La primera guerra mundial y la creación de la primera Yugoslavia
La actitud traidora de los dirigentes de la II Internacional (1, 2, 3) a su propia ideología internacionalista, que, violando los principios marxistas, apoyaron a sus diferentes burguesías, contrasta con la actitud internacionalista de la mayoría de los socialistas balcánicos que denunciaban la guerra imperialista y a la burguesía de sus propios países como primer enemigo (1, 2, 3). El auténtico espíritu comunista, quedó reflejado en el valiente acto de los diputados socialistas serbios, de votar en contra del Gobierno cuando pedía el apoyo de todos los partidos para detener la agresión austro-húngara [1]. Estos actos en aquel entonces, al igual que hoy en día eran sentidos como alta traición a la patria.
Para que no sea una excepción, tras declararle la guerra a Serbia (1) por haberse negado que la policía austrohúngara realizara la investigación del atentado al Archiduque Francisco Fernando (Franz Ferdinand) (1, 2) en suelo serbio y castigara a los que encontrara culpables (todo lo cual se exigía en el famoso Ultimatum del 19 de julio y que fue rspondido por parte del gobierno serbio en esta respuesta), el Imperio Austrohúngaro bombardeó Belgrado tras declararle la guerra a Serbia. En tan sólo trece días que duró la primera ocupación, la ciudad fue incendiada, saqueada y su población maltratada. En Kalemegdan yacían los cuerpos colgados de los opositores a la agresión y miembros del ejército serbio.
Viendo la amenaza austrohúngara y la baja moral de su ejército, ya muy enfermo y pronto a morir, el aún rey Petar I se levantó de su lecho y sostuvo un discurso histórico ante sus tropas, mismo que, según se dice en la leyenda, les llenó de una fuerza renovada. En las próximas batallas lograron repeler las fuerzas austríacas de sus territorios. En esa ofensiva se lograron capturar más de 600 soldados austrohúngaros y alcanzar una temporal liberación y paz que duró del 15 de diciembre de 1914 al 6 de octubre de 1915. Viendo su derrota, Austria decidió regresar al frente serbio, sólo que esta vez con tropas de su aliado: Alemania, comandadas por el general August von Mackensen.
Belgrado caía en manos de los agresores con un costo de más de 5,000 soldados serbios muertos en los nueve días que duró la batalla [Lek95]. En los anales históricos se menciona ésta como una de las batallas más difíciles que sostuvieron los agresores en su guerra contra Serbia. Belgrado era una vez más incendiada, saqueada y su población aniquilada a manos del enemigo o por el hambre.
Una gran parte de la población decidió unirse a la retirada del ejército serbio, abandonando su reino, en dirección de Albania, en medio de un invierno terrible (1, 2, 3, 4). En las costas del Adriático tuvieron que esperar a sus aliados durante mucho tiempo para finalmente ser trasladados a las islas de Korfú y Vido. Muchos fueron trasladados a Francia donde recibieron ayuda. Según John Reed [1 apud J. Reed, La guerra en Europa Oriental, Ediciones Curso, p. 109], el periodista comunista americano (que fue corresponsal en la zona), sólo en la primavera de 1916 murieron de tifus 300,000 serbios.
Sumergido en su totalidad en el terror, todo el ejército serbio fue desterrado por las fuerzas agresoras, para continuar su lucha en un nuevo frente abierto en Salónica el año de 1916 (1, 2). Los soldados tuvieron que marchar sobre casi un cuarto del territorio de Europa para volver a sus hogares, dejando más de 95,000 en este camino del infierno la vida, sobre todo en las islas del archipiélago griego. Es herencia de aquellos acontecimientos la canción de Tamo daleko (Allá lejos, en traducción al español) que es hasta el día de hoy aún una especie de himno popular (aunque no oficial) serbio que sobrevivió incluso la censura política impuesta por parte del gobierno socialista en la época de Tito.
En otoño de 1916, el ejército serbio inició junto con los francéses los preparativos para la gran batalla con la que finalmente decidirían el resultado de la I guerra mindial y regresarían a casa. El 15 de septiembre de 1918, los soldados lograron finalmente romper el llamado frente de Salónica. 45 días después, ya habían llegado a Belgrado, liberado el día primero de noviembre de 1918 (1, 2, 3).
A finales de enero de 1921, el comandante de la parte oriental del frente de Salónica, el mariscal francés Franchet d’Esperey, le entregó a Belgrado la distinción de la Cruz de Caballeros de la Legión de Honor (1, 2). Después de Paris y Liege, Belgrado resultó ser la tercera ciudad proclamada heróica en la primera guerra mundial.
Es éste, desde luego, el segundo de los tres mitos glorificados y repetidos hasta la exageración por los nacionalistas serbios de los inicios de la década de 1990 y hasta el día de hoy.
Uniéndose a los esfuerzos de Serbia y de Montenegro, la parte más progresista de los pueblos sudeslavos que continuaban en el marco del Imperio Austrohúngaro o bajo otras dominaciones se incorporaron a la guerra a través de brigadas voluntarias o bien mediante su actividad revolucionaria contra la monarquía de los Habsburgo.
Sin embargo, no está demás recordar las demostraciones de muchos croatas y bosnios en las calles de las principales ciudades de esa región de los Balcanes que seguía bajo el dominio de los Habsburgo, en contra de los serbios y todo lo que con ellos y la unificación de los eslavos del sur tuviera que ver. Aún no había ningún antecedente de enemistad alguna entre los serbios y los croatas, mismos que se sentían muy cercanos en esta coyuntura imperialista. Incluso, muchos serbios austrohúngaros pelearon lado a lado con los otros sudeslavos movilizados por el ejército imperialista, aunque según muchos testimonios, se hallaban en sería desventaja y bajo constante sospecha de traición, al combatir a su mismo pueblo del otro lado de las trincheras. Una gran parte de croatas, musulmanes bosniacos, eslovenos, checos y hasta serbios velaban por sus intereses y sus obligaciones de súbditos de la monarquía austro-húngara. Queriendo quedar bien a los ojos de sus amos, se volvían los más feroces guerreros en las batallas principalmente en contra de los serbios. Muchos recibieron altas condecoraciones militares por parte de Austria y Alemania (1, 2, 3). Era ésta una muestra más de la terrible influencia de los imperios en los pueblos nativos de sus fronteras. Los serbios, croatas, eslovenos, montenegrinos y macedonios se enfrentaban de nuevo vestidos, a excepción de los serbios y los montenegrinos, en uniformes de otros y bajo otras banderas, al igual como lo hicieron para el Bizancio, los turcos, los austríacos o alemanes en el pasado.
Interesantes líneas acerca del ambiente en las calles de Zagreb en el verano de 1914, con demostraciones de solidaridad con la familia imperial de Viena y búsqueda de venganza por parte de los croatasy musulmanes bosníacos leales en contra de los asesinos de Franz y de Sofía al otro lado del río Drina, al igual que el pensamiento transcrito de las memorias de Josip Horvat, croata, en sus memorias (Zapisci iz nepovrata. Kronika okradene mladosti 1900-1919), que dice: "(...) todo pasa en una especie de borrachera festiva, irresponsable, nadie ve (...) que los que tendrán que intercambiar los primeros disparos en el gran conflicto son precisamente los croatas y los serbios (...)", escribe Filologanoga en su blog.
Por su parte, los sudeslavos que pugnaban por la unificación y se hallaban lejos de su territorio (principalmente croatas y eslovenos) promovieron una agitación en todo el mundo, a favor de su unidad e independencia, fundando un Comité Yugoslavo (1, 2, 3) que colaboró con el gobierno serbio. Fruto de esta colaboración, y del patrocinio de EUA y Gran Bretaña interesados en crear un estado fuerte que frenara a Austria en un principio y a Alemania y la recién formada URSS después, por ese sudeste europeo, fue la firma de dos declaraciones: la primera, en Viena, el 30 de mayo de 1917 –La Declaración de Mayo- (1, 2, 3), implicaba que los serbios, croatas y eslovenos formarían un estado: Yugoslavia, dentro del Imperio austrohúngaro y bajo la corona de los Habsburgo; la segunda, fue la Declaración de Corfú, del 20 de julio de 1917 (1, 2, 3), que previó la creación de un estado de serbios, croatas y eslovenos en forma de monarquía constitucional, parlamentaria y democrática con la dinastía Karadjordjević (serbia) en el trono. Esta declaración la firmarían Nikola Pasić, presidente del gobierno serbio, y el doctor Ante Trumbić, representante de los croatas [Mil00]. A la firma del acuerdo se unen por un lado, Montenegro que enfrenta una revuelta política interna en esta epoca (1, 2), los habitantes de Bosnia y Herzegovina y los macedonios (1). No está demás mencionar que la Junta Nacional Croata, dirigída por Antun Korosec toma el poder en Zagreb y logra finalmente proclamar la unión de los serbios, croatas y eslovenos (1, 2, 3).
De tal modo, el anhelo de una parte de los intelectuales y las clases pudientes de los pueblos sudeslavos se vio coronado con la proclamación de la unidad, el 1° de diciembre de 1918, iniciándose un proceso histórico de mediana duración, de 63 años, que fue lo que duró el sueño yugoslavo.
La actitud internacionalista de los socialistas balcánicos (en directa oposición a la guerra) se concreta en 1915 con la creación de la Federación Socialdemócrata Balcánica (1, 2, 3), que une a los partidos de Romanía, Grecia, Bulgaria y serbia y que tendría continuidad a principios de los 1920's con la Federación Comunista Balcánica, el primer paso práctico y decisivo dado en pro de la unificación de los pueblos balcánicos [1].
Palau [Pa96] comenta que en ese momento Serbia resultó ser la potencia regional triunfadora en la I Guerra Mundial, aliada de quienes iban a dictar el orden del siglo XX. Su autoridad moral en 1918 era enorme en el mundo eslavo meridional, ya que había sufrido pérdidas y sacrificios inmensos. Así, la idea yugoslava se impuso con facilidad en Croacia, en donde los oponentes a ésta no encontraban un clima fácil para expresarse. Sin embargo, sigue el autor, en realidad seguían siendo mayoría aquellos croatas que se identificaban con un proyecto nacional propio y a quienes les disgustaba la subordinación a un pueblo "menos desarrollado". Así pues, la constitución de la primera Yugoslavia que duró entre los años 1918 y 1941, creó de nuevo una gran frustración entre los croatas, ésta ya segunda, sorda pero profunda [Pa96].
Algunas de las figuras políticas de Serbia alzaron igualmente su voz contra el proyecto yugoslavo en 1918. Como lo relata Palau [Pa96], éstas advirtieron que era demasiado ambicioso y, en todo caso, prematuro porque no se veía acompañado de la maduración necesaria. Sugirieron que la oportunidad de sentarse en la mesa de los vencedores en Versalles (1, 2, el tratado completo se puede encontrar aquí) se aprovechara para conseguir objetivos más modestos pero más sólidos e irreversibles, como la extensión de las fronteras de Serbia hacia el Adriático, Bosnia y Herzegovina y Slavonia, de manera que el estado serbio integrara a la mayor parte de los serbios de Austrohungría, pero dejando a croatas y eslovenos la formación de sus propios estados diferenciados en el resto de los territorios del Imperio destruido. Quizás, especula Palau [Pa96], esas observaciones fueron acertadas y proféticas. La Serbia triunfante de 1918 podía, efectivamente, haber establecido sus fronteras donde le hubiera complacido. Sin embargo, el sentimiento paneslavo, la ambición de la monarquía por gobernar un reino mayor y los intereses internacionales terminaron por imponer el proyecto yugoslavo.
Al amanecer del periodo entre las dos guerras mundiales el mundo fue testigo del nacimiento del primer antecedente de lo que llegaría a ser Yugoslavia: el Reino Unido de Serbios, Croatas y Eslovenos, nombrado a partir de 1929 Reino de Yugoslavia (1, 2, 3, 4), cuyo territorio constituido se puede observar en el siguiente mapa en el que se muestra igualmente el resquebrajado Imperio Austrohúngaro una vez terminada la I Guerra Mundial:
Ruptura del Imperio Austrohúngaro una vez terminada la Primera Guerra Mundial.
(Historical Maps on File, USA, Ed. Facts on File, Martin Greenwald Associates, 1989)
Mapa de Europa entre la I y la II Guerras Mundiales, en época de la llamada Guerra Total (1914-1945).
(Historical Maps on File, USA, Ed. Facts on File, Martin Greenwald Associates, 1989)
Para Eric Hobsbawm, uno de los historiadores británicos más importantes del siglo XX (normalmente ubicado con el grupo de los socialistas británicos), en [Hob01], al término de la primera guerra mundial las potencias vencedoras trataron de conseguir una paz que hiciera imposible una nueva guerra como la que acababa de devastar el mundo y cuyas consecuencias estaban sufriendo.
Salvar al mundo del bolchevismo y reestructurar el mapa de Europa eran dos proyectos que se superponían, pues la maniobra inmediata de enfrentar a la Rusia revolucionaria en caso de que sobreviviera –lo cual no podía en modo alguno darse por sentado en 1919- era aislarla tras un cordon sanitaire, como se decía en el lenguaje diplomático de la época, de estados anticomunistas [Hob01]. Dado que éstos habían sido constituidos totalmente o en gran parte con territorios de la antigua Rusia, su hostilidad hacia Moscú estaba garantizada. De norte a sur, dichos estados eran los siguientes: Finlandia, una región autónoma cuya secesión había sido permitida por Lenin; tres nuevas pequeñas repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania), respecto de las cuales no existía precedente histórico; Polonia, que recuperaba su condición de estado independiente después de 120 años, y Rumanía, cuya extensión se había duplicado con la anexión de algunos territorios húngaros y austriacos del imperio de los Habsbugo y de Besarabia, que antes pertenecía a Rusia. De hecho, prosigue Hobsbawm [Hob01], Alemania había arrebatado la mayor parte de esos territorios a Rusia, que de no haber estallado la revolución bolchevique los habría recuperado. El intento de prolongar ese aislameinto hacia el Cáucaso fracasó, principalmente porque la Rusia revolucionaria llegó a un acuerdo con Turquía (no comunista, pero también revolucionaria), que odiaba los imperialismos británico y francés. En resumen, en el este los aliados aceptaron las fronteras impuestas por Alemania a la Rusia revolucionaria, siempre y cuando no existieran fuerzas más allá de su control que las hicieran inoperantes [Hob01].
El historiador prosigue indicando que no es necesario realizar la crónica detallada de la historia del período de entreguerras para comprender que el tratado de Versalles no podía ser la base de una paz estable. Estaba condenado al fracaso desde el principio y, por lo tanto, el estallido de una nueva guerra era prácticamente seguro. Los Estados Unidos optaron casi inmediatamente por no firmar los tratados y en un mundo que ya no era eurocéntrico y eurodeterminado, no podía ser viable ningún tratado que no contara con el apoyo de ese país, que se había convertido en una de las primeras potencias mundiales [Hob01]. Dos grandes potencias europeas, y mundiales, Alemania y la Unión Soviética, fueron eliminadas temporalmente del escenario internacional y además se les negó su existencia como protagonistas independientes. En cuanto uno de estos países volviera a aperecer en escena, quedaría en precario un tratado de paz que sólo tenía el apoyo de Gran Bretaña y Francia, pues Italia se sentía descontenta. Y, antes o después, Alemania, Rusia, o ambas recuperarían su protagonismo. Las pocas posibilidades de paz que se tenían fueron torpedeadas por la negativa de las potencias vencedoras a permitir la rehabilitación de los vencidos [Hob01]. El tratado de Versalles sólo establecía la paz con Alemania. Diversos parques y castillos de la monarquía situados en las proximidades de París dieron nombre a los otros tratados: Saint Germain con Austria; Trianon con Hungría; Sèvres con Turquía, y Neuilly con Bulgaria.
El Tratado de Trianon, según Josep Palau [Pa96], que estableció en 1919 la frontera entre Hungría y el emergente Reino de los serbios, croatas y eslovenos -frontera hasta hoy respetada-, adjudicó a Hungría una pequeña parte de Vojvodina, y medió en una disputa serbo-húngara a propósito de Baranja, resolviéndola a favor de los serbios. Por el contrario, la delimitación política entre Serbia y Croacia dentro de Yugoslavia fue siempre imprecisa y sometida a diversos avatares. En el período comprendido entre las dos guerras, hubo hasta tres divisiones administrativas distintas en Yugoslavia. En 1919 se organizaron 33 distritos. En 1929 se formaron 9 provincias (banovinas), con un estatuto especial para la ciudad de Belgrado. En 1939 fue ampliado considerablemente el territorio de la banovina de Croacia para incorporarle la costa adriática desde Zadar a Dubrovnik, así como parte de las actuales Vojvodina y Bosnia y Herzegovina [Pa96].
Por el otro lado, en 1918 se estableció el Comité de Kosovo (1, 2, 3, 4, 5), cuya política fue directamente contra el Reino Unido de Serbios, Croatas y Eslovenos en un principio, y el de Yugoslavia después, tomando como base las bandas terroristas conocidas como kačaks (1, 2, 3) que tuvieron actividad en Kosovo entre 1919 y 1924.
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