Del período entre la I y la II Guerras Mundiales
Mapa de Europa entre la I y la II Guerras Mundiales, en época de la llamada Guerra Total (1914-1945).
(Historical Maps on File, USA, Ed. Facts on File, Martin Greenwald Associates, 1989)
Al final de la I Guerra Mundial en las tierras sudeslavas los problemas económicos, los étnico-religiosos ocasionados por el cambio de fronteras y la aparición de un nuevo mapa creado a partir de la disolución de los imperios turco, austro-húngaro y ruso, al igual que el intento de imitar los procesos de creación de los estados-nación y la paulatina "democratización" llevados a cabo en el Occidente a las realidades tan diferentes y mucho más complicadas balcánicas, ocasionó, todo junto, la creación de un escenario sumamente volátil, acuñándose en esta época de manera acertada la expresión de "polvorín" para depictar el lugar que los Balcanes se estaban ganando en la diplomacia internacional para la época de entreguerras y que no ha cambiado mucho hasta la actualidad.
Steven W. Sowards, profesor de la Universidad Estatal de Michigan (Michigan State University) en EUA, escribe atinadamente en el capítulo "Las políticas balcánicas giran a la derecha" (Balcan Politics drifts to the Right) [Saw96_18], parte de sus Veinticinco lecciones sobre la historia contemporánea de los Balcanes (Twenty-Five Lectures on Modern Balkan History) que para entender la realidad balcánica al término de la I Guerra Mundial, es preciso tener en cuenta lo siguiente:
(Primero.) Que Bulgaría perdió (en la I Guerra Mundial, N. del T.), 110,000 soldados de una población total de 5 millones, después de las 50,000 bajas sufridas durante las Guerras Balcánicas. Por cada muerto en batalla, otros tres eran heridos. 275,000 civiles búlgaros murieron de enfermedades y malnutrición durante la guerra [Saw96_18].
Serbia y Montenegro tenían una población combinada de 5 millones y sufrieron 300,000 muertes de soldados. Murieron 50,000 civiles. Otros 150,000 soldados sudeslavos (incluídos los croatas y eslovenos) murieron luchando por Austrohungría [Saw96_18].
23,000 soldados griegos murieron a la par de 130,000 civiles, algunos de los cuales murieron de inanición durante el bloqueo de los aliados en contra del régimen realista. Cientos de barcos mercantiles fueron perdidos por ataques de submarinos alemanes [Saw96_18].
Rumanía perdió 336,000 soldados en combate y por enfermedades, junto con otros 275,000 civiles [Saw96_18].
Los recursos económicos estaban destruidos, incluyendo al ganado que representaba el recurso clave para el transporte, el arado, como fuente de fertilizantes, carne, leche y productos de piel. En Yugoslavia, el número de animales decayó en un cuarto, los caballos se redujeron en un tercio, mientras que los cerdos, las cabras y las obejas, a la mitad [Saw96_18]. (...)
Segundo, la centralización de economías de guerra fomentó malos habitos y estructuras burocráticas que interferían con las fuerzas de mercado. Las revoluciones del siglo diecinueve habían removido algunos obstáculos añejos -incluso medievales- para el crecimiento económico, tales como impuestos excesivos, la dependencia campesina y monopolios oficiales ineficientes. La guerra deshizo muchos de estos logros. Durante la guerra las actividades económicas eran de nuevo dirigidas desde arriba con pocas preocupaciones de las necesidades locales. Las autoridades militares controlaban la inversión y las decisiones de producción en las fábricas, granjas y minas, creando un sistema que David Mitrany llamó "socialismo de estado de guerra". Los bienes enemigos capturados eran expropiados o incluso removidos físicamente. En sus propios países, las demandas militares llevaron a situaciones de escacés para los civiles. Por ejemplo, los terratenientes eran forzados a cultivar granos específicos para contrarrestar la escacés de aceites vegetales, mientras que la maquinaria agrícola y los trabajadores eran transferidos de un distrito a otro, dejando algunas regiones sin recursos necesarios para manejar sus propias granjas. Las cosechas disminuyeron en esos distritos: por ejemplo, la producción búlgara del grano en 1918 había caído en un 60% de los niveles de 1914 [Saw96_18].
Tercero, este tipo de economía comandada socavó los recién ganados derechos civiles y políticos. Los campesinos fueron forzados a donar trabajo no pagado a las autoridades locales. Los cárteles acereros, químicos y petroleros ejercieron un control arbitrario similar en áreas urbanas. Tales actos errosionaron la confianza en la administración estatal, mientras que los ciudadanos contaban con pocos remedios, gracias a la ley marcial y la censura [Saw96_18].
Cuarto, incluso los frutos de las victorias causaron dislocaciones económicas, cuando los ganadores tuvieron que asimilar provincias completas y millones de nuevos ciudadanos. Las burocracias de los pequeños Estados se encontraban abrumadas. Yugoslavia contaba ahora con un territorio tres veces mayor al de Serbia (de 247,542 kilómetros cuadrados, volviéndose con ello el país de mayor extensión de esa epoca en los Balcanes, N. del T.), con una población más que duplicada. Rumanía experimentó un crecimiento similar. Las nuevas fronteras de la región distorsionaron los patrones comerciales y los sistemas de transporte existentes antes de la guerra. La división de Austrohungría, por ejemplo, separó la industria de las materias primas que habían prosperado juntos dentro de un país extenso sin barreras aduanales. Las ciudades industriales centrales, como Budapest, perdieron acceso a las minas y los productos agrícolas. Las fábricas cerraron, mientras que los mineros y los campesinos experimentaban muchos problemas en encontrar nuevas fábricas que aceptaran sus productos. Tanto el decrecimiento absoluto en la producción como las nuevas fronteras dificultaban el comercio internacional. En 1921, Hungría exportaba harina de grano a un tercio de su precio de antes de la guerra, ganado a un quinto y bienes industriales como a la mitad [Saw96_18]. (...)
Quinto, la guerra había causado inflación debido al exceso de impresión de bonos bancarios para cubrir los costos del conflicto, redujo la confianza en la economía balcánica de la posguerra, mientras que los préstamos otorgados durante la guerra habían duplicado o triplicado las deudas estatales. La moneda húngara valía en 1918 el 40% de su valor anterior a la guerra y únicamente el 15% en 1919. A ello le siguió una hiper-inflación: el franco suizo, que valía 2 florínes y un cuarto en 1914, compraba 18,000 florínes en 1924. En Rumanía, el lei rumano se estabilizaba a la mitad de los años veinte en 2% de su valor anterior a la guerra. Antes de la guerra, la leva búlgara era comercializada a la par del franco suizo; en 1924 un franco compraba 2,500 levas. Como resultado, los bancos y los individuos perdieron todos sus ahorros [Saw96_18].
Sexto, cuando los sacrifios del campesinado durante el conflicto forzó a los régimenes de la posguerra a realizar reformas en cuestión de tierras, el resultado común fue una productividad agrícola reducida. En el período de entre guerras, la población de los Balcanes se incrementó debido a la reducción en la mortalidad infantil y las nuevas restricciones legales impuestas en EUA para disminuír la inmigración, la cuál había funcionado como una válvula de escape. La industria de los Balcanes resultaba aún demasiado débil para absorber a los residentes rurales que abandonaban el campo. Para los años treinta, un estimado de 61% de la población rural yugoslava resultaba superflua (en términos económicos claro, N. del T.): es decir, la misma cantidad de trabajo se habría logrado si ellos no existieran. Para Bulgaria, la cifra era de 53%; para Rumanía, de 52% [Saw96_18].
A pesar de la baja productividad de las pequeñas granjas dirigidas por familias campesinas, algunos regímenes balcánicos las apoyaban por razones políticas y aplicaron medidas en cuestión de reformas de repartición de tierras para dividir extensas propiedades expropiadas después de la guerra en áreas como Bosnia-Herzegovina y Croacia. El tamaño promedio de una granja yugoslava era de apenas 5 hectáreas, el tamaño mínimo viable. Las granjas macedonias, bosnias y dálmatas eran incluso más pequeñas. La producción familiar de subsistencia permaneció siendo la regla en estas pequeñas granjas, con muy pocas cosechas producidas para la exportación o la venta a la industria. Los granjeros eran demasiado pobres para poder costear tractores, arados metálicos o fertilizantes químicos, lo cuál mantenía la producción agrícola a la baja. El comercio interno también había sufrido: la mayoría de los campesinos eran demasiado pobres para comprar bienes de consumo. La reforma de repartición de tierras de la posguerra creó condiciones similares para los campesinos rumanos, también [Saw96_18].
Séptimo, la proporción de la población empleada en la industria permaneció pequeña. En Gran Bretaña, el 37% de la población trabajaba en la industria en el umbral de la II Guerra Mundial. Hungría tenía la proporción más alta con 23%; la cifra era 11% para Yugoslavia, 8% para Bulgaria y 7% en Rumanía. Y aunque existía también cierta expansión industrial, demasiada involucraba industrias ligeras, como procesamiento de alimentos y textiles. El ingreso de los bienes producidos por la industria ligera era bajo, devaluando el valor de la producción industrial per capita. Las cifras eran $140 per capita en Gran Bretaña en 1938; en los Balcanes, Hungría tenía la producción más alta con $26 per capita, Rumanía la más baja con $12 per capita. Las cifras del ingreso nacional eran más equilibradas: $440 per capita para Gran Bretaña, $120 en Hungría y entre $75 y $81 en otros lados del sudeste de Europa [Saw96_18].
Octavo y último, la Gran Depresión empeoró las cosas. Como las naciones intentaron proteger las industrias domésticas de la competencia extranjera, las políticas proteccionistas se expandieron, sin embargo empeorando las cosas. Las tazas y precios más altos redujeron la demanda extranjera por los productos sgrícola de los productores balcánicos. Las eportaciones rumanas de grano cayeron en 73% en el período de 1929 1 1934. A lo largo de los Balcanes, los niveles totales de exportación se derrumbaron al 40% de su nivel alcanzado en 1929 [Saw96_18].
Por su lado, el progresista y liberal político e historiador serbio Vladimir Ćorović (asesinado por el ejército alemán nacional-socialista a su entrada a Belgrado en 1941), escribe en su libro Istorija srpskog naroda (Historia del pueblo serbio) en la década de los treinta [Cor41], en el capítulo Izmedju dva svetska rata (Entre las dos guerras mundiales), que tras la firma de los diversos tratados de paz entre 1919 y 1920, los problemas de la Yugoslavia de la posguerra se agudizaban no con los enemigos de la recién culminada guerra, sino con un ex-aliado, Italia. Ćorović comenta que en Italia, ciertos elementos se habían opuesto desde el primer momento a la creación de la gran Yugoslavia, ya que deseaban evitar la aparición de un vecino sólido en la costa oriental del mar Adriático, al cuál les gustaba considerar como un lago interior italiano; vecino que en un futuro podría convertirse en rival o enemigo. Además de ello, en Italia ya aparecían para ese entonces los deseos de expansión hacia la península balcánica. Tras la revolución bolchevique en Rusia y la destrucción del Imperio austrohúngaro, muchos italianos creyeron que podían iniciar con acciones expansivas sin entrar en conflicto directo con ninguna potencia, mientras que la enemistad entre los serbios y los búlgaros y su nula confianza mútua podían únicamente facilitarles este trabajo. Los territorios de arranque habían de ser Albania y Dalmacia [Cor41]. Por todo ello, inmediatamente después de la firma de los tratados de paz en 1918 empezaron con represiones en contra de la población sudeslava en su territorio emitiendo señales indudables de ánimo belicoso en contra del gobierno en Belgrado. En la conferencia para la paz, las exigencias italianas se alejaban del tratado firmado en Londres, que obligaba tanto a Gran Bretaña como a Francia a no intervenir en cuestiones internacionales sino por medio de la Liga de las Naciones. Por suerte, la presión italiana era repelida por medio de iniciativas sugeridas por el presidente Wilson de Estados Unidos [Cor41]. Éste defendía el principio de pertenencia étnica y el derecho a la libre decisión de los pueblos, rechazando exigencia puramente imperialistas. De todas maneras, tras varios años de crisis, el Reino de Serbios, Croatas y Eslovenos perdía la ciudad de Rijeka (Fiume), que era anexada a Italia por medio del pacto firmado por ambos gobiernos el 27 de enero de 1924 [Cor41], con lo cual las relaciones bilaterales llegaban a un nivel de supuesta calma y carente de animosidad inmediata.
Todo ello cambiaba, claro está, con la famosa marcha de los "camisas negras" fascistas a Roma, la noche del 27 de octubre de 1922, en medio de una crisis económica tremenda, imponiendo a Benito Mussolini en el poder de la nueva Italia fascista con claras pretensiones imperialistas. Las direcciones de la expansión fascista, una vez asegurado el poder al interior, eran en primer lugar los Balcanes y Africa del norte. Una vez asegurado el puerto de Rijeka (Fiume), el Duche anexaba territorios de Albania a Italia.
Ćorović prosigue explicando la intromisión política y hasta militar de la corona yugoslava en la cuestión de Albania, apoyando la creación de la República Miridita (Meridional) independiente, lo cual le ocasionó al gobierno de Belgrado una enérgica protesta en contra por parte del gobierno inglés y de la Liga de las Naciones, en otoño de 1921 [Cor41]. Cuando en 1924 llegaba al poder en Albania el llamado grupo nacionalista de Fan Noli y cuando, junto con los búlgaros, empezaba a armar y entrenar a grupos de chachaks (bandas de asaltantes y guerrilleros) dirigidos en contra del Reino de Yugoslavia, el gobierno yugoslavo había ayudado de manera indirecta a que se derrocara el gobierno de Fan Noli a manos del grupo de simpatizantes de Ahmed beg Zogu, organozado en territorio yugoslavo. Poco tiempo después de esto, Ahmed beg Zogu creaba la República albanesa organizada a imagen y semejanza de la turquía de Kemal Ataturk. Estas relaciones amistosas entre Albania y Yugoslavia iban en contra de los intereses italianos, por lo que el gobierno fascista italiano fascista firmó el pacto con Ahmed beg Zogu, pasando a ser Albania de nuevo un protectorado italiano, coronándose el 1ero de septiembre de 1928 Ahmed beg Zogu rey de la Albania italiana [Cor41].
Mientras tanto, y a partir ya de 1924, la enemistad italiana en contra de los yugoslavos no se escondía. Los eslovenos y croatas que vivían en la península de Istria (en ese entonces, parte de Italia) eran expulsados o forzados a irse de manera voluntaria, mientras que sus escuelas y otras instituciones eran clausuradas y destruidas. Bulgaria y Hungría ganaban en Roma a un aliado valiso para sus políticas anti-yugoslavas y revisionístas. La emigración montenegrina abandonaba paulatinamente Italia, mientras que Roma apoyaba abiertamente el separatismo croata, aceptándo a los separatistas croatas corridos de Yugoslavia [Cor41]. Intentando contrarrestar los ataques italianos en todas sus fronteras, el gobierno de Belgrado firmaba el 11 de septiembre de 1927 un pacto de amistad con Francia. Italia, sumida ya desde hacía tiempo en una lucha más o menos abierta con Francia por el control del mar Mediterráneo, recibió esta noticia con gran disgusto, firmando a la vez un tratado de cooperación militar con Albania para los siguientes 20 años [Cor41].
Al referirse a las relaciones multilaterales de los países balcánicos, Ćorović comenta que aunque al término de la I Guerra Mundial el gobierno en Bulgaria habpia sido constituído por Aleksandar Stamboliski y su partido por la repartición de tierra (Zemljodelska Stranka) quienes intentaban entablar mejores relaciones con Yugoslavia, en ese país existían demasiados actores, públicos y clandestinos, que no deseaban aceptar el estado de las cosas. Los emigrantes macedonios y sus simpatizantes búlgaros (llamados makedonostvujusci), resultaban ser los agitadores más activos, quiénes trabajan muy duro al interior y en el extranjero para mantener abierta la cuestión de macedonia y los macedonios al interior del Reino de Yugoslavia y en Grecia. Para lograrlo, los macedonios realizaban sistemáticamente acciones terroristas en Yugoslavia y en Grecia, llamando al pueblo al levantamiento. Ello llevó a los gobiernos yugoslavo y griego a emitir una fuerte protesta al gobierno búlgaro en Sofía. Stamboliski por su parte, no le prestaba demasiada importancia a los makedonistvujusce, aunque consiente que sus acciones desestabilizaban la consolidación de la propia Bulgaria y sus relaciones con sus vecinos. Finalmente, el 23 de marzo de 1923, el gobierno búlgaro firmaba con el yugoslavo un tratado para iniciar medidas conjuntas para controlar las acciones de los grupos terroristas pro-macedonios. Sin embargo, fue ete tratado el que le costó la vida, ya que los makedonostvujusci, junto con la oposición militar y ciudadana organizaron un golpe de Estado el 9 de junio de ese 1923, matando al mismo Stamboliski después de torturarlo cinco días más tarde [Cor41]. El nuevo gobierno búlgaro, con Aleksandar Cankov a la cabeza intensificó la política anti-yugoslava, apoyando la creación de las llamadas troikas (tríos) que asesinaban y asaltaban a la población en territorio yugoslavo. El reino yugoslavo cerraba a raíz de ello sus fronteras, mientras que el gobierno búlgaro apoya toda su política exterior en Italia, atacando al reino yugoslavo constantemente en toda reunión internacional.
El primer país con el que el Reino de Serbios, Croatas y Eslovenos lograba firmar una alianza estratégica era República Checoslovaca. Ello resultaba ser un desenlace natural de una larga historia de cooperación cultural y política. Con Hungría, que se encontraba en una situación sumamente difícil tras la desaparición del imperio habsbúrgico y que vivó incluso una efímera dictadura bolchevique ahogada en sangre para finalmente restaurar la monarquía a manos del antiguo rey Karlo. Sin embargo, éste tampoco pudo mantenerse mucho tiempo en el poder, ya que los vecinos de Hungría (Yugoslavia incluída), al igual que la mayoría de las grandes potencias (con excepción de una pequeña élite francesa) se habían opuesto enérgicamente a ello. El Consejo de Embajadores en París había expresado que "la restauración de la monarquía de los Habsburgo usurparía los principios de la paz lograda [Cor41]." Yugoslavia, Checoslovaquia y Rumanía se solidarizaron en esta cuestión de manera total, creando el 10 de junio de 1921 un pacto formal a iniciativa de Checoslovaquia, llamado la Pequeña Entente, que no tenía mayores pretensiones más que conservar las cosas tal y como estaban en ese momento. En cuanto a Polonia, las relaciones de Yugoslavia con este país no eran tan amistosas como en el caso de Checoslovaquia, pero tampoco tenían mayores desencuentros. Desde el 17 de septiembre de 1926, existía entre ellas incluso y un pacto formal de amistad [Cor41].
Para Eric Hobsbawm [Hob01], la Segunda Guerra Mundial tal vez podía haberse evitado, o al menos retrasado, si se hubiera restablecido la economía anterior a la guerra como un próspero sistema mundial de crecimiento y expansión. Sin embargo, después de que en los años centrales del decenio de 1920 parecieran superadas las perturbaciones de la guerra y la posguerra, la economía mundial se sumergió en la crisis más profunda y dramática que había conocido desde la revolución industrial. Y esa crisis instaló en el poder, tanto en Alemania como en Japón, a las fuerzas políticas del militarismo y la extrema derecha, decididas a conseguir la ruptura del status quo mediante el enfrentamiento, si era necesario militar, y no mediante el cambio radical negociado.
El mismo autor prosigue explicando que "la insatisfacción por el status quo no la manifestaban sólo los estados derrotados, aunque éstos, especialmente Alemania, creían tener motivos sobrados para el resentimiento, como así era. Todos los partidos alemanes, desde los comunistas, en la extrema izquierda, hasta los nacionalsocialistas de Hitler, en la extrema derecha, coincidían en condenar el tratado de Versalles como injusto e inaceptable. Paradójicamente, de haberse producido una revolución alemana, la situación de este país no habría sido tan explosiva" [Hob01]. De hecho, el partido comunista resultó en un segundo lugar, detrás del partido Nacionalsocialista en las elecciones que llevaron a Hitler al poder. El discurso de la izquierda alemana le parecía una alternativa atractiva a más de una tercera parte de alemanes en la década de los 1920's. Se buscaba una alternativa al estancamiento social por el que atravesaba Alemania, agudizado a partir del crack económico de 1929 que causó a que 6 millones de alemanes perdieran el empleo. De hecho, el Partido Comunista Alemán (KPD), sumergido en su propio radicalismo ideológico, "consideraba a los socialistas, denunciados obsesivamente como "social fascistas", como su principal adversario, no a los nazis. Entendían que la llegada de éstos al poder supondría la última carta del capitalismo, un "fenómeno pasajero", preludio evidente de la revolución obrera. En las elecciones de noviembre de 1932, las últimas antes de la llegada de Hitler al poder, los socialistas lograron 7,248,000 votos y los comunistas, 5,980,200: juntos sumaban más votos que los nacional-socialistas (NSDAP). Los comunistas hicieron imposible la unión de la izquierda."[Arte-Historia] Desgraciadamente para la humanidad, los vencedores se apartaron irremediablemente del status quo hacia horizontes insospechados.
Hobsbawm [Hob01] sigue explicando que los dos países derrotados en los que sí se había registrado una revolución, Rusia y Turquía, estaban demasiado preocupados por sus propios asuntos, entre ellos la defensa de sus fronteras, como para poder desestabilizar la situación internacional. En los años treinta, ambos países eran factores de estabilidad y, de hecho, Turquía permaneció neutral en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, también Japón e Italia, aunque integrados en el bando vencedor, se sentían insatisfechos; los japoneses con más justificación que los italianos, cuyos anhelos imperialistas superaban en mucho la capacidad de su país para satisfacerlos. De todas formas, Italia había obtenido de la guerra importantes anexiones territoriales en los Alpes, en el Adriático e incluso en el mar Egeo, aunque no había conseguido todo cuanto le habían prometido los aliados en 1915 a cambio de su adhesión. Sin embargo, el triunfo del fascismo, movimiento contrarrevolucionario y, por tanto, ultranacionalista e imperialista, subrayó la insatisfacción italiana. En cuanto a Japón, sigue Hobsbawm [Hob01], "su considerable fuerza militar y naval lo convertían en la potencia más formidable del Extremo Oriente, especialmente desde que Rusia desapareciera de escena. Esa condición fue reconocida a nivel internacional por el acuerdo naval de Washington en 1922, que puso fin a la supremacía naval británica estableciendo una proporción 5:5:3 en relación con las fuerzas navales de Estados Unidos, Gran Bretaña y Japón. Pero sin duda Japón, cuya industrialización prograsaba a marchas forzadas, aunque la dimensión de su economía seguía siendo modesta, creía ser acreedor a un pedazo mucho más suculento del pastel del Extremo Oriente que el que las potencias imperiales blancas le habían concedido".
Para Hobsbawm, por muy inestable que fuera la paz establecida en 1918 y por muy grandes las posibilidades de que fuera quebrantada, es innegable que la causa inmediata de la Segunda Guerra Mundial fue la agresión de las tres potencias descontentas, vinculadas por distintos tratados desde mediados de los años treinta. Los episodios que pavimentan el camino hacia la guerra fueron: la invasión japonesa de Manchuria en 1931, la invasión italiana de Etiopía en 1935, la intervención alemana e italiana en la guerra civil española de 1936-1939, la invasión alemana de Austria a comienzos de 1938, la mutilación de Checoslovaquia por Alemania en los últimos meses de ese mismo año, la ocupación alemana de lo que quedaba de Checoslovaquia en marzo de 1939 (a la que siguió la ocupación de Albania por parte de Italia) y las exigencias alemanas frente a Polonia, que desencadenaron el estallido de la guerra. Se pueden describir, cosa que comparto plenamente con Hobsbawm, esos jalones en forma negativa: la decisión de la Sociedad de Naciones de no actuar contra Japón, la decisión de no adoptar medidas efectivas contra Italia en 1935, la decisión de Gran Bretaña y Francia de no responder a la denuncia unilateral por parte de Alemania del tratado de Versalles y, especialmente, a la reocupación militar de Renania en 1936, su negativa a intervenir en la guerra civil española (”no intervención”), su decisión de no reaccionar ante la ocupación de Austria, su rendición ante el chantaje alemán con respecto a Checoslovaquia (”el Acuerdo de Munich” de 1938) y la negativa de la URSS a continuar oponiéndose a Hitler en 1939 (el pacto firmado por Hitler y Stalin en 1939) [Hob01].
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