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28.9.08

El desmoronamiento del socialismo "real" en la URSS y su transformación en China y la comparación de ambos con el fin de la Yugoslavia socialista

Es notorio que el desmoronamiento del sistema socialista en la Unión Soviética en 1989 conllevó consigo el derrumbe de todo el bloque que constituía hasta ese momento una tercera parte de la humanidad. Por otro lado, es igualmente claro que resultaba ser éste un cambio radical de relaciones internacionales y la forma en la que funcionara el mundo hasta ese momento. Me parecen estos hechos muy importantes, al igual que lo curioso que resulta el mantenimiento de un sistema socialista y autoritario hacia adentro y capitalista hacia afuera en China, el país poseedor en la década de 1990 de la taza de crecimiento de ingresos per capita más alta del planeta. Aquí intentaré comparar las dos formulas más extendidas de socialismo "realmente existente", a decir la de la URSS y la de la República Popular China, con el peculiar sistema socialista autogestivo de Yugoslavia y los fracasos o transformaciones de los tres a partir de los acontecimientos ocurridos en la década de los años noventa del siglo veinte. Para tal análisis me apoyaré mayoritariamente en lo desarrollado por Eric Hobsbawm en su libro Historia del Siglo XX [Hob01]. Lo explicado por este autor lo intentaré trasladar a las tierras de los pueblos sudeslavos en busca de mayor esclarecimiento del doloroso proceso de transformación de las realidades sociales y políticas de esta parte del mundo de los últimos años.

El caso de la República Popular de China

En 1949, escribe Hobsbawm [Hob01], cuando tomaron el poder en China tras barrer sin esfuerzo a las fuerzas de Kuomintang en una breve guerra civil, los comunistas se convirtieron en el gobierno legítimo de China, en los verdaderos sucesores de las dinastías imperiales después de cuarenta años de interregno. Y fueron fácil y rápidamente aceptados como tales porque, a partir de su experiencia como partido marxista-leninista, fueron capaces de crear una organización disciplinada a escala nacional, apta para desarrollar una política de gobierno desde el centro hasta las más remotas aldeas del gigantesco país, que es la forma en la que –según la mentalidad de la mayoría de los chinos- debe gobernarse un imperio. La contribución, según este autor [Hob01], del bolchevismo leninista al empeño de cambiar el mundo consistió más en organización que en doctrina.

Para el historiador, los comunistas eran algo más que el imperio redivivo, aunque sin duda se beneficiaron de las continuidades de la historia china, que establecían tanto la forma en que el chino medio esperaba relacionarse con cualquier gobierno que disfrutara del ”mandato del cielo”, como la forma en que los administradores de China esperaban realizar sus tareas. No hay otro país en que los debates políticos dentro del sistema comunista pudieran plantearse tomando como referencia lo que un leal mandarín le dijo al emperador Chia-ching, de la dinastía Ming, en el siglo XVI. De estos hecho provenían las especulaciones que hacían alusión a que si en alguna parte del mundo quedaría un sistema comunista en el siglo XXI, ello ocurriría en China, donde sobreviviría como una ideología nacional. Para la mayoría de los chinos esta era una revolución que significaba ante todo una restauración: de la paz y el orden, el bienestar, de un sistema de gobierno cuyos funcionarios reivindicaban a sus predecesores de la dinastía T’ang, de la grandeza de un gran imperio y una civilización.

A diferencia del comunismo ruso, prosigue Hobsbawm [Hob01, p. 462, apud. Schwartz, B., ”Modernisation and the Maoist vision”, en Roderick MacFarquhar, ed., China under Mao: Politics Takes Command, Cambridge, Mass., 1966], el comunismo chino prácticamente no tenía relación directa con Marx ni con el marxismo. Se trataba de un movimiento influido por octubre que llegó a Marx vía Lenin, o más concretamente, vía ”marxismo-leninismo” estalinista. Por debajo de este revestimiento marxista-leninista, había –y esto es evidente en el caso de Mao Tse Tung, que nunca salió de China hasta que se convirtió en jefe de estado, y cuya formación intelectual era enteramente casera- un utopismo totalmente chino. Mao, explica el historiador [Hob01], con toda sinceridad sin duda, tomó aquellos aspectos de Marx y Lenin que encajaban en su visión y los empleó para justificarla. Pero su visión de una sociedad ideal unida por un consenso total, una sociedad en la que, como se ha dicho, ”la abnegación total del individuo y su total inmersión en la colectividad (son) la finalidad última... una especie de misticismo colectivista”, es lo opuesto del marxismo clásico que, al menos en teoría y como último objetivo, contemplaba la liberación completa y la realización del individuo.

En cierto sentido, la fe en la capacidad de la transformación voluntarista se apoyaba en una fe específicamente maoísta en ”el pueblo”, presto a transformarse y por tanto a tomar parte creativamente, y con toda la tradicional inteligencia e ingenio chinos, en la llamada ”gran marcha hacia delante” [Hob01]. En la década de los 1950, la industrialización, siguiendo el modelo soviético basado en la industria pesada, era la prioridad incondicional. Los criminales disparates del gran salto se debieron en primer lugar a la convicción, que el régimen chino campartía con el soviético, de que la agricultura debía aprovisionar a la industrialización y mantenerse a la vez a sí misma sin desviar recursos de la inversión industrial a la agrícola. En esencia, esto significó sustituir incentivos ”morales” por ”materiales”, lo que se tradujo, en la práctica, por reemplazar con la casi ilimitada cantidad de fuerza humana disponible en China la tecnología que no se tenía [Hob01].

Pese a lo mucho que nos pueda impresionar el relato de veinte años de maoísmo, escribe Hobsbawm [Hob01], que combinan la inhumanidad y el oscurantismo con los absurdos surrealistas de las pretensiones hechas en nombre de los pensamientos del líder divino, no se debe olvidar que, comparado con los niveles de pobreza del tercer mundo, el pueblo chino no iba mal. Pienso que, sin embargo, el costo de tal hazaña sería un buen tema de discusión. Por otro lado, reconozco claras diferencias entre el comunismo chino y sus variantes europeas en las que por ningún motivo se podría hablar de un legado milenario de autoridad inquebrantable de los gobiernos imperiales ni de similitud alguna entre las revoluciones socialistas y el pasado de los diferentes pueblos que en la época de la guerra fría participaban de tales proyectos sociopolíticos.

El desastroso y errático rumbo fijado por el Gran Timonel desde mediados de los años cincuenta, escribe el británico [Hob01], prosiguió únicamente porque en 1965 Mao, con apoyo militar, impulsó un movimiento anárquico, inicialmente estudiantil, de jóvenes ”guardias rojos” que arremetieron contra los dirigentes del partido que poco a poco le habían arrinconado y contra los intelectuales de cualquier tipo. Esta fue la ”gran revolución cultural” que asoló China por cierto tiempo, hasta que Mao llamó al ejército para que restaurara el orden, y se vio también obligado a restaurar algún tipo de control del partido. Como estaba ya al final de su andadura, prosigue Hobsbawm [Hob01], y el maoísmo sin él tenía poco apoyo real, éste no sobrevivió a su muerte en 1976, y al casi inmediato arresto de la ”banda de los cuatro” ultramaoístas, encabezada por la viuda del líder, Jiang Quing.

El nuevo rumbo bajo el pragmático Deng Xiaoping comenzó de forma inmediata. Los acontecimientos de las últimas dos décadas de movimientos estudiantiles y severas críticas al sistema comunista chino permitieron la paulatina transformación de ésta hasta convertirlo a inicios del siglo XXI en una alternativa real y a China en una potencia económica y militar considerable en el mapa geopolítico mundial.

El caso de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas

Para la década de 1980, era evidente, comenta el mismo Hobsbawm [Hob01], que en vez de convertirse en uno de los gigantes del comercio mundial, la Unión Soviética parecía estar en regresión a escala internacional. La URSS se había convertido en algo así como una colonia productora de energía de las economías industriales más avanzadas; en la práctica, de sus propios satélites occidentales, principalmente Checoslovaquia y la República Democrática Alemana, cuyas industrias podían confiar en el mercado ilimitado y poco exigente de la Unión Soviética sin preocuparse por mejorar sus propias deficiencias. Hacia los años setenta estaba claro que no sólo se estancaba el crecimiento económico, sino que incluso los indicadores sociales básicos, como la mortalidad dejaban de mejorar.

En esta misma época, sigue el autor [Hob01], otro síntoma evidente de la decadencia de la Unión Soviética se refleja en el auge del término nomenklatura, que parece que llegó a Occidente por medio de los escritos de los disidentes. Hasta entonces, el cuerpo de funcionarios formado por los cuadros del partido, que constituía el sistema de mando de los estados leninístas, se había mirado desde el exterior con respeto y con cierta admiración, si bien los opositores internos derrotados, como los trotskistas y –en Yugoslavia- Milovan Djilas [Dji57], ya habían señalado su potencial de degeneración burocrática y corrupción personal. Por el otro lado, el término nomenklatura y las revelaciones hechas en torno a el hicieron cada vez más evidente que la Unión Soviética misma funcionaba, fundamentalmente, mediante un sistema de patronazgo, nepotismo y pago.

Con la excepción de Hungría, prosigue Hobsbawm [Hob01], los intentos serios de reformar las economías socialistas europeas se abandonaron desesperanzadamente tras la primavera de Praga. En cuanto a los intentos ocasionales de volver a la antigua forma de las economías dirigidas, bien en su modelo estalinista (como hizo Ceaucescu en Rumanía) bien en la forma maoísta que reemplazaba la economía con el celo moral voluntarista (como en el caso de Fidel Castro), cuanto menos se hable de ellos, mejor.

Para Hobsbawm [Hob01], el problema para el ”socialismo realmente existente” europeo estribaba en que –a diferencia de la Unión Soviética de entreguerras, que estaba virtualmente fuera de la economía mundial y era, por tanto, inmune a la Gran Depresión- el socialismo estaba ahora cada vez más involucrado en ella y, por tanto, no era inmune a las crisis de los años setenta. Es una ironía de la historia que las economías de ”socialismo real” europeas y de la Unión Soviética, así como las de parte del tercer mundo, fuesen las verdaderas víctimas de la crisis que siguió a la edad de oro de la economía capitalista mundial, mientras que las ”economías desarrolladas de mercado”, aunque debilitadas, pudieron capear las dificultades sin mayores problemas. El ”socialismo real” no sólo tenía que enfrentarse a sus propios y cada vez más insolubles problemas como sistema, sino también a los de una economía mundial cambiante y conflictiva en la que estaba cada vez más integrado.

El problema adicional de Yugoslavia era el problema interétnico y del despertar de nacionalismos nocivos. Cuando la economía marcha mal, las alternativas de todo tipo empiezan a aparecer como salvación. Al igual que mi país, todos los demás del bloque socialista se enfrentarían tarde o temprano a este problema.

Políticamente, sigue el análisis [Hob01], la Europa oriental era el talón de Aquiles del sistema soviético, y Polonia y Hungría sus puntos más vulnerables. Desde la primavera de Praga quedó igualmente claro que muchos de los regímenes satélites comunistas habían perdido su legitimidad. Las partes menos desarrolladas, indica Hobsbawm [Hob01] como pie de página, de la península de los Balcanes –Albania, sur de Yugoslavia, Bulgaria- podrían ser las excepciones, puesto que los comunistas todavía ganaron las primeras elecciones multipartidistas después de 1989.

Aquí difiero un tanto de Hobsbawm. Al menos que incluyera a Serbia en las regiones que nombra como de sur de Yugoslavia, parecería que se le olvidaba la república más grande y rica de las tierras ex yugoslavas. En este lugar, el régimen comunista se vio perpetuado en la figura de Slobodan Milošević hasta el año 2000 y, desde mi muy personal punto de vista, ello se debió a la casi completa transformación de la ideología socialista marxista-leninísta por una netamente nacionalista y de usufructo de poder, a través de la cuál este personaje intentaba convertirse en el gran redentor de los derechos y el honor del pueblo serbio. Muchos de los demás países que menciona Hobsbawm vivieron un proceso similar en el que el mismo partido comunista de antaño se reiventaba a sí mismo con las mismas figuras en el poder, aunque con un discurso diferente. Ello sucedió de una manera clara también en Eslovenia con los antiguos comunistas transformados en socialdemócratas liberales; de cualquier manera de una manera muy acertada y por demás benéfica para el futuro del pequeño país. En Bosnia y Herzegovina, los comunistas se convertirían de manera inmediata en los más activos nacionalistas.

Siguiendo con el análisis del británico [Hob01], se ve que estos regímenes "comunistas-satélites de la URSS" se mantuvieron en el poder mediante una coerción del estado, respaldada por la amenaza de invasión soviética o, en el mejor de los casos –como en Hungría-, dando a los ciudadanos unas condiciones materiales y una libertad relativamente superiores a las de la media de la Europa del Este, que la crisis económica hizo imposible mantener. Sin embargo, con una excepción: Polonia, no era posible ninguna forma seria de oposición organizada política o pública.

La conjunción de tres factores lo hizo posible en Polonia [Hob01]. La opinión pública del país estaba fuertemente unida no sólo en su rechazo hacia el régimen, sino por un nacionalismo polaco antirruso (y antijudío) y sólidamente católico; la Iglesia conservó una organización independiente a escala nacional; y su clase obrera demostró su fuerza política con grandes huelgas intermitentes desde mediados de los cincuenta. En mi opinión, la designación de un Papa polaco, Karol Josef Vojtyla, por parte del Vaticano, hizo patente la presión del mundo católico sobre una Polonia en inminente transición. El régimen hacía tiempo, prosigue Hobsbawm [Hob01], que se había resignado a una tolerancia tácita o incluso a una retirada –como cuando las huelgas de los setenta forzaron la abdicación del líder comunista del momento- mientras la oposición siguiera desorganizada, aunque su margen de maniobra fue disminuyendo peligrosamente. Pero desde mediados de los años setenta tuvo que enfrentarse a un movimiento de trabajadores organizado políticamente y apoyado por un equipo de intelectuales disidentes con ideas políticas propias, ex marxistas en su mayoría, así como a una Iglesia cada vez más agresiva, estimulada desde 1978 por la elección del Papa. Por el otro lado, los intereses de la Iglesia católica en los países de antaño católicos que formaban parte del bloque soviético durante la guerra fría se hacía patente, lo que en ningún momento excentaba a Croacia y Eslovenia.

Esta situación sin embargo, aunada al segundo proceso de larga duración ligado al pasado cultural y religioso de los diferentes pueblos yugoslavos peligrosamente indicaba una probable separación en nombre de la Iglesia preponderante en cada región. Las tres religiones que competían en estos territorios eran el catolicismo, la Iglesia ortodoxa y el islam.

En 1980, sigue Hobsbawm [Hob01], el triunfo del sindicato Solidaridad como un movimiento de oposición pública nacional que contaba con el arma de las huelgas demostró dos cosas: que el régimen del Partido Comunista en Polonia llegaba a su final, pero también que no podía ser derrocado por la agitación popular. Fue la policía y no el ejército quien restableció el orden sin mayores problemas, pero el gobierno, tan incapaz como siempre de resolver los problemas económicos, no tenía nada que ofrecer contra una oposición que seguía siendo la expresión organizada de la opinión pública nacional. Aquí se vislumbra un claro paralelismo con el fracaso de la política económica ideada por el primer ministro yugoslavo, Ante Marković, misma que aunque bien estructurada y prometedora se veía boicoteada por cada una de las repúblicas e intereses que al parecer querían aprovecharse de le terrible crisis que marcaba el fracaso del sistema económico del bloque socialista. Mientras el resto de gobiernos de los países satélites contemplaban el desarrollo de los acontecimientos, a la vez que intentaban evitar, vanamente, que sus pueblos los imitaran, se hizo cada vez más evidente que los soviéticos no estaban ya preparados para intervenir.

En 1985, sigue Hobsbawm [Hob01], un reformista apasionado, Mijail Gorbachov, llegó al poder como Secretario General del Partido Comunista soviético. No fue por accidente. De hecho, la era de los cambios hubiera comenzado uno o dos años antes de no haber sido por la muerte del gravemente enfermo Yuri Andropov (1914-1984), antiguo Secretario General y jefe del aparato de seguridad, que ya en 1983 realizó la ruptura decisiva con la era de Brezhnev, conocida como los ”años de estancamiento” por los reformistas soviéticos. Resultaba evidente para los demás gobiernos comunistas, dentro y fuera de la órbita soviética, que se iban a realizar grandes cambios, aunque no estaba claro, ni siquiera para el nuevo secretario general, qué iban a traer.

Prohibidas o semilegalizadas (gracias a la influencia de editores valientes como el del famoso diario Novi Mir), la crítica y la autocrítica impregnaron la amalgama cultural de la Unión Soviética metropolitana en tiempos de Brezhnev, incluyendo a importantes sectores del partido y del estado, en especial en los servicios de seguridad y exteriores. La amplia y súbita respuesta a la llamada de Gorbachov a la glasnost (”apertura” o ”transperencia” ) difícilmente puede explicarse de otra manera.

Slobodan Milošević intentaba realizar algo semejante, aunque coptando a la intelectualidad serbia y retomando como suyo su plan político y nacional. En las otras repúblicas, como en Eslovenia y Croacia, los comunistas decidieron no influenciar de manera tan directa este despertar a la crítica y los sucedieron años más tarde en el poder o partidos de extrema derecha nacionalista, en el caso de Croacia, o comunistas reformistas más radicales con un cambio definitivo de discurso, como en el caso de Eslovenia.

Sin embargo, prosigue Hobsbawm [Hob01], la respuesta de los estratos políticos e intelectuales no debe tomarse como la respuesta de la gran masa de los pueblos soviéticos. Para estos, a diferencia de para la mayoría de los pueblos del este de Europa, el régimen soviético estaba legitimado y era totalmente aceptado, aunque sólo fuera porque no habían conocido otro, salvo el de la ocupación alemana de 1941-1944, que no había resultado demasiado atractivo. Era el viejo imperio zarista con una nueva dirección. De ahí que antes del final de los años ochenta no hubiera síntomas serios de separatismo político en ningún lugar, salvo en los países bálticos, que de 1918 a 1949 fueron estados independientes, Ucrania occidental (que antes de 1918 formaba parte del imperio de los Habsburgo y no del ruso), y quizás Besarabia (Moldavia), que desde 1918 hasta 1940 formó parte de Rumanía. De todas formas, ni siquiera en los estados bálticos había mucha más disidencia que en Rusia [Hob01, p. 474, apud. Lieven, A. The Baltic Revolution: Estonia, Latvia, Lithuania and the Path to Independence, New Haven y Londres, 1993].

Este rasgo característico de la Unión Soviética desde luego no compartían ninguno de sus países satélites ni Yugoslavia. De hecho, en mi opinión, uno de los factores determinantes y el quizá más importante para el derrumbe del sistema socialista y el inicio de la década de las guerras en mi país era justamente la memoria de otros regímenes y la existencia de un mar de trabajadores yugoslavos que emigraban por tiempos limitados a los países de Europa occidental y retornaban posteriormente al país con dinero ahorrado en el extranjero.

El pueblo, continúa Hobsbawm [Hob01], de forma difícil de explicar, llegó a amoldarse al régimen de la misma manera que el régimen se había amoldado a ellos. Estaban cómodos en el sistema que les proporcionaba una subsistencia garantizada y una amplia seguridad social (a un nivel modesto pero real), una sociedad igualitaria tanto social como económicamente y, por lo menos, una de las aspiraciones tradicionales del socialismo, el ”derecho a la pereza” reivindicado por Paul Lafargue [Hob01, p. 474, apud. Lafargue, P. Le droit à la paresse. París. 1883]. Es más, para la mayoría de los ciudadanos soviéticos, la era de Brezhnev no había supuesto un ”estancamiento”, sino la etapa mejor que habían conocido ellos y hasta sus padres y abuelos. No hay que sorprenderse entonces, como lo indica Hobsbawm [Hob01], de que los reformistas radicales hubieran de enfrentarse no sólo a la burocracia soviética, sino a los hombres y mujeres soviéticos.

Este es uno de los rasgos muy presente en todos los países del ex bloque socialista. El cambio brusco de sistema socioeconómico dejará, sobre todo en los países yugoslavos que aún no han concretado la transición del sistema socialista en algo mejor, aunque sí atravesaron por cuatro guerras y una devastación terrible al abandonarlo, una añoranza enorme hacia los ”buenos tiempos”.

Por todo lo anterior, siguiendo con el análisis de Eric Hobsbawm [Hob01], la presión para el cambio en la Unión Soviética provino, como tenía que ser, de arriba. No está clara la forma en que un comunista reformista apasionado y sincero se convirtió en el sucesor de Stalin al frente del PCUS el 15 de marzo de 1985, y seguirá sin estarlo, afirma el autor [Hob01], hasta que la historia soviética de las últimas décadas se convierta en objeto de investigación más que de acusaciones y exculpaciones. Este rasgo difiere claramente del caso yugoslavo en el que, casi con certeza puedo afirmar que el derrumbe fue ocasionado por el descontento popular, los intereses internacionales y el creciente nacionalismo extremista.

Hubo dos condiciones que permitieron que alguien como Gorbachov llegara al poder, según Hobsbawm [Hob01]. En primer lugar, la creciente y cada vez más visible corrupción de la cúpula del Partido Comunista en la era de Brezhnev había de indignar de un modo u otro a la parte del partido que todavía creía en su ideología. Y un partido comunista, por degradado que esté, que no tenga algunos dirigentes socialistas es tan impensable como una Iglesia católica sin algunos obispos o cardenales que sean cristianos, al basarse ambos en sistemas de creencias. En segundo lugar, los estratos ilustrados y técnicamente competentes, que eran los que mantenían la economía soviética en funcionamiento, eran conscientes de que sin cambios drásticos y fundamentales del sistema se hundiría más pronto o más tarde, no sólo por su propia ineficacia e inflexibilidad, sino porque sus debilidades se sumaban a las exigencias de una condición de superpotencia militar que una economía en decadencia no podía soportar. La presión militar sobre la economía se había incrementado de forma peligrosa desde 1980 cuando, por primera vez en varios años, las fuerzas armadas soviéticas se encontraron involucradas directamente en una guerra, la de Afganistán.

El objetivo inmediato para Gorbachov, una vez en el poder, era acabar tan pronto como fuera posible, la segunda guerra fría con Estados Unidos que estaba desangrando su economía [Hob01]. Este fue, incluso, su mejor éxito, porque, en un período sorprendentemente corto de tiempo, convenció incluso a los gobiernos más escépticos de Occidente de que esta era, de verdad, la intención soviética. Ello le granjeó, en opinión de Hobsbawm [Hob01], una popularidad inmensa y duradera en Occidente, que contrastaba fuertemente con la creciente falta de entusiasmo hacia él en la Unión Soviética, de la que acabó siendo víctima en 1991. Si hubo alguien que acabó con cuarenta años de guerra fría global, ese fue él.

Gorbachov inició su campaña de transformación del socialismo soviético con los lemas de perestroika o reestructuración (tanto económica como política) y glasnost o libertad de información. Pronto se hizo patente, sigue Hobsbawm [Hob01], que iba a producirse un conflicto insoluble entre ellas. En efecto, lo único que hacía funcionar al sistema soviético, y que concebiblemente podía transformarlo, era la estructura de mando del partido-estado heredada de la etapa estalinista, una situación familiar en la historia de Rusia incluso en los días de los zares.

Los reformistas, y no sólo en Rusia, se han sentido siempre tentados a culpar a la ”burocracia” por el hecho de que su país y su pueblo no respondan a sus iniciativas, pero parece fuera de toda duda que grandes sectores del aparato del partido-estado acogieron cualquier intento de reforma profunda con una inercia que ocultaba su hostilidad. La glasnost se proponía movilizar apoyos dentro y fuera del aparato contra esas resistencias, pero su consecuencia lógica fue desgastar la única fuerza que era capaz de actuar. La estructura del sistema soviético y su modus vivendi eran esencialmente militares. Es bien sabido, dice Hobsbawm [Hob01], que democratizar los ejércitos no mejora su eficiencia. Por otra parte, si no se quiere un sistema militar, hay que tener pensada una alternativa civil antes de destruírlo, porque en caso contrario la reforma no produce una reconstrucción sino un colapso. La Unión Soviética bajo Gorbachov cayó en la sima cada vez amplia que se abría entre la glasnost y la perestroika [Hob01].

El paralelismo con el caso yugoslavo salta a la vista. Slobodan Milošević era mucho menos sincero que Gorbachov. El presidente serbio en la década de los noventa se lanzó en una lucha abierta en contra de la ”burocracia”, pero a diferencia de Gorbachov, sí tenía un plan que la sustituyera. En primer lugar, la ”libertad de expresión” que éste promovía en Serbia era únicamente un parapeto detrás del cual escondía sus propósitos. En ese momento se ponía de moda el discurso nacionalista, mismo que Slobodan Milošević alentaba y hasta tomaba como propio. Es un hecho que el discurso del partido en el poder y el manejado por la numerosa oposición a éste resultaba ser exactamente el mismo. La estructura ”burocrática” que intentaba derrocar el presidente de Serbia resultó ser simplemente la destitución de sus enemigos políticos. Lo que haría Slobodan Milošević sería conservar el sistema burocrático interno de antaño, cambiando únicamente el discurso manejado en los medios de comunicación para mantenerse en el poder y evitar el caos que sí derrumbó a la Unión Soviética. De esta manera, en Serbia jamás hubo un desencuentro entre la reforma sociopolítica y la libertad de expresión, ya que ésta última realmente nunca existió. Ello esclarecía el que Slobodan Milošević se mantuviera toda una década en el poder y gozara de un amplio apoyo popular hasta que el Occidente decidió derrocarlo en el año 2000.

Slobodan Milošević estaba repitiendo el experimento soviético, aunque mejorado y maquiavélicamente pensado para evitar las trampas que llevaron a la URSS al derrumbe.

Desde entonces le quedaba claro al presidente serbio que una separación y por ende, una guerra entre los pueblos de la ahora ex Yugoslavia era inminente. Esta conclusión lo llevó a asegurar su posición al interior de su república sin preocuparse demasiado por el destino político del partido en el poder de las otras. Eslovenia y Croacia vivieron una apertura a la libertad de información más real, aunque no total. En Croacia, los medios serían cooptados por la extrema derecha nacionalista representada en el gobierno de Franjo Tudjman y políticos nacionalistas del antiguo Partido Comunista de Croacia. En Eslovenia, la transformación del discurso del partido en el poder en 1989 fue paulatino aunque decidido. Fue la república en la que la libertad de expresión fue más lograda que en otras y el nacionalismo no prevaleció sobre otros discursos políticos (lo anterior debido a que en esta república en realidad no hubo roces interétnicos a causa de que los eslovenos eran una mayoría casi absoluta). Sin embargo, para el 2000, también en Eslovenia ganaban los cristianos demócratas y la derecha conservadora.

Lo que empeoró la situación, sigue Hobsbawm [Hob01], fue que, en la mente de los reformistas, la glasnost era un programa mucho más específico que la perestroika. Significaba la introducción o la reintroducción de un estado democrático constitucional basado en el imperio de la ley y en el disfrute de las libertades civiles, tal como se suelen entender. Esto implicaba la separación entre partido y estado y, contra todo lo que había sucedido desde la llegada al poder de Stalin, el desplazamiento del centro efectivo de gobierno del partido al estado. Esto, a su vez, implicaba el fin del sistema de partido único y de su papel ”dirigente”. También, obviamente, el resurgimiento de los soviets en todos los niveles, en forma de asambleas representativas genuinamente elegidas, culminando en el Soviet Supremo que iba a ser la asamblea legislativa verdaderamente soberana que otorgase el poder a un ejecutivo fuerte, pero que fuese también capaz de controlarlo [Hob01]. Esta era al menos la teoría. Una teoría, que en mi opinión, en una variante algo discrepante ya funcionaba en forma del sistema autogestivo yugoslavo.

En la práctica, prosigue Hobsbawm [Hob01], el nuevo sistema constitucional llegó a instalarse. Pero el nuevo sistema económico de la perestroika apenas había sido esbozado en 1987-1988 mediante la legalización de pequeñas empresas privadas (”cooperativas”) –es decir, de gran parte de la economía surgida- y con la decisión de permitir, en principio, que quebraran las empresas estatales con pérdidas permanentes. La distancia entre la retórica de la reforma económica y la realidad de una economía que iba palpablemente para abajo se ensanchaba día a día. Esto era extremadamente peligroso, opina Hobsbawm [Hob01], porque la reforma constitucional se limitaba a desmantelar un conjunto de mecanismos políticos y los reemplazaba por otros, pero dejaba abierta la cuestión de cuáles serían las tareas de las nuevas instituciones, aunque los procesos de decisión iban a ser, presumiblemente, más engorrosos en una democracia que en un sistema de mando militar.

Estaba muy claro contra qué estaban los reformistas económicos y qué era lo que deseaban abolir, su alternativa –”una economía socialista de mercado” con empresas autónomas y económicamente viables, públicas, privadas y cooperativas, guiadas macroeconomicamente por el ”centro de decisiones económico”- era un poco más que una frase. Significaba, simplemente, que los reformistas querían tener las ventajas del capitalismo sin perder las del socialismo. Ello era claramente un legado de las discusiones críticas llevadas a cabo en los sesentas y setentas en toda Europa y, más claramente, en Chocoslovaquia y en Eslovenia, Croacia y Macedonia en lo que a Yugoslavia se refiere. En ese entonces, Tito reprimió, por una serie de circunstancias incluso ajenas a estas especulaciones ideológicas a los portadores de tales ideas para conservar su sistema. Como ya lo había señalado anteriormente, tal vez aquella década, sin la crisis presente de los 1980, hubiera sido la idónea para tales transformaciones. Nunca lo sabremos.

En opinión de Hobsbawm [Hob01], lo que condujo a la Unión Soviética con creciente velocidad hacia el abismo fue la combinación de glasnost, que significaba la desintegración de la autoridad, con una perestroika que conllevó la destrucción de los viejos mecanismos que hacían funcionar la economía, sin proporcionar ninguna alternativa, y provocó, en consecuencia, el creciente deterioro del nivel de vida de los ciudadanos. El país se movió hacia una política electoral pluralista en el mismo instante en que se hundía en la anarquía económica.

Para concluir esta explicación, me gustó de sobremanera la visión que presenta Hobsbawm en su libro [Hob01]. El historiador explica que aunque una versión simplista del marxismo-leninísmo se convirtió en la ortodoxia dogmática (secular) para todos los habitantes entre el Elba y los mares de China, ésta desapareció de un día para otro junto con los regímenes políticos que la habían impuesto. Dos razones podrían sugerirse para explicar un fenómeno histórico tan sorprendente. El comunismo no se basaba en la conversión de las masas, sino que era una fe para los cuadros; en palabras de Lenin, para las ”vanguardias”. Incluso la famosa frase de Mao sobre las guerrillas triunfantes moviéndose entre el campesinado como pez en el agua, implica la distinción entre un elemento activo (el pez) y otro pasivo (el agua). Los movimientos socialistas y obreros no oficiales (incluyendo algunos partidos comunistas de masas) podían identificarse con su comunidad o distrito electoral, como en las comunidades mineras. Mientras que, por otra parte, todos los partidos comunistas en el poder eran, por definición y por voluntad propia, élites minoritarias. La aceptación del comunismo, explica Hobsbawm [Hob01], por parte de ”las masas” no dependía de sus convicciones ideológicas o de otra índole, sino de cómo juzgaban lo que les reparaba la vida bajo los regímenes comunistas, y cuál era su situación comparada con la de otros. Cuando ya no fue posible seguir manteniendo a las poblaciones aisladas de todo contacto con otros países (o de simple conocimiento de ellos), estos juicios se volvieron escépticos. El "socialismo real" era, en esencia, una fe instrumental, en que el presente sólo tenía valor como medio para alcanzar un futuro indefinido. Incluso, los cuadros de los partidos comunistas empezaron a concentrarse en la satisfacción de las necesidades ordinarias de la vida una vez que el objetivo milenarista de la salvación terrenal, al que habían dedicado sus vidas, se fue desplazando hacia un futuro indefinido. Y, simptomáticamente, cuando esto ocurrió, el partido no les proporcionó ninguna norma para su comportamiento. En resumen, por la misma naturaleza de su ideología, el comunismo pedía ser juzgado por sus éxitos y no tenía reservas contra el fracaso.

Todo esto podría ser el porqué del derrumbe de un sistema sociopolitico y económico que en un principio parecía una alternativa real al cada vez más despiadado capitalismo que desembocaría en un desenfrenado control del mundo entero por parte de compañías transnacionales que con su expansión de capitales e intereses colaboraron al consumo de una globalización ficticia (y en realidad, una privatización de todos los recursos de países del tercer mundo por parte de compañías que jamás perdieron su nacionalidad en que en el 2008, en medio de la crisis financiera más crítica del liberalismo capitalista contribuyen al fortalecimiento de la llamada "localización" económica multipolar), que de no ser excluyente como lo es en el inicio del nuevo milenio, se podría ver como un hecho maravilloso y sin duda benéfico.
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26.9.08

Lectura del día

Para el día de hoy, la lectura podría ser:

The Destabilization of Bolivia and the "Kosovo Option" por Michel Chossudovsky para el portal globalresearch.ca.

Del oscuro pasado del embajador estadounidense expulsado de Bolivia la semana pasada, Philip S. Goldberg, y el papel que ha estado jugando John Negroponte, vice-ministro del Exterior del gobierno estadounidense (Deputy Secretary of State), en las crisis alrededor del mundo de los últimos veinte años.

Lectura interesante... que la disfruten.

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23.9.08

El año coyuntural 1989, el ascenso de la figura de Slobodan Milošević y el inicio del final de la Yugoslavia socialista

Marcaba el año de 1989 un hecho doblemente coyuntural para el pueblo serbio. Además de marcar el fin del bloque socialista guiado por la URSS y acelerar el derrumbe de la Liga de Comunistas de Yugoslavia, coincidía esta fecha con la celebración de seiscientos años de la derrota del ejército serbio a manos del imperio otomán, al igual que el ascenso a alturas inimaginables, en conjunto con el aumento en los problemas interétnicos y nacionalistas entre serbios y albaneses en el mismo Kosovo, del personaje más controversial de la historia serbia moderna: Slobodan Milošević.

Tomando en cuenta los acontecimientos pasados y los que estaban por venir en este año que marcaría una fecha coyuntural en la historia del mundo entero, Mira Milosevich [Mil00] nos ilustra el clima reinante en la aún Yugoslavia socialista y de manera particular en Serbia, presentando el extracto de un discurso de Dobrica Ćosić pronunciado en un ciclo de conferencias organizado por la Unión de Escritores Serbios en mayo de 1987 bajo el lema Noches de protesta ”De Kosovo-para Kosovo”, en apoyo a los serbios amenazados en Kosovo y publicado después en la primera página de la revista Književne Novine, el 1 de Junio de 1987, que edita la misma Unión. Dobrica Ćosić fue uno de los principales líderes del movimiento antifascista en la segunda guerra mundial, personalidad importante dentro del partido comunista yugoslavo, críticado y excluído de éste a partir de los setenta, para volverse el primer presidente de la última Yugoslavia en 1992, destituido del cargo en 1993.

En su discurso se subrayó, entre otras cuestiones:

"Para Serbia, la cuestión de Kosovo es la más importante de todas debido a la tragedia del pueblo serbio en Kosovo y por todo lo que ocurrió a los serbios en las últimas décadas en todas partes de Yugoslavia. El pueblo serbio, hoy en día está en la situación más difícil de entre todos los pueblos yugoslavos (...).

La crisis de Kosovo puso de manifiesto el colapso de la ideología yugoslava, y demuestra que Yugoslavia no puede conservarse, porque es el estado de la política errónea. Aunque se define como un estado socialista y demócrata, permite que en una república la minoría aterrorice a la mayoría y la expulse de su propio territorio. La Constitución de 1974 permite la albanización del espacio nacional serbio y yugoslavo, y la creación de un estado albanés en el territorio yugoslavo. La solución del problema kosovar es una prueba histórica para la razón y el sentido de la existencia de Yugoslavia como comunidad de diferentes naciones; porque en Kosovo no cae Kosovo, en Kosovo cae Yugoslavia.

Luchando por la igualdad nacional, la libertad democrática y los derechos humanos de los serbios en Kosovo y en Yugoslavia, nosotros nunca y de ningún modo vamos a amenazar los derechos de los albaneses o de ningún otro pueblo. Pero hay que tener en cuenta que los albaneses actúan sólo con fuerza, de modo antidemocrático y anticivilizado, sin la voz de la razón hitórica. Kosovo es la cuestión vital del pueblo serbio y de Yugoslavia que sólo se puede solucionar cambiando la Constitución de 1974 (...).

Los serbios tienen que responder por qué y cómo ocurrió todo esto en Kosovo, para poder, sobre la base de estas respuestas, crear un nuevo programa nacional y social para un renacimiento democrático y civilizatorio de este país, en la dirección del socialismo (...). Cómo podemos vivir tan humillados como nación y como ciudadanos. Cómo hemos podido seguir tanto tiempo a quienes nos han humillado y avergonzado ante nuestros hijos y ante el mundo. No podemos olvidar las heridas que nos han infligido, y tanta injusticia que hemos sufrido durante tanto tiempo (...).

La tragedia del pueblo serbio en Kosovo es nuestra mayor derrota. El pueblo serbio en Yugoslavia es el más odiado. El tiempo para solucionar el problema kosovar ya está perdido. Kosovo no es la última prueba para nuestro pueblo, pero sí el último aviso. Nuestro mayor enemigo está en nosotros mismos. Para entrar en la comunidad internacional, necesitamos una autocrítica implacable de nuestras debilidades, necesitamos las verdades sobre nosotros mismos, para basar en ellas una autoconciencia que por ahora no tenemos, e iniciar así nuestro renacimiento cultural y espiritual, sin el cual no podremos solucionar ninguna cuestión nacional y social." [Mil00, p. 200, apud. Književne Novine, No. 733, 01.06.1987, citado por Drinka Gojković, Trauma bez katarze, Srpska Strana Rata, Republika, Beograd, 1996, p. 380 ]

Visto desde este 2008, las palabras de Dobrica Ćosić no suenan más escandalosas ni menos patrioticas (o nacionalistas) que las escritas o pronunciadas por los intelectuales croatas o eslovenos, dentro y fuera de la Yugoslavia socialista en aquella época. Sin embargo, el miedo de una dominación serbia clara al interior de un estado común era para muchos croatas o eslovenos una motivación clara para buscar una separación (o una confederación en primer instancia). En opinión de muchos intelectuales de la actualidad, el proyecto de ambas Yugoslavias federativas era un paso más hacia la creación de estados soberanos, tanto para una fracción de los croatas como para una de eslovenos. Para la mayoría de los serbios, sin embargo, Yugoslavia era su país... su patria; no un mal necesario y pasajero. El despertar de la conciencia patriótica de la intelectualidad serbia no podía sino ser combatido como nacionalismo feroz, amenazante para las otras nacionalidades yugoslavas.

El Occidente defendía sus propios intereses que en la década de los ochenta contemplaban una Yugoslavia unida, utilizada como punta de lanza hacia la democratización del bloque firmante del Pacto de Varsovia y, tomando en cuenta su condición de neutralidad en la época de Guerra Fría, parte, junto con Suiza, Austria y Suecia, del cordón de contención entre la OTAN y la zona de influencia de la Unión Soviética.

En mi opinión, el deseo desmedido por conservar una Yugoslavia unida y la confusión ideológica al interior de Serbia creó una situación ambivalente en las posturas serbias que eran atacadas por nacionalistas y hostiles hacia los otros pueblos constitutivos de Yugoslavia, pero que hacia el interior no se lograban definir bien a bien en aquellos años. En contraste con esta realidad política caotica y una población dividida entre nacionalistas serbios y nacionalistas yugoslavos, los movimientos patrioticos nacionalistas de Croacia, Eslovenia y Macedonia contaban con un programa claro, definido y bendecido por los miembros de la OTAN.

Algo más de un año atrás, prosigue Mira Milosevich [Mil00, p. 200, apud. Književne Novine, No. 702, 15.01.1986], el 15 de enero de 1986, la misma revista Književne Novine había publicado un manifiesto de dos mil serbios kosovares, lo que fue definido como ”la primera protesta organizada de los serbios contra el nacionalismo y separatismo albanés”.

En febrero del mismo 1986, cien serbios de Kosovo acudieron al parlamento yugoslavo para pedir protección contra la agresión albanesa. En septiembre de 1986, el diario Večernje Novosti publicó un documento interno de la Academia de Artes y Ciencias Serbia (SANU, por sus siglas en serbio), llamado Memorandum [MKr95]. La versión original de este documento se puede consultar en la página de internet de la SANU misma: aqui.

Para muchos críticos, este supuesto manifiesto explícito del programa nacional serbio era una una continuación del escrito Načertanija (postulados o directrices, en mi traducción libre al español) que en 1841 había publicado Ilija Garašanincomo el primer programa nacional serbio, mismo que acabó con el movimiento cultural ilirio, hechos que se describieron ya en este blog aqui.

El Memorandum fue preparado por una comisión formada en la reunión de la Academia (SANU) el 23 de mayo de 1985, a propuesta de Dobrica Ćosić [Mil00], quién expresó que "el conocimiento del que dispone la Academia no debería quedarse sólo en ella, sino integrarse en la sabiduría, la experiencia general y la visión estratégica colectiva. Por la presión del pasado y el desafío del futuro, la Academia debería comprometerse más con los problemas sociales y nacionales" [Mil00, apud. Olivera Milosavljević, "Zloupotreba autoriteta nauke", Srpska Strana Rata, Republika, Beograd, p. 305-338]. Se comprometió de esta manera a los veintitrés académicos convocados, aunque todos han negado la autoría del texto, alegando que fue publicado antes de recibir cualquier visto bueno, por razones aún no bien conocidas. Sin embargo, la Academia, como institución, nunca ha cuestionado el contenido del documento, sino sólo el modo en que llegó a la opinión pública. Tampoco negó la autoría de la comisión. Más aún, algunos académicos, en declaraciones personales, radicalizaron las ideas propuestas en el documento.

Entre 1989 y 1991, la Academia, en sus manifestaciones públicas, recordaba de continuo a los serbios que fue ella quien primero definió el programa nacional [Mil00, apud. Olivera Milosavljević, "Zloupotreba autoriteta nauke", Srpska Strana Rata, Republika, Beograd, p. 308].

Para 1987 era claro que se había agudizado el conflicto en Kosovo. Los albaneses se habían vuelto una mayoría cada vez menos transigente, cuestión que agudizó el ya existente malestar de la población serbia en esta provincia, la cuál clamaba ser víctima de violación de los derechos humanos y abusos de toda índole por parte de los policías y, en general, autoridades de ascendencia albanesa. Las demostraciones causadas por dicha cuestión desembocaron en una manifestación organizada por los serbios de Kosovo frente al palacio de gobierno de Belgrado el 28 de febrero de 1987. Estos estaban acompañados por trabajadores a quienes se les facilitó transporte en autobuses para el evento por parte de los activistas ”partidarios del sistema”. Exigían un urgente aplacamiento del nacionalismo albanés en Kosovo y la protección por parte del gobierno federal a la población serbia de aquella provincia, al igual que el arresto de Azem Vlasi.

Poco tiempo después, el 27 de abril de ese 1987, narra Mira Milosevich [Mil00], Ivan Stambolić, el entonces presidente del Partido Comunista serbio, envió a su hombre de confianza, Slobodan Milošević, a Kosovo, como señal de buena voluntad de los comunistas serbios para solucionar los problemas de la región. No sabía, también explica Mira Milosevich [Mil00], que esta visita iba a cambiar el destino personal de Milošević, el de Serbia, el de Yugoslavia y el suyo propio. Fue allí, en la capital de Kosovo donde Slobodan Milošević saboreó su primera exaltación multitudinaria.

Lo consiguió mediante un truco demagógico, como en la mayoría de sus posteriores actuaciones públicas. Fue la primera ocasión en que comprendió que, lejos de convertirse en un defensor en retirada del sistema comunista, debía aparecer en lo sucesivo como el salvador del pueblo serbio [Mil00].

Acerca de la personalidad de Slobodan Milošević escribe en su libro igualmente Mira Milosevich [Mil00], basándose en varios artículos de la prensa del Occidente, por ejemplo España, uno de los perpetuadores del bombardeo de la OTAN en contra de la República de Yugoslavia a iniciarse el 24 de febrero de 1999 [Mil00, p. 224, apud. Hermann Tertsch, ”Un frío manipulador que ha perdido todas las guerras”, El País, 26. 03. 1999 ], llegando a la conclusión que todos los intelectuales del Occidente, defendiendo los intereses de sus propios gobiernos, y que lo han estudiado, están de acuerdo que es un ”fascinante objeto de estudio psicológico”. Florence Hartmann, autor del libro Milosevic, la diagonale du fou [Mil00, p. 223, apud. Florence Hartmann, Milosevic, la diagonale du fou, Danoël Impacts, París, 1999 ], un ensayo sobre las causas y las consecuencias de la cuatro guerras yugoslavas, no se priva incluso de tacharle de loco.

Siguiendo, la autora [Mil00, pp. 225-273] comenta que es evidente que su éxito personal, así como el de su régimen, han dependido de circunstancias políticas y sociales, de la desintegración del estado yugoslavo tras la desaparición de su única garantía de continuidad: el comunismo, y del innegable apoyo que ha recibido del pueblo serbio. Slobodan Milošević no es, afirma la socióloga, un nacionalista pero, sin duda alguna, el nacionalismo es la ideología que ha asegurado su triunfo político. De modo que un objeto de estudio mucho más fascinante sería el apoyo incondicional que ha disfrutado Slobodan Milošević desde su llegada al poder en 1987 hasta 1993, apoyo que le fue ofrecido gratis et amore por los intelectuales, por la Iglesia ortodoxa y por una gran mayoría del pueblo serbio. Fueron ellos, según Mira Milosevich [Mil00, pp. 225-273], los que hicieron de él un mesías, un caudillo salvador y un vengador de pasadas afrentas.

La socióloga prosigue explicando [Mil00, pp. 225-273] que desde la mitad de los años ochenta en los círculos políticos serbios era famosa la protección paternal que ejercía Ivan Stambolić, el en ese entonces presidente de Serbia, a favor de su discípulo, Slobodan Milošević, aunque nadie sabía explicarla. ¿Quizá se debía a un sentimiento de compasión? Slobodan Milošević no destacaba por ningún talento especial, opina la autora. Vino al mundo en Požarevac, en el riñón de Serbia, en 1941. Sus padres eran montenegrinos, desplazados a Serbia poco antes del comienzo de la guerra. Su madre, Stanislava, era maestra y una activa militante comunista. El padre, Svetozar, era profesor de teología, oficio con poca demanda en la Yugoslavia titísta. Después de la guerra, el matrimonio se rompió. Slobodan se quedó con su madre y con su hermano Borislav, embajador en la época de Slobodan Milošević en Moscú.

Sin embargo, el divorcio de los padres, conjetura la autora [Mil00, pp. 225-273], no fue lo más traumático para él. En 1972, su padre se suicidó en un cementerio, un lugar que frecuentaba para rezar ante las tumbas. Stanislava Milošević se ahorcó once años después, imitando así a su ex marido y a su propio hermano, que se había suicidado en 1948, cuando era miembro destacado del ejército popular yugoslavo.

Slobodan fue un buen estudiante, sigue Mira Milosevich [Mil00, pp. 225-273], aunque no llamaba la atención por nada más, ni por su popularidad ni por sus grandes ambiciones. Tímido, sin amigos, y privado de una figura paterna que le sirviera de modelo, encontró en su primera y única novia, Mirjana Marković –se conocieron en 1958, en el instituto, y se casaron en 1965-, todo el apoyo y afecto que le habían faltado en su familia. Ella era mucho más ”niña de la guerra” que él. Nació en 1942, de padres partisanos. La madre, Vera Miletić, la abandonó, después de pasar con ella un solo día, para ir al combate con sus camaradas. Vera fue asesinada por los mismos partisanos, en 1944, por haber delatado bajo tortura, a manos de los ocupantes nazis, a otros compañeros de la resistencia. Su padre, Moma Marković, fue uno de los mandos comunistas que decidió la suerte de su mujer. No dio a su hija Mirjana, a la que conocería cuando ésta contaba ya seis años, nada más que el apellido. En sus memorias, sigue Mira Milosevich [Mil00, pp. 225-273], Moma dedica a Vera Miletić sólo una frase, en la que le reprocha su cobardía y su traición.

Los que conocieron a la pareja Marković – Milošević insisten en la completa dependencia de Slobodan respecto de su mujer, y destacan siempre que la ambición y la voluntad de poder son monopolio de ella. La carrera profesional y política de Mirjana Marković afirma estas apreciaciones: era catedrática de sociología en la Universidad de Belgrado y fundadora y secretaria general del partido JUL (la izquierda unificada de Yugoslavia, por sus siglas en serbio), de orientación neocomunista en discurso.

Sin embargo, aunque su esposa mostrara una marcada ambición por el poder político, es el mismo Slobodan Milošević el que lo llevó a la práctica. Aunque no es extraño en la historia encontrar ejemplos de liderazgo por parte de la esposa de los grandes personajes, son ellos los que toman las decisiones y son partícipes de las ideas y planes de gobierno, aunque éstos se hayan decidido en conjunto y en la privacidad de la alcoba matrimonial.

Slobodan, por su parte, fue director de la empresa pública yugoslava del petróleo (Jugopetrol), gracias a Ivan Stambolić, y, más tarde, director y representante en París y Nueva York del Beogradska Banka, uno de los bancos más importantes de Yugoslavia.

Volviendo a los acontecimientos que sucedían en aquel 1987, Slobodan Milošević se dirigió a Priština, la capital de Kosovo, a conversar con los serbios inconformes. Durante la sesión organizada en el palacio de gobierno de esta ciudad, frente a su entrada se llevaba a cabo una manifestación impresionante de serbios que esperaban una respuesta por parte de su gobierno.

Empezaron las primeras provocaciones y, paulatinamente, los policías de origen albanés empezaban a responder a ellas. Todo se volvió un caos de pedradas, macanazos y agresiones por doquier. Era curioso el enterarme que días antes se había ya arreglado el que un contenedor de basura no demasiado lejano al edificio del ayuntamiento de Priština se llenara de piedras. La masa enardecida correría hacia ese punto y empezaría a arrojar aquellas piedras en contra de los miembros de la seguridad pública. El plan fue llevado a cabo hasta en el menor detalle. La televisión captó a los policías albaneses agrediendo a ancianos y mujeres serbias; todo aquél lugar se volvía cada vez más un escenario político perfecto, ni mandado a hacer.

Según Mira Milosevich [Mil00], fueron los mismos policías de orígen serbio quiénes, en contubernio con el político, simularon el cumplir su deber de protegerlo de las masas iracundas y empezaron a pegar a los manifestantes. Entonces, Slobodan Milošević, con una voz en la que se mezclaban matices de escándalo y comprensión, ordenó a la policía detener la represión, subrayando que los serbios tenían razones para protestar. Las frases que enunció al final, que eran según Mira Milosevich [Mil00, p. 232] ”nadie tiene derecho a pegar a este pueblo. Nadie jamás os pegará”, no eran más que una repetición de lo que había oído en una manifestación a su maestro Stambolić.

Pocos días después, el ejército federal reestablecía el ”orden” en la provincia de Kosovo de una manera enérgica, arrestando los líderes albaneses, proclamando justificada la implementación de las llamadas ”medidas extraordinarias”. La represión de los rebeldes en Kosovo produjo un centenar de muertos y heridos, así como la renuncia del jefe de gobierno de Kosovo, Jasuf Zejnellahu en 1990.

Mira Milosevich [Mil00] comenta que es curioso que tanto los serbios como los albaneses utilicen el mismo argumento nacionalista: ambos grupos ven como algo natural insistir en la unidad territorial, en la necesidad de unir todos los territorios poblados por los serbios (de ahí que de la desintegración de Yugoslavia nazca el proyecto de la Gran Serbia) o por los albaneses (unir el territorio de Kosovo, y una parte de Macedonia donde los albaneses son mayoría, con Albania).

Sin embargo, siguiendo con la escritora, el estatuto de los serbios en Croacia en 1986 no es de una ”minoría”. Los serbios en Croacia no tenían el estatuto de minoría, porque eran parte de un pueblo que ya tenía una república propia en Yugoslavia –Serbia-, lo que no es el caso de los albaneses en Kosovo. Estos son una minoría porque la nación a la que pertenecen es un vecino extranjero –Albania. A pesar de estas condiciones, el Memorandum de la SANU no deja de comparar ambas situaciones: "los serbios en Croacia serían felices si tuvieran los mismos derechos que tienen los albaneses que protestan en Kosovo. También estarían encantados con tanta autonomía los húngaros en Rumanía, o los vascos en España" [Mil00, apud. Olivera Milosavljević, "Zloupotreba autoriteta nauke", Srpska Strana Rata, Republika, Beograd, p. 318].

Es difícil evalúar la amenaza real, sobre los serbios en Croacia [Mil00, p. 200, apud. Drinka Gojković, Trauma bez katarze, Srpska Strana Rata, Republika, Beograd, 1996, p. 381], la cual me parece terrible y presente sin duda alguna, por varias razones: había continuos incidentes entre población serbia y croata, que acababan sistemáticamente con juicios a los serbios. El estado comunista, prácticamente colapsado, no podía asegurar los derechos de los serbios en las regiones croatas.

Para la presentación pública de su nuevo programa político, Slobodan Milošević eligió la reunión del Comité Central del Partido Comunista serbio, el día 23 de septiembre de 1987, y no por casualidad. Ya había preparado el terreno para ser elegido en ella como nuevo presidente de los comunistas serbios. Acusó a Dragiša Pavlović y a Ivan Stambolić de apoyar el separatismo albanés y destacó la necesidad y urgencia de salvar al pueblo serbio. Ganó por mayoría de votos [Mil00, p. 234]. Pero la fecha coincidía con la celebración de los cincuenta años del nombramiento de Josip Broz Tito como secretario general del Partido Comunista yugoslavo. Tito llevaba muerto siete años.

El cambio de la Constitución yugoslava de 1974, que tanto obsesionaba a Slobodan Milošević al inicio de su gestión al frente del Partido Comunista serbio, no podía realizarse sin el consenso de las otras repúblicas yugoslavas y, como dicho consenso no iba a lograrse, resultaba evidente que la reforma no podría darse dentro del marco de la legitimidad instituida. Milošević recurrió a otro truco para conseguir ese objetivo: suscitó un amplio movimiento popularanimado por la solidaridad de todos los serbios con los paisanos que vivían en Kosovo [Mil00]. Los seguidores de Slobodan Milošević, los comunistas de cada ciudad serbia, organizaban ”espontáneamente” los mítines de Verdad, Solidaridad y Protesta: verdad, porque se exigía hablar en público sobre la difícil posición de los serbios; solidaridad, porque los serbios han estado siempre unidos y dispuestos a defenderse unos a otros; protesta, porque esa defensa requería transformaciones políticas en contra de la inercia de los gobernantes [Mil00].

La protesta se convirtió en la llamada ”revolución antiburocrática”, que, inspirada lejanamente, según Mira Milosevich [Mil00], en la revolución cultural china, consistía en la defestración de los enemigos políticos de Slobodan Milošević, a los que se acusaba de sostener la Constitución de 1974 y fomentar así el separatismo albanés.

Se les acusaba también a los enemigos del gobernante en turno, prosigue Mira Milosevich [Mil00, p. 237], de burocratismo e incapacidad de ofrecer una salida razonable a los serbios de Kosovo. Los medios de comunicación y las elites intelectuales dieron mucha publicidad a este movimiento, justificando de paso su ambición política común: el cambio de estatuto de Serbia. Un cambio que radicaba, según ellos, en la voluntad popular.

Varios años después leía en la revista Vreme de Belgrado, en el artículo ”Diez años de Slobodan Milošević en diez pinturas”, de Slobodanka Ast [Ast1], sobre como se iniciaba la futura guerra que en esos momentos nadie podía ni siquiera imaginar.

Slobodan Milošević se veía, ya después de la VIII sesión del Partido Comunista de esta república, realizado como el líder de toda Serbia. En las paredes de las oficinas había sustituido los retratos de Tito, los taxistas pegaban sus fotos en sus unidades y adornaba toda clase de tiendas y carnicerías. Los actos políticos, toda clase de mítines, en conjunto llamados ”el happening del pueblo”, galopaban por el país en una especie de revolución antiburocrática con la cual se tumbaba el actual poder en las provincias y para la cuál, según el mismo Milošević, se utilizarían ”todos los medios, tanto constitucionales, como los que no lo eran” [Ast1]. En los mítines, algunos veían el inminente desastre del futuro del pueblo serbio, mientras otros hablaban del orgullo y su majestuosidad. La consigna más socorrida en aquellos tiempos era: ”¡Slobo, slobodo!” (Slobo, la libertad).

Para la ”coronación” oficial del ”líder de todos los serbios”, se escogió una fecha histórica – la celebración de 600 años de la Batalla de Kosovo.

El 28 de junio de 1989, Gazimestan (el lugar exacto de la batalla de Kosovo polje de 1389) era transformado en un único, esplendoroso escenario; según reportes serbios oficiales, había reunido allí alrededor de 2,000,000 de personas (según Reuters, solamente 600,000) [Ast1], banderas, veladoras, íconos ortodoxos, pancartas... A lado de los caminos que llevaban al lugar había mesas y jóvenes vestidas en los trajes típicos. En el convento de Gračanica fue celebrada la santa liturgia a la cual asistieron todas las personalidades del partido comunista y la Iglesia ortodoxa serbia (surgía el nuevo socialismo nacionalista, que conllevaba entonces, como parte fundamental de la identidad serbia, la ortodoxia cristiana). Los restos de Rey Lazar que hasta ese momento viajaban por los ”territorios serbios” fueron mudados del monasterio Gračanica a la iglesia de San Nikola en Priština, de donde tras diez días de estancia iniciaron el viaje hacia el legado de Lazar, el monasterio Ravanica. Solamente en Gračanica, alrededor de 500,000 [Ast1] personas le brindaron su respeto a los restos. Se organizó la ceremonia de remembranza a los héroes de Kosovo en la iglesia Samodreža. Fueron sembrados 600 árboles [Ast1].

Slobodan Milošević descendió a la planicie de Kosovo polje en helicóptero. En eso, sonidos del solemne Réquiem de Beethoven cantado por el coro de cien sacerdotes; luego, el himno nacional yugoslavo (de la Yugoslavia comunista).

El discurso íntegro de Slobodan Milošević de aquella tarde la reproduzco aquí traducido al español, cortesía del portal Semanario Serbio(el original se puede consultar en esta página, recopilada por National Technical Information Service del Departamento de Comercio de EEUU):

Por la fuerza de las circunstancias, este aniversario de la batalla de Kosovo tiene lugar en un año en el que Serbia, después de muchos años ha recobrado su estado nacional y su honradez espiritual. Así, hoy para nosotros no es difícil responder a la vieja pregunta: cómo encarar la figura de Miloš (Miloš Obilić, héroe legendario de la batalla de Kosovo). Mediante la jugada que nos ha deparado la historia, Serbia ha recobrado en este año de 1989 su estado y su dignidad de manera suficiente para celebrar un suceso del pasado distante que tiene una gran importancia histórica y simbólica para su futuro.

El carácter serbio
Hoy, es difícil decir donde termina la verdad histórica en la batalla de Kosovo y donde empieza la leyenda. Esto, hoy no es lo más importante. Oprimida por el dolor pero llena de esperanza, la gente ha mantenido el recuerdo de aquellos hechos, la vergüenza de la traición y la glorificación del heroísmo. Es difícil decir hoy si la batalla de Kosovo fue una derrota o una victoria para la gente serbia, si provocó que el pueblo serbio cayera en la esclavitud o fue el punto de partida de nuestra supervivencia. Las respuestas a estas incógnitas serán constantemente buscadas por los científicos y por el pueblo. Lo que ha sido seguro desde hace siglos es que la desunión golpeó Kosovo hace 600 años. Si nosotros perdimos la batalla, fue, no sólo como consecuencia de la superioridad social y militar del Imperio Otomano, sino también de la desunión en el liderazgo del estado serbio del momento. Así, en aquel lejano 1389, el Imperio Otomano era no sólo más fuerte que el de los serbios, sino también un reino más afortunado.


La carencia de unidad y la traición en Kosovo persiguió a la gente serbia como un destino perverso en la totalidad de su historia. Incluso en la última guerra, esta falta de unidad y la traición, condujo al pueblo serbio y a Serbia a la agonía, como consecuencia histórica y moral de la agresión fascista. Posteriormente , cuando se estableció un gobierno socialista en Yugoslavia, el gobierno permaneció sumido en permanentes divisiones, que sólo sirvieron para perjudicar al propio pueblo serbio. Las concesiones que muchos líderes serbios hicieron a expensas de los intereses de su propio pueblo. Esas concesiones no pueden ser aceptadas históricamente ni éticamente por ninguna nación del mundo. De manera especial, porque los serbios siempre han tenido que sufrir que su historia fuera dictada por conquistadores y explotadores ajenos. Su ser nacional ha tenido que construirse buscando su propia liberación, como sucedió en las dos guerras mundiales y hasta el día de hoy. En ambas guerras, los serbios se liberaron a sí mismos y ayudaron a otros a liberarse. El hecho de que en los Balcanes, Serbia sea la principal nación no es ni una vergüenza ni un pecado para el pueblo serbio. Es una ventaja que los serbios no han usado contra otros. Yo debo deciros, aquí en el campo legendario de Kosovo (campo de mirlos), que los serbios no han usado esta ventaja en beneficio propio.

Aun así, gracias a sus líderes políticos y a su mentalidad, los serbios se sintieron culpables mucho más que otros. Esta situación duró durante décadas, pero hoy estamos aquí en los campos de Kosovo para decir que esto no va a volver a suceder.

La Unidad Hará la Prosperidad Posible
La desunión entre dirigentes serbios sólo permitió el que se retrasara la prosperidad y un sentimiento de humillación. Por lo tanto, ningún lugar en Serbia más favorable para proclamar que sólo la unidad traerá la prosperidad a la gente serbia, y a cada uno de sus ciudadanos, independientemente de su afiliación nacional o religiosa.

Serbia está hoy unida y en pie de igualdad con las otras repúblicas para mejorar su posición financiera y social y la de todos sus ciudadanos. Si hay unidad, cooperación y seriedad entre nosotros, triunfaremos. Esta es la razón por la que el optimismo presente hoy en Serbia es respecto al futuro, la opción más realista, y con base en la libertad, la que permitirá a todo el pueblo expresarse en sus capacidades positivas, creativas y humanas, para fortalecer su vida social y personal.

Serbia nunca ha tenido solamente serbios viviendo en su seno. Hoy, más que en el pasado, gente de todas las nacionalidades conviven con nosotros. Esto no es una desventaja. Yo estoy verdaderamente convencido que es una ventaja. La composición nacional de casi todos los países en el mundo hoy, especialmente en los países desarrollados, ha cambiado también en esa dirección. Los ciudadanos de nacionalidades diferentes y religiones y razas distintas han permitido frecuentemente una convivencia más exitosa.

El socialismo en particular, siendo un mecanismo de progreso de la sociedad democrática, no debería permitir que se produjeran diferencias entre los ciudadanos respecto a su origen étnico o religioso. Las únicas diferencias que el socialismo debería permitir están entre los flojos y la gente trabajadora, y entre las personas honradas y las que no lo son. Por lo tanto, toda la gente en Serbia que viva honradamente de su propio trabajo, respetando al prójimo, están en Serbia en su propia república.

Divisiones Nacionales Dramáticas
Después de todo, nuestro país (Yugoslavia) debería establecerse con base en esos principios. Yugoslavia es una comunidad multinacional y sobrevivirá sólo en la comunidad internacional si ésta la acepta en plena igualdad con el resto de naciones.

La crisis ha golpeado a Yugoslavia y ha traído divisiones nacionales, pero también sociales, culturales y religiosas y otras de menor envergadura. De todas estas divisiones, han sido las nacionales las que han resultado ser las más dramáticas. Resolverlas hará más fácil mitigar las consecuencias del resto de divisiones por ellas creadas.

Desde que nuestras comunidades multinacionales han existido, su punto débil han sido las relaciones entre naciones diferentes. La amenaza que esas divisiones generan en la patria común han generado una ola de sospechas, acusaciones e intolerancia. Una ola que invariablemente crece y es difícil de parar. Esta amenaza ha colgado como una espada de Damocles durante demasiado tiempo. Los enemigos externos e internos de comunidades multinacionales están conscientes de éste hecho y por tanto han organizado su actividad contra nosotros fomentando conflictos nacionales. En este momento, nosotros, en Yugoslavia, nos comportamos como si nunca hubiéramos tenido tal experiencia, por el hecho de que en nuestro pasado distante hemos vivido la tragedia de experimentar los más graves conflictos nacionales que una sociedad puede sufrir y sobrevivir.

Las relaciones iguales y armoniosas entre todos los pueblos que conforman Yugoslavia son una condición necesaria para nuestra existencia, para sobrevivir a las crisis y en particular, son una condición necesaria para garantizar la prosperidad económica y social de todo el país. En este sentido, Yugoslavia no está fuera del ambiente social contemporáneo, y particularmente del del mundo desarrollado. Este mundo contemporáneo está más marcado por la tolerancia nacional, la cooperación nacional, y la igualdad entre las naciones. El progreso económico y tecnológico , así como el desarrollo político y cultural, han orientado a los pueblos unos a otros, los han hecho interdependientes y cada vez más iguales unos a otros. Un pueblo (yugoslavo) unido y con iguales derechos puede convertirse en parte de la civilización hacia la que el mundo moderno se mueve.

Si nosotros somos capaces de colocarnos a la cabeza de esa columna que conduce a tal civilización, no hay motivo alguno para que estemos en su cola.

En la época en la que tuvo lugar esta histórica batalla en la que se peleó en Kosovo, la gente miraba las estrellas esperando la asistencia de ellas. Ahora, 600 años después, miramos las estrellas nuevamente con la esperanza de conquistarlas. En los tiempos pasados, aquella gente podía permitirse vivir en desunión, y tener odio y traición entre ellos, porque vivían en mundos menores, débilmente cohesionados. Ahora, como el resto de la gente de este planeta, no pueden conquistar su propio planeta si están desunidos, sin vivir en solidaridad y armonía. Por esa razón, en el lugar de la madre patria, en el que las palabras dedicadas a la unidad, a la solidaridad y la cooperación entre la gente tienen una mayor importancia es en el campo de Kosovo, símbolo de desunión y de la traición.

En el recuerdo del pueblo serbio, esta desunión fue decisiva a la hora de provocar la derrota en la batalla y traer sobre Serbia el destino que la nación sufrió de lleno en los siguientes seis siglos. Aún cuando quizá no fue tan grave, el pueblo observó esa desunión como su mayor desastre. Por tanto, es obligación del pueblo acabar con la desunión para protegerse a sí mismos de las derrotas, fracasos y un futuro estancado

La Unidad devuelve la Dignidad
Este año, la gente serbia llegó a ser consciente de la reserva que significa vivir en armonía mútua como condición imprescindible para su vida actual y su desarrollo futuro. Estoy convencido que esta conciencia de armonía y unidad, hará lo posible para que Serbia pueda funcionar no sólo como un estado, sino como un estado exitoso. Pienso que tiene sentido decir esto aquí en Kosovo, donde la desunión empujó trágicamente a Serbia, poniéndola en peligro en los siglos siguientes, y donde la renovada unidad nos puede devolver la dignidad.

Tal conciencia sobre las relaciones mutuas constituye una reserva elemental para Yugoslavia, pues su destino está en la unión de todos sus pueblos. El Kosovo heroico ha alimentado nuestro orgullo y nuestra creatividad durante 600 años, y nos impide que olvidemos que hace tiempo, Serbia era una nación grande, valiente y orgullosa que permaneció imbatida aún en la derrota. Seis siglos más tarde, estamos comprometidos en nuevas batallas, que no son armadas, aunque tal situación no puede excluirse aún. En cualquier caso, las batallas no pueden ganarse sin la resolución, el denuedo y el sacrificio, sin las calidades nobles que estaban presentes en los campos de Kosovo en aquellos días del pasado.

Nuestra batalla principal es ahora implementar el bienestar económico y el progreso político cultural y la prosperidad social general, para encontrar un camino más rápido y exitoso hacia la civilización que vivirá en el siglo 21. Para esta batalla, nosotros realmente necesitamos heroísmo, por supuesto de un tipo diferente, pero con un coraje sin el cual nada serio y grande puede ser cambiado y mejorado.

Hace seis siglos, Serbia se defendió heroicamente a sí misma en el campo de Kosovo, pero también en aquella ocasión defendía a Europa. Serbia era entonces el bastión que defendió la cultura europea, la religión y la sociedad europea en general. Por tanto, hoy parece injusto, anti-histórico y absurdo entender a Serbia como algo distinto a Europa. Serbia ha sido parte de Europa incesantemente, ahora como en el pasado, de una manera particular pero siempre sin perder su propia dignidad. En este espíritu, nosotros estamos ahora empeñados en construir una sociedad rica y democrática y así contribuir a la prosperidad de este país hermoso, este país de sufrimientos injustos, pero también para contribuir a los esfuerzos de toda la gente que se esfuerza para hacer progresar el mundo y hacerlo mejor y más feliz.

Que la memoria del heroísmo de Kosovo sobreviva siempre!
Larga vida a Serbia!
Larga vida a Yugoslavia!
Larga vida y hermandad entre pueblos!


Slobodanka Ast continúa en su artículo [Ast1] diciendo que el presidente de Serbia daba el mensaje, en éste que resultó ser un discurso histórico, que apenas ahora, después de seis siglos, el pueblo serbio ha abierto los ojos y que han sido apenas ahora, bajo este gobierno, corregidas las injusticias de las que en el pasado había sido víctima. Este fue el primero de la serie de acentos del discurso que fue acompañado por un aplauso largo. El segundo tomó lugar tras la afirmación de Milošević de que los serbios no conquistaban ni explotaban a otros; y el tercero y el más ruidoso, acompañó el grito de Milošević: ”Seis siglos después, el día de hoy, estamos de nuevo en batallas. Éstas no son armadas, aunque incluso éstas no están excluidas.”

En la letra del Patriarca German, gobernaba otra entonación; él, entre otras cosas, dijo [Ast1]: ”Tenemos por qué arrepentirnos y qué corregir.”

Las relaciones entre los altos mandos de las repúblicas estaban muy tensas. El ambiente en Gazimestan lo describió en algunas oraciones Borisav Jović (el último presidente de la Yugoslavia socialista) en su libro Los últimos días de la RSFY (SFRJ) [Ast1]:

Drnovsek (miembro de la presidencia por parte de la república de Eslovenia) me informa que irá a Kosovo el 28 de este mes. Irá, dice, también Janez Stanovnik. Únicamente tiene miedo de que Slobodan en su discurso no lesione a Eslovenia, que los ponga en una situación incómoda. Le digo que puede estar seguro de la rectitud, que no somos tan incultos como nos imaginan, que los invitemos y luego les mentemos la madre. Si vamos a discutir, eso lo haremos en otra y no esta, solemne ocasión.

En Gazimestan se encontraba la totalidad de la, en ese entonces, cúpula política del país: Slobodan Milošević, Borisav Jović, Janez Drnovsek, Milan Pančevski, Ante Marković, Ivo Latin, Obrad Piljak, Branko Kostić, Janez Stanovnik, Veljko Kadijević. Ausente: Dr. Stipe Šuvar, miembro de la presidencia de RSFY (SFRJ) de Croacia [Ast1].

A pesar de haber informado que a la celebración en Gazimestan habían concurrido, además de algunas centenas de inmigrantes de los cinco continentes, alrededor de cincuenta representantes diplomáticos, los periódicos nunca mencionaron el hecho de que los embajadores de los países del Occidente habían rechazado la invitación; muchos veían aquella celebración como una manifestación del sobrecalentado nacionalismo serbio. Por su inasistencia, el más severamente castigado resultó ser Warren Zimmerman, el embajador de los EUA: Milošević se rehusó a recibirlo en audiencia oficial por nueve meses [Ast1].

La iconografía del evento se vio particularmente saturada con fotografías de Slobodan Milošević y canciones y consignas: Slobodan, hermano querido..., Slobo, serbio, Serbia está contigo... Desde Karadjordje, no teníamos mejor líder... La trompeta serbia se oye desde Kosovo... Quién lo dice, quién miente, que Serbia es pequeña...

El gobierno serbio estaba antes de la celebración, por demás preocupado por la seguridad [Ast1, apud. Borisav Jović, Los últimos días de la RSFY]:

Radmilo está insatisfecho. La secretaría de seguridad en Kosovo está floja, su reacción es tardada, y no está seguro si aún es confiable en todas partes. Se queja de que están oyendo las conversaciones en los cuartos de hotel en los que nos hospedan (¡y a él!) cuando vamos para allá. Todavía no se ha recaudado la información suficiente, aunque están sobre algunos que se cree son los líderes de la contrarrevolución. El Servicio no ha podido agarrar a los rebeldes, no ha detectado grupos similares que probablemente existen en las ciudades de Kosovo, etc. Para Azem Vlasi (presidente de la provincia de Kosovo hasta su anexión al territorio de la República Serbia)
, dice Radmilo, el procedimiento que se está llevando a cabo es normal. Hay ya suficientes evidencias para darle de cinco a diez años de cárcel. Bastantes dificultades tenemos con la secretaría de asuntos internos federal. Pera Gračanin (Petar Gračanin (Pera es diminutivo de Petar), director de la Secretaría de Asuntos Internos de Yugoslavia en ese momento) es demasiado blando para ese trabajo. Cada tanto le llama a Radmilo y le dice: ” Ya dejen a ese Vlasi si no han encontrado nada”, ”dejemos a esos del aislamiento”, ”ya quitemos las medidas extraordinarias”... Supuestamente, Pera se queja que eso le exige Ante Marković (primer ministro del gobierno federal).

Radmilo es, naturalmente, Radmilo Bogdanović, el ministro de la policía serbia [Ast1].

Los albaneses no acudieron a la celebración – la boicotearon. Jović mandaba un telegrama el 29 de junio: ”En Gazimestan todo salió maravillosamente. Sin incidentes. Es evidente que los separatistas habían decidido entrar en aparentes paz y orden, pensando que ese era el requerimiento para suspender las medidas extraordinarias” [Ast1].

El diario Politika le dedicó al acontecimiento ocho páginas, Politika ekspres, al cuál irónicamente llamaban ”el de Slobodan” (Slobodanka), una vez más les ganó a todos: sobre los acontecimientos informó en once páginas [Ast1].

En Yugoslavia, aunque también en el mundo, muchos se quedaron profundamente reflexivos y preocupados por la indicación que Serbia estaba de nuevo ante batallas: ”No son armadas, aunque éstas aún no están descartadas [Ast1].

Como ya se había comentado aquí, aquellas escenas habían preocupado sobremanera a los gobiernos de Eslovenia y Croacia y, sobre todo, sus alas más nacionalistas que vislumbraban con pavor un resurgimiento del nacionalismo serbio y presagiando, de quedarse con los brazos cruzados (cosa que desde los años sesenta que no hacían), muchos problemas de quedarse en un estado conjunto con los serbios, sobre todo tomando en cuenta sus políticas hacia la población serbia en sus propios territorios –sobre todo Croacia- que no se caracterizaban por demasiado abiertas o amistosas. El anterior hecho, reforzado con la cada vez mayor importancia que cobraban los presidentes de las repúblicas sobre el gobierno federal, desencadenó un sentimiento cada vez más fuerte de la necesidad de separación de la federación socialista.

Según las investigaciones del diario Borba [Ast1], en ese 1989, el mayor número de yugoslavos estaba satisfecho de vivir en su república (90.8%); el 62.2% consideraba la federación más importante que su república.

Según Mira Milosevich [Mil00], en Serbia el resultado concreto de tanto escuchar la voz de ese nuevo héroe que era Slobodan Milošević, fue la constitución interna de la República de Serbia de 27 de marzo de 1989 y la elección de éste como presidente de Serbia el 8 de mayo de ese mismo año.
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3.9.08

La muerte de Tito y los movimientos separatistas en Kosovo hacia 1989

Josip Broz Tito murió el 4 de mayo de 1980 en la ciudad de Ljubljana, dejando un país desolado y carente de un líder muy controversial, aunque admirado y definitivamente hábil. Tras su muerte se instauró un gobierno federal colegiado -ya existía este proyecto como tal desde 1971, aunque apenas en este momento asumiría todo el poder ejecutivo- constituido por seis presidentes, cada uno al frente de una de las repúblicas socialistas que conformaban la federación y los restantes dos presidentes de las dos provincias autónomas (que eran parte de Serbia), Kosovo y Vojvodina. Cada año uno de los ocho tendría el privilegio de ser nombrado presidente federativo.

Recuerdo vagamente (aunque no sé si más bien lo que recuerdo es que me lo platicaron, pues yo tenía escasos cuatro años) que mis padres me llevaron al funeral de Tito. Fue sepultado en una especie de capilla de mármol blanco llamada Casa de las Flores, anteriormente utilizada como el museo de nombre 25 de Mayo en el que se guardaban todas las estafetas y demás regalos que le fueron obsequiados a Tito durante su vida. Antes de la inhumación, su cuerpo fue expuesto al público en el palacio federal de gobierno en Belgrado; todo el mundo acudió a despedirse de su presidente.

A su funeral asistieron presidentes y personajes de la vida social más importantes del mundo, como por ejemplo Margaret Thatcher, Saddam Hussein, Leonid Illich Breznev y Yasser Arafat. El país entero vivía una tragedia. Tal era la idealización de Tito, que varios años después (de hecho hasta 1990) sonaban, en señal de remembranza y luto, las alarmas contra ataques aéreos en todas las ciudades de la federación cada 4 de mayo a las 15:05 en punto: hora de su muerte.



El funeral de Josip Broz - Tito, original (cortesía de Wikipedia) aqui.

Los días inmediatamente posteriores a la muerte de Josip Broz - Tito estuvieron llenos de desconcierto, confusión y miedo de lo que podía venir. Las fronteras permanecieron cerradas por más de una semana. Se respiraba un pánico peculiar en Yugoslavia. Al tercer mes todo volvió a una relativa calma.

Un nuevo enfrentamiento del nacionalismo albanés estalló en Kosovo en 1981. El slogan central de República de Kosovo expresaba el gran programa que pretendía que esta región se anexara al territorio de Albania. Esto no era nada nuevo, al menos era lo que proclamaban los noticieros. La vida seguía.

Mira Milosevich [Mil00] explica que hasta el año de 1961 hubo un relativo equilibrio demográfico entre serbios y albaneses en Kosovo [Mil00, p. 191, apud. Blagojević, Marina, Iseljavanje sa Kosova. Srpska Strana Rata, Republika, Beograd, 1996, p. 232-267], pero, desde entonces, la balanza poblacional se inclinó rápidamente hacia el lado albanés, para llegar en 1991 a una relación de 10 por 100 frente al 90 por 100, y ello por dos razones: por la alta natalidad albanesa ( [Mil00, apud. Blagojević, Marina, Iseljavanje sa Kosova. Srpska Strana Rata, Republika, Beograd, 1996, p. 235] "En 1953, las albanesas entre 45-49 años tienen 6.32 hijos; las serbias, 5.92. En 1991, las serbias tienen 2.78 hijos; las albanesas 6.16") y por la emigración de los serbios de Kosovo bajo presión ([Mil00, p. 191, apud. Blagojević, Marina, Iseljavanje sa Kosova. Srpska Strana Rata, Republika, Beograd, 1996, p. 237] "El mejor modo de ver la emigración serbia de Kosovo es comparar los datos demográficos de la población serbia de 1948 (23.6 %), 1953 (ídem.) y 1961 (ídem). A partir de 1971 comienza la emigración intensiva: en 1971 queda en Kosovo un 18.3% de serbios sobre la población total; en 1981, un 13.2%; en 1991, un 9.9%. Entre los años 1941 y 1981 han emigrado de Kosovo más de 100,000 serbios).

Por otro lado, los demógrafos albaneses subrayan que hubo también una fuerte emigración albanesa entre las dos guerras mundiales ([Mil00, p. 191, apud. Blagojević, Marina, Iseljavanje sa Kosova. Srpska Strana Rata, Republika, Beograd, 1996] ”Entre las dos guerras fueron expulsados 50,000 albaneses a Albania y unos 250,000 a Turquía. Según estos datos, fue expulsado el 40% de la población albanesa”).

La distribución étnica de la población en Yugoslavia (SFRJ), según datos del censo organizado en 1981 -en rojo la parte de la población clasificada bajo la definición de "yugoslavos"- (original: aqui).

La socióloga [Mil00] prosigue indicando que el péndulo en las relaciones entre los serbios y albaneses en Kosovo osciló en tres fases: 1) Desde 1945 hasta 1966, cuando los serbios ejercían una dominación gracias a su control de la economía agraria, al predominio de las estructuras tradicionales en la sociedad kosovar y a la propiedad estatal; 2) De 1966 hasta finales de los años ochenta, el ascenso de los albaneses, debido a que la industrialización creó muchos puestos de trabajo. Fue el ápice del comunismo, cuando las minorías obtuvieron los mismos derechos que las nacionalidades que conformaron Yugoslavia. Marina Blagojević añade en este punto que, según el demógrafo albanés Islami [Mil00, p.192, apud. Marina Blagojević, op. cit., p. 242 y 243], ”es la época en que a los albaneses se les garantizó un nivel de autonomía superior a los estándares internacionales”; 3) En los años ochenta apareció en escena la dominación de los serbios, el paralelismo completo en las instituciones estatales, y la caída del comunismo. En ese período, 85,000 albaneses fueron despedidos de sus puestos de trabajo. Esta última etapa no duraría mucho con las mencionadas características. La hostilidad alcanzada por las dos etnias en la década de los noventa era poco diferente una de la otra.

El estudio citado, prosigue Marina Blagojević [Mil00, p. 191, apud. Blagojević, Marina, Iseljavanje sa Kosova. Srpska Strana Rata, Republika, Beograd, 1996], ofrece datos acerca de tres tipos principales de discriminación –informal, institucional e ideológica- que practicaron serbios y albaneses, unos contra otros, en los periodos de dominación de cada grupo. La discriminación informal era la más frecuente: amenazas verbales e intimidación, violencia física, violaciones, quema de casas y cosechas, robos, manipulación en el pago de impuestos, venta de propiedades robadas. La discriminación institucional se manifestaba sobre todo en la selección para los puestos de trabajo. Por ejemplo, el criterio de bilingüismo se utilizaba sólo para los serbios (se les exigía el conocimiento del albanés), pero con los albaneses no se aplicaba el mismo criterio en lo referente al idioma serbio. Los altos cargos de trabajo eran ocupados por personas del grupo dominante en cada época, así como los de jerarquía del Partido Comunista yugoslavo. Pero los comunistas de Kosovo abandonaban el partido en proporciones alarmantes [Mil00, p. 191, apud. Blagojević, Marina, Iseljavanje sa Kosova. Srpska Strana Rata, Republika, Beograd, 1996], decepcionados ante la impotencia de éste para solucionar los problemas de convivencia interétnica. La discriminación ideológica se practicaba sobre todo en los medios de comunicación de ambos grupos étnicos y conforme a los intereses de cada uno de ellos.

La Constitución de 1974, sigue Marina Blagojević, que garantizó la extraordinaria autonomía de los albaneses dentro de la república serbia –el Gobierno de la Comunidad Autónoma o el Territorio Autónomo tenía el derecho de veto en todas las decisiones del gobierno serbio, mientras que éste no lo tenía en el caso de los gobiernos autónomos-, no resolvió los problemas en Kosovo. A pesar de que gozaban de amplia autonomía, los nacionalistas albaneses querían el estatuto de república, con el plan, a largo plazo, de proclamarse independientes, como se demostró en las manifestaciones albanesas nacionalistas tras la muerte de Tito en este 1981. Para los serbios, la Constitución yugoslava de 1974 significaba la pérdida del control de una parte de su territorio y una clara potenciación de los albaneses en el estado comunista [Mil00, p. 191-193, apud. Blagojević, Marina, Iseljavanje sa Kosova. Srpska Strana Rata, Republika, Beograd, 1996].

Era un cuatro de mayo cuando en medio de gente parada en la calle, esperaba yo tranquilamente que se callaran las alarmas. Lo impresionante era ver a gente de todo tipo parada, respetuosa. Tan sólo uno que otro proseguía sus actividades momentáneas sin mayor intención de interrumpirlas.

Iba en sexto de primaria. Después de la escuela me quedé con Vlada, gran músico que venía del grupo dos junto conmigo, viendo el ensayo que llevaban a cabo el coro de la escuela y un grupo de rock conformado por alumnos y ex-alumnos de la misma. Estaban poniendo la canción que cierra la película Hair que dirigiera Milos Forman en los setenta, todos vestidos de hippies. Era impresionante como había surgido todo este neo movimiento de la generación del amor y la paz en Belgrado. Eran ya muchos los que tomaban por asalto los guardarropas de sus padres. Al lado de los punks, los heavy-metaleros, los rockabillys, los patinetos y los raperos, los neo-hippies formaban parte del bestiario de las tribus urbanas belgradense de aquellos años.

En el coro cantaba una amiga nuestra que definitivamente empezaba a llamar mi atención un poco más de lo normal.

- Me encanta.
- Pues, haz algo. Llégale.
- ¿ Cómo crees?
- Sí, ¿verdad? Los más picudos de la generación de arriba empezaban a andar apenas en séptimo.
- Además, ya es mayo. Todos nos iremos a distintas partes de verano.
- Demasiado pronto y, sin embargo, demasiado tarde... qué ironía.

Me quedé pensativo otro momento. Realmente no sabía qué hacer. Tenía doce años y no podía dejar de pensar en Milena. Nunca antes había tenido yo este problema. Ni siquiera cuando íbamos juntos a esquiar los años anteriores. ¿Qué hacer? Su cabello rubio y su cuerpo, que cada vez se parecía más al de una mujer que al de una niña, me dejaban atónito.

Regresando a casa, atravesamos el parque que se encontraba cerca de la escuela y justo frente a mi edificio. Desde pequeño, en él había vivido los momentos más gratos de mi vida y es que resulta que desde primero de primaria uno ya iba solo a la escuela (dejando detrás a unos padres por demás preocupados) y es que, llegar acompañado resultaba bastante penoso frente a los demás compañeros. Y de allí para el real, en una ciudad de unos 2 millones de habitantes, uno se movía solo para todos lados. Antes, justo en ese parquecito solía andar en bicicleta o jugar todas las tardes hasta las siete de la noche, hora en la que tenía que regresar al departamento con todo y la llave que traía colgada de la agujeta amarrada alrededor del cuello (para no perderla), al igual que todos mis amigos.

Hacía aproximadamente un año que era apenas a esa hora a la que salía al parque a reunirme con toda la bola del barrio. Ya habíamos crecido. Al pasar por los columpios, los ví tocando la guitarra. Pasé a saludar y me retiré. Tenía mucha tarea y es que también eso había cambiado. Resulta que durante los primeros cuatro años de la primaria, solíamos hacer todos nuestros deberes en la misma escuela, en las dos horas libres que nos daban después de la comida, de manera que a las 3 y 10 de la tarde, salíamos todos y no teníamos más obligación que la de jugar y hacer travesuras. Luego, ya en quinto, nos cambiamos al edificio que albergaba a los alumnos de quinto a octavo. Ya eramos "grandes". Con todo y que el nuevo edificio era deveras horripilante y se situaba justo frente a mi edificio, por dentro resultaba imponente. Cada materia tenía un salón especial y en lugar de permanecer en un sólo salón al cuál ingresarían los diferentes maestros, aquí eramos los alumnos los que cambiabamos de salón, dependiendo de la materia. Así, el salón de biología contenía todo tipo de muestras, animales disecados, plantas, microscopios, etc., y el de inglés estaba equipado con todo un sistema de audio muy profesional que ayudaba a mejorar la pronunciación. De esta manera, también cada primer miércoles del mes, los padres visitaban a cada uno de los maestros sentados en cada uno de estos salones para enterarse de cómo iban sus vástagos, y la experiencia cambiaba de mes en mes y de salón en salón.

Era el año de 1989.
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