tudjman.

El sistema escolar y las universidades fueron centralizadas en el nombre de la eficacia, y los sectarios centralistas de la lengua impusieron una rígida ”croatización” de las normas lingüísticas en las escuelas, oficinas de gobierno y publicaciones.

Las generaciones serbias actuales aún no podían olvidar el terror del que fueron víctimas durante la Segunda Guerra Mundial. Palau [Pa96] concluye que la idea de Josip Broz Tito de cubrirlo para olvidarlo resultó contraproducente. Muchos serbios han mantenido esa amargura como un sollozo ahogado que no se ha podido superar por falta de exorcismo. Por el contrario, se incrementó el agravio con la pretensión del presidente Tudjman de convertir los restos de Jasenovac (el campo de concentración más sangriento del Estado Independiente de Croacia en la segunda guerra mundial), ahora bajo control croata, en un monumento a ”todos los mártires croatas de la guerra, y muy en especial a los mártires de la Guerra Patria (1991-1995)”. Ya en 1990, Tudjman había publicado el libro El desierto de la realidad histórica, que suscitó avalanchas de indignación en las comunidades judías internacionales por su descarado antisemitismo; en el capítulo relativo a Jasenovac, Tudjman afirmó entonces que las víctimas del campo no sobrepasaban 20,000; no en balde el propio Tudjman trató en algún momento de minimizar el holocausto judío europeo [Pa96, p. 42]. Sobre estos acontecimientos ocurridos durante la existencia de la NDH, ya se había comentado en este blog aqui.

Ese año todavía nos animamos a ir a visitar a mis abuelos a la costa croata. Para ese entonces, los rumores acerca de las hostilidades étnicas ya se habían vuelto una cotidianidad. Historias sobre casas serbias dinamitadas en las costas dálmatas, y croatas agredidos en las regiones serbias eran alarmantes. Nadie lo podía creer; mucho menos mi familia, por demás multiétnica.

Al arribar en nuestro coche con placas de Belgrado, mucha gente nos veía con extrañamiento. ¿Qué pudo haber sucedido?, me preguntaba a menudo. Llegando, tuvimos que esconder el coche -la evidencia- en la cochera y lejos de miradas interrogantes.

Platicando con Tvrtko y Domagoj, amigos desde la infancia, pude comprobar que en efecto, la lengua que yo hablaba ya no se llamaba "serbocroata". Ya existía todo un idioma croata aparte. Me platicaban que todas las noches después del noticiero (religiosamente programado en punto de las 7:30 de la noche), pasaban al menos cinco palabras ”croatizadas” que la población se tenía que aprender como deber nacional. A muchos, todo esto les parecía no menos que absolutamente patético. Esta croatización del idioma significaba una paulatina sustitución de "serbísmos", germanismos, latinismos, helenismos y todas las demás influencias extranjeras que habían nutrido el idioma de expresiones nuevas, por palabras propias, en muchos casos recién inventadas para tal propósito. Desde luego, la tendencia de eliminar los "serbismos" era mucho más acentuada que la que intentaba eliminar los germanismos (como ejemplo, muchas de las plazas públicas en Croacia a partir del año 2005, en lugar de denominarse con el muy croata/serbio trg, se cambiaron al muy alemán Platz o plac en croata).

Ese fue el verano en el que vería a mis abuelos por última vez en muchos años (nueve, para ser más exactos). Empezábamos a vivir, sin darnos cuenta, en países diferentes. Nosotros en Serbia como serbios y ellos en Croacia como extranjeros (esloveno y serbia). Todo se volvía demasiado absurdo y por demás real.

Fue en esta época que se dio el supuesto vislumbramiento de la llamada Virgen de Medjugorje. Hordas enteras de creyentes católicos se lanzaron sobre el altiplano croata. El resurgimiento de la religión católica en Croacia y Eslovenia iba seguida de un sinnúmero de discursos hechos por parte del Vaticano. Muy en mi interior me cuestionaba si no se trataba de una simple anexión de territorios al majestuoso dominio del Pontífice Papa Wojtila; cuestión que cada vez perdía más su sentido espiritual y poco tenía que ver con la fe.

No mucho tiempo después, el gobierno de Croacia firmó con el Vaticano un acuerdo a través del cuál Croacia como estado se comprometía a brindarles seguro social, subsidio en varios rubros y otras concesiones a los sacerdotes católicos en su territorio. La Escuela Superior de Teología y el Seminario católico se volvieron parte constituyente de la Universidad Croata, con organización equivalente a la de cualquier otra facultad. Todos los domingos se han estado transmitiendo desde aquella época y hasta el día de hoy, por el Canal 1 de la televisión croata –HTV- y la radio oficial croata de Zagreb las misas celebradas en la catedral de Zagreb. Por otro lado, se les ha permitido a los sacerdotes participar en el Parlamento.

La República de Eslovenia se ha opuesto desde un inicio a todo aquello, sobre todo porque su gobierno lo constituían los socialdemocratas (comunistas reformados). Sin embargo, al haber ganado la derecha las elecciones para presidente de parlamento, sosteniendo ésta vínculos cercanos con los cristianos demócratas y con Bajuk como el nuevo presidente de parlamento en el año 2000, todo ello era cada vez más probable que suceda.

La dirigencia nacionalista croata había sido sumamente insensible en la celebración de su triunfo electoral. Palau [Pa96] comenta que no ayudó en absoluto a que las nuevas autoridades croatas hicieran tan poco o nada para proteger a los ciudadanos serbios obedientes a la ley cuando ”desaparecieron” en Gospić, Zagreb, Zadar y otras ciudades. Los perpetradores de la ”noche de cristal” masiva y otros desmanes contra la minoría serbia en Zadar, sigue el autor catalán [Pa96], que vendría la primavera de 1991, nunca fueron objeto de demanda ante la justicia.

Uno de los problemas claves del nuevo gobierno croata era que un porcentaje demasiado alto de la población en Croacia era de origen serbio. La mayoría de ésta habitaba la región de Krajina (cuya raíz lingüística se puede definir como "frontera"), misma que se había hecho famosa por sus guerreros y en la que, por falta de oportunidad en otros campos, la mayor parte de los habitantes eran militares desde las épocas de la conquista del Imperio Otomano. Era de esperarse que un número muy grande de oficiales del ejército federal fueran precisamente de aquí. En el momento en el que se quiso utilizar al Ejército Popular Yugoslavo (JNA) como escudo entre los rebeldes serbios que por ningún motivo se querían quedar bajo el gobierno croata -que lo primero que hizo fue sacar todos los símbolos que utilizaba durante la ocupación en la segunda guerra mundial a manos de Hitler-, el ejército ya era mayoritariamente serbio y defendió a sus compatriotas. Se harían famosos en un futuro próximo los guerrilleros de Knin, la capital de Krajina, conocidos popularmente como Kninjas y su comandante, cuyo nombre en clave era comandante Dragan (recientemente vuelto a aparecer en Asutralia, por cierto).

Retomando a Mira Milosevich [Mil00], queda patente que además de la melancolía cultural, de la que Slobodan Milošević supo aprovecharse para sus ambiciones políticas y militares, además de las consecuencias del derrumbe general del sistema comunista, hubo una clara intención de conservar el poder político por parte de la cúpula del ejército yugoslavo y del mismo Slobodan Milošević. La crisis del estado yugoslavo podía haberse solucionado de manera pacífica, como por ejemplo, en la República de Checoslovaquia o en la mayor parte de la Unión Soviética. Pero, como describe en sus memorias Borisav Jović, el penúltimo presidente de la República federal yugoslava, los comunistas serbios eligieron una estrategia que no dejaba ningún espacio para la disolución pacífica del estado. Según Jović [Mil00, p. 61, apud. Borislav Jovic, Poslednji dani SFRJ, Kompanija Politika, Belgrado, 1995, p.123]:

Slobodan Milošević me ha sugerido solucionar esta crisis a través de una acción militar en los territorios de Croacia donde viven los serbios. Él y el general Veljko Kadijević (el secretario general del Partido Comunista en el Ejército yugoslavo) estaban de acuerdo en dos cosas: en que la crisis yugoslava no se puede solucionar sin el uso de la fuerza y en que, para la conservación de Yugoslavia, era necesario conservar el Partido Comunista.

No es extraño, prosigue Mira Milosevich [Mil00], que Slobodan Milošević llegara a un acuerdo con el general Kadijević. Porque sólo este militar podía satisfacer las ambiciones de Slobodan Milošević y porque tenía más interés que nadie en que perdurase Yugoslavia. Lo único que quedaba de Yugoslavia era el Ejército. Si desapareciera Yugoslavia, desaparecería también el Ejército. Por otra parte, el ejército se formó en la Segunda Guerra Mundial para luchar por el comunismo. ¿Cómo iba ahora a negar su propia identidad?

La autora [Mil00, p. 62, apud. Borislav Jovic, Poslednji dani SFRJ, Kompanija Politika, Belgrado, 1995, p.124] prosigue citando la intervención de Kadijević en el XIV Congreso del Partido Comunista Yugoslavo:

El problema no es el sistema democrático, sino que algunos comunistas han admitido el proyecto de destruir la unidad de la organización, y creen que, a través del sistema pluripartidista, pueden conservar el estado yugoslavo y realizar una transición democrática. Lo trágico es que no entienden que de este modo están destruyendo Yugoslavia y la llevan hacia la guerra civil. No entienden que el sistema pluripartidista no solucionará el problema yugoslavo, porque no entienden la cuestión nacional en Yugoslavia.

Mira Milosevich [Mil00] continúa aseverando que quién llevó a Yugoslavia hacia la guerra civil fue él mismo, ayudando a Slobodan Milošević en la empresa de solucionar la cuestión nacional serbia. El resultado fue lamentable para Yugoslavia y para los serbios. Milosevich sentencia diciendo que lo que cincuenta años antes era la garantía de conservación de un estado –el régimen totalitario comunista-, en 1991 fue la causa principal de la desintegración de este mismo estado.

Por su parte, Palau [Pa96] comenta que se dieron todos los pasos necesarios para llegar a un enfrentamiento más radical. Ya en junio de 1990, y como una de sus primeras medidas, el nuevo parlamento croata inició la discusión de las enmiendas constitucionales. El 25 de julio fueron adoptadas algunas de esas enmiendas, según las cuales Croacia dejaba de ser una república socialista y recuperaba la bandera roja y blanca a cuadros -conocida como damero- que había sido la enseña oficial del estado fascista en el período 1941-1945. El mismo día, el Partido Demócrata Serbio de Croacia se congregaba en la ciudad-símbolo de Srb para proclamar la ”declaración de soberanía e independencia del pueblo serbio en Croacia y establecer el Consejo Nacional Serbio como la única autoridad legítima de los serbios en Croacia”.

Los primeros episodios violentos, describe el autor [Pa96], ocurrieron en agosto del mismo año entre unidades especiales de la policía croata y la población local serbia en Benkovac. Dos días más tarde -19 de agosto-, se celebró un referéndum en la región de la Krajina; aunque votó el noventa por ciento a favor de una amplia autonomía, dicho referéndum no fue reconocido por las autoridades de Zagreb.

En otra parte, Mira Milosevich [Mil00] señala que en esas circunstancias, el gobierno autónomo serbio de Krajina pidió la unión con Serbia. Una petición que quedó sin respuesta... hasta el final.

Mientras Slobodan Milošević posponía las reformas democráticas con la excusa de que había que ocuparse de asuntos mucho más urgentes, como la protección de los serbios amenazados fuera de Serbia, el discurso oficial de su régimen rechazaba cualquier vinculación con los acontecimientos en Croacia y Eslovenia, ”lamentando” el destino del estado federal y destacando ”que si otros tienen el derecho de separarse de Yugoslavia, los serbios tienen el derecho de quedarse en ella” [Mil00]. Los académicos de la Academia serbia de las ciencias y las artes (SANU), silenciosos mientras Slobodan Milošević conspiraba, decían: ”Serbia no está en guerra, porque Serbia nunca declaró la guerra a Croacia. Son el pueblo serbio de Croacia y el poder estatal croata los que están en guerra” [Mil00].

Todo ello parecía absurdo. Si Serbia o lo que quedaba de Yugoslavia jamás le declaró la guerra ni a Eslovenia, ni a Croacia, ni a Bosnia y Herzegovina, ni tampoco le declaró la guerra la OTAN a Serbia, entonces tras tres guerras y un aniquilamiento masivo, Serbia puede jactarse de no haber entrado en una guerra oficial desde 1945.
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17.10.08

El derrumbe del concepto de federación yugoslava, el renacimiento de nacionalismos extremos y el inicio del fin del sueño yugoslavo

La caída y el derrumbe catastróficos de lo que fue una economía yugoslava relativamente próspera y el final de uno de los programas de reforma económica más fructíferos en Europa del este -lo que colocaba a la nación como uno de los candidatos más probables del sudoriente europeo para ingresar a la Unión Europea-, fue uno de los golpes mortales a la coexistencia de las repúblicas y al sistema de mercado llamado ”socialismo de mercado autogestionado”.

A medida que el sistema se iba deteriorando, los líderes de las repúblicas empezaron a preocuparse cada vez más por los intereses de sus bases de poder: a representar a sus propias repúblicas contra el centro de la federación [Den95]. No se tuvo que dar un gran paso para llegar de esa simbiosis informal entre políticos comunistas locales e intereses de la localidad a un llamamiento abierto de esos mismos dirigentes comunistas al nacionalismo.

Esta convocatoria se basaba en la pretensión de que ellos, los comunistas, representaban eficazmente los intereses y las demandas nacionales, sobre todo contra las demandas nacionales rivales y contra el centro federal [Den95]. La versión popular y demagógica de esa política se podía reconocer en los actos de Slobodan Milošević. Los acontecimientos de Kosovo, de los que ya se había hablado en este blog aquí, pusieron a la dirigencia serbia en colisión inmediata, primero con Eslovenia y después con Croacia y los yugoslavos musulmanes. Poco a poco y utilizando el poder de la política de corte nacionalista, Slobodan Milošević sustituyó a los antiguos dirigentes de Kosovo, Vojvodina y Montenegro por aliados obedientes.

Esto cambió radicalmente el frágil equilibrio de poder dentro de la federación [Den95]. Serbia tenía entonces por primera vez desde la constitución yugoslava de 1974, cuatro de los ocho votos de la presidencia colectiva. Anteriormente, tanto Kosovo como Vojvodina votaban normalmente en contra de los intereses de la república socialista federativa de Serbia. En la práctica, la nueva correlación de fuerzas al interior de la presidencia colectiva se volvía intolerable para Eslovenia, Croacia y Macedonia, principalmente, porque también le dio a Serbia el veto sobre todas las decisiones federales.

Aquí me paree de primordial importancia lo que describe Josep Palau [Pa96], en el sentido de que las ideas y movimientos políticos dominantes en Serbia y entre las comunidades serbias de otras repúblicas, a finales de los años 80, contribuyeron a debilitar a Yugoslavia en la medida en que no pusieron el acento en la preservación a toda costa del estado federal yugoslavo como interés mayor del pueblo serbio. En el fondo, esa responsabilidad se puede definir como la ausencia de una estrategia: las élites serbias no sabían lo que querían a finales de los años 80. Por el contrario, en el caso de los eslovenos, croatas y albaneses -y sólo más tarde, musulmanes-, se habían perfilado y consolidado estrategias rupturistas muy sólidas, meditadas, consensuadas, consultadas en el exterior, con apoyos y garantías internacionales.

Se ha atribuido al nacionalismo serbio de finales de los 80, sigue Palau [Pa96], una vocación expansionista y dominadora. Se le ha proclamado ante el mundo entero como un nuevo fascismo, desestabilizador por esencia de los consensos pacíficos. Esta satanización ha sido una formidable operación de propaganda cuyo objetivo ha sido cubrir, exculpándolas, las operaciones secesionistas de sus oponentes. El nacionalismo serbio contemporáneo ha expresado un profundo malestar. Sintiéndose discriminado, su motivación básica no era el sometimiento de los otros, sino el aumento de sus cuotas de poder ante lo que consideraba una injusta distribución, ordenada por Tito a sus expensas. El malestar serbio cuajó a partir de la última constitución yugoslava, la de 1974, que debilitó extremadamente los poderes federales e introdujo, sin reconocerlo, rasgos de tipo confederal. Mientras se vacía el estado central, se acentúa, en aparente paradoja, el poder centralista en cada república, excepto precisamente en la de Serbia, la única que reconoce autonomías en las regiones de Kosovo y Metojia y Vojvodina [Pa96].

Eslovenia llevaba, al igual que Croacia, ya varios años clamando la injusticia del hecho que como repúblicas más desarrolladas e industrialmente más fructíferas tuvieran que soportar el lastre de la falta de desarrollo de las repúblicas del sur, sobretodo de Macedonia y Kosovo. Ello se veía venir desde la constitución de 1974 e iba aumentando con el tiempo.

Bogdan Denitch [Den95] escribe que no obstante, en Yugoslavia, la desafección nacionalista interna tuvo bastante ayuda del exterior. La amarga ironía es que Alemania y Austria fueron los principales promotores de la destrucción formal de las dos Yugoslavias. Hubiera sido de esperarse que un mínimo de memoria histórica por la responsabilidad alemana en los horrores genocidas de la Segunda Guerra Mundial, hubieran vuelto a los estados alemanes ahora democráticos extraprecavidos en la injerencia en los asuntos yugoslavos. Lamentablemente, la defunción rápida de la segunda Yugoslavia fue posible por la insistencia implacable y sin precedentes de Alemania y Austria, en contra del consejo de gran parte de la Comunidad Europea y de Estados Unidos, en el reconocimiento incondicional y acelerado de los estados secesionistas de Croacia y Eslovenia; acompañado por asesorías minuciosas a los gobiernos de estas dos repúblicas en el campo de la economía que daban instrucción acerca de la inviabilidad de su sobrevivencia económica como parte de la federación [Den95, p. 60-61].

Acerca del tema comenta en el mismo sentido Josep Palau [Pa96], diciendo que tan alta contribución -del mundo occidental, vencedor de la Guerra Fría- a la catástrofe yugoslava tardará décadas en ser establecida como verdad histórica. No puede aceptarse hoy porque dice demasiado poco a favor de quienes son responsables de ello, política o intelectualmente, ya que siguen en posiciones de poder -especialmente los forjadores de opinión, que duran más en los puestos de mando que los cargo políticos públicos-. En su lugar, el histrionismo antiserbio y la deformación de los hechos prevalecerá todavía algún tiempo por que son chivos expiatorios necesarios para cubrir esa terrible verdad de una Europa y un Occidente que traicionaron todos sus valores precipitando una guerra que podían haber evitado [Pa96, p. 52-53].

En contraposición de la visión de Palau [Pa96] y, en este caso de Bogdan Denitch [Den95], sobre la crisis yugoslava como un hecho provocado por intereses geopolíticos de las grandes potencias occidentales –y las otras en igual o menor escala-, Mira Milosevich [Mil00] expone una teoría basada en el nacionalismo serbio y el plan nacional elaborado por las élites intelectuales de aquella república y retomado por el mismo Slobodan Milošević. Según la socióloga, la frase, hecha realidad en poco tiempo, pronunciada por Slobodan Milošević en una reunión con el general Veljko Kadijević, comandante en jefe del Ejército yugoslavo, en ese 1990, ”habrá guerra, ¡naturalmente!”, conllevaba en sí misma varias razones a primer vista ocultas.

Primero, explica Mira Milosevich [Mil00], porque tanta insistencia en la necesidad de una integridad cultural y espiritual de la nación serbia no llevaba a otra parte que a una guerra de conquista del territorio de la ex Yugoslavia.

Segundo, porque se sabía que la solución de la cuestión nacional serbia exigía el desmantelamiento de Yugoslavia [Mil00]. En mi opinión, esta razón es cuestionable, ya que la cuestión nacional serbia se veía resuelta en sí bajo la figura de la federación yugoslava. Sin embargo, las aspiraciones expansionistas croatas en ese momento sí contemplaban con mayor fuerza la mencionada desintegración.

Tercero, porque si los serbios estaban tan amenazados como se les presentaba de ordinario, no tenían otro remedio que defenderse. Slobodan Milošević iba a aumentar su poder fuera de Serbia. Iba a conquistar Yugoslavia. Ya había intentado realizar la ”revolución antiburocrática” entre los serbios de Croacia y Bosnia y Herzegovina, pero sin mucho éxito. Necesitaba un apoyo más firme: el del Ejército y el del presidente croata Franjo Tudjman [Mil00].

Cuarto, porque contaba (Slobodan Milošević) con el apoyo del Ejército yugoslavo, con su compromiso de defender a los serbios fuera de Serbia y, a cambio, él les garantizaba la conservación del comunismo, y sólo el comunismo podría avalar que los miembros del Ejército siguiesen disfrutando de los privilegios adquiridos durante la época de Tito [Mil00].

Quinto, porque Milošević ya había pactado con su homólogo croata Franjo Tudjman dos puntos clave: la división de Bosnia y Herzegovina y servirse mutuamente como coartada. Tudjman iba a realizar el antiguo sueño croata, creando un estado independiente sobre los territorios de una Gran Croacia, y apoyándose en un nacionalismo que se presentaba como respuesta necesaria a su antagonista, el nacionalismo serbio. La creación de la Gran Croacia, separada de Yugoslavia, serviría a su vez a Milošević como justificación de la conquista del territorio que quedara del antiguo estado federal. En 1996, en una entrevista concedida a Radio Europa Libre, Kiro Gligorov [Mil00], presidente de la República de Macedonia en la época de la desintegración de Yugoslavia, respondió a una pregunta sobre aquel momento de la crisis yugoslava, que todos los miembros del gobierno federal habían estado dispuestos a aceptar cualquier fórmula, la federación simétrica o asimétrica, una mezcla de federación y confederación o sólo la confederación. Los únicos que habían rechazado todas las propuestas fueron Milošević y Tudjman [Mil00, p. 243, apud. Drinka Gojković, ”Para comenzar un borrador: olvidar en Serbia”, Bitarte, No. 16, San Sebastián, 1999, p. 36].

Sexto, concluye Mira Milosevich [Mil00], porque Slobodan Milošević y Tudjman compartían el mismo sueño: crear unos estados nacionales étnicamente puros sobre las ruinas de la Yugoslavia comunista. Después de una serie de reuniones en Karadjordjevo, en el antiguo chalet de caza de Tito, Milošević y Tudjman llegaron a un acuerdo secreto para repartirse Bosnia y Herzegovina, de modo que los serbios se quedaran con el 66% del territorio –aunque eran solo el 31% de la población-, a cambio de que la Krajina, el territorio croata con centro en Knin, que albergaba una población serbia en su 99%, quedara dentro de una Croacia independiente [Mil00, p. 244, la autora explica que sobre este acuerdo entre Milošević y Tudjman primero escribió el embajador de los Estados Unidos en Yugoslavia, Woren Zimmermann. Florence Hartmann también lo menciona en su libro].

Mira Milosevich continúa refiriéndose a lo que dijo Slobodan Milošević en cierta ocasión para distinguir su proyecto de integridad territorial serbia del ideal granserbio de los nacionalistas: ”jamás he dicho, y mucho menos pensado, que allí donde esté un serbio sea Serbia” [Mil00, p. 245, apud. Hartmann, op. cit., p. 225]. Estaba dispuesto a conceder toda la Krajina a Croacia porque era imposible establecer una continuidad geográfica entre aquel territorio y el de la República de Serbia. Exigía, sin embargo, más de la mitad de Bosnia y Herzegovina como compensación.

Sin embargo, Slobodan Milošević tenía que cumplir con su parte del compromiso. Tenía, por lo tanto, que provocar a los serbios de Croacia para que se lanzaran a una rebelión anticroata que diera a Tudjman el pretexto necesario para crear una defensa nacional. No porque Milošević fuera un caballero, sigue Mira Milosevich [Mil00], sino porque esa era una condición necesaria para mantener su propio poder. Como siempre, obtuvo el apoyo de la Iglesia y los intelectuales [Mil00, pp. 244-145].

Desde mi punto de vista, estas teorías no se encuentran demasiado alejadas una de la otra. El mundo –y más específicamente el Occidente- tenía otros planes, al menos antes de 1989: unos que contemplaban a la Yugoslavia unida. Sin embargo, fueron los actores internos los que crearon el escenario ideal para la intromisión de las potencias internacionales, surgiendo estas intenciones desde antes de la Constitución del ‘74.

Si no podían conservar la federación, para poder seguir usándola como punta de lanza hacia la democratización de la Europa del Este –y tomando en cuenta que ello ya no era necesario debido al desmoronamiento del sistema socialista a partir de 1989- las potencias decidirían explotar al máximo cada una de sus subunidades para finalmente apoderarse de ellas para fines de conveniencias geopolíticas propias. Ello sería fácil en el caso de repúblicas sin demasiados recursos naturales ni habitantes. Si por alguna razón Serbia, que era la única en posición de poderse oponer a tales políticas internacionales, se rehusara, lo preciso sería aniquilarla económicamente hasta el grado de inanición; de manera que una vez destruida su economía, los ciudadanos vieran la intromisión de las grandes transnacionales como un factor de salvación al antiquísimo estilo de sitio de ciudades fortaleza en la Edad media –primero se llevaría la población al punto de muerte por hambre para posteriormente bombardearlas con comida y esperar su entrega incondicional-.

En este caso, ello alcanzó rasgos extremos cuyos vestigios se podían ver claramente ya para 1995. Sin embargo, para llevar a cabo los planes expuestos en todo momento era necesario contar con un pretexto, con el ”malo de la historia”, con un rostro que serviría para tapar las acciones realmente importantes de las potencias mundiales... un Slobodan Milošević que en sus últimos años de gobierno, arrinconado y destruido, no era más que un títere explotado por los medios de comunicación con uno u otro objetivo según los intereses en turno de Estados Unidos.

¿Y el pueblo (o los pueblos sudeslavos)? Acaso a nadie le había preocupado lo que tenía que decir... ¿de sus derechos, de su futuro, de su existencia?

Tomando todo lo anterior en cuenta, me quedan muy claros los orígenes del fracaso del plan de rescate económico del en ese entonces primer ministro de la federación, Ante Marković. Este plan tenía muchas probabilidades de éxito. Estaba basado en las dos corrientes económicas fundamentales: primero se controlaría y dosificaría la inflación de manera que se ayudara al desarrollo económico interno y con ello se lograría una moneda firme, que ahora sí se hubiera podido mantener de esa manera en un futuro. Marković y su política económica hubieran alcanzado su meta, sólo si el éxito que anhelaban las dirigencias de las repúblicas hubiera sido el rescate económico de la República Socialista Federativa de Yugoslavia y no otro.

Por su parte, Josep Palau [Pa95] prosigue diciendo que en Alemania, la secesión de Eslovenia y Croacia fue presentada como una liberación de pueblos hermanos que debía seguir de manera natural a la desaparición de la RDA y a la reunificación alemana. Ésta fue la manifestación de un cierto complejo de culpa de los círculos de poder alemanes que se habían avergonzado por la llamada realpolitik de los años anteriores y que se consideraba había ayudado a mantener artificialmente las estructuras ya podridas del sistema comunista de la RDA.

En la opinión alemana cobra cuerpo la idea de que, como compensación a aquél exceso de realpolitik, había que ayudar ahora a Eslovenia y a Croacia. Esa tesis, explica Palau [Pa95], se impuso aplastantemente en la prensa germana, que la transmitió con demasiada facilidad a la prensa europea, difundiendo masivamente conceptos como los de ”artificialidad de Yugoslavia” o, más perversamente ”Yugoslavia, cárcel de pueblos”. Así, en nombre de la ”autodeterminación”, sigue Palau [Pa95], se abrió camino al apoyo de rupturas etnófobas, a una maligna hostilidad hacia Yugoslavia, contraria al espíritu europeísta. La autodeterminación del pueblo alemán era democrática porque terminaba con barreras artificiales y unificaba a un pueblo sin perjudicar a nadie. No era el caso de las secesiones de Eslovenia y de Croacia, que no eran pueblos oprimidos, explica el autor, pues disponían de altísimos niveles de autogobierno en Yugoslavia; su separatismo buscaba levantar nuevas barreras entre pueblos europeos hermanos. No querían la emancipación, sino el privilegio a expensas de otros; y la consumación de sus fines era intrínsecamente atentatoria contra el derecho esencial de otros pueblos a mantenerse unificados como estaban. Al apoyar esa falsa ”autodeterminación” eslovena y croata, Alemania devolvió con mezquindad la generosidad de todo un continente que había apoyado sin reservas su unificación [Pa95].

En breve se había convocado a la decimocuarta asamblea extraordinaria urgente de la Liga Comunista de Yugoslavia (SKJ), que se llevó a cabo el día 20 de enero de 1990. Fue aquí en donde se hizo patente la agonía de aquél país.

Después de que los delegados eslovenos empezaron a sentir un rechazo rotundo a todas sus propuestas que iban en el sentido de una mayor flexibilización de la federación de manera que ninguna república pudiera perder votación de alguna de sus propuestas por causa de la combinación de otras y a favor de una mayor autonomía económica; además de que se limitó el derecho de una elección libre de la mesa directiva, para la cuál Slobodan Milošević quería imponer a Dušan Čkrebić, la delegación de Eslovenia decidió abandonar la asamblea. Pocos minutos después los siguió la delegación croata.

El mundo entero era testigo de un desmoronamiento inminente de la federación yugoslava.
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9.10.08

La adolecencia, la realidad citadina y el ambiente social que se vivía en las calles de Belgrado a finales de los ochenta e inicio de los noventa

Desde el quinto de primaria habíamos ya pasado al segundo de los dos edificios que constituían nuestra escuela primaria. Este último se hallaba justo frente a la entrada del edificio en el que vivía en esa época, de manera que me despertaba junto con el primer timbre que anunciaba los últimos diez minutos faltantes para el inicio de la primera clase de cada mañana: las 7:50 en punto.

Cambiamos de edificio y con ello, de horario de clases. A todos los alumnos de quinto a octavo años de nuestra primaria nos dividieron en dos grandes grupos: los años pares y los años nones. Cada uno de estos dos grupos conformaría uno de los dos turnos que existían: el matutino y el vespertino, intercambiándose éstos cada semana. El turno matutino comenzaba a las ocho de la mañana y terminaba a la una y cuarto de la tarde. El turno vespertino iniciaba a las 14 horas y terminaba en punto de las siete y cuarto de la noche.

A inicios de junio de ese 1989 y a mis casi trece años de edad, finalmente me armé de valor. Era un jueves. Las siete y media de la noche (poco después de la hora de salida). La esperé y la acompañé hasta su edificio, a exactamente cuatro calles de distancia de la escuela.

Todo el camino no me podía concentrar. Me sudaban las manos y el corazón parecía que estaba a punto de explotar. Estaba a un paso de volverme loco. Finalmente, decidí aventarme al vacío.

- Milena, tengo algo que decirte.
- Si, dime.
- Es que no sé como hacerlo.
- Pues, es sencillo. Dilo y ya.

Su voz temblaba por alguna extraña razón. Su cara se ruborizaba bajo sus grandes anteojos. No entendía yo por qué sufría ella semejantes cambios. ¿Acaso?...

- Mira, yo sé que esto puede, este, sonar ridículo...
- ¿Qué?, dílo.
- ¿Quisieras andar conmigo?

***

De nuevo estabamos en octubre. Las intensas lluvias le abrían poco a poco el paso al característico olor a nieve en el aire. Los días eran cada vez más cortos. Mi reloj marcaba las siete y media de la noche, el parquecito se encontraba ya iluminado por las enormes lámparas de alumbramiento público. Estaba sentado junto con Ivan, Nikola y la demás banda que conocía desde el primero de primaria e incluso desde antes, en la misma banca en la que nos sentábamos casi todos los días desde entonces. Íbamos en séptimo año.

Repentinamente se nos unió Nedić, otro compañero de la primaria al que aún recuerdo tan sólo por el apellido. Miloš, sentado en la banca con los pies abiertos, había creado un verdadero charco impresionante con su saliva en el piso. Algunos otros intentaban competir con sus habilidades hidráulicas sin mayor éxito. De la nada, le preguntó a Nedić:

- ¿Estás seguro de lo que quieres hacer después de la primaria?
- Y a mí ¿quién me pregunta?. Soy hijo de un pop (sacerdote). He de ser uno también. Tradición familiar. En septiembre me inscribiré al seminario.

Por mi parte, en aquel entonces aún no lo podía imaginar con la barba y el cabello largo, todo vestido de negro y dando liturgias. En esos tiempos, eso todavía era algo fuera de lo común.

Con mi madre había visitado en varias ocasiones la catedral de Belgrado. Tenía un olor muy fuerte a incienso y parafina. A la entrada era preciso prender dos velas y colocarlas en una especie de charolas situadas una encima de la otra. La de arriba era para los vivos y la de abajo para los muertos. Al ingresar, se divisaba el altar y una cantidad impresionante de frescos e íconos en las paredes. Aún me siguen impresionando los maravillosos vitrales que adornan sus ventanas. El pop (sacerdote) cantaba la mayoría de la liturgia sin acompañamiento alguno. No había bancas en el interior, de manera que los creyentes permanecían de pie a lo largo de todo el servicio. Se prendía copal y el sacerdota decía un sermón entre canto y canto. Esto le daba un matiz por demás serio y espiritual al evento.

La charla seguía.

- Y a tí, ¿cómo te fue con Milena?

- Pues, bien. Dos días después de haberle llegado, aceptó ser mi novia. Me la pasé un mes entero sin poderme atrever a darle un beso. Y todos ustedes insistiendo. Finalmente, en la fiesta de Sandra. ¡Qué obvios se vieron! Mira que dejarla encerrada afuera en el balcón. Aleksandar finalmente me convenció que lo tenía que hacer. Salí y le dije muy sinceramente que todo el mundo considera que la tenía que besar y que no sabía qué hacer. Se volteó, me miró con sus grandes ojos azules, me tomó de la mano y lo hicimos. La escena al regresar a la sala fue lo más difícil. Todos nos estaban viendo como atracción de circo. Puedo decir que le gustó.

- ¿Y luego?

- Y luego nada. Un día estábamos en su casa. No había nadie. No me atrevía a tocarla. Después de un rato de ver MTV en el nuevo canal tres de la tele (que chido que se anden pirateando la señal), me atreví. Repentinamente me voltée y la abracé. Le pregunté si podía volver a darle otro beso. Me respondió que mejor no, porque sentía que todo le daba vueltas cuando lo hacía y que era demasiado intenso.

- ¡No!

- Sí. A los dos minutos nos lo volvimos a dar y no separamos nuestras bocas y lenguas como por media hora. Fue la primera vez que le tocaba los senos desnudos a una chava. Me sentía soñado, aunque pasé por una crisis la siguiente semana. Además de que me dio un dolor indescriptible en el estómago bajo y acabé en el hospital, me sentía un depravado sexual. Ahora ya me calmé, el dolor se esfumó milagrosamente. Nadie supo qué era.

- ¿Y ella?

- Pues, nos fuimos de vacaciones los dos, cada quién por su lado. Yo a casa de mis abuelo a Dalmacia y ella a visitar a su papá a Francia. Apenas la vi ahora en septiembre, pero me aburrió y no le hablo.

***

Los días pasaban y con ellos el invierno. Se armó un escándalo en la escuela por las ”palomas” y demás artefactos pirotécnicos cuya venta era oficialmente prohibida, pero que se podían conseguir sin mayor esfuerzo en casi todos lados. Nosotros los comprábamos en el mercado de Zeleni Venac. Resulta que le explotó uno en la chamarra a una chava de sexto y casi la mata. Todos fuímos investigados.

Por otra parte, mis amigas Tijana, Liza y Milica se empezaban a maquillar. Todo el mundo se empezaba a quedar cada vez más tiempo en el parquecito.

Me asombraba el hecho de que uno de los cuates con el que solía andar en bici de niños, se había vuelto el peor gandalla de la escuela. Le pedía dinero a todo el mundo y se peleaba por todo. Dicen que hasta había ya navajeado a alguien. A mí me platicaba que su sueño era volverse fighter, que anhelaba que cuando se mencionara su nombre, todo Belgrado se pusiera a temblar. Le decían Cvele y era mejor estar en buenos términos con él. Dicen que pasó unos tres años en la cárcel. Triste.

La crisis económica era ya más que evidente y cada día menos soportable. La moneda ya había sido devaluada en varias ocasiones. Los créditos otorgados por el Occidente y con ellos la deuda externa abarcaban cifras tan grandes que era ya ridículo siquiera intentar expresarlas. La vida se volvía cada día más difícil de sobrellevar. Se empezaban a escuchar por doquier comentarios acerca de la insostenibilidad del hecho que por cuestiones de un sistema (el socialista) cuya efectividad quedaba en entredicho, el pueblo entero tuviera que pasar hambre, sobre todo si profesionistas preparados y aptos para abrirse camino sobraban. Profesores de universidad manejando taxis, ingenieros vendiendo periódico viejo, dentistas dedicados a vender fresas en los mercados... Estos comentarios venían, como era de esperarse, principalmente de los llamados gastarbeiter (trabajadores invitados, en su traducción del alemán) que pasaban largas temporadas laborando en el extranjero, dominantemente en Alemania e Italia y sus familiares que, viviéndo aún en yugoslavia, se beneficiaban de sus obligatorias visitas a la familia. Muchos constataban la cada vez más creciente falta de ambición profesional por parte de los empleados. Los horarios de trabajo se respetaban cada vez menos y parecía que la nación entera había decidido dejar de producir.

Al poco tiempo, se mudaba nuestra familia a un departamento más grande ubicado en Nuevo Belgrado, intercambiado por el departamento del centro y una cantidad de dinero adicional. Nuestro nuevo hogar representaba prácticamente el doble en espacio del anterior y se encontraba en el octavo y último piso de uno de los edificios del llamado bloque habitacional 70-A. El bloque contaba con una veintena de multifamiliares idénticos, refugios nucleares y canchas para jugar baloncesto en medios de éstos. El paisaje lo adornaban, además, una cantidad enorme de pequeños locales en las plantas bajas de los edificios, que pronto serían ocupados por tiendas de abarrotes, panaderías, tintorerías, peluquerías...

Hice nuevas amistades en el bloque, aunque seguía yendo a mi antigua escuela en el centro y visitaba periódicamente el afamado parquecito. Fue una época rara. Al igual que la banda del parquecito se había ya bautizado como los que salen junto al Palace (hotel ubicado en una esquina del parque), así mis nuevos amigos se denominaban los Bronx Warriors, 70-A. Todo el bloque multifamiliar se encontraba grafiteado con tal nombre en una especie de delimitación de territorios. Era bueno conocerlos, sobre todo si se sabía que su pasatiempo favorito era tomar coches ”prestados” de los estacionamientos. Al menos el Golf '83 de mi papá no corría peligro en aquella época.

Un día estaba platicando con Alek, un vecino de catorce años. Me estaba platicando que había descubierto que si se brincaba lo suficientemente fuerte en el techo de un Mercedes Benz, automáticamente se le abrían las cuatro puertas. En eso, de la nada se paró un carro a un costado nuestro, rechinando llantas. De éste salió un señor de rostro enojado y de buenas a primeras le dio dos bofetadas a mi amigo. Estaba atónito. El sujeto se identificó como inspector de policía. Me tomó los datos, trepó a Alek al vehículo y se lo llevó. Llegué a casa en shock sintiéndome como un verdadero criminal, sin haber hecho absolutamente nada para merecerlo.

Al día siguiente me enteré que el inspector era el tío de Alek y que a éste lo habían tomado preso una noche antes en coche robado y sin licencia corriendo a exceso de velocidad por las calles más transitadas de la capital yugoslava. De la cárcel lo sacaron pagando una caución, pero el tío se acababa de enterar de lo ocurrido.

Una de las enormes ventajas del nuevo departamento era el que se encontraba a escasos metros de la orilla del río Sava, cruzando el cual se llegaba al balneario natural más grande de Belgrado llamado Ada Ciganlija. Éste era una especie de lago que formaba el río tras una isla. Fue aquí donde pasé el verano de 1991, cuando ya se había vuelto imposible visitar a mis abuelos en la costa dálmata.

***

Durante los años inmediatamente posteriores a ese 1989, y sobre todo en 1990 y el 1991, me encontraba en plena búsqueda de identidad propia. Nunca olvidaré el día cuando llegó Miloš por primera vez a la escuela todo rapado. Hablaba de grupos como los Sex Pistols y las botas Dr. Marten’s. Al principio, todo ello se me hacía extraño. Muy pronto, sin embargo, adoptaría muchos de los valores que caracterizaban al punk belgradense.

Un día me prestaron una grabación pirata -cabe mencionar que era un sello peculiar el que todas las grabaciones de punk o de hard o grind core fueran de ínfima calidad- de los Ramones y un grupo local de nombre NBG. Tenía ya catorce años. Me encantó el ritmo del todo acelerado y la visión de llevar lo urbano y proletario en el vestir y vivir a las últimas consecuencias. Varios meses después estábamos todos los del parquecíto vestidos más o menos igual. Con camisas a cuadros, aretes, botas Dr. Marten's o tenis Converse All Star, tirantes a los costados, playeras de grupos de punk y sin hacer casi nada, todas las noches sentados en las mismas bancas en el mismo parquecito.

Era casi imposible conseguir botas Dr. Marten’s en Belgrado, de manera que todo el mundo ahorraba y en cuanto se sabía de alguien que iría al extranjero se las encargaban. De hecho, mis primeros zapatos Dr. Marten's me los compraron apenas llegando a la ciudad de México en 1992, en respuesta a un deseo mío jamás cumplido belgradense. Por otro lado, los tenis Converse y las chamarras Spit Fire de pilotos ingleses se podían conseguir en tiendas especializadas para extranjeros llamadas Komision, que posteriormente, ya en 1991, abrieron sus puertas al público en general.

Ya en octavo de primaria, todo el mundo fumaba. O casi todo el mundo; creo que yo fuí uno de los únicos que no sucumbió ante este vicio. Un día los sorprendió la mamá de Vlada en plena fumadera. Los regañó a todos y se lo llevó arrastrando a la casa. El día siguiente, todo pálido y nervioso, Vlada narraba como lo habían obligado a fumarse la cajetilla entera en la presencia de sus padres. Juraba no volver a probar un cigarro nunca más en su vida. Todos rieron sabiendo que en media hora estaría con otro cigarro en la boca ya que éste representaba parte fundamental de su estilo de vida.

El volverse punks nos definía como personas (o eso creíamos). Era interesante caminar por Belgrado, ver a alguien en la calle y saber solamente por su forma de vestir, qué tipo de música oía o a donde salía y si era amigo o no. Muchas peleas se suscitaban a diario entre metaleros, punketos, chavos rockabilly o skinheads únicamente por la vestimenta y estilo de cada quién. Pasar por los lugares de heavy metal vestido como lo solíamos hacer en el parquecito era equivalente al suicidio.

Las peleas se daban incluso por puro ocio. Un día sin nada que hacer en el parquecito del Palace, Nikola sugirió quitarle el dinero a un chavo que iba pasando. Así se hizo. Otro día, me platicaron algunos que iban caminando por Kalemegdan y se les ocurrió dispararle a una pareja con una pistola de diábolos con gas. Por pura diversión...

Sin embargo, el joven al que asaltaron de igual manera tenía a sus cuates que otro día llegaron armados con bats y cuchillos y con sed de venganza; tampoco la pareja, víctima del disparo, que vivía en Dorćol -el barrio más famoso por peleas en Belgrado- se iba a quedar de brazos cruzados y de igual manera hubo enfrentamientos. De repente resultaba que medio Belgrado nos quería golpear. Era bastante frustrante.

Un día, Dejan llegó huyendo de otra pandilla. Cuando nos vieron a los quince pelones pararnos de las bancas, nos observaron por unos instantes desde la otra acera y salieron despavoridos. Dejan se tocaba la cabeza de la cuál le escurría sangre. Al preguntarle cómo pasó, me respondió que no sabía: no había tenido tiempo para el dolor.

También existían los hippies que no se metían con nadie; ah, y la llamada gente "normal", desde nuestra percepción normalmente pedante y de nariz alzada. Todos formando parte de este circo en el que se había convertido la urbe de dos millones de habitantes.

Sin embargo, independientemente del grupo de jóvenes al que se pertenecía, todo el mundo le prestaba demasiada atención a la vestimenta, que si era de marca o no, si era extranjera o nacional...

***

En una ocasión, me invitaron al partido de futbol más esperado de la temporada. Jugaban el Estrella Roja contra el Partizan; se trataba pues, de un ”clásico” belgradense. Junto con la mayoría de mis amigos, le iba yo al Partizan, que portaba los colores blanco y negro y cuya porra se auto nombraba los sepultureros en contraste a la porra rojiblanca del Estrella Roja llamada los gitanos en los tiempos de mi papá o delije, nombre que describe a los galanes valientes, héroes de la épica popular, en la actualidad.

Llegamos al estadio del Estrella Roja, el más grande de Serbia al que todo el mundo conocía como el Maracaná yugoslavo, en tren desde Nuevo Belgrado y justo a tiempo. Las gradas detrás de las porterías no tenían sillas, eran el norte y el sur. Aquí se concentraban las dos porras ”bravas”. A los lados de las canchas, que eran el este y el oeste, ingresaba el público en general y contaban estas gradas del estadio con butacas normales para tal ocasión.

Las porras de ambos equipos consistían en cánticos extensos que siempre terminaban con la parte en la que todo el mundo empezaba a gritar ”every go” y entre gritos y empujones los de hasta arriba empezaban a bajar y viceversa generándose un verdadero caos: un slam. Tambores de todo tipo y cortinas de humo de colores -producidas por bengalas o bombas de humo que se metían de contrabando- creaban un ambiente inolvidable en cada juego. Era apasionante, aunque también peligroso.

Ese preciso partido, los ánimos estaban por demás candentes por la última derrota del Partizan. Toda la porra empezaba a gritar que iba a destruir el estadio. El juego ya había empezado. Los mismos jugadores se acercaban a calmar a sus seguidores. Nada servía. Repentinamente me dí cuenta que unos hombres debajo de mí tenían en sus manos una enorme viga con la que tumbaban pedazos de concreto de las gradas que posteriormente serían lanzadas a la cancha. El presidente del club intentó calmar de nueva cuenta a esta porra que se hallaba ya fuera de sí.
Decía que si no se calmaban los tendrían que sacar del estadio por la fuerza. Nadie le prestaba atención.

Como al minuto cuarenta del primer tiempo, veía que muchos policías antimotines se aproximaban por todos los accesos. No entendía qué sucedía. De la nada se dejó oír un silbatazo. Iniciaba la persecución, los golpes, macanazos... Me ví atrapado justo entre los policías y la masa que corría sin cabeza a esconderse a donde pudiera. Me invadió el pánico. Estaba tomado de la chamarra de Damijan y no la iba a soltar por nada de este mundo, ni siquiera por sus gritos e indicaciones que lo estaba ahorcando. Logramos llegar a uno de los túneles que nos llevarían a la salida. En la mera puerta se encontraban unos cuatro policías por demás exaltados. Uno estaba sangrando y a la vez lanzando golpes por doquier. Le empecé a gritar que no le iba a hacer nada, que solamente me dejara pasar. Asintió. Me lancé a la salida y justo cuando pensé que había logrado mi objetivo, sentí un golpe indescriptible en la espalda. Recordaba la anécdota de no tener tiempo para el dolor.

Llovía. Al salir corriendo, me enfrasqué en el lodo. Le comenté a Borko, que de alguna manera se encontró al lado mío en ese momento, que por lo menos ya habíamos librado lo peor. Volteó señalándome hacia una masa multiforme de gente que venía corriendo a un costado del estadio con cadenas, botellas rotas y todo tipo de palos. ”Aún no cantes victoria”, dijo. Únicamente pude distinguir el mayoritario color rojiblanco y gritos y porras del Estrella Roja en aquella multitud.

Corrí como nunca en mi corta vida. Me deshice de la bufanda blanco y negro del Partizan y las demás insignias. Llegamos al tren antes que nadie del bloque. En media hora estaba ya en casa, hablándoles a mis padres por teléfono. Estaban en casa de mi tía, a escasos veinte minutos de nuestro departamento, también en Nuevo Belgrado.

”Estoy bien. No pasó nada grave.”

Iniciaba el noticiero.
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3.10.08

La madre de todas las teorías de conspiración

El día de hoy Eslavos del sur les trae la película Zeitgeist (el Espíritu de nuestro tiempo), hecha por norteamericanos para norteamericanos (obra de Peter Joseph de GMP /LLC, New York City, 2007).

Página web oficial: http://www.zeitgeistmovie.com/

Varias de las tesis presentadas en la película ya las había leído en el libro La verdadera historia del Club Bilderberg de Daniel Estulin (Daniel Estulin, La verdadera historia del Club Bilderberg, 9a Ed., Trad. Ignacio Tofiño y Marta-Ingrid Rebón, Barcelona: Editorial Planeta S.A., 2006).

Los puntos de vista presentados en la película no son necesariamente compartidos por el autor de estas líneas. Sin embargo, me parece fundamental difundirlos, comentarlos, analizarlos, masticarlos...

Que lo disfruten.

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