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2.1.09

La guerra en Bosnia y Herzegovina, la situación en Serbia y los conflictos en Croacia 1992-1995

Mira Milosevich [Mil00] escribe que el primer incidente que incendiaría definitivamente los ánimos en Bosnia y Herzegovina ocurrió durante la celebración de una boda serbia en la ciudad de Sarajevo el 1 de marzo de 1992. En el ataque -sin precedentes para ese entonces-, murieron el padre y el padrino del novio. Sin embargo, la auténtica guerra empezó en Sarajevo unos días después, cuando los ciudadanos bosnios salieron a la calle con banderas de la Yugoslavia socialista y fotos de Tito, pidiendo paz y gritando que no querían violencia en su República.

La gente estaba en el centro de la ciudad, al lado del hotel Holiday Inn, construido para los Juegos Olímpicos de Invierno de 1984. El llamado buzón –el más grande del mundo-, bautizado así a causa de su fachada amarilla, alojaba unos residentes especiales: estaba lleno de francotiradores serbios que, instantes después del comienzo de la manifestación, dispararon sobre la muchedumbre [Mil00, p. 255].

Se decía que 1993 fue el peor año de esta agonía. La población de Bosnia y Herzegovina se dividía en aquel entonces entre una mayoría relativa de bosnios musulmanes, seguida en cantidad muy de cerca por los serbios ortodoxos, acompañadas ambas por una cantidad proporcionalmente menor de croatas católicos y existiendo, incluso parte de cada uno de estos tres grupos (según cambiara la definición después de 1995), una considerable cantidad de personas que se definían como yugoslavas, además de la existencia de una considerable cantidad de otras minorías en esta especie de crisol de culturas y religiones. Las personas que aún se consideraban yugoslavos y que defendían a capa y espada su derecho a convivir con todas las religiones y todos los hombres como lo habían hecho en los últimos cincuenta años constituían más del 26% [Mil00] de la población total de la república. Este territorio se volvió un calvario de persecución y sangre.

Sarajevo, la capital de Bosnia fue un infierno por tres años. Francotiradores, bombardeos, secuestro del presidente bosnio a manos del ejército de los serbios bosnios... Un recordatorio a la humanidad de su calidad de bestia aún dominante a la entrada del siglo veintiuno y el nuevo milenio, en medio de una contradicción severa de una globalización económica acompañada de segregaciones étnicas, religiosas y culturales. Claro está, como lo he repetido en varias ocasiones, el que todo ello ocurriera en el "corazón de Europa" en ningún momento fue una excepción sino una confirmación a la regla de una Europa ultra bélica, sobre todo en el siglo XX.

Por otro lado, la escena política en Serbia se volvía cada vez más incierta. Como consecuencia del bloqueo económico contra Yugoslavia, el país entró en una crisis económica sin precedentes. Una publicación [G17plus] de uno de los grupos que formar parte de la coalición de los partidos de oposición –Oposición Democrática Serbia (DOS)- que postulara a Vojislav Koštunica para las elecciones federales en el año 2000, arrojaba como parte de su campaña electoral datos útiles para la comprensión de esta situación. El año de 1993, la inflación en el país alcanzó porcentajes inimaginables. El fenómeno económico se denominó hiperinflación y alcanzó un valor de 313 000 000 % anual en Yugoslavia [G17plus]; es decir que la inflación diaria era de más del 60% o 2.0% por hora [G17plus]. Fue ese mismo año cuando Yugoslavia entró al libro de los récords Guiness con su billete de 500,000,000,000 de dinares, con lo que el 17 de enero de 1994 se podían comprar 50g de mantequilla o 1 huevo de gallina [G17plus]. Lo interesante fue que el día 10 de enero de ese 1994 (una semana antes) con ese billete se podían comprar un poco más de 375g de mantequilla o casi nueve huevos de gallina. Ese año, un salario promedio en Serbia era de 21 DM (más o menos 10 euros actuales), lo cuál representaba menos del 18% del valor de los sueldos otorgados en 1987 en la federación Yugoslava [G17plus].

Durante la visita de mi familia a Belgrado, en el verano del 2000, sentado en el parquecito, Mihailo me contaba un chiste que según su percepción describía fielmente la situación de aquel año:

Se encuentran dos compadres años después de haberse visto por última vez. Era el año de 1993. El primero se había ido a vivir a Alemania y se quejaba amargamente de su administración diciendo que su sueldo mensual era de aproximadamente 3,000 DM y que de esa cantidad 2,000 DM el sabía en qué se lo gastaba, pero que los otros 1,000 DM no tenía ni la más remota idea. Al oír eso, el otro, que jamás salió de Yugoslavia, le responde riéndose que estaban igual, que él al mes se gastaba 1,000 DM de los cuales 20 DM él sabía de dónde los sacaba –de su sueldo-, pero que los otros 980 DM no tenía ni idea.

Reíamos los dos, mientras que yo para mis adentros agradecía incesantemente el sentido del humor de mis compatriotas.

Tomando todo ello en cuenta, no era de sorprenderse que ese preciso año, en las elecciones federales convocadas a raíz de la prematura destitución de Dobrica Ćosić como presidente de Yugoslavia, la oposición se hubiera fortalecido tremendamente. A tal grado, que una vez anunciados los resultados –que designaban obviamente a Slobodan Milošević como indiscutible vencedor-, habían declarado fraude electoral y organizado movilizaciones sociales por todo el territorio serbio. Las protestas duraron varios meses en los cuales todos los días se organizaban marchas y se convocaba a la gente a hacer tanto ruido como le era posible a la hora del noticiero oficial a las 19:30. Ello simbolizaba el rotundo rechazo a la manipulación de la información, la censura y el autoritarismo ejercido por parte del régimen oficial. Todo el mundo salía con silbatos, ollas, platos, tambores, botellas o cualquier otra cosa que pudiera servir para tal propósito a las calles, las plazas, los techos de los edificios...

Se intentó convocar a otras elecciones. Grupos de simpatizantes del partido oficial y los de la oposición se perseguían por las calles de todas las ciudades, había golpes, disparos, heridos y hasta muertos. Sin embargo, de nada sirvió. Como gobierno sucesor al de Dobrica Ćosić no quedó uno elegido democraticamente por el pueblo, sino uno impuesto por el mismo Milošević. De todos modos, la popularidad del presidente cambiaba paulatinamente y Milan Panić, que era el candidato a la presidencia por la oposición, se convertiría con el tiempo en el Primer Ministro yugoslavo.

En Belgrado, la delincuencia se volvía el negocio cada vez más atractivo. Las organizaciones clandestinas de paramilitares que cometían atrocidades en el frente y organizadas por los grandes capos de diferentes mafias en contubernio con Milošević crecían incontroladamente. Uno de los criminales más famosos, elevado de rango y celebrado como héroe nacional en esta época, era Željko Ražnjatović - Arkan.

En poco tiempo, Arkan se volvía dueño de los casinos y hoteles más prestigiados de Belgrado y toda Serbia. Lo más curioso era que un porcentaje altísimo de criminales eran delincuentes juveniles. Recordaba claramente los partidos de fútbol y las porras del Estrella Roja y el Partizan.

Entre la juventud empezaban a destacar los jóvenes demasiado preocupados por la ropa que vestían y los coches que conseguían por medio del crímen. Se distinguian por pasar la mayoría de los días en los gimnasios levantando pesas y por utilizar enormes cadenas, pulseras y relojes de oro y por vestir los pantalones de una manera que les permitía fajarse la camisa, el suéter y hasta la chamarra en ellos. Usaban pantalones para hacer deporte y sudaderas de licra de colores fluorecentes o pantalones de marca Diesel a los que le debieron su sobrenombre –dieseleros (dizelaši)-, que usaban siempre jactándose del dinero que portaban en sus billeteras. Esta nueva clase de jóvenes se encontraba en todo momento acompañada por bellas mujeres -cegadas por la ambición y el dinero- que poco a poco se ganaron el apodo de patrocinables (sponzoruše), por el tipo de trato que obtenían a cambio de su presencia y servicios. Desde luego, la cantidad de dinero era casi siempre mínima en comparación con los estándares internacionales, pero como dice el dicho ”en el país de ciegos, hasta el tuerto es rey”.

En Serbia no había planes personales ni ambiciones profesionales, ni nada. No existía el sueño de un mañana. Así que se vivía el momento. Mientras más adrenalina ello conllevaba, mejor; una natural consecuencia de la falta de casi todo lo elemental.

Mira Milosevich [Mil00] comenta que el escenario de los conflictos en Bosnia y Herzegovina era el mismo que en Croacia: incidentes entre policías de los diferentes bandos que intentaban combatir al ejército yugoslavo, que defendía normalmente a los serbios, aunque clamando oficialmente estar en contra de la secesión de cualquier república yugoslava, al menos a inicios de ese 1993. Sin embargo, la guerra en Bosnia tendría más eco en los medios de comunicación extranjeros por varias razones: en el conflicto de Croacia no se habían aplicado, al menos en sus primeras fases, procedimientos descarados de "limpieza étnica". En Bosnia, por el contrario, la estrategia militar de serbios y croatas recurrió desde el principio a dichas estrategias. No hay mejor prueba de ello, explica la socióloga [Mil00], que las fosas comunes de Foča o Srebrenica.

La presencia de grupos paramilitares fue mucho más significativa en el conflicto de Bosnia que en el de Croacia, pero lo más característico de la guerra de Bosnia es que los propios ciudadanos de Sarajevo y de las otras ciudades de la región, escarmentados en cabeza ajena, habían tratado de impedir a toda costa el estallido de la violencia interétnica.

***

Al poco de regresar de la costa dálmata en Croacia, dónde visité a mis abuelos y nuestra familia logró reunirse después de casi nueve años de separación, recordaba los testimonios de uno de los vecinos.

Aquella tarde asoleada en la costa croata, Neven decidió pasar a saludar. Lo recordaba con cariño; era el tío materno de uno de mis mejores amigos de la infancia, Jasmin, que vivía en una casa que colindaba justo barda con barda con la de mis abuelos. Era ya un señor de unos 38 años de edad. Se veía mal rasurado y con un rostro cansado, de mirada caída, como es característico en los hombres que habían visto demasiado y que desean no haberlo vivido jamás.

A mi juicio, no sabía a ciencia cierta cómo lo íbamos a recibir. Pasado es lo pasado, pero habían sucedido tantas cosas desde entonces. Se tomó un vaso pequeño de rakija que mi abuelo le servía y poco a poco empezaba a entrar en confianza. Empezaba a platicar. Entre burlas y con un tono irónico nos contó su historia de los últimos ocho años.

Tenía dos hijas, la más grande nació durante la guerra, en 1992, la otra era apenas una bebita de brazos. Vivían en Tuzla, una ciudad típica bosnia, famosa por la fábrica de sal ubicada en su periferia. Es la única región de Bosnia en la que las tres nacionalidades: la serbia, la croata y la musulmana aún siguen viviendo en paz. En 1991 no creían que la guerra se iba a pasar también con ellos. Ni siquiera cuando andaban bombardeando a tan sólo 15 km de distancia.

Fue a mediados del ’92 cuando llegó la orden para que el ejército federal, JNA, abandonara su cuartel ubicado en el mero centro de la ciudad y les entregara el armamento a la nueva milicia de la defensa territorial bosnia. Se asintió. Los soldados, platicó Neven, empezaban a salir paulatinamente formados a bordo de vehículos y tanques, en un gran convoy que como serpiente abandonaba la ciudad.

Al faltar tan sólo el último tercio de la fila en abandonar los límites de la ciudad, alguien abrió fuego sobre ellos. Destruyeron la totalidad del último tercio del convoy una vez que los primeros dos ya se habían alejado por una curva de la autopista. La parte que ya había abandonado la ciudad y al ver lo ocurrido, reposicionó su armamento pesado y abrió fuego sobre Tuzla. Decidieron regresar a los edificios que apenas habían abandonado. La guerra no paró hasta 1995.

Tuzla fue sitiada por todos lados. El primer bloqueo duró más de ocho meses, recordaba Neven. No se tenía en la ciudad nada para comer, ni comprado ni regalado... lo que fuera. En el invierno nevado tenían que romper las paredes de los departamentos de los edificios con tal de poder sacar las chimeneas de calentadores improvisados en los que se quemaba periódico, duela, zapatos... cualquier combustible. Todos los precios de lo que aún había crecieron arbitrariamente, aunque sí conservando su jerarquía de unas mercancías respecto a otras. Los únicos que tenían comida eran los campesinos de pueblos aledaños a Tuzla y se aprovechaban de ello. ¡Cuál solidaridad ni que patrañas!: individualismo negativo, puro y terrible. Neven platicaba que tenía que ir a pie, ya que no había gasolina, más de 11 km tan sólo para conseguir tres huevos de gallina, a 10 marcos alemanes (5 euros actuales) cada uno.

Lo que produce Tuzla es la sal para uso doméstico, cosa que los serbios que la sitiaban no tenían; así que los habitantes de la zona a veces lograban realizar un trueque con ellos. En pocas palabras, era terrible. Sobrevivió, con su familia, tal y como sobrevivieron los otros. ¡Quién sabe cómo!

Una vez que el bloqueo fue roto, se unió al ejército de Bosnia y Herzegovina –Bosansko Hercegovačka Armija-. El frente de enfrentamienos era terrible. Platicaba que hacían alianzas todos con todos: los chetniks, cómo se le decía a los serbios, con los ustashe, que eran los croatas, contra los turcos, como llamaban a los musulmanes y al ejército de Neven; los chetniks y los turcos contra los ustashe; los turcos y los ustashe contra los chetniks... todos contra todos, revueltos y muchos enloquecidos por el odio. Solamente se gritaban de una trinchera a otra.

El comercio entre los soldados igualmente era algo usual. El ejército bosníaco obtuvo sus uniformes de Israel, a través de Eslovenia, platicaba Neven que usó uno de esos uniformes. Eslovenia, por cuestiones del embargo económico, intercedía ante los circunstanciales vendedores de armas. Muchos se enriquecieron por este medio. Después de la guerra hubo muchos juicios y grandes escándalos en Eslovenia por este motivo. Como todo seguía bajo bloqueo, decía Neven que el armamento y los uniformes se los mandaban por aire. Platicaba que él jamás hubiera soñado ver bajar un tanque de 5 toneladas en paracaídas. Aquello sonaba como explosión al tocar tierra. Reía. Tanques color arena, recién desempacados de la guerra del Golfo pérsico, resaltaban como alumbrados por reflectores en medio de la boscosa Bosnia. Había que pintarlos de inmediato, al igual que los uniformes. Sin embargo, parece que tenían mejores botas que los serbios. En el día negociaban y hacían trueques –botas por cigarros, dinero o café; por la noche combatían. Todos los ejércitos acabaron con uniformes parchados. Una locura.

Lo bueno, o mínimo lo práctico, era que jamás veían en realidad contra quién disparaban. Primero activaban la artillería pesada sobre las posiciones enemigas y posteriormente mandaban la infantería para matar lo que aún seguía vivo. La única manera de avanzar era a través de trincheras. Adelante dos metros y luego hacia cada lado, haciendo una especie de árbol de Navidad. Neven platicaba que los bosníacos utilizaban incluso cloro. Lo tiraban en enormes cantidades sobre los bosques. Secaba los árboles... ello hacía posible ver. Como si fuera NAPALM.

Los árabes les vendían por otro lado armamento a los musulmanes bosnios a través de Croacia. A los croatas les llegaba armamento de todos lados, platicaba Neven. Como buen intermediario, Croacia se quedaba invariablemente con la mitad de la compra aún cuando eran los otros los que pagaban. Los polacos, checos y demás países ex comunistas vendían armamento ruso. Todo se había vuelto un gigantesco mercado.

Neven platicó que durante el bloqueo a Sarajevo, la única vía para acceder a la ciudad era un túnel. A través de éste les venía toda la ayuda humanitaria o energética – petróleo, energía eléctrica, comida, medicamentos, ropa, etc. Una mafia en coalición con el gobierno de Alija Izetbegović mantenía el monopolio de esta ayuda; desde esa perspectiva ya no parecía raro que no quisieran que el bloqueo se levantara casi cuatro meses más de lo necesario. Si la ayuda hubiera empezado a llegar por todos lados, hubieran perdido el negocio.

Tuzla no estaba dividida, es por ello que jamás recibió ayuda de ninguna parte –hasta el día de hoy. Por otro lado, Neven dijo que Sarajevo estaba ya casi totalmente reconstruido en ese 2000. Es totalmente diferente a como era antes de 1992. El Partido Demócrata poco a poco iba ganando terreno. Eso era bueno, comentaba Neven.

Por otro lado, la bandera y el escudo. Nadie sabe qué significan las siete y media estrellas en la bandera azul de la República Bosnia y Herzegovina. Todo son disputas. En la Republika Srpska, todo se escribe en cirílico. En la Confederación Croata Musulmana en latinizado. De manera que todos los documentos oficiales tienen escrita la información de las dos maneras. Hasta los billetes son diferentes en la Republika Srpska que del otro lado y son lo mismo –mismo valor, mismo país. Todo enloqueció. Risas.

Imagínense, decía Neven, los serbios se apoderaron de la fábrica de sal de Tuzla, al menos de la paquetería. De manera que en Belgrado podías comprar sal de Tuzla en todos lados. El problema era que la sal en sí había quedado en manos de los bosníacos. Nadie sabe a ciencia cierta qué era lo que se vendía en Belgrado, entonces, ni quién lo vendía. Hoy día es casi imposible encontrar sal de Tuzla en Serbia. ¡Explícatelo! Puro negocio, puro contrabando.

Nadie sabe en donde se produce qué cosa, platicaba Neven, pero alguien está haciendo gran dinero.

Tres años después, por allí del 2003, nos enteramos que Neven había fallecido en su querida Tuzla. Ataque al miocardio.

***
Josep Palau [Pa96] comenta que si la expectativa viable de reconocimientos alimentó la guerra en Croacia, su consumación abrió los nuevos capítulos. Error tras error. La guerra de Bosnia y Herzegovina tuvo características propias especialmente complejas, y durante tres años siguientes, de 1992 a 1995, éstas absorberían la mayor parte de energías del conjunto de conflictos yugoslavos. En el fondo, el conflicto serbio-croata de las Krajinas y Slavonija pasó a jugarse en el tablero bosníaco. El destino de los serbios de Croacia, congelado por el plan Vance, iba a depositarse en los impredecibles designios del rompecabezas bosnio. Como se vería más tarde, los serbios de la RSK (Republika Srpska Krajina) creyeron que la inmersión de su problema en un contexto más general les favorecía, y así parecía al principio; sin embargo, a la postre resultó ser fatal. Zagreb acabó ganando en 1995 en Bosnia la guerra de Croacia que perdió en 1991. En lo que en algún momento fue la Republika Srpska Krajina, con una población en 99% serbia, hoy día no hay ni un solo serbio; sólo escombros de casas que yacen allí como un vestigio de una guerra estúpida.

Era evidente que para que cualquier acuerdo político aceptable empezara a funcionar, se requería una presencia mucho más numerosa y sostenida de fuerzas internacionales, incluidos tribunales y policía. Ello no ocurrió.

Mira Milosevich [Mil00] a su vez supone que para Radovan Karadžić destruir Sarajevo durante tres años no era sólo un deber militar, sino mucho más. Para él, era la posibilidad de hacer sufrir la ciudad genérica que siempre había odiado.

Siguiendo la línea de su teoría, Mira Milosevich [Mil00, apud. Hartmann, op. cit., p. 235] comenta que Karadžić conocía bien la estrategia militar, pero nada de los planes secretos de Slobodan Milošević y Franjo Tudjman. Cuando los serbios de la Krajina serbia pidieron la unión con Serbia, la ausencia de respuestas a dicha petición por parte de Milošević no fue suficiente para poner bajo sospecha la voluntad expresada por éste de unir todos los territorios serbios. Las dudas, que luego se convertirían en odio abierto hacia el presidente serbio por todos los que le habían apoyado, empezaron a nacer cuando Radovan Karadžić propuso la unificación de la Krajina serbia y la Krajina bosnia a finales de 1992. Slobodan Milošević no quería esa unificación, no le convenía para nada, la existencia de dos estados serbios. Sobre todo no le convenía un segundo estado bajo la autoridad de un rival tan popular entre los serbios como Karadžić. Slobodan Milošević, según la socióloga [Mil00], no quería dos estados, sino uno homogéneo del que él sería el único amo.

Para Mira Milosevich [Mil00], cuando las verdaderas intenciones de Slobodan Milošević quedaron claras, sus antiguos cómplices lo acusaron, como es lógico, de traicionar al pueblo serbio. La ira de los nacionalistas decepcionados, sigue la autora, estalló a raíz de la Operación Tempestad (Oluja), el 4 de agosto de 1995, sobre las posiciones militares de la Krajina serbia, atacadas por las columnas blindadas de Croacia. Había llegado la hora de que Slobodan Milošević devolviera los favores a Tudjman. Los continuos fracasos de la Unión Europea en sus intentos por convencer a los líderes de los Balcanes de que debían firmar la paz desembocaron en la iniciativa estadounidense de reunirlos en noviembre de 1995 en Dayton.
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