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30.12.08

De mi salida del país en diciembre de 1991 y las primeras percepciones sobre México

Mi familia también decidió salir del país. Mi mamá es mexicana y lo ha sido toda su vida, de manera que a mediados de ese 1991 mi hermana y yo nos convertimos igualmente ciudadanos de ese país. Las actas de nacimiento y los nuevos pasaportes nos fueron entregados por la embajada mexicana en Belgrado.

Mi papá se rehusaba a salir del país lo más que podía. Ese año no pudimos ir a visitar a mis abuelos a Dalmacia. Mi tía, la hermana menor de mi papá, ya había decidido compartir la suerte de Belgrado y de su gente. Sea como fuere. Todo se volvía por demás complicado, sobretodo si se toma en cuenta que en Belgrado el peligro no era palpable hacia finales de ese 1991. Mi papá aún era segundo reservista del ejército aún) yugoslavo y mi mamá decía que ya les habían repartido unos folletos sobre los planes de movilización y medidas de emergencia en caso de guerra en el centro de salud en el que trabajaba. Yo tenía quince años...

Con todo y que desde septiembre de ese 1991 yo ya lo presentía, me avisaron dos semanas antes de la partida la fecha exacta. No hubo tiempo para nada. No logré despedirme de casi ninguno de mis amigos. Muchos otros desaparecían sin mucho qué decir, de todos modos a todos les quedaba claro lo que ocurría. Como que las palabras sobraban. No podía creerlo. Adiós a mi grupo de rock, a mi tan añorado gimnasio, a la banda del parquecito, mis planes de andar con una chava que acababa de conocer (por cierto, refugiada de Croacia, de nombre Dunja)... todo por la borda: una vida entera de quince años.

Años decisivos. Era un hecho el que no quería irme. ¿Por qué habría de irme si este era mi país, mi gente? ¡Si la guerra estaba tan lejos, demasiado lejos! Nunca nos tocaría a nosotros, ni de chiste, todo aquello era un mal entendido, no pasaría nada, de veras... quedémonos.

A mi mamá todo aquello le pegaba demasiado fuerte. Luchaba con ataques de pánico y una especie de alergia nerviosa que ya para aquel entonces nos había sacado más de un par de sustos. Ya no era capaz de soportar la incertidumbre. El amor era grande, pero para una "niña bien" de la colonia del Valle de la ciudad de México todo aquello era demasiado. La gente empezaba a juntar despensas en los departamentos. No era la primera vez que se vivían tiempos de guerra en mi ciudad. De alguna manera, las personas sabían lo que podría venir y cómo prepararse para todo aquello. A mi mamá todo eso le resultaba por demás irreal.

Para mi papá, el siguiente paso era pedirle un permiso especial al ejército (aún) yugoslavo (JNA) para abandonar el país en tiempos de excepción siendo reservista. O salía de Yugoslavia o lo mandaban directamente al frente de combates en Croacia o a Bosnia. Una tarde difícil, que mi madre nunca olvidará. Finalmente, el hecho de estar casado con una extranjera y ser padre de dos extranjeros más inclinó la balanza a favor de su decisión.

Salimos del aeropuerto de Belgrado rumbo a México el 8 de diciembre de 1991. Nuestro equipaje, dos maletas por persona: ropa y documentos. Las llaves del departamento y el coche se los quedó mi tía. En un cuarto de ese mismo departamento ya semivacío amontonamos toda nuestra herencia material: fotos, cuadros, muebles, el piano, las bicicletas, ropa de invierno, regalos, libros, discos... Dos días después de nuestra partida, se habían ya cerrado las comunicaciones aéreas con Belgrado. Los costos de los seguros que tenían que pagar las líneas aéreas para volar a Yugoslavia se habían vuelto demasiado altos en proporción con las ganancias que de esos mismo vuelos podían sacar. Y luego vinieron las sanciones comerciales y económicas impuestas a Serbia (o lo que quedaba de Yugoslavia). A partir de 1992, la única manera de llegar a Belgrado o salir del país era a través de Budapest. De hecho, se desarrollaron negocios inverosímiles de taxis. Lo recogían a uno en cualquier dirección en Belgrado y lo llevaban hasta el aeropuerto de Budapest. Ida y vuelta. Ese mismo viaje lo hicimos Lizette y yo todavía en el 2005.

Los años siguientes fueron terribles. No queríamos estar allí dónde el destino nos había llevado. Sobre todo no mi papá, casi ahogado de preocupación por sus padres y su hermana y su familia. Las historias del destino de serbios en Dalmacia eran terribles. Por suerte, mi abuelo era esloveno. Ello debía protegerlos.

Habíamos planeado quedarnos en México tan sólo un año, mientras se calmaba la situación. Mis padres siguen allá y mi papá pasó al menos los primero diez años levantándose cada mañana decidido a comprar su boleto de regreso. Nunca se pudo adaptar del todo. Verlo así, todos los días, se volvió con el tiempo una carga demasiado pesada para mí también, hasta que un día decidí soltarla y enfocarme en mi propia lucha por sobrevivir. Por primera vez logramos volver en el año 2000, mismo año en el que por fin lográbamos reunir a las tres partes de nuestra familia separada, primero en Croacia y luego en Belgrado.

Mi abuela materna nos acogió en su casa con todo el amor propio de ella misma. A sus 86 años aún daba consultas en su consultorio en la ahora, nuestra casa. Diario, de las 4 a las 7 de la tarde, no podíamos hacer ruido y debíamos evitar molestar a las señoras que esperaban pacientes a ser atendidas por "la doctora Romero" en lo que luego se volvería nuestra sala de la televisión. La casa que construyó mi abuelo, ya fallecido para ese entonces, resultaba un monumento a la ineficacia arquitectónica. Todos los cuartos estaban conectados unos con otros, de manera que para llegar al baño de atrás de la casa era preciso atravesar la "sala de espera", el consultorio, la nueva recamara de mis papás, la recámara de mi abuela y mi hermana y mi cuarto. Para una niña de diez años que era mi hermana y un muchacho en plena lucha propia de la pubertad como yo, aquello se volvía a veces insoportable. No había privacidad de ningún tipo. Sin embargo, teníamos una casa y una nueva familia: tías, una infinidad de primos, más tías, una abuela, más primos en primer y segundo y tercer grado, tíos, tías abuelas, familia en Veracruz, familia en Guanajuato, aquí y acullá. Y todos nos querían y teníamos que querer a todos. Centenas de caras extrañas que desfilaban frente a nosotros con la soltura propia de familiares que crecieron juntos y se conocen de toda la vida. Con una excepción: mi familia había quedado atrás, allá en ese planeta extraño del cual fuimos "rescatados" y que quién sabe dónde se encuentra; a toda esta gente había primero que acabar de conocerla.

Por mi parte, no entendía la razón de hablar otro idioma que no fuera el mío. Llanto. Confusión. Nostalgia. Una nostalgia peculiar. No únicamente por no estar en mi país, sino hacia un país, una vida, una realidad que se destruyó a sí misma, que ya no existía como la había dejado.

Incertidumbre.

Al menos, el español fue durante muchos años el idioma en el que mi mamá me regañaba frente a visitas y aunque me rehusé siempre a contestarle en ese idioma, algo entendía. Mi hermana creció en una situación diferente. Cuando ella nació, nuestra madre por fin había encontrado trabajo y, más importante aún, había aprendido a hablar serbio/croata casi perfectamente. Una vecina (oriunda de la región de Srem, en Vojvodina) de nuestro departamento en el Belgrado viejo, la nana Jelica, venía diario a cuidarla. Por ende, Ana no entendía casi nada de nuestro nuevo idioma. Español era el idioma de nuestras vacaciones en México de cada tres a cinco años. Todas las tardes entre semana, mi hermana tenía que tomar clases de castellano durante dos horas en la casa. Una pesadilla... En su nueva escuela, privada (a causa del reducido número de estudiantes, mis papás consideraron que nos prestarían una mayor atención allí que en una escuela pública y el objetivo era en todo momento no perder el año escolar), la querían regresar a primer año de primaria, a pesar de haber ido en cuarto en Belgrado. Todo por no haber podido contestar satisfactoriamente un examen de matemáticas redactado en castellano (que versaba acerca de triángulos isósceles, radios, sumas, divisiones, quebrados y demás términos incomprensibles para una serbioparlante). En fin, la raíz del problema fue hallada a tiempo y Ana se volvía en poco tiempo la perpetua visitante del "cuadro de honor" de su salón.

Me sentía como caído de Marte en mi nueva "patria". A las dos semanas de haber ingresado a la escuela y a tres de haber llegado a México, tuve que presentar exámenes semestrales de tercero de secundaria. Historia de México, literatura iberoamericana, geografía, civismo (¿qué demonios es civismo? era la pregunta predilecta)... Mis compañeros. La mayoría me sonreía exhibiendo unos por demás ostentosos "brackets" pegados a sus dentaduras. Por primera vez en mi vida tenía que usar uniforme, una especie de conjunto para hacer deportes de color azul con una raya amarilla al costado. En mi terrible español intentaba comunicarme con jóvenes de mi misma edad con los que no compartía casi nada, más que la profunda inseguridad propia de nuestra edad y la aún más profunda confusión. La escuela se me antojaba una cárcel, una pequeña casa-habitación adaptada que distaba mucho de lo que yo entendía por una escuela. Nos era prohibido salir del edificio, nos era prohibido faltar a clases, expresar nuestras opiniones... seguir las reglas, era lo único. Todos eran llevados a la escuela por sus padres y puntualmente recogidos a la hora de la salida por unas enormes camionetas y unas mamás siempre muy ocupadas o de plano, por señores a los que muchos llamaban "choferes". La criminalidad en las calles de la metrópoli mexicana de casi veinte millones de habitantes no era algo a lo que estuviéramos acostumbrados. Su presencia se volvía algo cotidiano a los pocos meses, tras el primer asalto a mano armada en en autobús en el que me dirigía a casa de un amigo. Mi cabellera rapada de mis ya definitivamente terminados años de punk belgradense apenas crecía y en esas fiestas de Navidad y Año Nuevo subí unos diez kilos de peso. Me sentía profundamente solo.

Fue la primera vez que me enfrentaba a una sociedad profundamente católica, racista y clasista como la mexicana. Y no es que las sociedades balcánicas no lo fueran... al contrario. El redescubrimiento de la libertad religiosa empezaba a generar un fanatismo improvisado en todos los lados de ese crisol de culturas y religiones que son los Balcanes. Simplemente, yo crecí sin esa noción de pertenencia religiosa: en una Yugoslavia socialista y atea. Por otro lado, el racismo en una ciudad casi absolutamente carente de todo tipo de extranjeros (absolutamente provincial por ese mismo hecho), como lo es Belgrado aún hoy en día, es un concepto lejano a la cotidianidad, mismo que no se manifiesta hasta que se da el encuentro con el Otro, cosa que no sucedía muy a menudo, una vez que yo fui completamente asimilado como yugoslavo; y fue ese nacionalismo yugoslavo de mi infancia y mi juventud el que eliminó el racismo tan avivado en los noventa entre los "ustashas croatas", los "chetniks serbios", los "turcos musulmanes" o los "gitanos" despreciados por casi todos. En México, por el otro lado, el que 90% de la población fuese católica al menos eliminó de entrada cualquier tipo de polémica religiosa de mis conversaciones cotidianas. Sin embargo, la misa de gracias como parte obligatoria de la ceremonia de graduación de la secundaria, cinco meses después de nuestra llegada a la ciudad de México, sí presentó un pequeño problema de identidad en mi interior, el cual decidí no compartir con nadie. Por último, las diferencias tan marcadas entre una clara minoría pudiente, oligárquica, que contrastaba con una vasta mayoría pobre en un México tan injusto como lo es, y esa relación del color de piel con la posición social del individuo, herencia inmaterial de muchos países post-coloniales en los cuales los europeos durante siglos fueron detentores de todo el poder político, económico y social en contraste con la población autóctona subyugada y poseedora de ese sentimiento de inferioridad tan peculiar, me causaban un especial sentimiento de repudio al tenerme que enfrentar diario con relaciones sociales de poder basadas en esa mezcla explosiva de racismo y clasismo, nada claras para un extranjero recién llegado de una irrealidad socialista como yo lo era en un principio.

Mi abuela también tenía una señora que trabajaba y vivía en su casa y hasta un chofer que manejaba su excepcionalmente bien cuidado Volkswagen sedán 1973 que yo heredaría al poco tiempo y que destruiría finalmente en una especie de final espectacular de una época muy importante de mi vida en un desafortunado accidente automovilístico en abril de 1999. Mis tías también tenían servidumbre y las divisiones de clase se respiraban en muchas actitudes interiorizadas por todos los involucrados. A nosotros nos tocó desde un principio ubicarnos en una posición intermedia de "parientes pobres" y a mí, personalmente jamás me quedó claro cómo comportarme en diferentes situaciones. Muchos años después todo seguía siendo tan diferente. Mi mejor estrategia era la total adaptación, lo cual a veces conllevaba la creación de un personaje "mexicano" que en su afán por esconder su absoluta y total inseguridad actuaba con una seguridad y hasta prepotencia incomprensibles frente a sus nuevos parientes, siempre evitando hacer cualquier error al sentarse a la "mesa" que jamás dejó de imponerle. Los dolores de estómago anteriores y presentes durante cada cena de Navidad y demás arranques de nerviosismo incontrolable incluidos. Baste decir que a las dos semanas de haber llegado e México tuve que disfrazarme de adulto por primera vez en mi vida, usando unos pantalones de vestir de mi papá, una corbata igualmente prestada y a falta de saco, un suéter horrible. De mis zapatos Dr. Marten's y la chamarra del ejército no quedaba mucho en aquella Navidad de apariencias. El amor y la ayuda constantes profesados por la familia mexicana jamás podré agradecerlos suficientemente y con los años se transformaron en algo muy real y palpable. Sin embargo, la distancia y las diferencias entre nuestros mundos no pudieron ser puenteadas ni muchos años después.

Por otro lado, interrumpí toda comunicación con mis amigos de Belgrado. Nunca fui gran partidario de escribir cartas, el internet aún no existía como lo conocemos hoy en día y el dolor que me invadía con cada intento de escribir era insoportable. En la embajada yugoslava de México había igualmente separaciones y la colonia completa de todos modos no excedía unas cincuenta o cien personas. Mi relación con los Balcanes se resumía a las indispensables llamadas por teléfono con los abuelos y mi tía, a los recuerdos, y a ignorarnos mutuamente durante casi toda la primera parte de la época de los noventa. A los pocos años, yo mismo ya me sentía mexicano y de mi pasado yugoslavo quedaban tan sólo unos recuerdos vagos... hasta el año 1999 y la posterior visita a Belgrado en el verano del 2000.
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14.12.08

La leyenda del hombre serbio joven y débil (hsjd) de Igor Ivanović, parte IV

Estimados lectores circunstanciales de Eslavos del sur, el día de hoy les traigo la cuarta y última parte del artículo "Legenda o mladom, slabom srpskom čoveku" (La leyenda del hombre serbio joven y débil), autoría de Igor Ivanović, publicado en el portal Nova srpska politička misao (Nuevo pensamiento político serbio) en su sección de política cultural. La pertinencia del texto la juzgará cada quien, el cual me parece singularmente importante para entender la actual cotidianidad serbia. Baste decir que el autor de Eslavos del sur no comparte la totalidad de las opiniones expresadas en el presente artículo.

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La leyenda del hombre serbio joven y débil
(Parte IV)


Igor Ivanović,
17 de Noviembre de 2008
traducido del serbio por Daniel Durini


Esta ecuación amarga de la decepción y la posterior vuelta a la sobriedad la experimentó personalmente como primero el difunto Primer Ministro Zoran Djindjić. Este niño travieso de la escena política serbia atravesó de manera acelerada, de acuerdo con su inteligencia dominante e inquieta, esa parábola determinante que va del embrujo con los valores occidentales hacia la completa amargura causada por la política de ese Occidente hacia nosotros. Él desapareció justamente en el precipicio de ese cambio repentino de rumbo político del Occidente hacia el Oriente en circunstancias, cuya explicación oficial y la versión interpretada de parte de todos los medios de comunicación insultan la inteligencia del hombre promedio. Por este crimen fue acusado un clan indudablemente criminal, como el factor único organizado involucrado en el atentado en contra del Primer Ministro Djindjić, a pesar de que le quedara claro con el tiempo hasta a los niños pequeños que esta organización tremenda no era capaz de planear semejante acción sin un apoyo serio de seguridad proveniente desde adentro del Estado o de una organización interestatal. Al igual que en el caso de Lee Harvey Oswald, quién evidentemente sujetaba el rifle y pretendía asesinar a Kennedy, la verdad empezó a fluir hacia la opinión pública y la versión oficial de este evento empezó a insultar la inteligencia del estadounidense promedio. En ambos casos existió al menos una bala famosa demás, la cual destruía las versiones oficiales.

Sin embargo, la generación del Hombre Serbio Joven y Débil pedía a gritos un mito nuevo y contemporáneo. A ella jamás le interesó el fundamento del destino trágico de Zoran Djindjić, como paradigma de un pueblo que se encontró en el cruce sangriento de fuego del poder mundial. Esta generación veía con fiebre en el cuerpo ametrallado del Primer Ministro tan sólo el puente de pontón hacia la tierra mítica prometida. La generación educada para no amar la verdad y no plantear preguntas, una generación poseedora de un sentimiento fuerte hacia la buena vida de los años ochenta, no tenía aliento histórico suficiente para continuar la conquista de la libertad. Escogió, en nombre del mito acerca de una vida mejor, su propia ocupación. No se trataba aquí de la encarcelación del cuerpo, como tampoco de una delimitación violenta del espacio o la prohibición del tránsito libre, sino que se trataba aquí de una ocupación voluntaria del propio espíritu.

Fue entonces que, bajo la dirección y ejecución del Occidente, llegó igualmente ese día de la gran humillación serbia: la unilateral proclamación de la independencia de Kosovo. Y como venía sucediendo ya todo un decenio o dos anteriores de ello, la aplicación de estándares dobles resultó una vez más evidente: lo que es válido aplicar en contra de Serbia en su propio territorio legal, ¡no lo pueden hacer en el caso contrario los serbios en otro territorio internacionalmente reconocido!

Pero en este caso apareció algo novedoso, un cinismo jamás registrado con anterioridad, ni siquiera en la maquinaria propagandística de Milošević: la explicación de ¡que todo aquello se hacía en nombre del desarrollo de Serbia! Es por su bien el que les estamos arrebatando Kosovo, no se inhibían en decir los embajadores en el servicio de las grandes potencias en Serbia, al igual que los políticos respetados en el gran mundo. Desde su esquina, las cosas se veían muy simples: debido a que la política que dominaba en Serbia, y que gozaba de una apoyo apasionado de la generación del Hombre Serbio Joven y Débil, se basaba en la premisa que rezaba que la entrada en la Unión Europea es la primera de todas las prioridades y ya que no existía ningún otro objetivo parecido, ¿por qué no pagar por él un precio elevado? Si es el caso de que no existe ninguna alternativa, ¿quién les está preguntando cuanto va a costar todo eso? Algunos miembros de la Generación del Hombre Serbio Joven y Débil se sintieron un tanto inseguros, a muchos les brotó, de manera inconsciente, desde las profundidades genéticas, la memoria de la cena y la maldición del príncipe (Lazar, del poema vernáculo del ciclo de Kosovo de mismo nombre (ya explicado en este blog aquí), N. del T.), aunque con todo y eso la gran mayoría triste volvió a demostrar su debilidad y su cobardía. Saben, se trata aquí de realidades, decían: es verdad que el Occidente no se portó de una manera muy justa hacia nosotros, pero hay que seguir hacia adelante, no hay de otra. Este mantra carente de contenido y desgastado, que se repetía durante meses en su diferentes mutaciones en la opinión pública local, era tan sólo una excusa torpe para una generación débil y cobarde, la cual vendió su fe a cambio de una cena. Cada vez que un miembro de esta generación se posicionara frente al espejo moral y se observara, vería en lugar de su corazón, su propio ano. ¿Se le ocurrió a alguien en ese entonces que, en medio de ese conformismo cuestionable generacional inmerso en la autodestrucción voluntaria, pudiera estar naciendo algún futuro dictador en Serbia, algún nuevo Milošević - al igual que en las circunstancias parecidas de capitulación y en un ambiente de puerilidad política parecido, en los tiempos de la Constitución de 1974, nació políticamente el verdadero Slobodan Milošević?

Todo lo que siguió es tan sólo la inevitabilidad de la historia, a la cual la generación del Hombre Serbio Joven y Débil jamás deseó comprender. Al igual que sus padres, a causa de la banalidad de su sistema de valores el cual con el tiempo creó un clima adecuado para la guerra en estos espacios, sacrificaron la juventud de sus propios hijos, así mismo esta generación, en nombre de los mismos objetivos momentáneos y nada profundos, pondrá, desafortunadamente, el futuro de sus hijos bajo un gran signo de interrogación. Nada los detendrá en ese aventarse al vacío orgánico, ni siquiera la advertencia evidente de que la civilización de los mercaderes de Venecia, a la cual éstos adoran tan apasionadamente, se está tambaleando en sus cimientos. Se quedarán sordos y mudos.

De esta manera la generación crecida con la bufanda roja y los pañuelo rojos, la cual maduraba basada en las historias de Prle y Tihi (de la serie Otpisani, ya aclarada antes en esta traducción, N. del T.), sus años de adulto los encontrará sobre posiciones morales completamente opuestas a las que les preprogramaron los comisarios en el sistema educativo de aquel entonces. En lugar de volverse personas que, a causa de su educación basada en el heroísmo partisano, formadas a imagen del personaje literario de Pavel Korchaguin, los miembros de esta generación reconocerán su profecía determinada en otro lugar en la lectura obligatoria de la escuela. En la obra cumbre de Los hermanos Karamazov, en el personaje del vividor Smerdiakov, Dostoievski lo habrá previsto todo. Smerdiakov no desea ser hombre de su tiempo y su espacio. Siente de alguna manera embarazoso el ser ruso y el vivir allí donde lo hace, en Rusia. El quisiera ser francés, porque considera que la de los franceses es una gran cultura, a diferencia de la rusa, primitiva y retrasada. Desprecia las costumbre populares y la tradición, no quiere al hombre popular ruso. En una palabra, odia todo lo que lo rodea y todo con lo que vivió. El sueña con Europa y su gente de avanzada. No cree en Dios ni en las leyes divinas. Sin embargo, él es, con todo y todo y de manera paradójica, un sirviente. Por un lado, es consciente de su posición de lacayo, por el otro, no hace nada para cambiar esa condición. No es tonto, tampoco carece de educación. El está convencido de que le fue encargada la misión de su conversión en el hombre moderno y urbano. Sufre de una especie de esquizofrenia, con lo cual el escritor muestra de manera simbólica su posición desgarrada en el tiempo y el espacio. Un gran ruso, el autor de esta novela, entrevió y despreció, a través del personaje del sirviente Smerdiakov, la época que vendría al igual que a la gente que se volverá el portavoz de esta época. El, personalmente, carece de todo dilema, no hay hombre sin Dios y no hay humanismo sin la fe. Es por ello que le da a Smerdiakov, listo e inteligente, el papel de asesino que mata por pura voracidad. Al final, no tiene ningún provecho de ese dinero y termina de manera triste y antes de tiempo. Pero él, incluso en su lecho de muerte, hace juicios de valor: le explica a su consejero espiritual Iván Karamazóv ¡que el asesinato está permitido! Ya que, como él mismo le estuvo diciendo, Dios ya no existe ya que la razón y la ciencia avanzan constantemente, de manera que las leyes anteriores ya tampoco son válidas. ¿Por qué habría que respetar los Diez Mandamientos de la Biblia si Dios había desaparecido para siempre de la vida del hombre?

Así toda mi generación, personas ya desde hace mucho adentradas en los años de adultez, espera la conclusión de su destino, huyendo de los desafíos de la creación de la libertad y aceptando la ocupación suave. Sea como fuere, que hagan con nosotros lo que quieran, tan sólo que nos dejen en paz y que nos liberen de cualquier tipo de grandes desafíos. El miedo hace mucho que se metió a los corazones de los miembros de esta generación. El miedo que desde siempre había sido el más grande enemigo de la libertad y el mayor aliado de la esclavitud. Atravesarán la vida con la cabeza baja, incrustados en el confort de la banalidad y el lodo moral, lejos de los sueños heroicos, sin voluntad y sin deseos. Así como empezamos, con Meša Selimović, así también terminaremos: "Ten miedo del macho cabrío, ten miedo de la mierda, ¿y cuándo vivirás, Hombre Serbio Joven y Débil?".

Fin.
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7.12.08

La leyenda del hombre serbio joven y débil (hsjd) de Igor Ivanović, parte III

Estimados lectores circunstanciales de Eslavos del sur, el día de hoy les traigo la tercera de las cuatro partes en las que iré traduciendo el artículo "Legenda o mladom, slabom srpskom čoveku" (La leyenda del hombre serbio joven y débil), autoría de Igor Ivanović, publicado en el portal Nova srpska politička misao en su sección de política cultural. La pertinencia del texto la juzgará cada quien, el cual me parece singularmente importante para entender la actual cotidianidad serbia. Baste decir que el autor de Eslavos del sur no comparte la totalidad de las opiniones expresadas en el presente artículo.

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La leyenda del hombre serbio joven y débil
(Parte III)

Igor Ivanović,
17 de Noviembre de 2008
traducido del serbio por Daniel Durini

Orgulloso de su papel libertario reinventado y ciego de su propio orgullo personal, el Hombre Serbio Joven y Débil no deseaba saber cuánto le debía por su nueva libertad a aquella Serbia pobre y campesina la cual organizaba levantamientos (en contra de los otomanos, N. del T.) en Marićeva Jaruga o en Takovski grm, para asegurarse de que a sus hijos futuros los calentara el sol. No deseaba saber tampoco acerca de aquellos hijos del pueblo trabajador que desaparecían en las Gólgotas desafiando la no-libertad y el poder. En lugar de ello, él hablaba de su espíritu europeo aprisionado en los Balcanes montañosos. Hablaba de su perspectiva europea y la necesidad del regreso por demás urgente a su natural familia europea, al igual que acerca del bienestar que lo esperaba al final de su misión.

Jamás se le ocurrió decir alguna palabra acerca de toda aquella ascendencia suya a la cual le debía "su espíritu europeo" en primer lugar. Acerca de esa misma ascendencia a la que se le ofrecía durante siglos, después de la batalla de Kosovo, tomar la religión del Islam y de esa manera abandonar su condición de plebeyo para llegar a formar parte de esa sociedad compuesta de ciudadanos de alto rango, cuyos hijos se educaban en Estambul y gozaban de los privilegios propios de los hijos del imperio otomano. Al contrario, esa ascendencia suya escogió llevar la cruz heredada de sus antepasados en el año de 1389, cuando se dirigieron al Kosovo plano, a sabiendas de a donde iban y que de allí jamás regresarían. De esta manera, cuidaron durante siglos (a pesar de las ofertas atractivas a cambio de una conversión religiosa, de presiones o amenazas) su fe cristiana, su tradición bizantina y su espíritu europeo. Y no era tan sólo el que no contaran con el apoyo de la mayoría de las potencias euro-cristianas, sino que las tenían en contra suya, aliadas con los turcos. ¡Cuántas veces se recorrió esa sufrida trayectoria política en la historia de los grandes intelectuales serbios: la que iba de la euforia ciega hasta la agria decepción del Occidente! Pero el Hombre Serbio Joven y Débil, desafortunadamente y de manera tan perjudicial, ¡jamás tuvo que aprender estas lecciones de la historia durante sus estudios, como tampoco aprendió muchas otras lecciones cruciales! A él lo educaban para aprender acerca de la difícil infancia del pequeño Jože (apodo de la infancia de Josip Broz - Tito, N. del T.), leer los cuentos de partisanos y ver la serie de televisión Otpisani (los eliminados, que versa acerca de la organización clandestina de los comunistas en la Segunda Guerra Mundial, N. del T.). Es por ello que tampoco en sus años maduros podía comprender cuánto les debía a sus antepasados y al sufrimiento de éstos por su "espíritu europeo". ¿Podría hacer referencias a ese espíritu europeo tan fácilmente hoy en día de llamarse, por ejemplo, Mehmedalia? ¿O será que el Hombre Serbio Joven y Débil no entiende que el espíritu europeo nació y creció a través de la cristiandad?

¿Será por eso que nuestro nene generacional, ese cobarde heróico y ese niño consentido de la no-historia, como no tomó la cristiandad, considera que no tiene sentido ni es necesario el autosacrificio? Externando el impulso pagano hacia el gozo y el entretenimiento, el cual se tornará con el tiempo en la atracción hacia lo material, este nuevo-yugoslavo nostálgico realizará una conversión voluntaria al empezar a adorar el nuevo culto. Así se convertirá la Unión Europea en el nuevo Absoluto o el tótem de su tiempo, el nuevo fetiche del cual no se tienen dudas y el cual se defiende con la misma pasión y el mismo arsenal verbal usado anteriormente en la defensa de la autogestión socialista. Esta creación estatal avanzada y sin duda eficaz se volverá para el Hombre Serbio Joven y Débil, en lugar de un proyecto político real, una especie de reino imaginario del bienestar. Es por ello que la unión programada de dos mitos humanos ancestrales, el mito acerca de una vida mejor y el mito acerca de la tierra prometida, los cuales se encuentran siempre allí al alcance de manos, la que llevará a nuestra generación en lugar de hacia una conquista aventurada de la experiencia en el espacio, hacia un viaje melancólico a través del tiempo. En el remolino de la historia balcánica, los "ochenta de oro" desaparecidos de manera definitiva experimentarán así su reencarnación en el nuevo mito generacional acerca de la Unión Europea. Nadie hablará acerca de la enorme oportunidad para un trabajo duro y el sudor que los esperarán potencialmente allá, sino que todos fantasearán con la promesa de una especie de nuevo país de Broz, en el cual "se trabaja poco, pero se por ello vive muy bien". Tan sólo es cuestión de que nos volvamos miembros de esa familia grande y rica de los pueblos civilizados, ¡para así empezar a vivir "como todo el mundo normal"! El dolor de una juventud sin preocupaciones interrumpida tan abruptamente para la generación del Hombre Serbio Joven y Débil llenará todas sus esperanzas y sueños acerca del futuro. Y él aceptará todo, cualquier tipo de capitulación o cualquier clase de humillación, con tal de poder vivir el resto de su vida de una manera confortable y sin preocupaciones. Bajo la campana de cristal de su propia vergüenza y su propia debilidad, bajo el paraguas de su propio egoísmo y usando el pretexto de estarlo haciendo todo por el bien de sus hijos, todo lo que hace lo hace única y exclusivamente por él mismo. De la misma manera en la que le enseñaron a aceptar el culto de Broz para soportarlo, sobreviviendo, creará y seguirá el culto de la Unión Europea, al cual impregnará de contenido con sus expectativas. Por ello tendrá un imagen del Occidente fundamentalmente infantil; compuesta de una superficialidad insoportable, una falta de educacion crónica y unas expectativas nada realistas acerca de la seguridad material, la cual le será regalada inmediatamente con el simple hecho de ingresar en esta organización. Cada uno de los miembros de esta generación hablará, repitiendo subconscientemente las declaraciones de los políticos irresponsables, acerca de las decenas o centenas de millones de euros que nos esperan por allá. Tan sólo que ya no seamos así como somos. Las cosas son tan simples que es un verdadero milagro que no lo vean todos. El bienestar duradero se encuentra al alcance de mano. Esta ópera de limosneros será tan sólo una continuación lógica y triste de la educación que enseñaba que alguien siempre tiene que generar los bienes por tí para regalártelos después, que no te toca a tí luchar y construír por tí mismo esos bienes, con tu propio sudor. Semejante mentalidad de debilidad de varios decenios y su acompañante necesario, el espíritu derrotero, tornarán a la generación de los que hoy se encuentran en sus treinta o cuarenta en una especie de narcodependientes modernos - adictos compulsivos a las sociedades de consumo y a la vida relajada pequeño burguesa.

Evitando todo tipo de autosacrifico en favor del bien común, esta generación de asfalto en su años de adulto promulgará, para esconder su naturaleza verdadera de rapiña del confort, su misión urbana, pro-europea. Pero no promocionará, a imagen de los misioneros de antes, dedicados y preparados para el sufrimiento, el espíritu europeo original, esa unión superior de la cristiandad, la filosofía y la ética del trabajo; sino que sermoneará, en lugar de ello, acerca de la saga patética y de nuevo rico acerca del rock'n'roll, las fiestas y los viajes de los "ochenta de oro", cuando amaneció el espíritu europeo en este espacio oscuro de los Balcanes. Y cada uno de los miembros de la generación le añadirá con los años cada vez mayor romanticismo a esta biografía colectiva, describiendo ese tiempo como de un brillo de intensidad nada objetiva y engrandeciendo su propio papel en la dimensión cultural de ese tiempo. El Hombre Serbio Joven y Débil hará lo que han hecho todas las generaciones desde la aparición del mundo cuando encaran en sus años de adultez el hecho de la impermanencia de la vida y la juventud desaparecida que no retornará, haciendo sin embargo, una sola excepción: intentará con todas su fuerzas de incrustar, en un proyecto político real europeo, su propio tiempo pasado y ya envejecido. De esta manera se debilitará aún más, destruirá su salud mental y un hombre así, débil, medio discapacitado y medio-hombre, no le servirá ya a nadie: ni a él mismo, ni a sus hijos, ¡y mucho menos a la Unión Europea!

¿Y será que los pueblos hermanos de Europa lo necesitan precisamente así? ¿Para qué lo necesitarían fuerte y desobediente? ¿Para qué necesitarían un verdadero Occidente en Serbia, cuando su sólo simulacro les sirve de manera tan fiel? Pero el Hombre Serbio Joven y Débil no se sentirá avergonzado de su papel de vasallo. Le recriminirá al Occidente el no habérselo dado antes. Será el representante de la primera generación serbia en la historia que voluntariamente niega su esclavitud, la que limita su herencia sangrienta de la libertad por sentir que no puede hacerse responsable de ella, la que buscará su propia salvación antes en manos ajenas que en su propia alma. Será la planta que seca sus propias raíces para vegetar en el sol europeo, una planta sin frutos y sin olor. Una generación asustada de la libertad que soñará con una esclavitud confortable. ¿Por qué la libertad tendría que cantar como los subyugados cantaban acerca de ella? Para la mala fortuna del Hombre Serbio Joven y Débil, esta paradoja acerca de la evolución de la idea de la libertad hasta la frontera del horizonte detrás de la cual sigue su inevitable desplome, no será una verdad cósmica y universal, sino un retraso genético nada afamado en un pueblo.
La generación de los adultos en sus años treinta o cuarenta de hoy, la cual pedirá menos libertad, menos independencia y estados más pequeños, básicamente abandonada por el Occidente sobre cuyo magnetismo creció, no tendrá ese sabor amargo de la traición en la boca, ya que al Occidente real jamás lo pidió, como tampoco lo entendió. ¿Qué miembro de nuestra generación, cuando hoy en día habla de los valores del Occidente, piensa en Chomsky, Pinter, Solzhenitsyn, Handke o Bodriar? ¿Y quién, cuando habla sobre ello, no piensa en los Rolling Stones, Madonna, Tom Cruise, Versace o Federer? La huída de la exploración de las profundidades de la vertical occidental y el intento por nadar sobre la superficie de la horizontal del Occidente achatará la dignidad de la generación del Hombre Serbio Joven y Débil a tal grado que ya no se dará cuenta su propio papel tan triste en la gran paradoja: siguiendo las órdenes y los deseos de la élite político-cultural del Occidente, los ejecutores de la idea occidental aquí con nosotros ¡serán los hasta ayer jurados comunistas! Si existiera un solo rostro para toda una generación, ¡eso sería la cachetada más grande que le podrían pegar! Todo un ejército de hijos de los generales de Broz de las mansiones arrebatadas de Dedinje (la colonia habitacional más exclusiva de Belgrado, N. del T.) se volverán los perpetuadores de la democracia occidental de la misma manera en la que sus antepasados alguna vez imponían la autogestión socialista. Repartidos, siguiendo órdenes, en un espectro amplio de organizaciones no gubernamentales, estos comisarios juveniles del Partido Comunista de Yugoslavia de antaño, tendrán nuevas tareas, las cuales encarararán con la misma determinación, es decir con odio y la exclusividad. Como nuevos comisarios del Occidente, tan sólo continuarán allí donde pararon en su juventud. Antes perseguían, ellos o sus mayores, a los que pensaban diferente a causa de la pertinencia moral-política. Hoy en día, hacen lo mismo en nombre de lo políticamente correcto. Estos sesentayocheros falsos (en ese entonces, cuando había mucho entusiasmo, ellos se encontraban al margen lejano que garantizaba su seguridad, o eran protegidos como hijos de los funcionarios rojos) se volverán los falsos europeos, cuyos errores y cuyas vergüenzas tendrá que sufrir toda la generación del Hombre Serbio Joven y Débil. Pero, la generación se quedará muda, no preparada para levantar la voz de una manera significativa y ofrecerle resistencia a este tipo de terror reinventado y suave. En lugar de ello, cantará acerca de viajes sin visas, buenos shoppings y las fiestas, de nuevos videoclips y de conciertos. Una generación profundamente derrotada y desganada, engordada a base de lodo y de tentaciones hacia los pecados pequeño burgueses, cuando piensa sobre el Occidente, piensa en el reino de las marcas famosas (brands), los últimos gritos de la moda (trends) y los nuevos friends. De esta manera, la no-libertad cambiará, tan sólo dos o tres decenios después, de forma, y sus comisarios se convertirán a la nueva ideología, todo lo demás permanecerá igual.

Los arrestos sufridos por los buscados por el Tribunal de La Haya en todos estos años, al igual que toda la serie de sentencias dictadas por ese tribunal, no lograrán debilitar la fe ya fundamentalista del Hombre Serbio Joven y Débil en el reino del Occidente. El fanatismo que externará en este proceso no se medirá por la dureza férrea de su convencimiento o la disposición al autosacrificio en nombre de la defensa de este convencimiento. Este fanatismo será un producto postmoderno, una especie de campamento de vida que se medirá con el espacio. Que se usará para escapar de los fundamentos y el significado. El espacio cubierto por la banalidad y la superficialidad, la autoexclusión enmarcada de la continuación de su propia historia y el autoexilio demarcado de la aventura de la conquista de la libertad. Mientras que las generaciones de los padres del Hombre Serbio Joven y Débil gastaban la vida como si fueran avestruces, manteniendo la cabeza enterrada en la arena, para puentear el vacío histórico, sus hijos desearán desintegrarse del espacio y el tiempo, en medio del fuego cruzado de la historia, en la mítica tierra prometida. Ellos no guerrearon, ellos no apoyaron el régimen de Milošević, a nadie le desearon o hicieron el mal, ¿por qué entonces no tienen derecho a una vida mejor? ¿Quién les robó sus mejores años y les canceló nuevos viajes, vacaciones exóticas y fiestas locas? Los acontecimientos que seguirán la caída del régimen de Milošević no realizarán los sueños de la generación del Hombre Serbio Joven y Débil, el Occidente tan sólo fortalecerá las presiones impuestas sobre Serbia y la libertad no sabrá cantar como los subyugados cantaban sobre ella. En lugar de la bienvenida que significativamente integraría a Serbia en el espacio europeo, el Occidente continuará el vacío histórico con su política antropológica, personificada en el deseo de poder y Serbia se quedará en la periferia lejana de la expansión de fundamentos de la civilización occidental. En lugar de la buena voluntad y las buenas intenciones, hacia Serbia se ejercerá una política de simulacros. Por un lado, se oirá la fortísima bienvenida retórica, mientras que por el otro, existirán impedimentos, presiones y las malas intenciones.
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